Tiempo de lectura 16 minutos
La época liberal en el desierto peronista
¿Qué es una época?, ¿de qué está hecha?. ¿Se puede analizar desde el presente el “ethos” de una época?. La respuesta es no. Por este motivo hay que buscar el fermento de los desajustes que vivimos hoy en algo que no comenzó con el libertarianismo, sino mucho antes.
En este espacio, donde nos jactamos de hacer sociología de coyuntura, hemos escrito mucho acerca del cambio en la morfología social. Un cambio que va concatenado a otro fenómeno que señala Abel Fernandez en un diagnóstico que tomaremos como referencia: la falta de adopción de un modelo argentino de desarrollo consistente, cuyo último esbozo fue trazado por el propio Juan Perón.
Lo cierto es que la pobreza y la exclusión han crecido desde 1976. El modelo de industrias protegidas, que funcionó entre 1945 y 1975 fue desmantelado por esa dictadura militar. Se impuso por la fuerza el cambio de patrón de acumulación y la apertura liberal de la economía. Este flagelo siguió macerándose al calor de la socialdemocracia alfonsinista de los ‘80. Se agravó de manera profunda en los ’90 con el inconsistente corsé de la convertibilidad.
La ambulancia que pasó a asistir a esos millones de heridos comenzó con “el piloto de tormentas”(Duhalde y Remes Lenicov) y el Plan Jefes y Jefas de Hogar. Continuó durante el kirchnerismo con la Asignación Universal por Hijo, dentro de un paquete robusto de políticas de protección social y una economía que mantuvo -quizás al punto de forzar el motor- el acelerador en el consumo.
Sabemos que los planes sociales no sacan a los beneficiarios de la pobreza, ni les proporcionan la filiación que brinda el trabajo formal. Porque ser pobre es una condición. Ser trabajador, es una identidad. Sucede que aquella “sociedad salarial” comenzó a crujir mucho antes de lo que muchos están dispuestos a aceptar. Hoy la propia «economía popular», emergente de esa crisis, depende de los subsidios estatales, y los prejuicios hacia sus trabajadores que de eso derivan se asemejan a los vistos en Europa con los inmigrantes.
En simultáneo, el Estado atraviesa, a nivel mundial y con los matices de cada país, un desprestigio creciente por el deterioro de la calidad de los servicios públicos que brinda. Sus esquemas de financiamiento y recaudación se debilitan en la misma medida en que el sector privado nacional no se consolida del todo y crece la evasión impositiva pornográfica de las corporaciones y personas más ricas, cuya ganancia se hace en este país, pero tributan en otro.
Por su parte, en la mayoría de los estudios sobre la población de jóvenes, la concepción de la inclusión se asocia más a la posibilidad de acceso a determinados objetos de consumo y mucho menos al empleo, que comienza a ser deslegitimado como mecanismo de movilidad social.
Los ya nativos digitales, acostumbrados a la adaptación constante al crossover entre tecnologías y trayectorias laborales intermitentes, no esperan -y a veces ni buscan- trabajos permanentes. Muchos consideran emigrar. Aún si les sumamos quienes viven aquí y trabajan para empresas o clientes del exterior.
Quienes «aprovechan» la deslocalización del trabajo en el mundo digital, son una porción de la «fuerza laboral». Pero influyen poderosamente en la actitud de los jóvenes trabajadores y en la realidad de las relaciones de trabajo actuales, que acontecen en una fragmentada combinación entre, pluriempleo, monotributismo forzado, economía del conocimiento y épica freelanzer.
La libertad y autonomía convive con la opacidad y control de la gestión algorítmica, cuya vigilancia es más poderosa y sutil que la del patrón clásico de la sociedad salarial. Así, la “sociedad de los derechos”, la legislación laboral y los sindicatos aparecen como algo difuso, ajeno o irrelevante para muchos jóvenes, contribuyendo al apoyo hacia Milei.
Esto último tiene un fuerte impacto político. Por esto es que decíamos que para los jóvenes que apoyan al golem argentino, la épica setentista que edificó parte de la identidad juvenil kirchnerista, en lugar de ser un activo histórico se constituye en un ancla vacía de sentido. En un “relato” de la “izquierda y del progresismo”, que junto a los derivados del «Estado presente» y «los curros de los intermediarios» siguen ocupando la playlist preferida de los rencores libertarios.
Esos rencores tienen un marco histórico general marcado, entre muchas otras cosas que ameritarían otro artículo, por la acumulación de desilusiones sucesivas que gestaron, a nivel mundial, los resentimientos individuales contra un sistema que invisibiliza y destrata a la “gente de a pie”.
