10

Trabajadores para mover el mundo argentino

Tiempo de lectura 9 minutos

“Cuando te quejás de la CGT no podés reconocer que, nos guste o no, son ellos los que hoy representan a los trabajadores. También caésMiedo de que te confundan, porque creés que la individualidad te va a preservar. Pero no te olvides que pertenecemos a una generación que siempre creyó en las construcciones colectivas. La individualidad te pondrá en el firmamento pero sólo la construcción colectiva nos reivindicaráequiparar a la CGT con Barrionuevo. Sería como equiparar a los empresarios con Martínez de Hoz. (…) Ser intelectual no significa mostrarse diferente, tal como ser valiente no implica mirar a los demás desde la cima de la montaña (…) creo que vos y yo no pensamos tan diferente, sino que tenés miedo. Miedo de que te confundan, porque creés que la individualidad te va a preservar. Pero no te olvides que pertenecemos a una generación que siempre creyó en las construcciones colectivas. La individualidad te pondrá en el firmamento pero sólo la construcción colectiva nos reivindicará frente a la historia. Al fin y al cabo todos somos pasantes de la historia.”

Néstor Kirchner a José Pablo Feinmann


El sindicalismo, modo organizativo mayoritario de los trabajadores argentinos, tiene una estructura de 3.500 organizaciones con convenios que protegen los derechos de 10.000.000 de trabajadores y trabajadoras, y que tras décadas de deterioro de la asistencia pública de los malos gobiernos, cubren la atención de la salud de 20.000.000 de hombres, mujeres y niños de nuestra patria.

El nexo más próximo con el mundo del trabajo son los más de 70.000 delegados y delegadas de base que todos los días actúan como una valla para impedir abusos patronales en las fábricas, comercios y oficinas de todo el territorio nacional, promueven la ayuda mutua, la cultura, la capacitación laboral, el turismo social. Todo esto en una época demasiado preocupada por exaltar los valores individualistas.

He usado la metáfora en varios escritos. Pero aplica, una vez más, para significar el rol del trabajador en la Argentina de hoy. Arquímedes decía: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Hoy se sabe que para mover el mundo argentino primero se debe tener un claro diagnóstico del problema. Y el problema a resolver no es «multicausal». Es económico – social. Como decía el gran padre del movimiento «nadie puede solucionar un problema social, si antes no soluciona un problema económico; y nadie soluciona un problema económico, sin antes solucionar un problema POLÍTICO.«. Tener una mirada real sobre el mundo real es el principal desafío.

Claro, la tarea de gobernar ya no se limita a “crear trabajo”, sino a algo mucho más complejo. No existe un “punto de apoyo” homogéneo, ni un discurso único con el cual persuadir. La matriz sociocultural del país ha sufrido profundas modificaciones desde el quiebre que implicó la dictadura cívico – militar a la fecha. El propio mundo del trabajo, que fermenta y edifica la identidad del peronismo, es otro mundo. 

Señalamos en “Atravesar el desierto” que las estructuras gremiales, políticas y -en menor medida- los movimientos sociales  en Argentina han sido  influenciadas históricamente por su mayoritaria adhesión a la identidad del peronismo. 

Estas organizaciones cuentan con recursos económicos y territoriales por medio de los cuales pueden activar “músculo” para limitar y poner ciertos frenos y reparos al aceleracionismo libertario. Sin embargo su influencia electoral está disminuyendo debido a la desindustrialización y cambios en la naturaleza del trabajo. Encuadran a menos personas dada la fragmentación creciente y los cambios culturales y tecnológicos recientes.

Este no es un fenómeno estrictamente local, claro. En realidad, en ningún país del mundo el obrero industrial, sujeto histórico del peronismo, es hoy la mayoría. Ni siquiera en China, el “taller global”. Pero es necesario asumir el modo en que nuestro país se ha ido “latinoamericanizando”: incremento del trabajo informal, sin estabilidad, sindicatos, ni protección legal, que se concatena con un auge de la ética “freelanzer” en las capas más jóvenes. 

Porción de la sociedad en la que la mayoría de su población económicamente activa, son empleados informales, emprendedores, cuentapropistas y jóvenes pobres. Esos muchachos y muchachas mejoristas, más allá de las decisiones electorales, han forjado su identidad en enfrentar lo adverso de manera aislada. Encuentran épica debajo de las piedras al, por ejemplo, poder “manejar sus tiempos” en los mares de la informalidad. Vale señalar que el más grande empleador “en negro” es el propio Estado Nacional, con “contratos de locación de servicios” que, como ocurriera en 2016, ahora hacen más fácil al experimento mileísta despedirlos.

El peronismo sigue siendo atractivo para ciertos sectores de la sociedad, pero necesita adaptarse a estas nuevas realidades económicas y laborales. Y el movimiento de trabajadores organizados tiene en esto un rol fundamental. Distribuir riqueza , si, pero también pensar en mecanismos para generarla. Defender el rol del Estado, pero encontrando nuevos y mejores argumentos que esa obstinada vocación soviética -no peronista-  donde todo es Estado.  Defender el rol de los sindicatos, pero modernizar las políticas laborales y darles mayor participación programática en el rumbo del país.

