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Comenzamos advirtiendo a los lectores y lectoras no habituales de este blog de una práctica frecuente: citar fragmentos de artículos anteriores. Aclaramos que no se trata de un recurso autorreferencial, ni de una ensañamiento con ciertas temáticas, sino de una humilde obstinación de vocación política para analizar los problemas que afrontamos desde una óptica distinta a la del mainstream del comentario político profesional .
En este espacio hemos hablado mucho y muy tempranamente de Javier Milei, que no es lo más importante ahora. Desde entonces, defendemos la idea de que nos encontramos ante un epifenómeno de crisis de mayor relevancia. Un objeto, más que un sujeto de la política. En abril de 2019, decíamos:
“En tanto no (re) surjan los anticuerpos, contraargumentos y esquemas de interpretación argentinos para los problemas argentinos que nos saquen de la consigna cliché y del progremenudeo de redes, la representación política estará tan viciada y corroída que la antipolítica evolucionará a una versión mucho peor que la actual y echará raíces en nuestro suelo de manera cuasi permanente, y ya no sólo como trending topic, sino como escarmiento «ordenador» popular a un estado de cosas demasiado licuado, propio de la anomia.”
Lo más preocupante, desde años atrás, no era en sí la figura de Milei sino los principales cambios sociales; problemas y pesares colectivos que explican su emergencia política, electoral, y cultural y que el peronismo y el campo nacional en su conjunto no pudo interpretar ni asimilar. Por eso, advertíamos en ¿Inventar la rueda?: Néstor Kirchner en el espejo que este peronismo puede dejar de ser electoralmente competitivo -también- porque la morfología de las clases medias y populares y su relación con “lo público” (que engloba política, Estado y representación democrática) se modificó de un modo en el que el gigante invertebrado no pudo interpretar del todo. Desde el fallido diagnóstico sobre la “derechización” social, la cuestión de los tercios electorales (desde el año 2019, hasta el 2023), hemos analizado casi todos.
Hemos dicho en reiteradas oportunidades que en una sociedad que no quiere que el tema central de su vida sea la política, el problema que tenemos los politizados no pasa por la falta de comentarios, sino por el exceso. Aún de comentarios inteligentes, que hay muchos, pero no distinguen entre sociología, literatura y posibilidades electorales.
Si en 2021 denominamos “politización fast food” al modo de persuasión que implica respuestas simplistas a problemas complejos, donde prima la dictadura de la novedad (de la que también hablamos en ese artículo), el análisis político también está preso de estos fenómenos. Esto ha llevado a alejarse del más elemental de los sentidos, y a padecer la compulsión de caracterizar todo lo que sucede bajo los posicionamientos políticos como “de derecha”, “de izquierda”, y otros extravíos analíticos que llevan a falsos diagnósticos.
¡Parece que el fenómeno Milei es policlasista! Una verdadera novedad para quienes han etiquetado hasta el cansancio “la derechización” de todo lo que hace sombra. Han olvidado que por fuera de la fauna de “orgas”, pasillos ministeriales, culebrones, off the records, y rosca de café existe una mayoría social más preocupada por la supervivencia cotidiana que por un intercambio de Twitter. Que trabajadores de Rappi votan a Milei.
El vagabundeo ideológico del progresismo
Demasiados años de gerenciar una suerte de RENAPER dedicado a repartir DNI “de derecha” a quienes abiertamente se ubicaban en los bordes ideológicos más obscenos, y también a todos aquellos que presentaban una disidencia contra cierto statu quo ideológico y cultural. Esta empresa comandada por un arrogante e iluminado progresismo, produjo un efecto contrario para quienes quedaban afuera del lado luminoso de “los buenos”, de ese statu quo biencomido y bienpensante. Estos sectores señalados por el progresismo “del bien” empujaron un proceso de identificación masiva y silenciosa en las pantallas por parte de quienes eran marcados por la sofocante corrección política. ¿Resulta tan raro que habiéndolos invitado a “armar un partido y ganar elecciones”, hayan ganado semejante contienda?