Es en este marco que autores como Eric Sadin han destacado el acceso a los «mecanismos de expresividad personal» (redes sociales) como canales que habilitaron a la tecnología como una forma de «reparar» estas heridas de un modo tóxico, mediante una representación inflada de sí mismo, fortaleciendo una suerte de tiranía individual. Emerge así el terreno para la hegemonía del héroe individual del empresario de sí mismo vs los que, arrodillados ante lo comunitario (traducido siempre como soviético), “no la ven”.
Después de las PASO, en “Todos corrieron, sin entender”, decíamos que tras años de etiquetar como «de derecha» a quienes tenían posturas ideológicas extremas o disidentes , se había generado, por saturación, un efecto contrario. Un proceso de identificación silenciosa en la soledad masiva de las pantallas por parte de quienes eran marcados por la sofocante corrección política.
Los responsables de esa «polícia del pensamiento» serían «el progresismo» y «el marxismo cultural», que ya habían sido identificados por todo un mainstream de influencers, intelectuales y creadores de contenido vinculados al liberalismo. Un ecosistema del que hablamos en 2021, donde escribimos que«los usuarios negocian el simplismo de la inmediatez por reconfirmación permanente en la propia creencia. Esto favorece la radicalización de las posturas, que es vendida por quienes comandan ideológicamente estos espacios como una “épica anti casta política.
Es así como un youtuber asociado al discurso “irreverente” y “anti progre” como Emmanuel Danann, tiene más de un millón trescientos mil suscriptores en YouTube; Agustín Laje, de la misma fauna ideológica, casi un millón cien mil; “El Presto” -con un enfoque más border- o Nicolás Marquez, tienen más de trescientos miI”.
Estar “contra el sistema” sería, a partir de ahora, definirse anti progresista. Y no es que el progresismo no haya hecho méritos, pero si el progresismo era “eso”, los jóvenes se rebelarían -también- contra el. Emergería el anti progresismo como fase superior del ideologismo, de la que hablaremos más adelante.
Eso vive
Sobre este balance se teje toda la libido de la corriente social que sostiene -por ahora- a los muchachos libertarios. Muchachos que habitan el mismo suelo que todo un país que apenas llega a hacer pie. La película ya vista de pisar sin el suelo en un tembladeral de problemas estructurales que siguen vivos y se arrastran hacia adelante.
Como señalamos el 2 de marzo en “La épica del castigo”, esa corriente social que hoy «elije creer» seguirá reclamando, con o sin Milei en la Rosada, que “la clase dirigente” le encuentre el agujero al mate. ¿Por qué?, porque las condiciones objetivas que le dan sustento permanecen en el medio social argentino.
Entonces Milei no es una anomalía, es un epifenómeno de una crisis que interpretó mejor que nadie para ganar, pero no necesariamente para gobernar. Supo que se trataba de una crisis de representantes, no de representados. Pero esa crisis todavía no terminó.
Es tal el problema en la oferta política existente, que estar enojado o hablar a los gritos se confunde con tener razón, en un contexto donde la suerte del principiante puede fallar demasiado rápido.
Es que el presidente es una síntesis de incompatibilidades. Y quizás confía demasiado en que saldrá ileso de la crisis que lo parió. Como si no fuese presidente, como si todavía lo protegiese el agua bendita de su rol de panelista, o el hombro de algún rabino en el cual llorar.
¿Menemismo sin Menem?
Milei no es Menem. Más allá de su vocación de ser un menemista aceleracionista, su único parecido con el riojano es la indignación casi automática que produce su performática en los dos tercios que no gobiernan. Entendida como “desbordada, ajustadora e impresentable” en los sectores progresistas, o vivida como la de un familiar que le da vergüenza a ciertos sectores del macrismo, pero…Milei no es Menem, por otras razones más esenciales.
Entre ellas, porque el menemismo fue cosas y consumo. Optimismo social y orden. Entrega del patrimonio nacional y comunidad “organizada” (por el mercado). Todo esto es cierto, pero fué también una cantera enorme de políticos experimentados y formados para el poder. No parece ser el caso de la armada Brancaleone libertaria.
Y una última razón, aún más fundamental: el mundo de Menem no existe más. Ese mundo puede conocerse mejor con el paisaje magistralmente relatado en un libro que recomendamos frecuentemente: “¿Qué hacemos con Menem?”, de Rodriguez y Touzon. Una pregunta para un peronismo neurótico que no pudo, no quiso, o no supo, como sugería Carl Jung, “integrar su propia sombra”.Y Milei se calza la armadura del riojano porque la encontró vacante, tirada en el pasillo de la década que amamos odiar, los 90. Pero nada más.
