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Diecisiete, interna y después

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Diecisiete

“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, era la frase de Arquímides que Perón repetía. La geometría era muy importante en la metodología de conducción del líder. La construcción política respondía al principio de “crear organización” y construir futuro, «de abajo hacia arriba», y «de la periferia al centro». Es así que puede entenderse el 17 de octubre como el resultado de todo el trabajo mancomunado entre el líder, los cuadros auxiliares, y su punto de apoyo: la clase trabajadora, principalmente. 

El 17 es el momento fundacional de una verdad. De una causa. Esto explica varias cuestiones. En principio que una masa con una “sólida verdad en la que creer” asciende a la categoría de pueblo, y una sin causa se transforma rápidamente en algo atomizado, inorgánico e impotente. En segunda instancia que la lealtad no es un concepto unidireccional, sino bidireccional: de la masa al líder, y del líder a la masa. No existen casos así en el mundo, ni tampoco movimientos que funden y tejan sus vínculos en torno a un valor y a un concepto tan  humanista como el de lealtad. 

Aquel estruendoso discurso en la plaza de Mayo de quien había sido Ministro de Guerra, Secretario de Trabajo y Previsión y Vicepresidente expresó el desahogo de millones que habían mirado el partido desde afuera desde hacía demasiados años. El peronismo expresaba en lo político algo que había vivido innominado. Algo demasiado grande que había sido excluido del juego por una clase política ensimismada, corrupta, replegada sobre sí misma, cuyas ortopedias se asentaban en los intereses de sectores de poder local que, por impotencia e incapacidad, enarbolaron a un embajador norteamericano como principal líder opositor, Spruille Braden. 

En este sentido, puede decirse que el 17 de octubre de 1945 dió cuenta de algo que estaba ocurriendo en la sociedad, pero no en la política  Hoy pareciera ser que el peronismo es algo que ocurre dentro de la política , pero fuera de la sociedad. De ahí que sus internas , aludiendo al libro de Iván Orbuch sobre la interna Menem- Cafiero (“La interna que paralizó un país”) no paralizan a nadie más que a su círculo y a la casta del comentario político profesional, en un contexto donde el humor social es cada día más adverso a estas impostaciones. Esto no significa que esta interna sea un hecho menor, sino que -exclusiva e inevitablemente- tiene signficados para el peronismo, cuando lo  urgente e importante es que el peronismo vuelva a tener significado para la sociedad.

La interna que paralizó un país de Iván Orbuch - MILENA CASEROLA

En este sentido la pregunta de rigor de este escriba se mantiene: ¿Podrá el peronismo dejar de hacer peronismo para peronistas?; ¿Será esta interna partidaria un vehículo para reordenar melones, pero también ideas?.

 

Interna

Se sabe. El poder de la presidencia del PJ nacional es más simbólico que real: no administra grandes presupuestos ni designa miles de funcionarios, como lo hace la presidencia de la Nación. Sin embargo, no es un cargo vacío. Tiene peso en la confección de las listas electorales a nivel nacional, más allá de lo que dicten sentencias de un Poder Judicial que, hoy por hoy, no goza de mucho prestigio.

Es evidente que la presidencia de esta «herramienta electoral» no es lo mismo que la conducción del movimiento, que requiere de conductores. Si. Pero fundamentalmente de personas que quieran ser representadas y conducidas. Es que en el peronismo de hoy hay demasiados patovicas ideológicos para un boliche donde no ingresa tanta gente. 

Las internas partidarias en general y las del peronismo en particular evidencian la naturaleza compleja de la política.  Ésta interna, como bien observa mi amigo Abel Fernandez, combina 3 discusiones importantes: la reafirmación de un liderazgo y la aspiración de otro(s); un debate sobre la naturaleza del peronismo en la tercera década del siglo XXI; y un tema clásico argentino: la puja entre Buenos Aires y el “interior”.

Decíamos en “Perón: legado para ideologistas”, que “todos los intentos por desperonizar el país han fracasado. La máxima de Perón acerca de que para que el justicialismo vuelva a gobernar “todo lo harían sus enemigos” viene cumpliéndose a rajatabla. Pero con un desgaste evidente en el acervo de ideas y metodologías a las que el gigante invertebrado echa mano cuando retoma el ejercicio formal del poder. En este marco el de CFK es, hasta hoy, el último liderazgo de un esquema político conurbanizado donde los mariscales son más escasos que los bastones. “

La lista de Cristina Kirchner para competir en la interna del PJ

Esa conurbanización  operó como una de las principales mutaciones de la política argentina de las últimas décadas. La reconstrucción de la experiencia de Gobierno Menem – Duhalde ayuda a entender cómo este último expresó el poder ya sedimentado del conurbano bonaerense, funcionando como soporte pero también como límite al liderazgo de Menem.

