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Dos son los interrogantes que configuran la situación política de coyuntura: si el Statu Quo tiene autodefensas para contrarrestar la revolución libertaria, y si el peronismo está en condiciones de ser intelectualmente más agresivo, no sólo para salir de la sumisión ideológica autoinflingida en la que hoy continúa-con honrosas excepciones-, sino para encabezar el día después de mañana. Y no es que uno confunda deseo con análisis político.Más bien, la sensación que apremia se parece más a la ficción en la película “El extraño caso de Benjamin Button”, que al deseo político. En otras palabras, la idea de que el gobierno de Milei “nació viejo” existe en vastos sectores del trabajo y del capital ideológicamente tan disímiles como influyentes en la dinámica nacional.
Además de expresar la voluntad de un importante sector del liberalismo histórico, el DNU se ampara conceptualmente en la “gravísima crisis” recibida y en la debilidad argumental de una dirigencia sumida en una desorientación fenomenal. Dirigencia impotente para refutar ese diagnóstico, con bases inorgánicas ansiosas, y otras con más experiencia, templanza y tradición organizativa.
Es en este sentido en el que advertíamos en el último artículo de noviembre que la precoz narrativa de «resistencia» funcionaría como donación de legitimidad al nuevo gobierno. Una profecía autocumplida de un Milei que ya anticipaba una reacción de quienes “no quieren perder sus privilegios”. Con la misma arbitrariedad que definió quién es casta y quién no, el minarquista encuentra terreno libre -por ahora- para definir qué es un privilegio, y qué no. Y no es que el plan de gobierno no le ponga la alfombra roja a una posible catástrofe, pero toda la puesta en escena de corto plazo de la gestión naciente está diseñada para funcionar como una gran trampa para apresurados que no creen en la máxima de permitir que un gobierno “fracase en paz”.
Así está planteada la nueva grieta entre las fuerzas del cielo y los desatinos terrenales del país que pretenden gobernar. En el mientras tanto el gobierno está usando este corto plazo para producir una identidad que todavía no adquirió, por eso es un error pelear contra un fantasma que se mueve. En este sentido la alteración total de la infraestructura normativa propuesta por el anarco capitalismo aparece como trampolín no sólo para cancelar un proceso de “100 años de decadencia”, sino para hacer emerger un gobierno que no parece tan consistente en su instalación.
El actual poder ejecutivo funda su identidad en un nihilismo propio de la decadencia globalista, hablando mucho más de lo que piensa destruir que de lo que quiere construir. En este punto es difícil saber si Milei cambiará la historia argentina siendo el primer presidente que gana popularidad y gobierna dando frontal y honestamente malas noticias, o si la historia lo pasará por la motosierra a él mismo. Argentina solo es leal a la intensidad, una peligrosa miel que La Libertad Avanza utilizó con eficacia, pero como toda arma de doble filo, puede derivar en que los leones que el libertario vino a guiar se coman al que los guía, y eructen intensidad al final del banquete.
Ahora bien, es indudable que tanto el volumen como la densidad de las medidas plasmadas en el plan de Gobierno dan cuenta de que más que perder una elección pareciera que se perdió una guerra. En esa derrota, la Argentina contemporánea encuentra frente al espejo su propio “Tratado de Versalles” donde el Presidente le da al Congreso la facultad de suicidarse. A su vez, la vanguardista noción que satelita al DNU de “darle a la sociedad un shock de libertad” puede destruir las bases mismas de las relaciones en las cuales se persigue hacer valer la llamada libertad. Es que las bases y principios del DNU invitan a hacer una arqueología de los valores de Alberdi, que no haríamos si no fuese el propio Milei quien le rinde devoción absoluta. Por eso nos preguntamos el 26 de noviembre si este Milei ya castificado en la presidencia sostendría la máxima de su idolatrado. , Quien en “Pequeños y grandes hombres de la Patria”, criticaa Bartolomé Mitre y dice lo siguiente:
“Toda revolución, apenas nace, se hace gobierno, y de no, es simple desorden. Desde que se hizo gobierno, su primer trabajo es hacerse reconocer, lo cual se obtiene por negociaciones, no a punta de espada. Esta es la historia de todas las revoluciones.”
