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El cambio de patrón de acumulación durante la dictadura militar, las crisis de deuda, el crujir de la sociedad salarial y los años del consenso de Washington nos dejaron sociedades quebradas y divididas. La matriz sociocultural del país ha sufrido profundas modificaciones. El propio “mundo del trabajo”, que fermentó y edificó la identidad del peronismo, es otro mundo. La articulación que generaba ese mundo se erosionó a manos del aumento de la informalidad, la precariedad y la heterogeneidad al interior de los sectores más pobres del país.
En este panorama complejo, con un occidente en plena decadencia que lleva el nihilismo como destino manifiesto en su frente, la obra de Juan Perón se presenta como una alternativa propia y original para despabilar un músculo mental que parece no recuperarse de un prolongado letargo. Es, por lo menos, un incentivo para abandonar la tara que hoy pesa sobre buena parte del mundo de los politizados: el ideologismo. Ese flagelo que consta de la utilización de la ideología como deporte de riña entre clanes. La tumba de la persuasión. La política como burbuja que trazó una brecha cada vez más amplia con “el afuera” de la política. Un «afuera» que no paró de crecer hasta apretar el botón rojo con Milei; una burbuja de dirigentes y militantes que se quedaron sin sociedad.
En 1972, el CTP (Comando Tecnológico Peronista) publica en el semanario Primera Plana un texto llamado “Documento de Información Doctrinaria para la Juventud”. Allí se habla sobre las deficiencias más comunes que se deben superar en el campo orgánico-metodológico de la juventud, una de las cuales sería el ideologismo. Y señala:
36.— Ideologismo: Es el error de pretender ver con una ideología, correspondiente a otra realidad, la propia situación histórica. Como tal, tiende a cristalizar las formas de lucha dentro del movimiento de masas por importación o por impostación de modelos.
37.— La utilización de modelos errados, o variantes orgánico-metodológicas independientes de la propia trayectoria y experiencia de conjunto, es la consecuencia de la falta de conciencia en la perspectiva del tiempo, y la causa de la impotencia para actuar dialécticamente en el curso mismo del proceso.
38.— La consecuencia de esta desconexión con el grueso del movimiento, lleva al tremendismo verbalista, a la apelación al eticismo, o a la contraposición de las figuras centrales e inseparables de nuestro movimiento.
Es interesante notar, salvando las enormes distancias entre épocas, como esos huracanados vientos de los ideologismos siguen soplando de manera más o menos crónica. Y no necesariamente, o mejor dicho, preponderantemente sobre la juventud.
¿Cómo pensar la Argentina en un partido de sordos cuya falsa y sobreactuada antítesis es hoy progresismo vs antiprogresismo?. ¿Cómo atravesar las mudanzas de los fangosos tiempos que vivimos sin esa “sólida verdad en la que creer” a la que aludía el padre del movimiento?.
Peron creía que la filosofía tenía por misión educar al hombre en su dignidad, que es un concepto bien amplio en su obra, un componente de sentido para vivir. Pensaba que ningún movimiento político importante del mundo podía prescindir de principios axiomáticos y doctrinarios.
Cuenta Claudia Peiró en Infobae que Carlos “Chango” Funes, autor de Perón y la guerra sucia, un libro ineludible sobre el breve tercer gobierno del General, sostiene que uno de los motivos del desencuentro de los cuadros juveniles con Perón fue su escasa formación “justicialista”. Y agrega: “El prejuicio academicista y la censura antiperonista habían privado a toda una generación de estudiantes universitarios, políticos y militares, de un acceso sistemático a la doctrina justicialista (…) Los exponentes de una y otra corriente [liberales y marxistas] coincidían en descalificar al justicialismo ‘como materia no digna de estudio’”.
Sin embargo, el peronismo no se trata de una cuestión profesoril desprovista de lo vivencial. Sino más bien todo lo contrario. Educar en el pensamiento para la acción fue la gran obsesión del general. Es así como aparece “Conducción política” que recoge las clases que dictó en la Escuela Superior Peronista, en pleno ejercicio de su primera presidencia.
El problema es que nuestra actual cultura política, atravesada por el narcisismo y la dopamina del like, nos presenta limitantes al punto de que el arte del hacer, se ha transformado en el arte del decir. La disciplina olímpica del “empezar a verla” hace que el problema de los politizados no sea la carencia de comentarios, sino la sobre abundancia.
