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Saltos ornamentales low cost
En un país donde las únicas constantes políticas son las desopilantes aventuras psicológicas del presidente y los dardos judiciales a Cristina como forma de mantenerla en el ring político, ahora se suman las estafas piramidales inducidas desde la Casa Rosada. El traspié del presidente le pega directo en la línea de flotación y erosiona su principal activo (la credibilidad). Sin embargo, tener expectativas noruegas sobre un juicio político sería, por lo menos, apresurado.
Se sabe que la herida narcisista habita al presidente y que el resentimiento forma parte constitutiva de su identidad y de su carácter. Ante un ecosistema político y cultural local que lo mira con desparpajo, el anarco capitalista optó ,desde el inicio de su gestión, por buscar aplauso fácil y reconocimiento “allá en el exterior”, donde todavía es un personaje llamativo. Un “speaker” globalista. Pasar papelones ante ese mundo al que tan conmovedoramente intenta pertenecer no es gratis. Mucho menos para un autoestima tan astillado.
Para entender la naturaleza de este Milei que la oposición deja jugar, y hasta con cierta libertad por amplios sectores de la cancha, hay que detenerse en una figura mitológica que utilizamos hace exactamente un año -en febrero de 2024- para describirlo: el golem. Para los lectores no habituales de este espacio, apuntemos de que se trata.
En el folklore medieval y la mitología judía, un gólem -palabra que proviene del vocablo hebreo “gelem”, que significa “materia”- es un ser animado, de forma humana y carente de voz, alma e inteligencia, fabricado por rabinos o magos a partir de materia inanimada, por lo general barro o arcilla.
Borges se había interesado por la tradición filosófica judía y había leído con gran admiración una novela fantástica publicada en 1915 por el vienés Gustav Meyrink, que alude a la presencia del Golem de Praga. En 1958 un largo poema sobre la leyenda del Golem, el muñeco formado de lodo que, por medio de unas palabras mágicas, cobra vida y obedece a su creador. El rabino Judá León de Praga sería el hacedor de este prodigio, que se paseaba por las calles de la ciudad como servidor suyo y protector del ghetto. Obedecía a su amo ciegamente pero sin raciocinio (no sabía hablar) mientras estuviera controlado. En cierta ocasión, el rabino se distrajo y el monstruo causó grandes estragos en las calles de Praga, hasta que aquél lo desactivó y la ciudad pudo descansar tranquila. Hecha esta aclaración, retomemos el contexto actual.
Señalemos algo vinculado ya no al (o los) salto ornamental en la pileta del error del presidente, sino a algo más general y social: la instalación evidente en una buena parte de la sociedad de que todos pueden hacerse ricos en dos clicks, y la fascinación de la “nueva derecha” por las criptomonedas. Una deificación que no es otra cosa que el reflejo de su ambición por sintetizar conservadurismo y modernidad, identidad y tecnología. Trump y Bukele, cada uno a su manera, han coqueteado con esta narrativa futurista y plebeya, donde el respeto irrestricto a la propiedad privada convive con la promesa de un Occidente revitalizado a golpe de algoritmo y blockchain, cuando en realidad se encuentra en medio de una eutanasia prolongada.
Milei es un tecno optimista que tributa a la promesa de un futuro digitalizado y sin intermediaciones, donde el mercado es la única religión y la riqueza se multiplica en un milisegundo. En su burbuja de dopamina tuitera, cree que cada victoria es definitiva, sin notar que la hemorragia política de todo gobierno inicia cuando patea con desdén su propio hormiguero, en este caso, el de jóvenes -y no tan jóvenes- con enternecedoras intenciones de «hacer guita» en 10 minutos.
Y no es la oposición—fragmentada y errática—su principal obstáculo , sino su propia incapacidad de sostener un relato que resista la prueba del tiempo. Porque en la política, como en los mercados, la especulación sin fundamentos termina mal (no para todos, naturalmente). Ya lo decía el viejo lider justicialista: “El poder es como la plata: se gana, se pierde y se recupera, pero la autoridad es como la verguenza: una vez que se pierde, no se recupera nunca más…”.
Es que el presidente “especialista en crecimiento con o sin dinero”, no enfrenta una resistencia organizada sino algo más letal: el desencanto silencioso, el rencor que se acumula como la lava de un volcán, la frustración que no se mide en likes ni en movilizaciones, sino en la fría evaluación social de una ciudadanía que ya ha visto muchas burbujas estallar. Que está harta de cosmetología ideologista.
En este sentido, el dato político que queremos enfatizar aquí es que confundir militantes con ciudadanos, métricas de redes con legitimidad política, es un error de época que sólo acelera su propio ocaso. Pero retomemos los motivos que hacen que, hasta hoy, y quizás solo hasta hoy, Milei pague tan poco caros sus errores.
El minarquista es un ser humano, y la psicología humana, en general, es lo bastante hábil -y retorcida- para contarse ficciones, y recurrir a prótesis para suponer que tiene las riendas del barco. Hay hemorragia. Pero esto no convierte a la oposición en algo mejor de lo que era la semana pasada, ni mucho menos genera una posibilidad política inmediata.
Sucede que sus adversarios no lo dejan fracasar en paz. Ante cada ingreso del oficialismo en los huracanados vientos del error, los pasos de ballet opositores deambulan, invariablemente, por los mismos lugares. Tweets envenenados del cristinismo duro hacia Kicillof, acompañados de previsibles frases ricoteras tales como “de esa miel no comen las hormigas”. A lo que sobrevienen los posicionamientos “buenos, bonitos y bonaerenses”, más porteños que puedan imaginarse, como solidarizarse con Lali y Milo J. La oposición conurbanizada es una casa sin cortinas, en un territorio donde no solo se enfrenta al problema de la marginalidad y la delincuencia, sino que trasluce un acelerado clima de descomposición social y anomia. El orgullo de “eliminar intermediarios” de la ministra de capital humano tiene su lado b: la pérdida de referencias territoriales (“punteros” o “referentes”) y el terreno libre para que el narco cope la dinámica barrial.
En el interior del país, algunos gobernadores de relevancia no parecen dispuestos a dar pistas. Llaryora se repliega sobre la tradicional dinámica cordobesista y Pullaro busca el equilibrio justo. Opositores en posición fetal que por ahora no muestran sus cartas.
Más allá de los escopetazos en los dedos del pie, la Argentina gobernada por las fuerzas del cielo es portadora sana de ciertos vestigios de olvido o indiferencia instrumental. Para la gran mayoría sigue siendo predominante la necesidad de “creer en algo”por sobre la de indignarse y dejarse la barba candado de Roberto Navarro. El optimismo más o menos generalizado sobre lo “que vendrá” en el país en materia de economía se manifiesta en cualquier sondeo de opinión más o menos serio. Ese respaldo no es eterno, lógicamente.
En ese sentido, la Argentina que Milei heredó es como esa casa de veraneo en la costa que hace demasiados años “la política” no visita. La pintura se descascaró, las ventanas están opacas de salitre, la humedad se tragó los cimientos y en el patio, el pasto creció hasta tapar la entrada. Durante un tiempo, no importó demasiado. Hasta que los vecinos empezaron a quejarse. Que los yuyos invaden la vereda, que da mala imagen, que se llena de bichos.
Entonces, se decide llamar (o votar) a alguien para que corte el pasto. Y aparece este hombre más roto que gris. No viene con una bordeadora ni con una desmalezadora prolija. Llega con una motosierra. El “tipo normal”, como decíamos, es este. Y no pregunta si hay que podar un poco o despejar los canteros, ni pide un turno en ANSES: arranca con todo. Se lleva pasto, cercos, arbustos, un par de rosales y hasta la hamaca vieja que alguien dejó olvidada: las ganas de creer en algo del argentino promedio, unas ganas que saldrá más caro que nunca defraudar, porque cuando el desencanto termine de diseminarse lo suficiente por el tejido social, ni la casa ni el terreno volverán a ser los mismos.
La campaña del desierto: interna y después
El gobernador de la provincia de Buenos Aires , aún con un potencial natural por la posición que ocupa en el sistema de poder, intenta fundar una identidad propia pero indefectiblemente es percibido como gerente principal de la marca fundada por CFK. Y va de suyo que refundar el kirchnerismo no es compatible con las “nuevas canciones” de una playlist que el gobernador todavía no diseñó.
En octubre del año pasado, decíamos que este equilibrio tensional, esta suerte de armonía imposible, tenía en el gobernador un blanco fácil de atacar. Sobre todo para quienes bregaban por una polarización que aún hoy consideran indispensable para darle n y rumbo» a la unidad. Kicillof hablaba públicamente de fortalecer un «escudo», cuando sus potenciales adversarios internos querían discutir quién portará la espada. “Nada deseo más que una batalla” decía Napoleón. Una frase que el gobernador jamás se tatuaría.
En la ecuación del poder, la rentabilidad del antagonismo puro es inmediata: ser «el más opositor» rinde en la urgencia del presente. Sierra Maestra ha visto bajar muchísimos velocistas. Pero el tiempo juega otra partida, y la administración—esa palabra gris que muchos desprecian—construye otra clase de capital, uno que se cotiza mejor en el largo plazo. Kicillof tendrá que decidir: ¿jugar el partido corto o apostar a la resistencia metódica?. Conducir no marida bien con el eslogan “pasión por la gestión”, sobre todo cruzando la Avenida Gral. Paz. Larreta lo sabe.
Cristina insistía en documentos programáticos, en textos que «desmenuzaban el mundo Milei» con un tono analítico/académico. Un tono ya demasiado abundante en la catarata de columnistas especializados en “nuevas derechas” y streamings desde donde personas sin experiencia política bajan instrucciones a dirigentes políticos. En un clima de saturación generalizada, donde el problema no es la falta de comentarios políticos sino la sobreabundancia, las “charlas magistrales” se convirtieron en un VHS de la comunicación política, hecho del que Cristina, finalmente, tomó nota.
El 11 de diciembre de 2024 la dos veces presidenta asumió la conducción formal del PJ. Con un discurso a temperatura Milei y tono beligerante, se plantó sin matices como la adversaria frontal al presidente. Ante esto, Milei no dudó en apelar a los tuppers guardados de antikirchnerismo clásico de los que, también, el libertarianismo dispone: ciclotímicos ataques por redes sociales y conmovedoras búsquedas de justicia. Lo interesante es que Cristina volvió a la centralidad opositora solo jugando el juego de Milei, es decir, incorporando la rítmica verbal libertaria. Y eso no es necesariamente positivo.
Por su parte, el intercambio epistolar que tuvo lugar haces unas semanas entre Kicillof y Milei podría inaugurar un enclave de discusión que, aunque de dudosa relevancia, se de entre “especialistas” en economía, rubro al que la presidenta del PJ no pertenece.
Mientras tanto, el perfil opositor de Cristina es cada vez más nítido para la opinión pública, y crece a ritmo mensual. Cosa que no le disgusta nada a Milei y su mesa política. Es más, la idea de esa mesa es que se presenten Macri y Cristina Kirchner, con la expectativa de vencer a los dos. Sería el cierre sinfónico del marketing anti-casta.
Kicillof está atrapado en una disputa de fondo: si quiere proyectarse a 2027, necesita despegarse de Cristina, pero cada vez que critica a Milei, el libertario lo pega con cemento de contacto a su madrina política. Sin refugio claro, el ex ministro de economía tararea que sería hermoso hacer un puente, pero los que lo unían con el kirchnerismo duro están rotos.
Lo concreto es que no puede decirse que la disputa ideológica entreel gobernador bonaerense y la presidenta del PJ sea necesaria. Es lógica. Porque hay que definir con bastante celeridad si, en la época de la ansiedad, el “derecho al futuro” va componer nuevas canciones o el “Cristina es presente” debe volver a vertebrar lo existente. La dirigencia debe decidir, inevitablemente, si va a representar a algo más que a sí misma.
El ideologismo y los límites del liderazgo Punk
Milei volvió a la «casita ideológica» de los viejos que lo vió nacer: el ideologismo. Ese flagelo que consta de la utilización de la ideología como deporte de riña entre clanes.
En 2023, con una sociedad agotada de parches, estaba dispuesta a cambiar los ejes económicos sin anestesia. El libreto libertario estaba más cerca del bolsillo: dolarizar, achicar el Estado, bajar impuestos. El mercado como el gran equilibrador universal. Pero con el desgaste del ajuste y la necesidad de sostener su base política, el gobierno prefirió echar mano a agendas importadas y profundamente ideologistas. Así puso a toda la política argentina a jugar su juego. La polarización empedernida. Todos contra todos.
Este viraje no es accidental. Responde a una estrategia política que ya habíamos identificado en noviembre de 2024. En ese momento trazábamos un diagnóstico que, creemos, se mantiene vivo:
“(…) Los senderos que se bifurcan encuentran a Milei y a Cristina, como si se eligieran mutuamente para ser los guardianes de la medianera. Esa que divide el horizonte del centro a la izquierda y del centro a la derecha.(…) Sucede que de cara a un año electoral, la polarización, eso que algunos denominan “el maniqueísmo de la grieta”, será lo que ordenará la contienda. Por eso, como observa Giuliano da Émpoli, todas las campañas electorales buscan “inflamar las pasiones del mayor número posible de grupúsculos y sumarlas a continuación, incluso sin que estos lo sepan. Para conquistar una mayoría, la idea de las campañas no es converger hacia el centro, sino aglutinarse en los extremos.”
Agregaremos ahora que en Argentina, esta estrategia se enfrenta a un electorado que empieza a mostrar signos de fatiga. Fatiga que en occidente ampliado ya se traduce como nihilismo: ese “estado religioso cero” donde aparece la violenta convicción de no creer en nada.
Con un gobierno nacional que se mueve entre el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el desacuerdo con Mauricio Macri, el conflicto plantado por el presidente contra la comunidad LGTB buscó polarizar corriendo el eje del debate económico al cultural. Tuvo como respuesta una manifestación muy numerosa, poco aparateada, y pacífica que no solo fue un síntoma del rechazo a su agenda cultural, sino también de un malestar más profundo, el de una sociedad que empieza a notar los costos de la recesión.
Esto último es relevante porque en un país de clases medias deterioradas como la Argentina, las causas tradicionales de las movilizaciones callejeras (salarios, empleo) han perdido volumen con los años. Los propios movimientos sociales han visto mermado su poder de convocatoria dada la intervención estatal liberal del Ministerio de Capital Humano en los circuitos de intermediación.
Y aunque haya demasiados profesionales del comentario político por metro cuadrado tardíamente fascinados y obnubilados por el operar de “los ingenieros del caos” en redes sociales, la movilización popular sigue siendo central para alimentar ese “músculo callejero” que toda expresión política requiere..
Lo cierto es que hasta hoy, como un alquimista el presidente instaló la oposición con la que quiere polarizar. Del progresismo como religión de estado a la deificación del anti progresismo. El mileísmo arrastro a sus rivales a discutir en los términos que le convienen pero, ¿por cuánto tiempo?. En el presente la oposición aparece como rehén de una agenda que gira en torno al ajuste, la cruzada “anti woke”, la demolición del Estado y la eliminación de derechos laborales, sin lograr construir un discurso alternativo que conecte con los sectores que pierden con el modelo.
La industria recibe el impacto de la recesión y las importaciones, siendo el desempleo el principal disciplinador social para deleite de la Ministra de Capital Humano. Mientras tanto, el Ministro Caputo se aferra a la ficción de la estabilidad cambiaria, pero el modelo está atado con alambre y baila en el Titanic de la baja de la inflación que es tan real como un espejismo sostenido sobre la licuación de ingresos.
Milei tiene el capital personal de ser y resultar genuino para la mayoría argentina. Es lo que le otorga cierta estabilidad y, también, lo que puede detonar este experimento por el aire. Mientras tanto juega al equilibrista sobre un andamio precario: un país caro, una economía que resiste por inercia y un endeudamiento que no deja margen. Su única carta es Trump, el «líder espiritual» que bregando por los intereses de su país confrontará con los de Argentina, pero que también puede abrirle a Milei las puertas del FMI y estirar la ficción. Sin embargo, la realidad se filtra por las hendijas: la inflación baja, la baja del consumo de carne es histórica y pero los precios ya están por encima de la región; la recesión avanza.
En suma, la realidad está lejos de lo que difunde el mainstream del comentario político, que sobreestima las capacidades del gobierno , sus “magos de Kremlin “ e “ingenieros del caos”. Tampoco es arqueando las cejas ante la nueva “barbarie” o tributando al club del “Esto es demasiado horrible” como se recuperará el terreno perdido. Sino proponiendo, no una “salida” a algo que la sociedad todavía no percibe como un laberinto , sino algo mejor. Superador. Algo que apriete también el esfínter doctrinario del peronismo pero también conecte con la fragmentada sociedad de hoy.
Es hora de que , de una vez por todas, el ya no tan gigante invertebrado se decida a diseñar un modelo argentino para este tiempo. Uno donde el trabajo, el esfuerzo y el mérito vuelvan a ser los ejes ordenadores de una sociedad demasiado atada con alambres. Aún con las tremendas limitaciones que impone la realidad local y global.
“En un país que se explica más por “Nueve reinas” que por “El lobo de Wall Street”, el golem es siempre una metáfora de la potencia autodestructiva de una comunidad. Pero también puede ser la metáfora de su capacidad de resetearse.
El golem argentino todavía camina sin renguear en los arenosos suelos del malentendido entre política y sociedad y acelera el paso con una “misión superior”. Una criatura que, como en la leyenda trágica, ya no se puede controlar. En esta Argentina que se explica más por “Nueve reinas” que por el “Lobo de Wall Street” nadie quiere más sanadores, manos santas, ni «masivos».
En la leyenda, el rabino Loew le dio vida al Golem inscribiendo en su frente la palabra emet (“verdad”), pero cuando la criatura se volvió ingobernable, le borró la primera letra, convirtiéndola en met (“muerte”). Con ese simple gesto, el monstruo colapsó, devorado por la misma fuerza que lo había animado. Milei, como todo constructo del hartazgo, terminará enfrentando su propio destino: la verdad que lo sostiene puede mutar en su sentencia.
Excelente artículo. La metáfora del Gólem me parece súper interesante para describir el fenómeno Milei: una criatura que, vale recordarlo, en algunas versiones de la historia nace del conjuro desesperado de sus creadores, del miedo y la urgencia, y que lejos de obedecer ciegamente, termina volviéndose una fuerza ingobernable. Tanto así que su lógica interna lo convierte en un bruto peligroso, incapaz de controlarse a sí mismo ni de medir las consecuencias de sus actos. Esa ambigüedad es lo que hace tan potente la metáfora: lo que nace para salvar termina siendo una amenaza. Gracias por este análisis.