M1

¿A dónde va el peronismo cuando llueve?

Tiempo de lectura 11 minutos

Es un día de homenajes. Pero en el actual estado de cosas, consideramos más relevante analizar por qué estamos donde estamos. “No hay viento favorable para quien no conoce su rumbo” decía Séneca. ¿El peronismo sabe a dónde va?.

El príncipe de un mundo que está muriendo

El nuevo escenario mundial blanquea, entre otras cosas, aquello que sosteníamos en 2022. Desde la escalada de la Guerra Rusia-Ucrania había una forma de ver el mundo que estaba muriendo. Pero no está claro, por lo menos para este escriba, cual es la que está naciendo. Sin embargo, podemos ensayar algunas hipótesis sumándonos a lo señalado aquí por el amigo Abel Fernandez. Se vive un resurgimiento de los nacionalismos, sólo vaticinado en absoluta soledad por el ex secretario de comercio, Guillermo Moreno, al que “le ganó un culo”, según sus más conmovedores detractores. 

Cada uno de esos nacionalismos está enraizado en su propia identidad y en su líder de turno. El liderazgo de Trump es la encarnación del nacionalismo estadounidense, así como el de Meloni es la versión italiana, y Putin personifica la versión rusa. En Argentina, el peronismo ha sido, y sigue siendo (por lo menos en su base doctrinaria), la expresión más potente y arraigada de un nacionalismo propio, pero por ahora habita una fase previa al resurgimiento, una que ya ha transitado quizá no tantas veces: la de “desensillar hasta que aclare”. 

Mientras tanto el globalismo corporativo avanza. Su casta tecnofeudal escupe promesas. Optimización del yo. Realización personal a través de apps y plataformas. llusiones de libertad de expresión igualitaria. Diseños a medida de lo que el algoritmo supone que somos. Politización “fast food”, instantánea, que circula a la velocidad requerida por la autopista algorítmica. La metástasis global se manifiesta en las redes a nivel local: cinco tips para “verla” en un reel de instagram. Peronismo para peronistas y especiales sobre Ezeiza e Isabel Perón un domingo a la noche. Argumentos “baiteros” desarrollados en la franja temporal de duración de un Tiny Desk. 

En este contexto Milei, el príncipe del  enojo social administra los bancos de ira de una sociedad agobiada y con  demasiados rencores acumulados. Cansada, pero que lo respalda. De hecho en la mayoría de los análisis del mainstream del comentario político profesional prevalece  la sensación generalizada de que se está frente a un gobierno que “emboca todo lo que tira” y que tiene suficientes razones para estar desbordante de euforia

Donald Trump, Milei y Elon Musk, juntos: ¿cartel de una película de terror o el futuro de la Humanidad?

Los libertarios son aplaudidos en el extranjero por filántropos y sponsors (por ahora sólo ideológicos) al ritmo de Village People. La inflación baja. El sacrificio social logra consenso. Con ese envión el triángulo de hierro quiere redefinir el sentido del“ser patriota”. No es ninguna novedad que cada gobierno tenga un viento de cola que justifique  ínfulas refundacionales, pero las estrategias del actual oficialismo para conseguirlo merecen una mención aparte. 

Miremos un ejemplo en la promesa de dolarización. En el corpus ideológico libertario esa promesa no representa una claudicación de soberanía, sino más bien el fin del desasosiego inflacionario. Un regreso de la capacidad de prever y calcular, de medir cuán distante está ese anhelo de tierra y vivienda propia. Lo mismo aplica para la apertura de la economía que, lejos de ser interpretada como un castigo darwiniano para la industria nacional, se presenta como una manera de dar a los consumidores acceso a bienes más asequibles.  “No conocen la historia”, diría Miguel Ángel Pichetto. Pero parafraseando al gran Ringo Bonavena la historia es como la experiencia, un peine que te dan cuando te quedaste pelado. 

Paradójicamente el  libertarianismo, hijo de la democracia liberal, la tensiona a la vez que expone a quienes quedaron defendiendo un statu quo del lado de adentro. Mientras esos inquilinos del drama no pueden ofrecer otra cosa que no sea indignación Milei podría, o bien ser devorado por un país al que le vendió soluciones facilistas para problemas complejos, o bien inaugurar un nuevo casillero en el checklist  de consensos de esta democracia en estado de eutanasia

Ya se ha dicho demasiado que los excesos de corrección política habilitaron otros excesos que conforman la botonera del gobierno. La frustración tiene quien la exprese. El tango «cambalache» tiene otro intérprete, y que el peronismo quede acorralado en ser un mosaico del evidente fracaso neoliberal no es responsabilidad de Milei.