En este marco, el aceleracionismo libertario no sólo se define en su obstinada vocación por tensionar con las máximas de Alberdi sino, principalmente, por toda la performática que rodea al plan de gobierno presentado. Allí las formas de comunicar importan igual o más que el contenido. Un contenido que no tiene nada de improvisado ni de novedoso en sus esquemas conceptuales pero que no hace culto a los procedimientos. Algo que el Santo Patrono de Milei nunca hubiese aprobado, siendo el liberalismo de Alberdi un culto a los procedimientos.
“No la ven” (lado a): las anteojeras libertarias
Hace un buen tiempo (septiembre de 2020) en un artículo que aprovechamos para recomendar intentábamos hacer una “anatomía del liberalismo”. Entre muchas otras cosas allí decíamos que hay un componente estético, moral, un tipo de cultura política que hierve en las entrañas de la sociedad y que erupciona cuando no hay un proyecto que anude la democracia con la economía. Con lo cual, después de la fatal parada en boxes del 2001, todo comienza con el cuestionamiento a “los políticos”, para pasar al cuestionamiento de la economía y finalmente, al sistema de representación que contiene todo lo demás: la democracia.
En ese espejo roto el individuo se ve como medida de todas las cosas. Allí comienza la guerra de guerrillas individuales contra la comunidad. Éxitos y fracasos colectivos se transforman en individuales. La soledad de enfrentar lo adverso de manera aislada. En el artículo citado y publicado hace 4 años nos preguntábamos:
“¿Cómo explicar, si no, esa vocación indomable de los ciudadanos por consumir y autogobernarse de espaldas a cualquier autoridad, ley o racionalidad económica? ¿Cómo explicar el empeño de este sector social por cumplir la imagen que tiene de sí mismo? Vieja fórmula: la política como actividad es la bolsa de arena donde se descarga la frustración. La indignación levanta sus puños de acero para construir una política de la antipolítica. El anticuerpo del anticuerpo. Pero sólo puede consumar el pico de su rentabilidad cuando encuentra representación concreta en un liderazgo que, por ahora, está ausente.
En esa patología del hiperindividualismo está contenido todo el núcleo de valores que moviliza las emociones opositoras actuales: la negación de lo político. Esa negación conduce a una praxis de desconfianza frente a todos los poderes políticos y formas de Estado imaginables. La política como actividad queda así degradada como polémica a las limitaciones de la libertad individual.”
Toda esa cultura fue a la que, destartaladamente, el macrismo había representado. Es decir, hay algo que preexiste al resultado las últimas elecciones, y de algún modo, las explica mejor que el fallido diagnóstico de “corrimiento a la derecha”.
Milei, no es un extraño. Las dos usinas ideológicas que gobernaron los últimos 8 años -principalmente la conducida por Mauricio Macri- fabricaron en serie falsos dilemas y dicotomías laberínticas, que hoy siguen siendo transmitidos en prime time y en el huracanado mundo de las redes. El objetivo es el de siempre: la polarización de extremos. Este es el verdadero nudo político. La metamorfosis permanente de la grieta, cuya maqueta de funcionamiento opera con la mecánica de una pinza que ataca el sentido común nacional, disgregando, atomizando, y parcelando todo al punto de no poder construir comunidad de ningún modo.
La cultura macrista requería del enfrentamiento de extremos. Los tensionaba, para balcanizar el conjunto. De ahí, su rol de guardia pretoriana de “la grieta” como dispositivo de orientación de las conductas sociales. Como método de análisis de la realidad. El duranbarbismo expresaba eso: es un diagnóstico de la realidad, pero es deseo. Meritocracia y autoayuda. Un cover de una banda tributo a la escuela de Chicago. Con una playlist sencilla: individuación extrema y victimismo. La reserva moral para “no ser Venezuela”.
Con la revolución anarco-capitalista estamos viendo algo que si bien es novedoso en muchos aspectos, contiene y expresa mucho de lo que supo liderar el macrismo. Hoy ser progresista no es ya estar del lado luminoso del “bien” para enfrentar al “mal”, esa dicotomía que tenía -también- al país de rehén, y que reemplazó a la otra . Los libertarios son ahora los portadores provisorios de la innovación moral. Son quienes conducen a la “gente de bien” que reflexionó que si el progresismo era “eso”, entonces había que ser gente de bien siendo anti progresista. Pero no hay margen para otro circo sin pan.
Al afirmar que el libertarianismo proviene de ideas que no son ajenas a las tensiones políticas argentinas, decimos que Milei tuvo cabal comprensión sobre “una oscuridad” argentina. De ahí su orgulloso eslogan: “no la ven”. Pero, ¿qué es eso que quienes no tributamos al minarquista “no vemos”?. En el artículo citado ensayabamos una respuesta posible sobre el andamiaje autóctono que sostenía y empujaba al Milei de campaña:
“Jauretche decía que un anarquista era un liberal con 40 grados de fiebre. (…) Pero el minarquista interpretó una oscuridad, le puso nombre a los responsables de las frustraciones de la sociedad y le dio un salvoconducto a esos electores, que fue de la rabia a la esperanza.”
Agregamos, en el artículo publicado en el país digital, previo al balotaje, que “la cultura libertaria tiene sus nodos en las consecuencias psíquicas y materiales de la pandemia, en la precarización de la vida (que se lee también como autonomización) , en la reinstalación de la ilusión de salida individual, en la mímica del “Estado presente”, en la aceleración digital, y en la fragmentación social que resulta del relajamiento de los lazos de solidaridad. En esa parte de la sociedad que, sin esperanza de mejora en su futuro de largo plazo, se zambulló en el corto. En los turbios mares de la épica del jugador, del mesadinerista, donde pibes y pibas prefieren morder de la manzana del casino online, con un mercado laboral que no ha logrado compatibilizar con la mano de obra disponible y con dos gobiernos sucesivos que no pudieron ofrecer un horizonte distinto para ese enclave joven y no tan joven.”
Sin embargo, como bien señala Abel Fernandez, la visión panorámica que Milei tiene de la Argentina es la de un lugar, no la de un país. El materialismo congénito que habita las cabezas liberales los hace tener una perspectiva tan sesgada como la que le atribuyen a sus adversarios. Un marco teórico donde no hay lugar para lo trascendente, sino sólo para lo inmanente y para aquello que genere “valor”. Incluso esto último resulta imposible sin un andamiaje macroeconómico que sustente ese objetivo; andamiaje que está ausente en la cosmovisión libertaria. Para colmo de males, esa vacancia fue ocupada por un mesadinerista como Luis “Toto” Caputo. Es que el arco narrativo del país es tan desopilante que un día el mismo personaje que endeuda a tres generaciones, hoy es mensajero del “recibimos la peor herencia de la historia”.
Este Milei ya no es el candidato anti sistema, sino el presidente del sistema que contiene no un “lugar”, sino un país. Ese país que el presidente entrega a las “fuerzas del cielo” tiene -para bien y para mal- sus propias “fuerzas de la tierra”. Tiene componentes que exceden sus condiciones sociodemográficas o su historia económica. Contiene a una sociedad con una tradición, una cultura efervescente pero auténtica, y una idiosincrasia que Milei se jacta demasiado temprano de conocer. Una sociedad a la que se puede convencer en una elección con argumentos que no sirven para gobernarla. Ya lo dijo un ex funcionario del gobierno de Cambiemos cuando estaba en retirada, allá por 2019: “le ganamos al peronismo, pero nos encontramos con la Argentina”.
En este contexto, el “no la ven” para libertarios está anclado -para mal- en su concepción filosófica del mundo. Una idiosincrasia que parece desconocer que no existe “libertad” en ningún sentido sin un gobierno medianamente estable y una economía consistente, previsible y con capacidad para procesar las crisis lo más rápido posible. Esto último choca de frente con lo que el devoto de Venegas Lynch le prometió a la generación de la inmediatez: prosperidad instantánea, dólares y libertad. Una generación que quizás no tenga el hombro de ningún rabino sobre el cual llorar.
Sin embargo, su discurso presidencial se basó en una narrativa de sufrimiento y castigo que tiene coherencia con su plan de gobierno. Pero la inmediatez odia el largo plazo, sobre todo el que implica ser potencia en “30 años” después de dos gobiernos consecutivos que frustraron expectativas. En ese marco, la esperanza de estar mejor quizás no sincronice con la paciencia social,ue es poca. Poquísima. Y puede resultar que el delicado arte de escupir para arriba desemboque en una paradoja crítica en la despertar leones sea una metáfora de criar cuervos.
