Tiempo de lectura 13 minutos
¿Puede el peronismo atravesar su desierto para “atajar” la crisis que se divisa en el horizonte?
El espíritu de la época
En este espacio hemos tratado de trazar las coordenadas de la ruta seguida por un hecho: el cambio en la morfología social. Por eso seguimos sosteniendo que lo más relevante, desde años atrás, no era en sí la figura de Milei sino los principales cambios sociales; problemas y pesares colectivos que explican su emergencia política, electoral, y cultural. La corriente social que lo sustenta es una que el peronismo no ha podido interpretar del todo, y cometió el error de acudir al core progresista para orientar la comprensión.
Esa corriente, como señalamos en “La épica del castigo”, seguirá reclamando, con o sin Milei en la Rosada, que “la clase dirigente” le encuentre el agujero al mate. ¿Por qué?, porque las condiciones objetivas que le dan sustento permanecen. La precarización de la vida , la reinstalación de la ilusión de salida individual, la aceleración digital, y la fragmentación social. Con un mercado laboral que no ha logrado compatibilizar la mano de obra disponible. Con dos gobiernos sucesivos que fracasaron en ofrecer un horizonte distinto, y en parte explican que hoy muchos argentinos «finjan demencia» o «elijan creer» en el gobierno, porque necesitan creer en algo.
Asistimos a la expresión local, con características estrictamente locales, de lo que se dice un “espíritu de época”. Que no está marcado por la voluntad de actuar positivamente sobre el curso de las cosas, sino por el resentimiento y la necesidad impulsiva de liberarse de ellas, cueste lo que cueste. Con o sin dinero. Con o sin conflicto.
Milei echa mano a la última épica argentina del “que se vayan todos”. Desde esas coordenadas locales la corriente libertaria se sube a barrenar una ola bastante global. Ola en la que crece la tendencia de los individuos a concebirse como totalidades más o menos cerradas y replegadas sobre su propio régimen de creencias, a sentirse destinados a hacer prevalecer prioritariamente sus puntos de vista y a agruparse en clanes cada vez más cerrados sobre sí mismos.
Si para la tropa de CEOs del macrismo “meterse en política” era parte de una ética para “terminar con el populismo” y “modernizar”, en el espíritu libertario funciona como revancha personal “contra el poder”, identificado exclusivamente como poder público estatal. La venganza contra un orden del orden que, desde el prisma del oficialismo, es una fiesta colectivista decadente. Una que vale la pena arruinar aunque no haya otra mejor por venir. Hasta que truene el escarmiento en el marco de esa nueva versión de la grieta de la que hablamos en noviembre de 2023. Y esta vez la acumulación de rencores puede cobrar un volumen inusitado.
Mientras tanto, la revolución precoz libertaria baila en la cornisa del sueño mileísta: perpetuar el crossover entre la motosierra y la licuadora sin grandes resistencias de las fuerzas del suelo. Sin embargo es igual de probable que, ante la dimensión del ajuste venidero, el volumen de ajustados se amplíe al punto de activar los músculos dormidos del ya no tan gigante pero igual de invertebrado.
El perfume de la inevitable realidad huele de distintas formas: cobrar la jubilación en cuotas, no acceder a los más elementales servicios de salud o educación, no poder pisar la calle sin volver con una mini crisis financiera, vivir pensando que puede ser el último día en el trabajo o no poder comer son las variantes de ese olor que difumina cualquier ilusión alimentada con anabólicos de ideología, o estafa electoral.
En ese contexto, y sin poder realizar definiciones respecto del futuro del actual gobierno ¿puede el peronismo atravesar su desierto para “atajar” la crisis que se divisa en el horizonte?.
Update para el peronismo
El contexto actual amerita retomar varias preguntas que nos hacíamos en abril de 2023: ¿está en condiciones de interpretar este “espíritu de la época” y volver a “proponer un sueño”?; ¿tiene actualmente la imaginación política necesaria para proponerlo?, y lo más importante, ¿alcanza con encontrar un liderazgo detrás del cual organizarse?, ¿o debería primero recuperar la brújula para no incurrir en otro extravío a la hora de gobernar, si es que logra hacerlo otra vez?.
Es un hecho: todos los intentos por desperonizar el país han fracasado. La máxima de Perón acerca de que para que el justicialismo vuelva a gobernar “todo lo harían sus enemigos” viene cumpliéndose a rajatabla. Pero con un desgaste evidente en el acervo de ideas y metodologías a las que el gigante invertebrado echa mano cuando retoma el ejercicio formal del poder. Repasemos brevemente la historia reciente.
En un proceso macerado a las brasas del 2001, Duhalde y Remes Lenicov sentarán las bases políticas y la consistencia macroeconómica para que (a su pesar) el kirchnerismo fuera la última y más vigorosa versión del peronismo desde la vuelta a la democracia. Menemismo primero y kirchnerismo después, fueron dos expresiones del peronismo (antagonistas en lo político) que se pusieron al frente del “espíritu” de cada una de sus épocas. Épocas distintas, sociedades distintas, políticas distintas, mundos distintos, y expectativas distintas. Y si bien en ambos procesos se gestaron conflictos, fueron metabolizados en un marco de gobernabilidad más que razonable, sobre todo durante la fuerte hegemonía del kirchnerismo, con tres mandatos presidenciales que premiaron su gestión.
En su dimensión política el kirchnerismo fue una corriente interna que logró sumarle, a los poderosos relatos del pasado peronista, una visión del futuro. Una visión alternativa a la que el menemismo había trazado, anudando a la base social peronista que en los 90 votó a al riojano, con otros dos sectores más: la clase media ilustrada y progresista que votaba FREPASO y colapsó con la ALIANZA, y la base social trabajadora (y ya precarizada durante el gobierno de Menem).
En su dimensión económica -sobre todo en la del tramo final- se sostuvo no sólo por la tracción política de sus dos liderazgos, sino por la adaptación obstinada de sus programas, acciones y orientaciones al consumo. Una justicia social eficaz, persuasiva, pero también sostenida con anabólicos que maridaban bien con un ciudadano que el kirchnerismo encontró inventado: el ciudadano degradado a consumidor, para quien la política, como cualquier “servicio” prestado a un consumidor, tiene que “proveer”.
Ese argentino que tras 12 años de romance comenzará a soltarle la mano al kirchnerismo, modelo que comenzaría a mostrar inconsistencias macroeconómicas desde 2012-2013 que fueron traducidas por el gobierno con argumentos más ideológicos que económicos, en una sociedad fuertemente dividida. Donde a diestra y siniestra se daban las operaciones judiciales y mediáticas en su contra. La etapa más jacobina del kirchnerismo comenzaba a agotarse.
En ese tiempo lo emocional comenzaría a ganar terreno por sobre la lógica argumental, en la que el kirchnerismo se sentía más cómodo. 2012 fue el año del estallido de las “auto convocatorias”, con Carrió y Bullrich a la cabeza de la viralización. La historia dice que ese argentino terminará de consumar su divorcio del kirchnerismo aquel en 2015, viendo los globos amarillos al ritmo de Tan Biónica darle paso a la “revolución de la alegría”. En aquellos años, el citizen consumo compró el “cambiar lo que está mal y respetar lo que está bien” del macrismo. Luego volvió a confiar en el “volver mejores” del Frente de Todos. Y ante las consecuencias psíquicas y materiales del confinamiento sumadas a los saltos ornamentales en la pileta del error de ese Frente, terminó apretando el botón rojo con Milei.
Y del golem que preside el país ya hemos dicho, como todos, demasiado. La interpelación es hacia el peronismo, un espacio en el que la derrota debería funcionar como puntapié de una destrucción creativa. Renovar sus cuadros, pero fundamentalmente su acervo de ideas conservando, como sostenía su fundador, lo esencial de los principios doctrinarios para recuperar la sensibilidad comprensiva de los problemas actuales.
Esta no es una cuestión de intelectualismo, sino más bien todo lo contrario. Es recuperar primero, y actualizar después, una doctrina vital que debe volver a ser tomada como hoja de ruta y fuente de interpretación de nuestro pueblo. De no realizar esta actualización, encontrar una conducción será un juego de suma cero. Esta es una deuda que el peronismo no sólo tiene consigo mismo, sino con la Argentina. Es una fuerza política demasiado importante en la historia nacional para tener vocación de mero partido. No se trata de reinventar la rueda ni de plantearse el movimientismo con fraseología museológica. Se trata de recuperarlo como un verdadero activo para cabalgar la evolución.
Como señala un interesante artículo del amigo Abel Fernandez, las estructuras gremiales, políticas y -en menor medida- los movimientos sociales en Argentina han sido influenciadas históricamente por su mayoritaria adhesión a la identidad del peronismo.
Estas organizaciones cuentan con recursos económicos y territoriales por medio de los cuales pueden activar “músculo” para limitar y poner ciertos frenos y reparos al aceleracionismo libertario. Sin embargo su influencia electoral está disminuyendo debido a la desindustrialización y cambios en la naturaleza del trabajo. Encuadran a menos personas dada la fragmentación creciente y los cambios culturales y tecnológicos recientes a los que hicimos referencia al inicio.
Este no es un fenómeno estrictamente local, claro. En realidad, en ningún país del mundo el obrero industrial, sujeto histórico del peronismo, es hoy la mayoría. Ni siquiera en China, el “taller global”. Pero es necesario asumir el modo en que nuestro país se ha ido “latinoamericanizando”: incremento del trabajo informal, sin estabilidad, sindicatos, ni protección legal, que se concatena con un auge de la ética “freelanzer” en las capas más jóvenes.
Porción de la sociedad en la que la mayoría de su población económicamente activa, son empleados informales, emprendedores, cuentapropistas y jóvenes pobres. Esos muchachos y muchachas mejoristas, más allá de las decisiones electorales, han forjado su identidad en enfrentar lo adverso de manera aislada. Encuentran épica debajo de las piedras al, por ejemplo, poder “manejar sus tiempos” en los mares de la informalidad. Vale señalar que el más grande empleador “en negro” es el propio Estado Nacional, con “contratos de locación de servicios” que, como ocurriera en 2016, ahora hacen más fácil al experimento mileísta despedirlos.