Si bien algunas promesas electorales como la de bajar la inflación viene cumpliéndose, lo hace a un costo alto: una recesión económica plausible y una pulverización de ingresos que golpea el bolsillo de más argentinos que los que componen “la casta”. Quizá el gobierno debería tomar nota de algo: la política electoral de la última década se ha edificado, principalmente, sobre la estrategia de pasar con la ambulancia a buscar heridos. ¿Cómo evitar tantos heridos?. ¿Emitir o no emitir?. El dilema de hierro de un gobierno ideologista que podría morir con las botas puestas, o hacernos quemar definitivamente todos los papeles. 

 

Acelerar es la tarea

Milei es un líder punk. Un aceleracionista empedernido. Tensiona y avanza. Solo basta comprobar cómo en la interna oficialista  aguanta la marca de un Macri que, a pesar de haber mostrado una extraordinaria solidaridad con el vencedor, no tiene los lugares a los que aspira. No logra, por ahora, la convivencia previa al casamiento. 

Del otro lado, el poder más desprestigiado del país condena  judicialmente a la dirigente con más votos per cápita de la oposición. Que además preside el partido político más importante y de mayor estructura del país (PJ). Los senderos que se bifurcan encuentran a Milei y a Cristina, como si se eligieran mutuamente para ser los guardianes de la medianera. Esa que divide el horizonte del centro a la izquierda y del centro a la derecha. Ambos están ahí por virtudes propias, y también por errores de sus potenciales adversarios. En el caso de Cristina, puede decirse que sigue siendo la figura más vigorosa de un movimiento macho que no ha construido otro liderazgo alternativo. En el caso de Milei, su liderazgo carismático explica buena parte de este ímpetu inicial pero como todo liderazgo de este tipo se funda, por naturaleza, en una autoridad inestable y precaria. 

Sucede que de  cara a un año electoral, la polarización, eso que algunos denominan “el maniqueísmo de la grieta”, será lo que ordenará la contienda. Por eso, como observa Giuliano da Émpoli,  todas las campañas electorales buscan  “inflamar las pasiones del mayor número posible de grupúsculos y sumarlas a continuación, incluso sin que estos lo sepan. Para conquistar una mayoría, la idea de las campañas no es converger hacia el centro, sino aglutinarse en los extremos.”

En este espacio sostenemos que Milei es, para la sociedad que vota, mucho más popular, popular, y hasta humano que sus adversarios. Que en muchos casos, el constante señalamiento que sus opositores hacen de  sus “desaciertos”, su incontinencia emocional y sus exabruptos lo acercan más “al pueblo” (que cambió tanto como las élites) y lo alejan más de una casta (de derecha o izquierda) que arquea las cejas ante la nueva barbarie, y que reacciona con huida o negación a todo lo que no puede comprender. 

En general, la oposición cultural a Milei enfatiza en el carácter reactivo del libertarianismo para, acto seguido, subestimar su prédica explicativa, argumental. Es que Milei no se parece tanto a Menem, como sus adversarios al antimenemismo. La oposición bebe los jugos de aquel progresismo que se refugiaba en la cultura, en los teatros del PC, y hacía críticas más estéticas que programáticas al gobierno del riojano. Ese 1 a 1 que nadie criticaba demasiado porque compatibilizaba bien con el frenesí de irreverencia de CQC. La rabia y la pasión anti casta de Mieli es eficaz como la de un pastor que abraza con fanatismo el signo de los tiempos. Funciona como funcionó el antimenemismo post 2001, o el repudio del alfonsinismo. Climas de época. 

CQC en Anillaco con Menem - YouTube

No obstante, la nueva-vieja época no tiene un Menem que la conduzca. El lado oscuro de una década que el progresismo ama odiar, y el macrismo olvidar. Coincidencia entre dos tradiciones ideológicas que son las perdedoras, a nivel nacional, del nuevo contexto. Y  decíamos que si el menemismo de Milei es cuanto menos forzado, el antimenemismo opositor es casi un acto reflejo. Si para el progresismo el “menemato” es la parte “sucia del pejotismo”, la entrega “neoliberal” de las banderas nacional populares, para el macrismo el menemismo es también paradoja, una suerte de tío exitoso pero ordinario, «grasa”: un familiar que le da vergüenza, casi tanta como le da Milei.