Lo cierto es que, menemismo primero y kirchnerismo después, fueron dos expresiones del peronismo (antagonistas en lo político) que se pusieron al frente del “espíritu” de cada una de sus épocas. Pero claro, conducir épocas es mucho más que ganar una elección presidencial montado sobre frustraciones colectivas. Sobre todo para un presidente que, como un mosaico perfecto de este nuevo espíritu de época, asume que el éxito deriva sólo de contar likes y reposteos en las redes sociales, de salir en la revista Time, y avanzar “a patadas en el culo” hacia un horizonte nihilista, con el ideologismo como motor.
Antiprogresismo: fase superior del ideologismo
Pero, ¿qué es el ideologismo?, es la utilización de la ideología como deporte de riña entre clanes replegados sobre sí mismos. Sobre sus propias infoesferas y creencias cerradas. Clanes que no están al servicio de los intereses nacionales, sino del reforzamiento constante de sus propias ideologías. De ahí el nivel de intransigencia visceral del ideologista para imponer su punto de vista. Busca que la realidad encaje en sus marcos teóricos, y no que sus marcos teóricos encajen en la realidad.
Cuenta la incomprobable mitología urbana que Jauretche decía que un anarquista era “un liberal con 40 grados de fiebre”. El tipo libertario es , en esa cuenta, un ideologista más, que se suma a la fila india de los que ya existen: los “troskos”, los “progres”, los “fachos”. Si bien todas estas mercaderías del comentario politizado son de consumo de la ínfima minoría, influyen en la orientación de quienes ocupan transitoriamente el poder ejecutivo. Y hoy en nuestro país la mano invisible del mercado se posa sobre una caja de cambios que tiene una sola velocidad. La velocidad del ideologismo libertario.
Aquel diagnóstico de Perón sobre la Argentina de mediados de los 70´, donde señalaba que este es un país politizado , pero sin cultura política, da cuenta de que los ideologismos como patología nacional son un viejo problema que se reactualiza. En parte, por la deriva del país en encontrar ese Modelo Argentino de desarrollo que devuelva esos asuntos al lugar del que salieron. Al conventillo de la irrelevancia.
El peronismo sin sujeto
Cuando en 2022 decíamos que el peronismo estaba desnudo, nos referíamos al cambio en el paisaje de la época, en tanto “el mundo del trabajo ha cambiado significativamente y se avecinan transformaciones y asechanzas que el peronismo debe estar en condiciones de discernir y resolver, o el liberalismo las resolverá a su modo. Por eso, desde el peronismo debemos discutir, no con “la izquierda” o con “la derecha”, sino con el liberalismo que recorre todas las terminales nerviosas del planeta.” Es decir, había que discutir con los liberales: los de Marx o los de Hayek. Pero «no la vimos.
El no la ven no es una patología que afecte sólo al peronismo, sin embargo, el achicamiento de su campo de acción se ha dado, en parte, porque su dirigencia y militancia se enredó en discutir o bien consigo misma o bien con con fantasmas que no son los del pueblo, sino los de la propia dirigencia o militancia. Tal es así que, salvo honrosas excepciones, se sigue sintiendo culpa de hablar de la cultura del trabajo y se sigue discutiendo con la abstracción más estéril y hueca de todas, señalada hasta por la propia CFK: “la derecha”.
Los referentes con más alcance comunicacional pelean conmovedoramente contra estos fantasmas, rascando orientación ideológica en una caja de herramientas absolutamente caduca donde el menú es siempre el mismo. Una caja en la que la política, ya en su desierto, sigue atrapada. Esto incluye, lógicamente, al experimento gobernante. Del arte del hacer al arte del decir. Del arte de transformar, al arte de analizar. Del arte de persuadir, al arte de gritar, Argentina sigue siendo rehén de dirigencias ideologistas.
Sin embargo hoy, en el país que pasó del “que se vayan todos” al “que venga cualquiera, menos ustedes” la oposición política más clara a este gobierno sigue siendo el peronismo, que ha conseguido mantenerse -hasta ahora- razonablemente unido. Pero hoy no expresa ni contiene a todos lo que rechazan o cuestionan el experimento mileísta. Milei sigue siendo un castigo, no una solución. No hay solución a la crisis, porque Milei también es la crisis. Recordemos cuando la campaña de Unión por la Patria llamaba a votar por “el tipo normal”, pero…¿si el tipo normal era Milei?.
La ansiedad de que el experimento de Milei termine de inmediato, ya sea por una Asamblea Legislativa o una Junta Médica, recorre todas las angustias de quienes no pusieron su voto por el libertario. Que la montaña rusa cotidiana termine y todo vuelva a la normalidad, pero,¿ a qué normalidad?… En ese marco reiteramos una sentencia: con o sin Milei, nada “volverá a la normalidad”. Por varias razones, de las cuales elegimos mencionar dos fundamentales.