El peronismo sigue siendo atractivo para ciertos sectores de la sociedad, pero necesita adaptarse a estas nuevas realidades económicas y laborales. Pero no sólo en campañas de marketing digital o cuando hay elecciones, sino en sus planteos, propuestas y programas para gobernar y resolver problemas. Distribuir riqueza , si, pero también pensar en mecanismos para generarla. Defender el rol del Estado, pero encontrando nuevos y mejores argumentos que esa obstinada vocación soviética -no peronista- donde todo es Estado.
Un peronismo para la Argentina
Juan Perón sostenía en conducción política que:
“Algunos creen que gobernar o conducir es hacer siempre lo que uno quiere. Grave error. En el gobierno, para que uno pueda hacer el cincuenta por ciento de lo que quiere, ha de permitir que los demás hagan el otro cincuenta por ciento de lo que ellos quieren. Hay que tener la habilidad para que el cincuenta por ciento que le toque a uno sea lo fundamental”
Fué Nestor Kirchner uno de los principales intérpretes de esta premisa. En una Argentina atomizada, tras una larga marcha de triunfos y derrotas, llegó a la presidencia y puso la imaginación política peronista a conducir el heterogéneo y balcanizado campo nacional. Tal vez por eso señalaba que “ni los conservadores ni la progresía deben tener la iniciativa política de conducción del movimiento nacional”, debían “estar adentro”, pero no conducir. Ese era el «50% de lo fundamental» que le reservaba al peronismo.
La transversalidad conducida por Nestor Kirchner fue así una respuesta política a un buen diagnóstico: no se puede conducir lo inorgánico. Sus bases fueron un modelo económico claro y ¿una sensata construcción territorial con dirigentes representativos. También hubo espacio para algunas viejas izquierdas y sectores progresistas. Así descolocó a la irreverencia canchera de CQC. Una irreverencia “cool” que no murió, sino que permanece en la actual cultura influencer, refugio de los dos ideologismos que tienen a las discusiones de los grandes temas nacionales de rehén: el progresismo y el anti progresismo. Una reactualización del péndulo.
Entonces, si bien el tiempo de gobierno transcurrido no habilita definiciones apresuradas, está claro que la transversalidad “anti Milei” no debería edificarse sobre las ruinas de ese “progresismo de Estado”, una moral donde lo político se pensó desde arriba hacia abajo, desde el aparato del Estado hacia la sociedad. Ese progresismo que reacciona con huida o negación a todo lo que no puede comprender. Incluso a la propia existencia de Milei. El club del “esto es demasiado horrible”.
Reaccionario y atrapado retóricamente en el siglo XX, ha gestado una forma de habitar la política que permeó en innumerables ámbitos orgánicos e inorgánicos. Una que contribuyó a transformar al peronismo, o en una liturgia de consumo cultural, o en un objeto de estudio, alejando su producción de ideas de los grandes problemas nacionales y desdibujando su lógica de construcción de poder político real.
De esa lógica han nacido múltiples referencias del comentario político actual. Por eso encontramos hoy muchos castillos de lucidez desde donde con actitud “profesoril” se invita a “entender” a Milei, o a “estudiar” a “las derechas”, al peronismo, etc. Se plantea que para avanzar políticamente solo se trata de “saber”. La política sería, en esta forma de pensarla, una dimensión del campo del conocimiento. Un tema del saber positivo. Un modo de abordarla que le quita jerarquía y la convierte en un consumo meramente estético.
En este marco, lo verdaderamente revolucionario en el peronismo es recuperar el sentido común. Y habrá que hacerlo con lo que toca. Ya sin aparatos estatales desde los cuales imponer verticalmente liturgias. Que están viejas, gastadas, y son el camino perfecto para seguir habitando este inconsciente regodeo bifronte: o en la ética esteril de la derrota que sobredimensiona “la novedad” que expresa Milei, o en la masturbación intelectual y moralista de la autocrítica permanente y paralizante.
¿Podrá el peronismo volver a bañarse en la fuente de la juventud?, ¿Habrá aprendido, como enseñaba Néstor Kirchner, que para construir una transversalidad con los actores políticos de esta época debe estar en condiciones de conducirla? . Volver a vertebrar lo existente es, en ese sentido, más importante que componer nuevas canciones.
Sucede que las miradas sobre ideologizadas, o bien no terminan de velar una sociedad que ya no existe cayendo en un enfoque de museo, o bien guían sus interpretaciones por el pueblo que quisieran tener, y no por el que tienen. Si el segundo plan quinquenal de Perón fue distinto al primero, es porque en el justicialismo todo está en movimiento, las ideas también.
En definitiva, lo que este -otro más- escrito intenta advertir es que debería tomarse apunte de una enseñanza de la historia: no contribuir a instalar (otra vez) la idea de que para tener un peronismo exitoso, la solución es desperonizarlo. La cosa es más difícil: hay que actualizarlo.
Otra vez, se trata de recrear un peronismo para la Argentina, y no una Argentina para el peronismo.