Esa acelerada concentración de poder e intereses en Buenos Aires ha conspirado contra el componente federal del peronismo, y ha hecho que los peronismos provinciales se replieguen sobre sí mismos. Si bien esto es cierto, también lo es el hecho de que la política partidaria debe ser útil para representar un estado de cosas, demandas sociales concretas, de lo contrario termina por degradarse en un ritualismo vacío, y condenarse a ser, en el mejor de los casos, una confederación de partidos locales que sólo comparten una mera liturgia, o un sello de goma. Y para que eso no ocurra se necesitan liderazgos fuertes. Todos sabemos que la política sin liderazgos ni conducciones es masturbación intelectual, con lo cual, al punto. 

Desde la derrota de Eduardo Duhalde en 2005 no se logró armar en el peronismo un proyecto capaz de desafiar en el escenario nacional la larga hegemonía de Néstor y Cristina Kirchner. Y hubo muchos intentos. Sólo Sergio Massa intentó sin éxito pero por todos los medios (enfrentamiento directo en 2013 y consenso en 2023) “ser su propio jefe”. El resultado del paso del tiempo marca que el kirchnerismo ha sido sin duda la expresión hegemónica, y el ávatar  más convocante del peronismo en este siglo. Y lo sigue siendo  en la provincia de Buenos Aires, donde gobierna un kirchnerista pleno como Axel Kicillof. 

Sucede que este equilibrio tensional, esta suerte de armonía imposible tiene en el gobernador un blanco fácil de atacar para quienes bregan por una polarización que consideran indispensable para darle «contenido y rumbo» a la unidad. Kicillof habla de fortalecer un «escudo», cuando otro sector quiere discutir quien portará la espada. Y aunque el ex Ministro de economía de Cristina intente despersonalizar el debate señalando que lo que debe cambiar es «una lógica», siempre debe recordarse que la comprensión de texto (y de contexto) son materias que el peronismo generalmente se lleva a marzo. Una cosa es lo que se dice, y la otra lo que se escucha. 

Si bien se habló mucho de una vocación de emancipación por parte del gobernador de “la provincia inviable”, como la nomina Jorge Asís, a la luz de la coyuntura emancipación parece una palabra demasiado cara para un conjunto de micro rebeldías del gobernador. Es que Kicillof blindó su acto con liturgia provincial, sin Ricardo Quintela, y con un discurso donde las definiciones fueron vagas cuando no inexistentes, como quien gana tiempo antes de la colisión con un iceberg que no proyectaba en su camino: la candidatura de Cristina, la dueña de la marca.

Cristina es una dirigente experimentada en el poroteo. No es ninguna novedad. Sabe mejor que nadie lo que implica la adopción de la Boleta Única en el sistema electoral nacional. Una nueva metodología que reordena el escenario, en tanto desacopla las elecciones nacionales de las provinciales y municipales. En concreto, con la adopción de este sistema queda anulada la “influencia por arrastre” que le otorgaba mayor poder de negociación a los candidatos de la primera categoría sobre las otras dos. 

Desde el punto de vista político,el revisionismo que Cristina ensaya en cada aparición no es sólo ideológico, sino también estético. Su reciente presencia en una parroquia de La Matanza dan el indicio. La búsqueda de símbolos que están en la base de la actual disputa política: el mundo espiritual, al que también hecha mano Milei, portador de una fé de dudosa religiosidad. 

A su vez, las declaraciones de la ahora candidata a presidir el PJ acerca de renovar el acervo de ideas y metodologías genera consenso dentro del peronismo. Sin embargo, sobre lo que también parece haber acuerdo es en que quienes componen su entorno más cercano carecen de la capacidad para revisar esas metodologías y por ende, llevar a cabo las propuestas. 

Si bien algunas líneas internas claman por el fin de la «cultura de orga», este  debate intra peronismo no parece haber madurado. El ir y venir de tweets, declaraciones cruzadas, indirectas y chicanas entre dirigentes no colabora para dilucidar si las intenciones de jubilar a Cristina son mayoritarias, si es Kicillof agente o vehículo de esas intenciones, o si la realidad es que simplemente hay sectores en las bases del peronismo que ya no compran todo el starter pack. Esto es, sectores que si bien aceptan la conducción de Cristina,  no convalidan la presencia estratégica de la organización que la respalda. 

Lo cierto es que las alternativas al proyecto de Cristina no han llegado ni siquiera a construirse como alternativas. Recordemos al último de los mohikanos, Florencio Randazzo, que allá por 2017 chocó con la realidad de que la queja edípica como remedio a la “falta de autocrítica de CFK” no funcionó como plataforma electoral. Desde allí a la fecha el anticristinismo oscila entre el odio visceral hacia su figura y el deseo de algunos que, sin odiarla, preferirían que se dedique a su rol de abuela full time. 