 

Un peronismo “onlyfnas”

El peronismo se mueve como un gigante deprimido. Sus internas se traducen, para los poquísimos interesados en ellas, en escenas de conventillo por los terrenos de mamá. En su desierto de ideas, persiste el progresismo como fuente de interpretación de la época. Pero ya ni CFK parece dejarse agarrar la camiseta…¿será que en los nervios de Yanina Latorre hay mucha más información sobre el presente que en una editorial sesuda o en un documental de Ofelia?.  ¿Podrá el peronismo volver a conectar con “el tipo común”?. ¿Puede acompañar las transformaciones de la sociedad sin perder lo permanente?. ¿Puede construir otra alqumia entre tradición y novedad?. No sabe/no contesta. 

Este es el contexto en el que se instala una provisoria realidad objetiva en términos de clivajes: hoy el anti progresismo es plebeyo y “picante”. El progresismo es una cosmetología más bien elitista, ambacentrista y refugiada en la cultura de sus influencers y comunicadores. Un vaso vacío que adquiere gotas de épica cuando un conjunto tan variopinto de personajes tales como Dillom, Moreno, Riquelme o la propia Cristina demuestran que “de este lado” corre sangre por las venas. Todavía.

CFK prevalece poniéndole reflector en la cara al complejo de Edipo de un post kirchnerismo no nato y  de un peronismo en posición fetal, que no arriesga, que descansa sobre lo que supo ser. Como en la película “Good bye Lenin”, resistiéndose a aceptar que la sociedad que quiere no es la que tiene. Que el costo de su miopía deriva del complejo de  querer estar siempre seguro, refugiado en la idea de que “todo vuelva a la normalidad”, cuando no hay ninguna normalidad a la que volver. Como si el contexto maridara solo con endogamia.  Como si el peronismo fuese algo que ocurre dentro de la política, pero fuera de la sociedad. Un no tan gigante, y menos vertebrado movimiento que hoy es más intenso que extenso.  

 

Un peronismo que ya desde la década del 90 había pasado de la fábrica al municipio, de las paritarias a los planes sociales, y de ser una suerte de garante de la sociedad salarial, a ser hasta protagonista privilegiado de su fallecimiento. Estas y otras razones pueden explicar por qué ha sido -todavía moderadamente- cooptado por un presidente libertario, que opera en las fisuras de un peronismo “onlyfans”, sólo apto para convencidos. Un peronismo en posición fetal donde hay demasiados patovicas ideológicos para un boliche donde no ingresa tanta gente.  

Decíamos en “Perón: legado para ideologistas”, que el de CFK es, hasta hoy, el último liderazgo de un esquema político conurbanizado donde los mariscales son más escasos que los bastones. Esto ocurre justo en la intersección de dos fenómenos: el peronismo arrastra una forma atrasada de hacer política, y Milei se expande allí donde existe internet, haciendo uso de un cooperativismo socio digital que lo llevó a la presidencia, pero que no le garantiza un inquilinato prolongado. La era de las no reelecciones parece no perdonar a nadie.  

Estamos pisando sin el suelo en un momento crítico a nivel global, marcado por la fatiga pospandemia, una insatisfacción estructural y una fragmentación social que están redibujando los límites de la legitimidad gubernamental.

 

Mientras algunos líderes logran recuperar algo de terreno, la mayoría enfrenta un desafío ineludible: la estabilidad dejó de ser suficiente. Las expectativas han crecido, pero los resultados concretos siguen siendo escasos. En este escenario, la política oscila entre el agotamiento y la necesidad urgente de reinventarse.

Lo cierto es que Argentina es particularmente intolerante a las abstracciones, y desilusionarla de nuevo tendrá más consecuencias que una discusión en X. Por eso el proyecto gobernandte no puede sostenerse solo en la épica de la severidad. Tampoco en las encuestas de imagen que pública, que son siempre un incendio controlado. 

En suma, el proyecto gobernante no se terminará de validar socialmente sin generar condiciones objetivas concretas. Esto es, sin anudar su proyecto de reeducación moral de la sociedad con un proyecto económico medianamente exitoso. Algo que sí pudo hacer el kirchnerismo, por un considerable período de tiempo, con su alquimia de  Frávega y Derechos Humanos. Orden y consumo.Todo en una Argentina que no tolera la totalización de la vida cotidiana en política. Que ya no soporta que confundan ciudadanos con militantes, pero quizás tampoco con “leones”. 

Las condiciones que dieron origen a Milei permancen, y por eso permanece el reclamo policlasista de eficiencia, de protección, de orden. La búsqueda de una revalorización del culto al esfuerzo y al mérito social deseable. Ese pueblo para el que muy poco se resuelve en el eje izquierda-derecha. Tras ese pueblo deambula un peronismo sin sujeto, que deberá reconectar con el pueblo que tiene y no con el que quisiera tener. El dilema es claro: atravesar su desierto o convertirse en otro restaurante temático de Palermo. 

@zoncerasabiertas

One Response

Add a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *