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En el folklore medieval y la mitología judía, un gólem -palabra que proviene del vocablo hebreo “gelem”, que significa “materia”- es un ser animado, de forma humana y carente de voz, alma e inteligencia, fabricado por rabinos o magos a partir de materia inanimada, por lo general barro o arcilla.
Borges se había interesado por la tradición filosófica judía y había leído con gran admiración una novela fantástica publicada en 1915 por el vienés Gustav Meyrink, que alude a la presencia del Golem de Praga. En 1958 un largo poema sobre la leyenda del Golem, el muñeco formado de lodo que, por medio de unas palabras mágicas, cobra vida y obedece a su creador. El rabino Judá León de Praga (en su lengua, Judah Löew ben Bezalel) sería el hacedor de este prodigio, que se paseaba por las calles de la ciudad como servidor suyo y protector del ghetto. Obedecía a su amo ciegamente pero sin raciocinio (no sabía hablar) mientras estuviera controlado. En cierta ocasión, el rabino se distrajo y el monstruo causó grandes estragos en las calles de Praga, hasta que aquél lo desactivó y la ciudad pudo descansar tranquila.
Milei camina los arenosos suelos del malentendido entre política y sociedad como un golem argentino. Un coloso de piedra con una misión superior, compuesto de todos nuestros pedazos rotos como país. Un protector que la “gente de bien” creo y entronizó en la presidencia al que, como en las leyendas trágicas, no puede controlar. Un pseudo teólogo que hace política porque la desprecia, lo cual parece ser un objetivo, más que un error.
Con lo que hace un mes definía como su “revolución precoz” plasmada en la ley ómnibus, el hombre que amaba los perros planteó la alteración total de la infraestructura normativa. En ese paso de ballet más tribunero que razonado, el presidente se sometió a un ajedrez desquiciante y televisado, sin tener modo de imponerse. Así despabiló a un oxidado sistema de palancas y artefactos lógicos de articulación de intereses que nos dimos como sociedad, la democracia, que incluye la construcción de acuerdos entre voluntades distintas y hasta contrapuestas. El tan despreciado “toma y daca” de la “casta” es parte constitutiva de un modo de organizar la vida política argentina, desde 1983 a la fecha.
El golem argentino viene a cuestionar todo este modo organizativo con una intransigencia visceral basada en un endiosamiento del individuo. Lo considera justo y necesario, por el previo endiosamiento del Estado que -señala con el ceño fruncido- hicieron sus adversarios.
La intransigencia y su rechazo carnal a la negociación política puede hacernos preguntar si lo del ex panelista es una verdadera novedad, o la infancia misma de lo político. Sucede que en esa patología del hiper individualismo está contenido todo el núcleo de valores que moviliza las emociones del presidente: la negación de lo político. Esa negación, como enseñaba Carl Schmitt, conduce a una praxis de desconfianza frente a todos los poderes políticos y formas de Estado imaginables. La política como actividad queda así degradada como polémica a las limitaciones de la libertad individual.
Sabe que estamos frente a una crisis de los representantes, no de los representados. Pero quizás confía demasiado en que saldrá ileso de la misma, como si todavía lo protegiese el agua bendita impune de los estudios de televisión. Ya hemos advertido el peligro de un estallido de frustración social de consecuencias imprevisibles por acumulación de capas tectónicas de frustraciones sucesivas. En abril de 2023 cuando escribía acerca del delicado arte de escupir para arriba, planteaba que:
“No podemos dejar de destacar el lugar de la colonización pedagógica que, a fuerza de filantropía globalizadora y nuevos modelos de negocios, ha incrementado por mil los esquemas de clusterización, hiper individuación, y autorreferencialidad. Esto, por supuesto, tiene su correlato en el actual esquema de representaciones fragmentarias que erosionaron la representación política. Y decimos “la” política como conjunto -indistintamente del color ideológico- porque hasta quienes copilotean esta fiebre antipolítica para ganar adherentes deberán lidiar con este fenómeno en caso de que tengan responsabilidades de gobierno.
En concreto, lo que decimos es que quienes cabalgan la afiebrada senda de la radicalización escupen para arriba, porque no escapan a la densidad de un clima que los sobrepasará: el agotamiento colectivo marcado por el cúmulo permanente de frustraciones producto de la injusticia social.”
Hasta hoy nadie sabe del todo quienes “no la ven”. La precocidad domina la escena del comentario político: quienes compran féretros anticipados para “la casta” y quienes los compran para el libertarianismo se distribuyen casi en cantidades iguales por metro cuadrado. De a poco comienza a restaurarse ese partido de sordos entre oficialismo y oposición que domina la escena argentina desde hace más de una década . La pregunta entonces no es por la capacidad de aguante ni de la casta, ni de Milei. La pregunta es por la capacidad de aguante de la sociedad.