Hay un cansancio con la situación material de los ingresos que -si se tienen- se evaporan. Hay un cansancio sobre el nivel de inseguridad creciente. Pero también hay una reacción a una cultura política que agotó, para adentro y para afuera. En relación a esto en 2018, decíamos en en el artículo Apuntes sobre agenda y representación política, que resultaba urgente:
“abandonar la cosmovisión del progresismo culposo a la hora de vincularse con valores como el orden, la seguridad, la movilidad social ascendente con dinámica de méritos deseables para la realización de la comunidad (trabajo, esfuerzo, dedicación) y demás cuestiones que hacen a la representación de mayorías sociales. Es que el peligro de todo seudoiluminismo es el de romper los puentes con la idiosincrasia de buena parte (la suficiente) de la sociedad, esa que a nivel local no siempre transita las calles de la ciudad-puerto. Porque claro, los pueblos tienen sus biografías, sus trayectorias, sus necesidades. La película no empieza cuando uno se sienta a verla.”
Hace rato nos contamos las costillas por la falta de debate profundo sobre estas cosas. Nos guste o no, el peronismo de esta etapa se transformó en una liturgia. En el libro comprado y no leído de clases medias. En un consumo cultural. Recuperar la senda doctrinaria es difícil, pero no imposible. Suspender la cancelación a quienes hace años pretenden hacerlo, es clave.
Panic Show a plena luz del día
Hubo dos dirigentes políticos enfrentados que supieron ver lo que venía. Una es Cristina, quien desde 2016 viene haciendo referencia al peligro de defraudar los intereses de los representados, particularmente enfoca el problema analizando la victoria de Trump. La citamos a ella en el artículo del 2021 ¿Cómo evitar una crisis de representación? y también en La última oportunidad, del mismo año. El otro que vió lo que venía es Macri, que de hecho, fué el gran ganador táctico de 2023, hasta ahora. .
Ambos protagonistas de los últimos 12 años de la política Argentina, en el que tomaron las principales decisiones. Tiempo en el que comienza a emerger Milei de la mano de la sobreexposición mediática, surgiendo como una tercera vía, apedreando a diestra y siniestra contra “la casta política”, y comenzando a transitar la ancha avenida del borde en el que iba quedando gran parte de la sociedad blue. En abril de 2022, en Orden y progres(ismo): el laberinto del 2023, decíamos:
“Llevado a un plano más general, una buena parte de la sociedad se muestra cada vez más hostil con el «empate» del clivaje tradicional de la política argentina, esto es, el empate entre las dos identidades más representativas del debate nacional: peronismo y antiperonismo, o «la casta» según la precaria pero efectiva simplificación de Milei. Ambos deben mirar hacia afuera de sus nichos si quieren ganar en 2023. E. (…)El problema político nacional es claro: a nadie le sobra representación, porque a nadie le sobran votos.
Allí también señalamos que:
“Si el paradigma liberal (ofrecido en su versión moderada, menos moderada y ultra) parece más realista y tangible para una buena parte de la sociedad que el idealismo sobre un modelo de Estado de Bienestar que habita las mentes de buena parte de la militancia pero que no se traduce en la realidad concreta, ¿no es hora de revisar posiciones?.
El péndulo de la discusión sobre el rol del Estado va de su reducción al mínimo a la compulsión al intervencionismo automático y torpe. La falta de imaginación política es lo que ambos extremos tienen en común. ¿Alguien se está preguntando, en esos extremos, como hacer la intervención estatal más eficiente sin reducirla al mínimo o sin tener una trasnochada compulsión soviética donde “todo es Estado»?.”
Un mes antes, para marzo de 2022, en un extracto de El peronismo está desnudo: el peligroso laberinto de la falta de doctrina, señalábamos la necesidad de un UPDATE PARA EL PERONISMO, advirtiendo que:
“El mundo del trabajo ha cambiado significativamente y se avecinan transformaciones y asechanzas que el peronismo debe estar en condiciones de discernir y resolver, o el liberalismo las resolverá a su modo. Por eso, desde el peronismo debemos discutir, no con “la izquierda” o con “la derecha”, sino con el liberalismo que recorre todas las terminales nerviosas del planeta, pero que en Argentina asume una fuerte identidad antiperonista.”