La nueva generación de políticos -por lo menos los que cuentan con mayor exposición pública hoy- es una generación de comentaristas y o exegetas sin imaginación política. Porque ante una realidad cada vez más adversa y difícil de transformar se fue ponderando cada vez más la capacidad de análisis de un político, por encima de su capacidad transformadora.
Así es que proliferan muchos castillos de lucidez desde se invita a “entender”, a “estudiar” al peronismo. Se plantea que para avanzar políticamente solo se trata de “saber”. De “leer a Perón”. El peronismo sería, en esta forma de pensarlo, una dimensión del campo del conocimiento. Un tema del saber positivo. Degradado ya a un consumo meramente estético.
Es por eso que el gigante invertebrado va perdiendo sustancia y se ha ido transformando, para una mayoría de la sociedad argentina, o bien en algo oscuro y ajeno, o bien en un empalagoso conjunto de liturgias y ritualismos que se fueron vaciando de sentido y hoy pasaron a ser sellos desde donde se declama una identidad errante y melancólica. Una foto en blanco y negro en la que la sociedad de hoy no salió. La falsa idea de que el peronismo está donde están los símbolos que le dieron origen. En un movimiento justamente la lógica adaptativa pasa por tener la suficiente imaginación política de encontrar símbolos nuevos.
Sin embargo, si existe una dimensión tangible del peronismo se la puede rastrear en los vectores doctrinarios asociados a las prácticas concretas de su fundador. Perón no sólo “la veía”, la “hacía”. Por eso podemos hablar de la obra de Perón como la palabra realizada.
Desde los orígenes del pensamiento doctrinario de Perón, todas sus ideas estaban necesariamente elaboradas y supeditadas a la acción concreta. Tal es así, que busca darle consistencia a la constitución de 1949, legitimándola con un congreso de filosofía que se va a realizar en Mendoza, cuyos lineamientos serán la base de “La comunidad organizada”. Como texto, esta obra en la que colabora fuertemente Carlos Astrada, es producto de aquel discurso de clausura de Perón. El General tenía una metodología de síntesis, por lo cual, prefería hablar al final.
Aquel congreso contó con importantes figuras de la filosofía a nivel mundial como Hans Georg Gadamer, José Vasconcelos, Benedetto Crocce, Karl Jaspers, Bertrand Russell, Juan Pichón Riviére, Rodolfo Mondolfo, entre otros. A ellos, el líder justicialista no va a mencionarles lo que está “pensando”, sino lo que está haciendo con lo que pensó. En este sentido el filósofo argentino Armando Poratti sostenía que los textos de Perón no son nunca meros textos, sino momentos de una acción.
En esta obra Perón no rechaza en bloque a la modernidad. No rechaza la técnica por ejemplo, sino que propone un desarrollo tecnológico que esté acorde con un correspondiente desarrollo espiritual. Y razona que la modernidad capitalista no ha dado lugar a esto. La ideología del progreso técnico afecta la dimensión humana integralmente, haciéndola vagabundear, o por el extremo ingenuo y melancólico de volver a la edad media, y por su opuesto de afirmar un presente sin raíces. La náusea nihilista, el vacío, es lo que los extremos tienen en común.
Por sobre estos dos extremos se erige la tercera posición, donde el verdadero sujeto político es la comunidad. La comunidad se articula por las organizaciones libres del pueblo, que son PREEXISTENTES AL ESTADO. Es en este sentido en el que la tercera posición no es pasiva o “neutral”. Es una posición de lucha contra los extremos, por eso el concepto clave en el pensamiento justicialista es la armonía, una armonía que es un resultado de la conducción de lo heterogéneo.
En su obra nodal, explica filosóficamente por qué el pensamiento justicialista, para ser auténtico, debe tomar distancia de lo que denomina “la tesis del pesimismo”, compartida tanto por el egoísmo liberal como por el materialismo marxista:
“Hegel convertirá en Dios al Estado. De allí derivará la traslación posterior: el materialismo conducirá al marxismo, y el idealismo ya no se acentúa sobre el hombre sino el endiosamiento del Estado con su consecuencia necesaria, la insectificación del individuo.