En primer lugar, porque la corriente social que sustenta al libertarianismo es mucho más permanente que la electoral. Una corriente compuesta de capas geológicas de personas que “quedaron afuera” y, como observa Semán, construyeron una innovación moral basada en el esfuerzo individual, la optimización del yo, y el desprecio a quienes “viven del Estado”.
El lunfardo teledirigido de Milei dió en el blanco y derrumbó el inestable Jenga de consensos construidos y sostenido desde hace décadas. Así logró trocar la palabra “derechos” por la de “privilegios”. La traducción electoral de un grito social destartalado que fue la expresión de una sociedad blue. Una cuya larga marcha inhabilita a pensar que el sacudón electoral libertario fue “sorpresa”, o que sus votantes actuaron como los fanáticos excéntricos de “The Joker”. Tampoco la vimos, pero estaba ahí.
En segundo lugar, porque el propio concepto de normalidad que tenemos “de este lado” está viejo, anclado retóricamente en otro siglo, y en una sociedad que muchos dirigentes quisieran tener (la sociedad salarial), pero que no es la que tienen. Si en aquel clásico de época León Rozitchner habla de “La izquierda sin sujeto” para alertar sobre la racionalidad arcaica con la que ese sector cargaba para entender la sociedad del momento, bien podría emularse la misma reflexión para el peronismo de hoy.
¿A dónde va el peronismo cuando llueve? ¿A dónde va cuando se queda “sin sujeto»?. En abril de 2023 habíamos señalado que el peronismo se había corrido de esta sociedad. Una sociedad que vibra al ritmo de una pérdida de fe, no religiosa, sino de la fe “en algo”. Una sociedad de dirigentes que, por ahora, se quedaron sin sociedad.
¿Qué tiene enfrente Milei?
Los paros realizados por los trabajadores organizados, la masiva manifestación del 24 de marzo y la imponente marcha federal universitaria empezaron a gestar un músculo dormido. Una confluencia muy novedosa. Quizás cercana, no tanto en sus componentes sino en su identidad no mayoritariamente peronista, a la que Nestor Kirchner pudo conducir con su «transversalidad».
Sectores peronistas, progresistas, jóvenes, movimientos sociales, sindicatos, movimiento estudiantil, nuevas y viejas izquierdas demostraron que en una Argentina donde los consensos se han erosionado, queda uno transversal en pie. Sin embargo, un conjunto de rechazos a las decisiones del Ejecutivo no constituye una alternativa política. Solo una carta de intención.
La periodista Victoria De Masi dijo, acertadamente, que “Milei se mueve por impulso y por una fe de dudosa religiosidad”. Pero se mueve en un torbellino decisionista que choca con la realidad de no tener bancas suficientes en el Congreso. Y puede que eso no sea tan grave para el golem cómo ser rechazado por una multitud como la que lo rechazó, tan temprano, en las calles.
Milei es un ser humano, y la psicología humana, en general, es lo bastante hábil -y retorcida- como para inventarse escapatorias, contarse ficciones, y recurrir a prótesis que lo dejan suponer que tiene las riendas de un barco que todavía no ha visto el iceberg.
La herida narcisista conlleva la negación de que en el sinuoso “pan y queso” del fulbito argentino, nadie te elija para su equipo. Por esto Milei optó por buscar aplauso fácil y reconocimiento “allá en el exterior”, donde todavía es un personaje llamativo. Un “speaker” globalista. Un fenómeno que ningún país del mundo -excepto Argentina- tiene que padecer en el gobierno. Los misioneros pueden dar testimonio de esto.
Imponer la pedantería de la superioridad intelectual como plan de gobierno tiene un límite crudo: la realidad, que sigue siendo el hecho maldito del país ideologista. La pregunta entonces no es por la capacidad de aguante ni de la casta, ni de Milei. La pregunta es por la capacidad de aguante de la sociedad argentina.
No hay ninguna normalidad a la que volver, de modo que la dirigencia de hoy está condenada a diseñar políticas para resolver las demandas de hoy. Políticas económicas, sociales y de relaciones internacionales adecuadas para el presente y el futuro, descartando la idea de un regreso a un pasado idealizado, idea que también conduce las ínfulas liberales.
La dirigencia peronista en particular, está condenada a retomar la senda doctrinaria para revitalizarla, o perecer. Como sostenía el fundador en Conducción política: una doctrina hoy excelente puede resultar un anacronismo dentro de pocos años, a fuerza de no evolucionar y no adaptarse a las nuevas necesidades”.
PH de portada: diseño propio sobre foto original de AFP.