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Wokismo libertario

Tiempo de lectura 10 minutos

✍️@zoncerasabiertas

“…tales esencias ideales, tales fines ideales se desploman como frases vacías que exaltan el corazón y dejan la razón vacía, que son edificantes sin construir nada: son declaraciones que expresan solamente, de un modo determinado, este contenido: el individuo que pretende obrar por fines tan nobles y en cuyos labios hay frases tan excelentes, se ve a sí mismo como un ser excelente: se hincha, hincha su cabeza y la de los otros, pero es una hinchazón vacía.«

Hegel – Fenomenología del espíritu


El golem y su sombra


La anterior cita del filósofo alemán puede calzar bien para todo el espectro ideologista de nuestra política local, pero es un traje mucho más ajustado para el discurso del presidente de la nación ante la -reducida- asamblea legislativa, y a su innegable capacidad para convencerse de sus propias ficciones, y recurrir a prótesis para suponer que tiene las riendas del barco.

No utilizamos el término wokismo por afán de importar categorías ajenas, sino porque permite describir cómo el libertarianismo argentino es, en esencia, una síntesis de incompatibilidades: un discurso que se proclama enemigo del progresismo pero replica su lógica de victimización, que promete dinamitar el Estado mientras construye una burocracia ideológica, y que denuncia la corrección política solo para imponer la suya. Desarrollaremos esta idea a lo largo del artículo pero ahora démosle contexto a una semana cargada de acontecimientos políticos de relevancia.

La degeneración de las democracias liberales se observa en la calidad de sus líderes en materia de relaciones internacionales. En ese mundo, pese al ascenso de Trump, la crisis sigue en fase de eutanasia. Biden, Macron, Scholz: líderes sin estatura histórica, sin formación ni preparación para el liderazgo, la defensa de los intereses nacionales y la diplomacia. Presidentes que no podrían ni cebar mate en la mesa de Putin o Xi Jinping.


Por su parte Zelensky, el golem europeo en el que se posaron todas las miradas, ya en su deriva encontró que para sobrevivir geopolíticamente no bastaba con desafiar a Putin, sino que también debía enfrentarse a Washington. Toda una jugada estratégica digna de estudio en manuales de política exterior.

En ese concierto internacional de líderes de occidente, el «úselo y tírelo» sigue siendo el lema de la diplomacia internacional, y tiene en Zelensky su ejemplo más trágico. No es necesario mencionar que nuestro golem libertario está muy cerca de esa suerte. Por ahora su rol de animador excéntrico de toda actividad a la que es invitado recuerda a los canarios que nuestros abuelos hacían cantar cuando llegaba la gente al asado. Una verdadera mascota de los filántropos, pero sin jaula ni dueño definido. Veremos cuando sus sponsors deciden soltarle la mano, ya definitivamente. 

Zelensky es un agente menor pero peligroso de la industria del caos que parece haber inspirado a su par libertario. Es que Milei eliminó sus fotos con Zelensky, pero replicó actitud errática. El «especialista en crecimiento económico con o sin dinero», no sin antes vociferar contra “los keynesianos de acá y del mundo”, toma dos posiciones contradictorias. Observemos la panorámica.

Por un lado, manifiesta una profunda debilidad política reclamando una forzada “unidad nacional” para que el Congreso le brinde un salvavidas parlamentario aprobándole el acuerdo con el FMI. Lo que en 2024 era una cruzada mesiánica contra la política tradicional, en 2025 se convirtió en un pedido desesperado de auxilio. El Milei “marvelizado”, que prometía arrasar con la casta, ahora le ruega al Congreso que sea parte de los “argentinos de bien”. ¿El mismo Congreso que hasta ayer era el pantano de la casta?. Accidentado pragmatismo.

Por el otro, para sostener el artificio de la épica “anti casta”, decide combatir, en todos los frentes y al mismo tiempo, a casi todo el arco político. Insiste con la intransigencia visceral que solo tienen los bebés. La misma que lo lleva a creer que enfrentarse simultáneamente a Clarín, Rocca, Macri, parte de la UCR y al peronismo se soluciona con dos tweets y un retweet de Musk. 