Insisto  en que la sociedad que habitamos no es la de hace 60, 40 o 10 años atrás, y se caracteriza por: multiplicidad de centrales obreras, movimientos sociales con lógicas de supervivencia particulares, un esquema impositivo regresivo y vetusto, una clase política que se habla y se narra a si misma, confundiendo política con comunicación, clases medias desencantadas e inorgánicas, jóvenes acechados por la cultura ludópata, un peronismo sin conducción política definida, la irreverencia cool de sectores hiper politizados que hoy continúa, por otros medios, en la cultura influencer, individuación extrema e indignación como forma de habitar cualquier agenda, pluriempleo generalizado en un contexto donde tres de cada diez trabajadores no están registrados. Pero sobre todo, algo que nunca había sucedido: QUE QUIENES TRABAJAN, SEAN POBRES. Este fenómeno que no comenzó con Milei, se profundiza en el gobierno libertario, en el  marco de una ola de despidos, licuación de los ingresos y la amenaza de una destartalada reforma laboral. En este contexto los sindicatos volverán a cobrar la centralidad histórica.

En este presente complejo es imposible que un programa que pretenda representar intereses nacionales pueda llevarse adelante sin incluir a su base social de manera más concreta. Pero para representarla, debe conocerla. Y para conocerla, debe salir de la burbuja. No alcanza con reunir 4 dirigentes para una foto de cosmetología electoralista. La única forma de darle densidad a un proyecto nacional que pretenda incluir y representar es reconocerles a quienes trabajan, la centralidad para mover el mundo argentino.

A diferencia de la política, sometida a la dictadura de la novedad contemporánea que mantiene en estado de neurosis colectiva a sus consumidores más fieles, el modus vivendi sindical no está expuesto a tan nociva radiación, y por eso conserva el oído agudo que –más tarde o más temprano– lo constituye como vector de demandas colectivas, no atomizadas, más allá de los tiempos de la dimensión política. Quizás por eso sus apesadumbrados pasos tienen una correlación más milimétrica que la de la dimensión política con el clima de “la calle”.

La simetría entre la organización y el estado de ánimo del trabajador que representa, radica en el dato natural de que, simplemente, el sindicato (a través de sus delegados y delegadas) convive con el trabajador. No “baja” al ámbito laboral, como quien baja de la universidad al «territorio». En la alquimia de esa convivencia directa con los problemas con el accionar concreto (apresurado o retardatario) y sus consecuencias inmediatas, la organización sindical está menos sometida a las neuróticas necesidades de la teatralización mediatizada de la política. Por eso se dice que las masas se movilizan de manera poderosa a través de la organización sindical, cuyos paros tienen la capacidad de daño de una bomba de Hiroshima en materia económica.

En su barrosa genealogía, la organización sindical venció al tiempo porque tiene algo que otros dispositivos de representación no: tiene cultura política, historia, códigos, y una particular sensibilidad para entender y traducir, sin moralinas bienpensantes, lo que esas muchedumbres que trabajan demandan.

Es en este sentido en el que no todo es tan lineal en el ecosistema político argentino, porque la persistencia del flagelo del anticegetismo -etapa superior del antisindicalismo- no sólo es consecuencia de la incomprensión o de la radiación del pornoshow periodístico o digital, sino del propio accionar de algunos dirigentes que le han dado de comer a ese diletante progresismo pequeño-burgués.

Lo aquí volcado no tiene pretensión de ninguna objetividad ilustrada, sino el alerta de no contribuir a ese charlatán diagnóstico pesimista sobre la realidad actual. Esos diagnósticos sobre la decadencia que, como sugiere Nestor Borri, conllevan el disfrute de una superioridad moral o la nostalgia de otros tiempos en que estábamos mejor. En este mismo sentido, desde aquí hemos planteado que las miradas sobre ideologizadas, o bien no terminan de velar una sociedad que ya no existe cayendo en un enfoque de museo, o bien guían sus interpretaciones por el pueblo que quisieran tener, y no por el que tienen.

Mientras tanto, el tarareado panic show de severidad -supuestamente “contra la política”- ya derrama efectos ampliados que se acumulan volcánicamente. Frustraciones y rencores que se almacenan en forma de híper estrés social. La realidad económica de una recesión inocultable y sus consecuencias materiales empezarán a pisarle los talones a la charlatanería libertaria. 

Decíamos antes que el sentido misional de la lucha libertaria está edificado en dos mantras: el primero es educar a la sociedad para vivir sin Estado, y el segundo es que el sacrificio social tenga consenso. A esto, deberemos sumarle un tercero: la reinstalación del estigma sobre «la mafia de los sindicatos». Todo al calor de una reforma laboral que el propio peronismo, que careció de imaginación política para hacerlo, debía proponer, porque ahora cobra contornos más regresivos y nocivos. El sueño húmedo de quienes creen en la religión liberal.

Si el peronismo es de arena, como observa el lúcido artista Daniel Santoro, entonces no se pueden trazar límites, y sería muy fecundo para el tiempo presente no forzarlos, cuando se necesita una aglomeración de todos los componentes nacionales, especialmente de los sindicatos, para conformar un nuevo poliedro y enfrentar tiempos en los que las cosas se pondrán más difíciles.

En agradecimiento a quienes siguieron atentamente estas líneas, hay dos sugerencias, o mejor dicho, dos alertas sobre tentaciones que debemos evitar de cara a los tiempos que vienen:

1) confundir (y fundir) críticas a dirigentes con críticas a la organización.

2) pedirle a la estructura sindical que haga lo que no puede hacer la estructura política.

 

Feliz día para quienes trabajan!

 

One Response