Este Panic Show a cielo abierto trajo una grave crisis de autoridad. En abril de este año, en ¿La sociedad se corrió a la derecha o el peronismo se corrió de la sociedad?, hablábamos de cómo comenzaba a crujir el principio de autoridad, y cómo el agotamiento social empezaba a evidenciarse de maneras rudimentariamente transparentes.
Se trata de un principio de autoridad roto, a niveles obscenos en los esquemas burocráticos de diversas organizaciones donde circula el poder. Es que los esquemas están unidos con el pegamento más endeble del mercado: relaciones principalmente personales, amiguismos, prescindiendo del más elemental mérito profesional que susurra Max Weber cuando define al modelo burocrático como idealmente, el modelo organizativo más racional y eficiente del capitalismo. Se naturalizó que el que manda, lo haga solo por portar información privilegiada y nada más.
La pérdida de debates serios sobre temas relevantes tales como, la inseguridad, la justicia, el funcionamiento de los servicios públicos, alimentó un retroceso masivo del principio de solidaridad. En efecto, en el contexto de las PASO del 2021, sugeríamos que:
“lo político experimentó el descenso permanente de hacia los particularismos, en detrimento de las agendas de mayorías, lo que ha generado un deterioro fenomenal en el enfoque de las políticas públicas, que le han quitado prioridad al abordaje de los macro conflictos para orientarse a los micro conflictos. Desde estas anteojeras ideológicas, cada componente de la sociedad amerita una atención específica que se relaciona con su vulnerabilidad histórica como minoría. Y no es que las agendas de mayorías y de minorías sean mutuamente excluyentes. Es un tema de prioridades.(…) La orientación de muchas políticas priorizó el sostenimiento de ciertos vínculos identitarios pero en un antagonismo directo con el territorio común, que es el que verdaderamente está agobiado por problemas estructurales de una Argentina que más que resolverlos, los arrastra hacia adelante.”
En el mismo sentido, observábamos que:
“Hay discusiones urgentes en nuestras narices. Discusiones que están dándose hace rato sin que el peronismo pueda participar de modo constructivo porque, o bien las desconoce, o bien reniega de su existencia. Sucede con el fenómeno libertario, que funciona en espejo de lo que sucede con el peronismo. Es decir, Mieli está creciendo en representar ese tercer tercio que no estaba siendo representado por ninguna propuesta.«
La sociedad blue
Hasta acá, se dijo ya demasiado cómo la mayor parte de la dirigencia política, y el mainstream engrietado que oficia como su satélite, perdieron el termómetro de la calle para representar y para comprender, y se hablaron a sí mismos durante demasiado tiempo.
El último precedente de cómo la política perdió ese registro remite a cuando vió pasar la caravana de todo un país campeón, que se mostró ajeno a su narrativa. Los campeones le escaparon a “la política” como a la peste. Es, no hay dudas, un rasgo de época. El 12 de abril de este año, en “La libertad avanza…¿hasta el ballotage?”, decíamos:
(…)La figura rockstar antisistema que trabaja Javier Milei gana lugar entre franjas juveniles urbanas porque no les vende que es necesario el sacrificio por el otro. (…)Pero no solo la juventud es imantada. Hay que señalar también que en el arca de Noe libertaria habitan biografías marchitas, mentes rotas por la urgente necesidad de reconocimiento, lógicas plebeyas de clases medias bajas que no encuentran abrigo ante su siempre eventual desclasamiento. “Buscas” de la economía informal con redes sociales. Los copitos cómo alter ego de toda una forma de informar(se) y politizar(se). La influencia cultural libertaria nace, entre otras fuentes, de un mundo digital donde la “pospolítica” y el discurso “anti casta” circula por los tejidos nerviosos de toda una comunidad de youtubers, influencers, fandoms, etc.
El streaming y las tecnologías asociadas al electorado más joven (el 90% de las búsquedas en YouTube son hechas por menores de 30 años), alimentan nuevos modos digitales de circulación de la información y de construcción de discursos e identidades en la conversación pública. La politización fast food que habilita la red (de la que he hablado en este artículo) se combina con el lugar de confort que caracteriza la subjetividad indignada de la red: los usuarios negocian el simplismo de la inmediatez por reconfirmación permanente en la propia creencia. Esto favorece la radicalización de las posturas, que es vendida por quienes comandan ideológicamente estos espacios como una “épica anti casta política”.