En cualquier caso, si la ex presidenta vuelve al ruedo, poco importa si lo hace por su “situación judicial”. Tampoco importan las declaraciones de su círculo de fieles, muchos de los cuales dependen del capital político de Cristina para mantenerse vigentes. Lo relevante es lo que los dirigentes representan para los votantes, no para los que hacen política. 

 

Después

Traemos una idea que aplica tanto para el gobierno como para la oposición: estar «en contra del presente» no es suficiente para cambiarlo. No obstante esto, la ventaja comparativa que tiene el gobierno es que la oposición carece, hasta hoy, de imaginación política para plantear una alternativa o esperanza.  Sin embargo, la gama de experiencias desagradables que todavía quedan por vivir es considerablemente más amplia que las del presente, y de allí pueden surgir movimientos de las capas tectónicas del escenario que cambien el rumbo de lo que hoy es, en resumidas cuentas, una victoria táctica libertaria.

El contexto esta signado por una oposición desarticulada que busca lenta y erráticamente su identidad. Donde el peronismo en particular no logra procesar los cambios ocurridos en el ecosistema del sujeto histórico que supo edificar su esencia (el mundo del trabajo), y la clase media es acorralada día a día por el ajuste libertario.

El golem argentino ha decidido patear uno de los hormigueros fundantes de esa identidad: las Universidades Públicas. Esta vez, los estudiantes universitarios son un actor político clave -pero provisorio- en la orfandad que se vive en este  lento rearmado del escenario político argento, después de la irrupción de Javier Milei, que opera en las fisuras de un peronismo todavía sin sujeto. 

Si bien el movimiento estudiantil es un actor clave al que seguramente se le sumarán otros en la fila de heridos por Milei, lejos está de representar «el subsuelo sublevado de la patria». Demás está decir que la clase media en general  no tiene, no tuvo, ni tendrá intención de estar en ningún tipo de subsuelo. De modo que forzar una estética “obrerista” de estos acontecimientos no parece atinado. 

Es abundante la evidencia contra la pérdida de eficacia simbólica de estos encuadres, que tuvieron su «Woodstock» en el «No al ALCA», pero que quedaron anclados en la ficción autocomplaciente de que un trabajador real en la Argentina debe parecerse al de un cuadro de Carpani, un gran artista que supo crear una iconografía propia e identitaria de la clase trabajadora nacional, pero de otra época.

Ricardo Carpani: Los muros de la revolución

Siendo sensatos, sólo el kirchnerismo puede arrogarse un logro contradictorio: haber tensionado pero también haber “traído al peronismo” a ciertos sectores de clase media que el estallido de 2001 dejó desparramados entre frepasistas, socialistas, radicales y otros fenotipos del progresismo urbano.  Esos sectores han tenido una preponderancia en la conformación identitaria del kirchnerismo, y por ósmosis de parte importante del peronismo. Esto es -también- lo que la líder de la tropa parecería (y debería) estar dispuesta a revisar. 

En suma, el desafío es  grande porque ni una junta médica ni una asamblea legisltativa cancelarán lo que ocurre. Porque lo que ocurre no es Milei, o la corriente política que lo acompaña en el gobierno, sino la corriente social que lo sustenta, que es un hecho mucho más permanente de lo que se está dispuesto a aceptar. 

No hay ninguna normalidad a la que ”volver”, de modo que la dirigencia de hoy está condenada a diseñar políticas para resolver las demandas de hoy, de un pueblo que no conoce lo suficiente, y por eso no logra expresarlo en una mayoría de votos. Políticas económicas, sociales y de relaciones internacionales adecuadas para el presente y el futuro, que descarten la idea de un regreso a un pasado idealizado, idea que también anida en las ínfulas liberales. 

El peronismo sigue siendo atractivo para ciertos sectores de la sociedad, pero necesita adaptar su acervo de prácticas a las nuevas realidades económicas y laborales. Distribuir riqueza , si, pero también pensar en mecanismos para generarla. Defender el rol del Estado, pero encontrando nuevos y mejores argumentos que esa obstinada vocación soviética -no peronista-  donde todo es Estado.  Defender el rol de los sindicatos, pero modernizar las políticas laborales y darles mayor participación programática en el rumbo del país. Representar un capitalismo argentino posible, incorporando los modelos provinciales exitosos en esta materia.

En definitiva, lo que este escrito (otro más)  intenta advertir es que deberíamos recordar una enseñanza de la historia: no contribuir a instalar la idea de que para tener un peronismo exitoso, la solución es desperonizarlo. La cosa es más difícil: hay que actualizarlo.

Otra vez, se trata de recrear un peronismo para la Argentina, y no una Argentina para el peronismo.

 

@zoncerasabiertas

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