(…) El individuo está sometido ambos casos a un destino histórico a través del Estado, al que pertenece. Los marxistas lo convertirán a su vez en una pieza, sin paisajes ni techo celeste, de una comunidad tiranizada donde todo ha desaparecido bajo la mampostería.”
(…) Lo que en ambas formas se hace patente es la anulación del hombre como tal, su desaparición progresiva frente al aparato externo del progreso, el Estado fáustico o la comunidad mecanizada. (…) El individuo hegeliano, que cree poseer fines propios, vive en estado de ilusión, pues sólo sirve a los fines del Estado. En los seguidores de Marx esos fines son más oscuros…(…) El individuo marxista sólo vive para una esencia privilegiada de la comunidad y no en ella ni con ella. El individuo marxista es, por necesidad, una abdicación.””
El contexto actual amerita retomar varias preguntas que nos hacíamos en abril de 2023: ¿está en condiciones de interpretar este “espíritu de la época” y volver a “proponer un sueño”?; ¿tiene actualmente la imaginación política necesaria para proponerlo?, y lo más importante, ¿alcanza con encontrar un liderazgo detrás del cual organizarse?, ¿o debería primero recuperar la brújula para no incurrir en otro extravío a la hora de gobernar, si es que logra hacerlo otra vez?.
Es un hecho: todos los intentos por desperonizar el país han fracasado. La máxima de Perón acerca de que para que el justicialismo vuelva a gobernar “todo lo harían sus enemigos” viene cumpliéndose a rajatabla. Pero con un desgaste evidente en el acervo de ideas y metodologías a las que el gigante invertebrado echa mano cuando retoma el ejercicio formal del poder. En este marco el de CFK es, hasta hoy, el último liderazgo de un esquema político conurbanizado donde los mariscales son más escasos que los bastones.
Lo cierto es que la doctrina de aquel general miembro del GOU sigue siendo atractiva para ciertos sectores de la sociedad, pero necesita adaptarse a las nuevas realidades económicas y laborales. Distribuir riqueza , si, pero también pensar en mecanismos para generarla. Defender el rol del Estado, pero encontrando nuevos y mejores argumentos que esa obstinada vocación soviética -no peronista- donde todo es Estado. Defender el rol de los sindicatos, pero modernizar las políticas laborales y darles mayor participación programática en el rumbo del país.
La derrota debería funcionar como puntapié de una destrucción creativa. Renovar cuadros, pero fundamentalmente el acervo de ideas conservando, como sostenía su fundador, lo esencial de los principios doctrinarios para recuperar la sensibilidad comprensiva de los problemas actuales. Salir del atolladero de ser las víctimas constantes, actitud por la cual se ha formado el club del “esto es demasiado horrible”, que reacciona ante la realidad con huida o negación.
¿Podrá el peronismo volver a bañarse en la fuente de la juventud y proponer, ya no el regreso a un pasado idealizado sino la esperanza de un futuro mejor?. ¿Puede empuñar otra vigorosa versión de sí mismo como la que fue el kirchnerismo?. ¿Es capaz de recuperar la imaginación política, ya no para “verla” sino para volver a tratar de “hacerla”?. Argentina necesitará, después del experimento libertario, de una fuerza política capaz de apretar su esfínter para revivirla.
Perón no fue, sin dudas, un militante de la clarividencia, sino alguien que priorizaba el realizar por sobre el “verla”. No era un político que trabajaba de acompañante terapéutico de la crisis, sino que estaba convencido de que el mundo “no vive de buenas ideas, vive de buenas realizaciones”. “Verla” era apenas el momento inicial de la acción política, no un emprendimiento de comentadores del streaming.
A diferencia de la ideología, que es un esquema de ideas sistematizadas, la doctrina del justicialismo fue diseñada como un dispositivo para la acción. Es por eso que el peronismo tampoco es un acto de invocación . Solo basta comprobar que si decimos la palabra “doctrina” 50 veces en un minuto Perón no reencarnará.
A 50 años del paso a la inmortalidad del fundador, la doctrina que nos legó se dirime entre convertirse en una imperturbable pieza de museo y adoración melancólica, o en un conjunto de principios esenciales cargados de futuro junto a otros que deben actualizarse para cabalgar la evolución. Depende de nuestra honestidad intelectual y nuestra valentía generacional resolver ese dilema y encontrar (o reencontrar) un liderazgo que haga esto posible.