Su estrategia se asemeja a la de su gemelo Zelensky, el golem europeo: errático, perdido, siempre acelerando hacia el abismo. Pero Ucrania enfrenta problemas reales, no simulacros de batalla cultural. Colisionar con Rusia y Estados Unidos al mismo tiempo es más riesgoso que hacerlo con Facundo Manes y el PRO.

La paradoja del wokismo y la obsesión bonaerense 

A diferencia del discurso de apertura del año pasado, el mantra de educar a la sociedad para vivir sin Estado ya no es la misión que definío el tono del oficialismo. Hoy la obsesión de Milei parece ser la provincia de Buenos Aires, donde más tarde o más temprano, terminará hundido por el peso de un modelo económico basado únicamente en ajuste y recesión.

Su confrontación con Kicillof no es casual. En la provincia donde su armado político es testimonial, Milei no puede ganar territorio, pero sí puede intentar debilitar discursivamente a la figura que, aún con visibles dificultades, sigue resistiendo su ola.

Lo cierto es que Milei encuentra en el gobernador a  su némesis ideológico, y termina reproduciendo la misma lógica que dice combatir. El presidente se presenta como víctima de una élite progresista que intenta silenciarlo, replicando la narrativa de persecución que atribuye a sus adversarios. A esto se suma su obsesión por la pureza ideológica: cualquier matiz es visto como traición, cualquier desacuerdo como parte de la conspiración de la casta.

Sin embargo, la torpeza libertaria ha logrado lo impensado: cohesionar a un peronismo que hasta hace unos meses se debatía entre la inercia y la interna permanente por los terrenos de la abuela. Con su agresión constante, Milei fuerza a la dirigencia peronista a abroquelarse. En el peronismo el olvido y el recuerdo de diferencias funcionaron siempre de manera fríamente instrumental. Pero el deseo nunca debe mezclarse con el diagnóstico político. 

 

 

Tiene razón Hernán Brienza cuando señala que cuando un actor político tambalea, cree que destruyendo a un adversario puede salir de su crisis. Pero si está débil, solo le sube el precio a su enemigo. Milei lo está aprendiendo en tiempo real. Y va rotando de enemigo como si necesitara siempre un nuevo espejo donde reflejar su frustración. De Cristina a Kicillof, de Kicillof a este neurocirujano radical con innegable vocación de competir en Buenos Aires. Subir al ring a un nuevo adversario puede servir, durante un tiempo, para ocultar al (o a la) que verdaderamente le puede ganar o para dividir el voto opositor. Pero es un riesgo muy grande para estrategas con consumo problemático de realpolitik.


El mito del reformismo permanente

«Necesitamos seguir llevando a cabo innumerable cantidad de reformas de fondo; el único camino para reconstruir la Argentina es el del reformismo permanente.» Javier Milei – Marzo de 2025

«Entramos en una etapa de reformismo permanente; Argentina no tiene que parar, ni tener miedo a las reformas.» Mauricio Macri – Octubre de 2017

El reformismo permanente que el oficialismo pregonó anoche a través del presidente no es otra cosa que neoliberalismo tardío. Macri mismo usaba ese concepto, y no por casualidad. La mano de obra es la misma: Caputo y Sturzenegger. Pero aquel reformismo resultó ser un dogma que confunde la política con una ecuación y el ajuste con una fórmula mágica de Excel. Los mismos tecno optimistas con navaja y “métricas”. Un modelo de ajuste perpetuo que se edificó en la convicción de que la matemática resuelve problemas políticos. Y que no nombrar los problemas equivale a eliminarlos.

El sueño neoliberal fue fundar un capitalismo sin la ética protestante weberiana. Un capitalismo liberado de cualquier atadura moral. Margaret Thatcher sintetizó este esquema de pensamiento con su frase más célebre: “There is no such thing as society” (la sociedad no existe). Una sentencia que Milei tradujo al español con su propio estilo: “El Estado va a desaparecer”. Todos marxistas.