No obstante, el interrogante que circula entre los profesionales del rumor y los traficantes de información privilegiada es acerca del “take over” de Milei. Sobre esto, decíamos en el último artículo que:
“Las condiciones con las que se llega al poder no son las mismas que aquellas que se requieren para ejercerlo y -sobre todo- mantenerlo. Milei deberá superar, entre todos los obstáculos económicos y sociales que se presentan, uno eminentemente político que hereda de Alberto: se puede ser líder sin ser presidente, lo que no se puede es ser presidente sin ser líder. ¿Doblegará al “killer” calabrés o será usado como carne de cañón para ser metabolizado en el intestino grueso de la casta?”.
Por ahora los hermanos Milei parecen tener el control provisorio de un gobierno de modos políticos rupestres que nació viejo. Sostienen el mando a fuerza de memética, comunicados y likes en redes sociales. Mientras, Bullrich se muestra dispuesta a conducir un macrismo sin Macri, y el peronismo no termina de actualizar el Windows. Y si bien el mileismo no parece consistente en su instalación, sí lo es en su identidad.
El impulso inicial de los muchachos libertarios
Apalancado en el viento de cola de todo vencedor, el gobierno quiso aprovechar los primeros 100 metros de la pista. Fue al frente con un proyecto inabarcable y recibió el revés del Congreso con la soberbia de quien cree tener la razón. ¿Por qué no lo haría, si el impulso libertario movió las capas tectónicas de muchos consensos argentinos?. En este sentido, el estruendo fue lo suficientemente importante como para desempolvar temáticas que una parte de la política y la sociedad daban como saldadas. Es el caso de la última dictadura, cuyo debate toca un tabú fundante del orden político democrático.
Es que los leones, como bien señala Pablo Semán, “tienen varias cosechas a su favor sin que las torres de control y los radares del progresismo lo hayan percibido en tiempo más o menos real, por fuera de reacciones genéricas de huida o de negación.
Es por esto que para los jóvenes que apoyan a Milei, la épica setentista en lugar de ser un activo histórico se constituye en un ancla. En un “relato” de la “izquierda y del progresismo” a quienes miran con recelo como la parte ilustrada del statu quo que, sienten, se convirtió en dogma oficial de Estado. Y creen, en sus simplificaciones ideológicas tan pacatas como efectivas, que “los zurdos” y la casta están agonizando.
Este es el contexto en el que se instala una provisoria realidad objetiva en términos de clivajes e identidades: hoy el anti progresismo es plebeyo y “picante”. El progresismo es una cosmetología más bien elitista, ambacentrista y refugiada en la cultura de sus influencers y comunicadores. Sobre este balance se teje toda la libido de los muchachos libertarios.
Sin embargo, la evidencia histórica es clara: la “comunidad organizada por el mercado” a la que los muchachos libertarios tributan siempre desorganiza al país, y también al mercado. En este marco, construir acuerdos para un capitalismo posible parece ser el desafío de base de una sociedad que tiene una problemática relación con el Estado y con la política, porque la tienen de rehén de dicotomías patológicas que la dividen, confunden y fragmentan. En este espacio se sostuvo siempre que el anti estatismo dogmático es tan nocivo como el estatismo dogmático.
Esta dicotomía resulta dañina para las ansiedades económicas de una enorme porción social. Porción en la que la mayoría de su población económicamente activa, son empleados informales, emprendedores, cuentapropistas y jóvenes pobres. Son estos quienes se educaron en la soledad de enfrentar lo adverso de manera aislada. Eso también es parte de la innovación moral y tormentosa de “la gente de bien”, “los mejoristas” que no quieren que “nadie le regale nada”, por lo menos para trazar una diferencia moral con aquellos que “viven del Estado”, o que simplemente no son argentinos de bien.
Esos que construyen su moral al calor del monotributismo y la informalidad y corren detrás de la inflación, gambeteando los mecanismos burocráticos de un Estado al que lejos de ver un como un activo ven un como problema. Como una mímica obscena y extraña a sus pesares cotidianos, con la sensación épica de dar una lucha desigual y solitaria.
Como bien observa Melina Vazquez ,aparece una afinidad electiva entre la narrativa antiplanera y antipiquetera de los sectores medios y bajos que se articula con los discursos antiprotesta social de los sectores medios y altos urbanos. Para ese pueblo, muy poco se resuelve en el eje izquierda-derecha: hay un reclamo policlasista de eficiencia, de protección, de orden, la búsqueda de una revalorización del culto al esfuerzo y al mérito social deseable.
El nudo
Esos reclamos se enhebran en una intersección temporal con el cuestionamiento al privilegio. Y la grieta vuelve a trazarse sobre polos cada vez más incompatibles. Entre los “mejoristas” y quienes no lo son. Entre argentinos de bien y argentinos de mal. Entre un “especialista en crecimiento con o sin dinero”, y quienes no tienen dinero ni son especialistas en otra cosa que en sobrevivir día a día.
