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Contexto
Lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Arrastre del desastre macrista, pandemia, acuerdo con el FMI, inflación imparable, errores autoinflingidos y consecuencias geopolíticas de la Guerra Rusia-Ucrania (donde una forma de ver el mundo está muriendo), suman complejidad a la política interna del frente gobernante en particular, y al destino argentino en general.
Por fuera de la unidad en términos de armado electoral, parece no existir un eje suficientemente ordenador para una gestión gubernamental que no comparte un diagnóstico común sobre los principales problemas que debe resolver. Las permanentes contradicciones, idas y venidas y la ausencia de un discurso político unificador afecta no sólo a sectores de la militancia (cuyas fracciones más emocionales peligrosamente satelitan las ideas del FIT, olvidando que ya no son oposición), sino también a funcionarios/as de gobierno. Por supuesto, esto potencia la incertidumbre y el desconcierto de las bases de sustentación política del gobierno, que están solas, y esperan.
Se dice bajito, pero se dice: la falta de conducción política unificada permea en todos los rincones de gestión. La debilita. La transforma en un ir y venir desorientador. La hace deambular por un posibilismo moribundo. La vacía de discurso concreto y la expone como un permanente «vamos viendo», una cosmetología de la carencia.
Como se sabe, parados en lo esencial de nuestra doctrina, la falta de unidad de concepción acarrea la falta de unidad de acción. Y esto se debe, por añadidura, a la falta de contenido doctrinario que ayude a saldar y sintetizar posiciones. Existe una vocación demasiado obscena por ocupar espacios, pero no para generar procesos. En este marco los desacuerdos pueden ampliarse, o pueden encontrar un mecanismo para dirimirse que no implique el suicidio político de una ruptura.
Hacia adentro, hay una forma preponderante de habitar la política en nuestro espacio que ya cansó. Cansó para adentro y para afuera. Y canso porque funciona como autovalidación del propio pensamiento, como ese lugar de confort que ahorra revisar juicios, paradigmas y posiciones. Claro, es perturbador aceptar que estamos parados en medio de la incertidumbre. Que tenemos cierta orfandad. Desasosiego. Déficit fiscal de conducción política. Que si la vida pandémica nos ha dejado un poco rotos adentro, no tener ese abrazo colectivo del afuera que nos dió la política tantos años vuelve todo aún más tedioso. El peronismo es eso que pasa mientras se esperan los votos de la Matanza, decía este escriba durante los años de macrismo. Hoy es eso que pasa mientras se espera una carta de Cristina. Y naturalmente este indicador del estado del movimiento no es positivo.
El divorcio entre las agendas ideologistas y paganas de buena parte de la dirigencia y los problemas reales de la población parece acelerarse. Cada semana aparecen desvaríos. Algunos son forzados por la complejísima situación global y la tensa situación económica del país, pero otros son saltos ornamentales en la pileta del error. La defensa corporativa de los “kioskos” y las internas sobretelevisadas conspiran contra el ánimo militante. Existe una sensación generalizada de que se transita una etapa donde la administración reemplazó a la política.
La falta de profundidad y sentido nacional en los debates exponen el extravío. La judicialización de la política, el griterío de moralina de periodistas y comunicadores, la repetición constante del esquema grietológico como orientador de los mensajes a la sociedad forman parte de un modelo cultural que también es un modelo mediático de negocios: la espectacularización de la política, la política como circo.
Sería ingenuo no ver que las franjas dirigenciales más organizadas del campo nacional están paradas sobre paradigmas que no se corresponden con las demandas sociales. Por eso hay lugares que no están organizados, demandas que no están representadas y estallan por los márgenes -o podrían hacerlo-. Aquí por ejemplo, se evidencia de manera más pronunciada el problema del progresismo -orientador ideológico principal del gobierno- para entender lo que denomina «derechas». Es un problema casi epistemológico. Es decir, las explica por el resultado de sus acciones, pero tiene una ceguera fenomenal para comprender sus causas. Sus bases y componentes sociales. Los profundos problemas colectivos y sentires que le dan sustento a determinados grupos políticos. Desde Macri a Vox. Desde Trump a Bolsonaro. Desde las colectas de Santi Maratea a la prédica libertaria de Milei, sobre la que hemos hablado aquí.
Este es el mar de fondo en el que la apatía colectiva y el rechazo contra la política se distingue cada vez menos entre las distintas fuerzas partidarias, de modo que aún si las fuerzas opositoras volvieran al gobierno, deberían lidiar con este fenómeno. El problema político nacional es claro: a nadie le sobra representación, porque a nadie le sobran votos. A nadie le sobran banderas, porque a nadie le sobran ideas.
¿Habrá 2023 para el peronismo?
Arquímedes decía: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Entonces, ¿cuáles son los puntos de apoyo con los cuales “mover el mundo argentino”?; ¿Sigue el peronismo siendo el lenguaje colectivo que expresa el horizonte de excitaciones y pasionalismos de la época?; ¿Está el peronismo en condiciones de “proponer un sueño”?; ¿Los soñadores de hoy sueñan lo mismo que les dió sentido a su vida ayer?. Demasiadas preguntas, pero también algunas certezas. Por ejemplo, la certeza de que el problema a resolver no es «multicausal». Es económico – social. Y como decía el gran padre del movimiento «nadie puede solucionar un problema social, si antes no soluciona un problema económico; y nadie soluciona un problema económico, sin antes solucionar un problema político«.
Claro, la tarea de gobernar ya no se limita a “crear trabajo”, sino a algo mucho más complejo. No existe un “punto de apoyo” homogéneo, ni un discurso único con el cual persuadir. La matriz sociocultural del país ha sufrido profundas modificaciones desde el quiebre que implicó la dictadura cívico- militar a la fecha.
Argentina ha sido cruel con las aspiraciones de varias generaciones, porque es ese país que resurge de sus “ciclos”, aunque resurja siempre con más limitaciones, o con más desafíos. Gobierno y Estado asumieron roles diferentes en el último ciclo peronista. Es Duhalde (2002-2003) quien asume la presidencia en un clima donde ya no había espacio para innovaciones ni aventuras. Su presidencia fue hija, no del poder individual, sino de lo que denominó una “concertación patriótica” al estilo del Pacto de la Moncloa español. Los atributos de la asamblea legislativa aportaban la legitimidad gubernamental e institucional de un país devastado que debía recomponer sus instituciones y comenzar a fijar la salida de la convertibilidad y las bases macroeconómicas de mediano y largo plazo. En tiempos de kirchnerismo, desde 2003 hasta 2008, podemos hablar de un proyecto de orden y estabilidad –“quiero un país normal”– donde el aparato del Estado iba detrás de las demandas sociales. Otra etapa fue la que va de 2008 a 2015 –“nunca menos”– donde Estado y Gobierno se pusieron a la vanguardia de la sociedad, y donde la audacia política del liderazgo de CFK marcó otro estilo de gobierno, menos ordenado, pero más “audaz”.
Allá por 2003, con el paso previo de Duhalde y Remes Lenicov, la transversalidad nestoriana fue una respuesta política a un buen diagnóstico: un vidrio roto nunca vuelve a verse igual, aunque lo embadurnemos en pegamento social. En la histórica tarea de formar comunidad, de restaurar el tejido social fragmentado, es de fácil corroboración el hecho de que el sistema de partidos no alcanza para tal fin. En una sociedad movida, ya no por ejes partidarios, sino por causas, la errática narrativa política libra una batalla en el mercado de la persuasión con la vida algorítmica, el discurso oenegeista, el hiperindividualismo, el coaching y la autoayuda.
Entonces, ¿cuál es la hoja de ruta en la que nos miramos?, ¿existe alguna?, ¿cómo representar mayorías en una sociedad fragmentada por doquier?. Insistimos en que la sociedad que habitamos no es la de hace 60 o 40 años atrás, y se caracteriza por multiplicidad de centrales obreras, movimientos sociales con lógicas de supervivencia política bastante particulares, clases medias desencantadas e inorgánicas, organizaciones políticas en distinto estado de maduración, creciente informalidad laboral, influencers, individuación extrema e indignación como forma de habitar cualquier agenda.
En este presente complejo, es prácticamente imposible que un gobierno que pretenda representar intereses nacionales pueda llevar adelante acciones sin incluir a su base social de manera más concreta en la praxis de gobierno. Esto es, convocar a ese pueblo al que representa a sostener y darle densidad política a las medidas necesarias para “mover” el mundo argentino, para lo cual habrá que resistir las presiones del gran verdugo que Macri metió dentro de nuestra casa, el FMI.
UPDATE PARA EL PERONISMO: ¿Con quién discutimos?
El tan repetido “corrimiento a la derecha” del pueblo es un diagnóstico prestado, alimentado mediáticamente por usinas afines, pero sin anclaje en la realidad concreta de un pueblo cuyos dilemas son otros. Esa forma de analizar la realidad hizo historia cuando el padre de la Hiperinflación, Raúl Alfonsín, decía cosas como “Si la sociedad se hubiese derechizado, lo que la UCR debe hacer es prepararse para PERDER elecciones”. Y se sabe que en política lo importante no es tener razón, sino tener éxito. Y el éxito se logra con conducción política de mayorías, no de minorías esclarecidas acompañadas por una clase media extraviada, sobreinformada, con cuyos intereses trabaja el modelo de negocios periodístico que forma opinión.
En este punto, las miradas sobreideologizadas, o bien no terminan de velar una sociedad que ya no existe cayendo en un enfoque de museo, o bien guían sus diagnósticos por el pueblo que quisieran tener, y no por el que tienen. Argentina es un país de empresarios ricos, pero con empresas pobres. Un país con sindicatos fuertes -en comparación al resto del mundo-, pero que tiene también a una enorme mayoría de trabajadores precarizados y/o fuera del sistema. Un país donde Marcos Galperín representa el modelo de empresario exitoso, y desde el campo nacional se le opone Grabois, que se muestra como el representante de “las víctimas” de su modelo de negocios.
El mundo del trabajo ha cambiado significativamente y se avecinan transformaciones y asechanzas que el peronismo debe estar en condiciones de discernir y resolver, o el liberalismo las resolverá a su modo. Por eso, desde el peronismo debemos discutir, no con “la izquierda” o con “la derecha”, sino con el liberalismo que recorre todas las terminales nerviosas del planeta, pero que en Argentina asume una fuerte identidad antiperonista. Y el antiperonismo porta desde siempre una mentalidad rentista que recorre desde el núcleo duro cambiemita y la prédica libertaria, hasta las franjas del radicalismo más extraviado. Una mentalidad enemiga del ideario de producción, trabajo y desarrollo que el gobierno debe emprender y sostener.
Hay discusiones urgentes en nuestras narices. Por ejemplo, es necesario discutir la idea de que personas libres «aprovechan su tiempo libre» para hacer este tipo de trabajos “libres”. La eliminación de intermediarios (trabajadores, sindicalistas, “punteros”, todos forman parte del radar), el esfuerzo individual y el parcelamiento social son los ejes del único paradigma posible del modelo liberal. No obstante, el paradigma liberal del emprendedurismo parece más realista y tangible para el electorado que el idealismo sobre el Estado de Bienestar que habita las mentes de buena parte de la militancia. El péndulo de la discusión sobre el rol del Estado va de su reducción al mínimo a la compulsión intervencionista. La falta de imaginación política es lo que ambos extremos tienen en común. ¿Alguien se está preguntando, en esos extremos, como hacer la intervención estatal más eficiente sin reducirla al mínimo o sin tener una trasnochada compulsión soviética donde “todo es Estado»?.
La pregunta es, siendo el principal eje ordenador de una sociedad, ¿cómo se genera y se organiza el trabajo en este contexto?; ¿cómo se pasa de un modelo asistencialista a un modelo de producción, aún con las tremendas limitaciones que impone la realidad local?. La insistencia de Néstor Kirchner por planificar tenía que ver con el principal objetivo de un modo peronista de gestionar: lograr superávits gemelos (fiscal y comercial). Administración del comercio exterior, pero también un tipo de cambio competitivo. Inversión pública, pero también mayor recaudación. Crecer, pero con distribución del Ingreso. Estado, pero también condiciones de rentabilidad para el mundo privado. Kirchner, pero también Duhalde y Remes Lenicov. Allí siempre late una pista que nos permita salir del posibilismo, y administrar tensiones eligiendo las batallas a dar para ampliar el horizonte de lo posible.