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El jefe

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«La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer esto no sólo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible.

Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un “sin embargo”; sólo un hombre construido de esta forma tiene “vocación” para la política.»

Max Weber  – «El político y el científico»

En la tarde del 10 de diciembre de 2015, en su despedida en la Plaza de Mayo, Cristina Fernandez de Kirchner dijo que el más grande logro de su esposo había sido el de reconstruir la autoridad presidencial.La autoridad. Una palabra muy pesada hasta para Perón cuando escribía el que “el poder se gana, se pierde y se recupera. Pero la autoridad es como la vergüenza: una vez que se pierde no se recupera nunca más.”

Es que no había 678 cuando pasó de asumir con “más desocupados que votos”, a represtigiar la política y apretar el esfínter del autoestima nacional.

Fue un conductor para la Argentina atomizada, donde ya había deuda, multiplicidad de centrales obreras, movimientos sociales, clases medias desencantadas, organizaciones en distinto estado de maduración, informalidad laboral, inorganicidad indignada. Comprendió que se podía ser líder sin ser presidente, pero que no se podía ser presidente sin ser líder. Que no existía un discurso único con el cual persuadir.

La transversalidad fue, así, su respuesta política a un buen diagnóstico: no se puede conducir lo inorgánico. Argentina ya era un país de empresarios ricos, pero con empresas pobres. Un país con sindicatos fuertes -en comparación al resto del mundo-, pero que tiene también a una enorme mayoría de trabajadores precarizados y/o fuera del sistema. La política no podía ser un vidrio roto de una sociedad que ya no existía.

Néstor Kirchner se erigía como un cirujano del pasado ideológico de la Argentina moderna: interrogando a todos, extrayendo piezas sueltas de cada rincón, volviéndose legítimo en el arte de descoser todas las costuras y pretender rearmarlas a su manera. En ese proceso de disección y remiendo, el Estado y la sociedad volvían a necesitarse, a definirse mutuamente en la incertidumbre de un nuevo orden.

Con el objetivo de reorganizar el país puso a la imaginación política peronista a conducir el heterogéneo y atomizado campo nacional, por eso decía que ni los progresistas ni los conservadores debían conducir. Tenían q estar adentro, pero no conducir. . El Partido Justicialista debía estar pero no había que llamarlo. Simplemente estaba.

Nadie en la vida cultural y política argenta quedó al margen del impacto del meteoro kirchnerista. Las certezas de antaño se trastocaron, y quienes habitaban cómodamente su profesión o su lugar en el orden establecido se vieron obligados a reinventarse o a quedar a la intemperie. Pensarse en un nuevo mapa político dejó de ser una opción para convertirse en una necesidad.

Su relación con el progresismo era mucho más cercana de lo que se está dispuesto a aceptar. El gran dilema cultural kirchnerista fue encontrar al progresismo en la sociedad y pasar casi a estatizarlo. Tanto que comenzó a transformarse , sobre el final del proceso, en «norma ISO» de las decisiones políticas.

Quienes lo conocieron dicen que hablaba al final de las reuniones, para evitar rodearse de obsecuentes. Así elaboraba las síntesis, escuchando a todos primero, y haciéndolos parte después. El respeto por quienes tenían representación en territorio era el eje central de su forma de hacer política.

En su trayectoria de triunfos y derrotas acumuló y ejerció el poder cuando lo tuvo. Después de todo, eso hacen los verdaderos jefes. Decidir lo mejor para el conjunto en la soledad del poder.

El recuerdo de Kirchner es real y también mitológico, en tiempos donde los dirigentes son “marvelizados” por la torpe emocionalidad que domina el contexto.

Horacio González decía que Néstor Kirchner  acataba las raíces remotas del mito, que son las del sacrificio de los justos, con una vida que no es la de los santos. «Que los mitos son pasajes por la ambigüedad del vivir, a la que enhebran salvadoramente.»

Hoy no estamos en ese momento. Ese en el que podríamos, o quisiéramos esperar un destino épico de protector en las sombras, formalmente retirado. De «piloto de tormentas». Un padre a quien matar después. Porque todos quieren ser Nestor Kirchner, pero nadie quiere ser Eduardo Duhalde. Tiene lógica.

Kirchner fue la voz de mando que sentó las bases de un modelo de crecimiento con justicia social que comenzó a agotarse en 2012. Por múltiples razones, que son las mismas por las que vale la pena volver a insistir.

Nadie sabía quién era ni qué podía Néstor Kirchner. Ni él mismo.

Fue lo que se dice: un buen presidente.

@zoncerasabiertas

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