Señalaba en el último artículo que cambian los mozos del bar pero el menú es el de siempre: la polarización de extremos. Este es el verdadero nudo político. La metamorfosis permanente de la grieta, cuya maqueta de funcionamiento opera con la mecánica de una pinza que ataca el sentido común nacional, disgregando, atomizando, y parcelando todo al punto de no poder construir comunidad de ningún modo.
Sólo si la política deja de vagabundear por los extremos la Argentina tendrá una luz al final del túnel. Será difícil reparar el daño si buena parte de la dirigencia decide continuar el movimiento pendular que va del progresismo empalagoso al anti progresismo visceral. El campo opositor debe asumir el concepto de eficiencia en el Estado. Esto implica , para una dirigencia mentalmente conurbanizada, mirar y aprender de otras experiencias a nivel federal. Dejar de pensarlo como mímica, como un espantapájaros que “distribuye ingreso” sin coordinar los mecanismos políticos y operativos para generarlos teniendo como motor de eso al sector privado.
El Congreso: una casa sin cortinas
El destartalado enojo libertario es parte legítima del debate público, pero también un resultado de su generalizada degradación. La calidad argumental se pauperiza en la misma medida que aumenta la adicción de los representantes a la dopamina de su audiencias digitales, fraseología canchera, altiva, autorreferencial, victimista e impotente. Esto se ve de manera clara en el parlamento. LLA es en lo político una suerte de armada Brancaleone con distintas ambiciones, delirios, o -como en el caso de Villarroel- agendas de un grupo totalmente desvinculados de lo «libertario». El resultado en lo parlamentario no puede ser otro que un salto ornamental en la pileta del error, porque queda claro que en política hay algo peor que la crueldad: la inoperancia.
Del lado opositor, los dadores voluntarios de gobernabilidad quedaron asombrados ante la vocación oficialista por la derrota. La labor de Pichetto, el “corregidor” del gobierno, en intentar transformar un pelotero juvenil en una reunión de padres fracasó estrepitosamente. La oposición más “dura”, salvo contadas y honrosas excepciones, participa de esta casa sin cortinas de argumentaciones débiles cuando no impostadas. El Congreso se ensimisma y autonarra, igual que la política.
Es que más allá de su indecoroso final, quien haya seguido de modo atento el debate sobre la Ley de Bases, puede advertir rápidamente dos cosas: la impotencia operativa de un gobierno sin peso legislativo ni territorial y el juego de suma cero que resulta de una oposición sin discurso político. Con gobernadores de peso por ahora demasiado ocupados en no arrodillar sus territorios, y con un peronismo sin conducción y en pleno proceso de reorganización.
Esto atomiza aún más la ultrajada noción de unidad nacional, cuya densidad tiende a disminuir cada día en el juego de supervivencia balcanizante con el que el presidente arrincona a las provincias. Después de todo, el hecho de que el presidente vea a la Argentina como “un lugar”, y no como un país, implica que su integridad territorial no le resulte un problema, pues la “unidad nacional” no apareció jamás como un objetivo de su plan de gobierno.
Esto intentabábamos señalar en meses antes, al decir que Milei ya no es el candidato anti sistema, sino el presidente del sistema que contiene no un “lugar”, sino un país. Ese país que el presidente entrega a las “fuerzas del cielo” tiene -para bien y para mal- sus propias “fuerzas de la tierra”. Tiene componentes que exceden sus condiciones sociodemográficas y su historia económica. Contiene a una sociedad con una tradición, una cultura efervescente pero auténtica, y una idiosincrasia que Milei se jacta demasiado temprano de conocer. Una sociedad a la que se puede convencer en una elección con argumentos que no sirven para gobernarla.
El poder ejecutivo parece estar más enfocado en “exponer a la casta” convirtiendo en opositores a quienes no quieren serlo. “Cazando traidores” al mejor estilo de los más intensos militantes de todas las épocas y épicas. Para tan grandilocuente batalla cuenta con sus milicias, cuya particularidad radica en que son digitales, y como señala el amigo Abel Fernández, aunque sus insultos pueden herir a las almas sensibles, no impresionan a nadie que haya militado un mínimo de 6 meses en política o gremialismo.
El golem argentino, con su intransigencia permanente genera la perplejidad y el desconcierto de todo el arco político. Desnormaliza lo normal, y en Argentina lo normal no es necesariamente bueno. En su relato le gusta presentarse con el sonido espectral de una motosierra que hace “temblar a la casta”, pero en la realidad objetiva lo que tiembla en las calles, ya no de Praga sino de la Argentina, son las reglas elementales del juego político, la convivencia democrática, la integridad nacional, el delgado hilo de la tolerancia social y el poder adquisitivo de la población.