Es así como un youtuber asociado al discurso “irreverente” y “anti progre” como Emmanuel Danann, tiene más de un millón trescientos mil suscriptores en YouTube; Agustín Laje, de la misma fauna ideológica, casi un millón cien mil; “El Presto” -con un enfoque más border- o Nicolás Marquez, tienen más de trescientos mil. Influencias de esta índole, sumadas al consumo irónico de ciertos tópicos y personajes del ultraderechismo de salón, más los algoritmos de “recomendaciones” de teorías conspirativas, son determinantes en la creación de atmósferas, climas y ciclos de conversación que “prenden” en ciertas audiencias.
Decíamos el 6 de agosto de 2023, previo a las PASO:
“Del otro lado, un Larreta demasiado acostumbrado a administrar la abundancia porteña en el país de la escasez y a control remoto de la consultoría; una Bullrich que se habla encima enamorada de su narrativa de Ministra de Seguridad subida a las corrientes de opinión de la moda del manodurismo; un Milei que es extremadamente real para buena parte de los desilusionados -y enojados-, ya que es un epifenómeno de la crisis y expresa mejor que nadie un lema poco mencionado: votar es -también- castigar. Por esto último, el libertario es más un objeto de la política con el que todo el mundo amenaza (la oposición al plantear aliarse, el oficialismo al plantear contrariarse, el mismo al plantear dinamitar todo, y el propio electorado al plantear votarlo), que un sujeto de la política.
Es en este marco en el que algunos profesionales del comentario político repiten monolíticamente un jingle pegadizo: existe, para todos ellos, una “derechización de la oferta política”. Claro, esta muletilla es más elegante que hablar de derechización de la sociedad. Sobre el tema hablamos largamente en este espacio, y concluímos en que plantear que la sociedad se derechiza es querer tapar el sol con el dedo: es la dirigencia -principalmente la peronista- la que perdió el termómetro de la calle para representar, abandonando las agendas de mayorías, y se habló a sí misma durante demasiado tiempo.
(…) Lo importante de esto es que en nuestro país, la consolidación del Frente de Todos implicó la diáspora de los “partidos del No”: No a Macri, No a Cristina, No al peronismo, No al pasado. Y ninguno de esos espacios pudo ganar por sí mismo. Dependió de los candidatos, porque la política es personal. 2023 no será la excepción, y las elecciones celebradas hasta la fecha parecen evidenciar que los votantes eligen a personas, y no a aparatos, consignas o proyectos. Por eso el peronismo debe ofrecer un “Si” que supere el argumento monolítico de evitar la vuelta de los verdugos.
En ¿Quién para un programa de gobierno?, señalamos:
(…)Decíamos allá lejos, en 2018, cuando el proyecto liberal comenzaba a mostrar sus inevitables fisuras, que el decaimiento de la imagen de Macri no debía ser el árbol que tape el bosque del análisis. (…) En este marco, cuando se ha profundizado un cuestionamiento evidente a la estatalidad como modo más eficaz o “racional” de organizar el principio de solidaridad social, los misiles vienen desde diferentes polos. Desde el el factor Milei, que no expresa una corriente política en sí, sino una corriente crítica de la política, es decir, un epifenómeno de una eminente crisis de representación, hasta el fenómeno Maratea que, más allá de sus implicancias “contables” para administrar dinero de las donaciones voluntarias, también tiene contornos por medio de los cuales la política es cuestionada indirectamente. ¿Qué tienen en común Milei y Maratea? que ambos replican el diseño organizativo inaugurado por el PRO: se dirigen a individuos antes que a grupos. Y aquí hay algo para investigar y comprender, en una Argentina atomizada que deberá encontrar un liderazgo posible en donde depositar sus vilipendiadas esperanzas. «
Los que votaron a Milei
¿Son dolarizadores? No, ni tampoco creo que tengan vocación antipatriótica de reemplazar sanmartines por Franklines, sino probablemente quieran tener sus ingresos en una moneda estable. ¿Es un voto bronca?. Relativo. Pienso que de no existir el voto a la libertad avanza como catalizador de la bronca y el enojo social para un domingo muchos llegaron acumulando y acumulando, quizás el crimen de Morena habría dado paso a un escenario aún más complejo que el actual. Así que no parece haber crisis de representación, sino crisis de algunos representantes. No es el caso, justamente, ni de Milei ni de sus votantes.