“No la ven” (lado b): Las anteojeras progresistas
El lector habitual sabe que aquí ahondamos recurrentemente en el vagabundeo ideológico progresista. Y lo hacemos porque consideramos que sólo trajo confusión y errores de caracterización política (por ende, de acción política). Y este no es un dato menor, porque los sesgos de comprensión política no son dañinos en la mesa de un bar, pero si apalancados en el aparato de un Estado que resultó ser, como nunca, un Estado sin pueblo, con enfoques de política pública orientados por concepciones que descendieron de modo permanente hacia los particularismos, en detrimento de las agendas de mayorías. Y no es que las agendas de mayorías y de minorías sean mutuamente excluyentes. Es un tema de prioridades y errores de ponderación que llevaron a minimizar las quejas políticas de “los otros”, como si esos fueran caprichosos. Por carencia de orientación doctrinaria se los mandó a armar un partido (armaron dos) y ganar elecciones (ganaron dos). Esto, por supuesto, no significa que ni el macrismo ni su versión aceleracionista libertaria sean proyectos viables de país a largo plazo, pero sí que cobran fuerza cuando los gobiernos nacionales y populares vagabundean en materia de orientación ideológica.
Las cacerolas de las clases medias están atravesadas ideológicamente por ese progresismo también precoz, que perdió la batalla cultural y llega desangelado a esta nueva versión de la grieta refugiado en la cultura de sus influencers y streamers. Sucede que la situación nacional es demasiado delicada como para seguir dándose licencias de consumo meramente estético y moralista de la política.
Juan Perón señalaba que la sensibilidad e imaginación es la base para ver, ver es base para apreciar, apreciar es base para resolver, y resolver es base para actuar. Entonces, no se puede actuar sobre lo que no se termina de ver ni comprender. Sucede que las miradas sobre ideologizadas, ya sea que surjan del peronismo más clásico o del progresismo, o bien no terminan de velar una sociedad que ya no existe cayendo en un enfoque de museo, o bien guían sus interpretaciones por el pueblo que quisieran tener, y no por el que tienen.
El desvarío se explica más por la ausencia de peronistas dando debates que por el exceso de progresistas tratando de orientarlos. Esto no debe ofuscarlos, porque no hay vocación excluyente en este diagnóstico, sino que debemos lograr, lo más rápido posible, poner el caballo adelante del carro de una buena vez por todas. Y eso no se hará sin la irrupción de la doctrina como hoja de ruta y sin un verdadero cambio en las cabezas más soberbias y negadoras del progresismo orgánico. El proceso es de abajo hacia arriba, porque es la única forma de construir algo legítimo en un país que puede soportar casi todo, menos la falta de autoridad de quienes lo conducen.
Resulta imprescindible no escuchar los cantos de sirena de aquellos que, por sus ansiedades autorreferenciales, confunden resistencia con organización. Y lo hacen porque omiten la variable fundamental: el tiempo, que es siempre superior al espacio. Porque cacerolear con una sonrisa y registrarlo en una selfie de instagram es un lujo que no todos se pueden dar. Los pueblos no son audiencias de marketing digital. Los pueblos tienen sus tiempos. Es por eso que denunciar la “complicidad” de ciertos sectores con el gobierno es tan apresurado como ponerle el antiflama a cualquier dirigente cuando el propio peronismo está en proceso de reorganización.
En suma, ante el irrestricto derecho al fracaso que todo presidente tiene, y ante la inminencia de que la realidad se imponga como principio ordenador, creemos oportuno cerrar con una cita adecuada:
“Repetidas veces he usado la magna obra de Plutarco cuando enseñaba historia militar en La Escuela Superior de Guerra. Leyendo en ella la biografía de Pericles, aprendí el don de la PACIENCIA. ‘TODO EN SU JUSTA MEDIDA Y ARMONIOSAMENTE’ era el lema de aquel conductor ejemplar. Y esa es la frase que les repito a los ambiciosos y a los precipitados cuando me piden consejos.”