¿Es tan distinto el rumbo de aquel proyecto de Macri al que está tomando el gobierno libertario?. ¿No es acaso otra fase del neoliberalismo tardío, solo que más salvaje y sin mediaciones?. La diferencia es de método: Macri jugaba al reformismo con moderación, Milei lo hace con la motosierra. El primero intentó «seducir» al establishment, el segundo le exige pleitesía. Sin embargo, Milei ruega ser aceptado por ese entorno que arquea las cejas y le impone una distancia despreciativa cuando lo ve llegar.

Milei reivindica a Menem, pero para el establishment (cuyo representante natural es Macri) el riojano es una suerte de tío exitoso pero ordinario, «grasa”: un familiar que le da vergüenza, casi tanta como le da Milei.

Es que los primeros liberales, como bien explicó Karl Polanyi, construyeron el mercado; los neoliberales, en cambio, destruyeron la economía. Y los libertarios, lejos de ser bomberos, parecen más bien pirómanos ideológicos.

Mientras tanto, la industria recibe el impacto de la recesión y las importaciones, con el desempleo convertido en el principal disciplinador social para deleite de la Ministra de Capital Humano. Caputo se aferra a la ficción de la estabilidad cambiaria, pero el modelo está atado con alambre y baila al compás de la baja de la inflación, tan real como un espejismo sostenido sobre la licuación de ingresos. Milei no está construyendo un modelo nuevo, está agotando los restos de uno viejo. ¿Otra revolución que terminará en devaluación?.


Democracia, esa hinchazón vacía

 

En este espacio hemos sostenido que:

Mientras Milei gestiona su cornisa, la oposición no peronista se entretiene con la pirotecnia conceptual. El mainstream del comentario político que ha visto demasiadas series en Netflix, sobreestima las capacidades del gobierno, y traduce con épica de Peaky Blinders cada una de las apariciones de sus “magos de Kremlin “ e “ingenieros del caos”. Tal es así que durante la jornada del sábado asistimos a otro episodio ficcional de hinchazón vacía, donde Facundo Manes fue transformado en víctima reciente de los exabruptos del monotributista superpoderoso del gobierno.

Como si fuera poco, el neurocirujano salido repentinamente del sarcófago aseguró que «Milei es kirchnerismo de derecha”. Una fórmula tan llamativa como inservible. Juegos verbales que servirán, con suerte, a la estrategia del círculo rojo. Estrategia que el más lúcido periodista que le queda a la TV, Carlos Pagni, desmenuzará en su vuelta; seguramente.

Pero las pregunta siguen siendo la mismas: ¿qué tiene para ofrecer la dirigencia opositora cuando la política y el Estado se convierten en un campo de batalla simbólico y no en un espacio de construcción?, ¿cuando en lugar de más avances solo hay problemas que se patean hacia adelante?, ¿cuando la incómoda verdad es que una mayoría no votó al libertarianismo por engaño, sino porque consideró que no había nada mejor?, ¿cuando ‘el tipo normal’ era Milei?.  Porque aún con una evidente hemorragia política en el oficialismo, la oposición no se baña en la fuente de la juventud y se convierte en algo mejor de lo que era la semana pasada.

Finalmente, podemos concluir en que Milei no destruyó la lógica del wokismo, solo la invirtió. Su revolución no desmonta el paradigma cultural que dice enfrentar. Lo necesita , y por eso se lo reapropia con nuevos símbolos y enemigos. Se trata de la variante libertaria de un modo de politización transversal al que hemos denominado allá por 2021. la politización «fast food» que consta, entre otras cosas, de la reducción al eslogan y la ideología digerible en un reel.

Así como el progresismo convirtió al Estado en un culto nacional y engendró pastores y burócratas con sotana laica, Milei ha convertido al antiprogresismo en una religión de Estado. La política ha quedado reducida a una batalla de eslóganes entre extremos artificiales y ajenos al ser nacional. De este modo la propia democracia pierde contenido y se convierte en lo que Hegel describió: una hinchazón vacía.

En este contexto, ¿qué respuesta estructural se puede construir ante una sociedad deshecha, precarizada y descreída si la política se reduce a la administración de los escombros?

El modelo libertario es inconsistente y lleva a un choque irremediable. Habrá muchos antiflamas disponibles, pero de no mediar una cuota de imaginación política habrá muy pocos (o pocas) capaces de calzárselos. La realidad sigue siendo el hecho maldito del país ideologista.

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