Milei se posicionó para suficientes personas, como “el tipo que tiene razón”, porque hoy tiene razón quien está enojado. Milei es el único político que está enojado y es agresivo. Intolerante. ¿Que esperábamos de toda esta maraña? ¿uno que pidiera turno en ANSES para quejarse, o uno que hable a los gritos? Una piña anunciada. Un tercio que con o sin Milei considera que no va más lo que discuten y habitan los otros dos tercios. De las 11 millones de personas que no fueron a votar no pueden hacerse conjeturas muy distintas.
A los gritos Milei usa la última épica argentina del que se vayan todos. Sabe que es infalible en la memética y en un contexto de ira y frustración le aporta credibilidad a su narrativa, una narrativa que mete el dedo en la llaga de una sociedad atada con alambre desde 2001, con picos de bienestar hasta el año 2012/13. El maniqueísmo de la polarización tiene en Milei su hijo sano.
Y quizás ese elector no vuelva a acompañar a Milei en octubre, nadie lo sabe. Y ahora menos. Pero lo que es seguro, es lo que sintió el elector de Milei después del domingo: que su voto importa. Importa al punto de que puede opinar sobre política cuando todo el sistema lo llama antipolítica. Al punto de que pudo expresar en una urna para dar lo que hasta entonces sólo había sido internalizado, o vivido como una experiencia privada.
No se requieren más educadores. Cansaron, y de tanto educar con el bien y el mal también trajeron a los libertarios, que votan contra el bien y contra el mal, quizás no pudiendo distinguir ya a ninguno de los dos. Votar es castigar. A todos. Incluso a los politizados y sobreinformados que no sólo no vimos a un Mieli ganador, sino que tampoco vimos el tremendo vendaval de humo y pauta que era Horacio Rodriguez Larreta, en términos de representación nacional. Y que no debiera estar muy motivado para aportar a la campaña nacional de su fuerza.
Final abierto: nadie perdió nada (excepto Larreta)
¿Derecha o derechos? No, tampoco lo mueve a Milei ese argumento, que no parece conmover más que a un nicho de trinchera, al que le sirve para resistirse a revisar su posición ideológica, pero no para ganar. Ningún repartidor de Rappi tiene miedo de perder el aguinaldo, porque simplemente nadie puede temer perder lo que no tiene. El aluvión zoológico de la informalidad que arriesga no le teme. Porque la patria informal está sublevada con Mílei, no con Grabois.
La clave será aprender a llevar una campaña descentralizada (que bien utilizó Milei en su favor), no intentar institucionalizar nada ni atribuirse de lo que surge de modo espontáneo. El mejor activo de la campaña de UxP -y en menor grado, también de la de JxC- es el propio Milei. A su vez, la espontaneidad y la iniciativa descentralizada serán mucho mas relevantes que la actividad militante orgánica. Viene sucediendo. Desde artistas vinculados al “voto joven” que hoy está en disputa, hasta personas que con enorme creatividad generan contenidos en redes sociales.
Como bien recuerda mi amigo Abel Fernandez, «no hay nada como un buen susto pa´ despertar un mamado» decía el Martín Fierro. Ahora este Milei anti casta que quiere a Macri Blanco Villegas de Canciller, y en competencia “por los cargos”, comenzará a desmarvelizarse, y enfrentará el mismo problema que ya enfrentaron Unión por la Patria y Juntos por el Cambio: crecer por fuera de su núcleo duro.
La campaña del oficialismo no fue mala, fue mala la gestión. Y es por eso que la chance más importante para Sergio Massa pasa por cosas que dependen de él y cosas que no. Las que de él dependen, son usar la lapicera a la velocidad de la luz para recomponer ingresos, mantener su imagen de templanza y serenidad, y rodearse de la representación territorial que no se rompió del todo (intendentes y gobernadores). La que no depende de él, es quizás la más importante: que la mayor parte del país no salte al vacío, ni de lo muy nuevo (Milei), ni de lo muy viejo (Bullrich).