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Se sabe: el rechazo contra la política se distingue cada vez menos entre las distintas fuerzas partidarias, de modo que aún si las fuerzas macristas volvieran al gobierno, deberían lidiar con este fenómeno. El problema político nacional es claro: a nadie le sobra representación, porque a nadie le sobran votos. A nadie le sobran banderas, porque a nadie le sobran ideas. No obstante lo anterior, vale aclarar que este no es un fenómeno exclusivamente argentino.
En una sociedad que no quiere que el tema central de su vida sea la política, el problema que tenemos los politizados no pasa por la falta de comentarios, sino por el exceso. Aún de comentarios inteligentes, que hay muchos, pero no distinguen entre sociología, literatura y posibilidades electorales.
La sobreabundancia del comentario político al galope del Trending Topic influye en que la política como actividad, se analice mucho más a la luz de lo que la dirigencia política dice, que a la luz de lo que hace. Y no es un tema menor.
En 2021, una semana antes de las PASO, me preguntaba si los libertarios eran una estudiantina o una amenaza electoral, y observaba en Milei un emergente de la cultura border “antisistema”, cuyo polo de influencia cultural nace de un mundo digital donde la “pospolítica” y el discurso “anti casta” circula por los tejidos nerviosos de toda una comunidad de youtubers, influencers, fandoms, etc.
El streaming y las tecnologías asociadas al electorado más joven (el 90% de las búsquedas en YouTube son hechas por menores de 30 años), alimentan nuevos modos digitales de circulación de la información y de construcción de discursos e identidades en la conversación pública. La politización fast food que habilita la red (de la que he hablado en este artículo) se combina con el lugar de confort que caracteriza la subjetividad indignada de la red: los usuarios negocian el simplismo de la inmediatez por reconfirmación permanente en la propia creencia. Esto favorece la radicalización de las posturas, que es vendida por quienes comandan ideológicamente estos espacios como una “épica anti casta política”.
Es así como un youtuber asociado al discurso “irreverente” y “anti progre” como Emmanuel Danann, tiene más de un millón trescientos mil suscriptores en YouTube; Agustín Laje, de la misma fauna ideológica, casi un millón cien mil; “El Presto” -con un enfoque más border- o Nicolás Marquez, tienen más de trescientos mil. Influencias de esta índole, sumadas al consumo irónico de ciertos tópicos y personajes del ultraderechismo de salón, más los algoritmos de “recomendaciones” de teorías conspirativas, son determinantes en la creación de atmósferas, climas y ciclos de conversación que “prenden” en ciertas audiencias.
EL CAPITALISMO DE LA CATARSIS PERMANENTE
La dinámica libertaria y la dinámica troskista tienen, en este punto, una afinidad electiva natural: son hijas sanas del capitalismo de la catarsis. La intensidad de sus declamaciones «anti-sistema» se asocia más con hablar de todo lo que debe ser «destruido», que con aquello que pretenden construir. Una catarsis permanente que demostró estar en condiciones de orientar conductas hasta para cometer un magnicidio.
Esta acumulación vía catarsis, es la que capitalizan figuras “nuevas” como Milei que, como intenso habitante de las redes sociales le da representación a ese conjunto de emociones basadas en la ira y en la frustración post pandémica. Emociones que proliferan en el anonimato del mundo online, pero que anidan en el mundo offline. El fomento de la hostilidad es también un modelo de negocios a nivel mundial. Lo rentable es fomentar la hostilidad, la rabia entre los clanes digitales. En Argentina, esa hostilidad se canaliza mayoritariamente hacia el peronismo, y no es que el peronismo no haya hecho méritos para ganarsela metiendo – como corresponde- el dedo en la llaga.
Solo así puede entenderse cómo el odio a Cristina simboliza y acompaña el odio a los «planeros», los zurdos, los «negros»… Como bien señala Abel Fernández, lo que en Europa se expresa como xenofobia, aquí es aporofobia: odio a los pobres. Lo cierto es que la política de capitalizar el resentimiento se instrumenta en una nueva lógica de conducción, la de politizar el malestar: conducir es indignar. Es por eso que esos seres anónimos encuentran en Cristina la forma de expresar broncas y frustraciones, y erosionan al cada vez menos gigante y cada vez más invertebrado peronismo, que tiene demasiadas plazas, internas y balcones, pero no un proyecto común.
¿DÓNDE PESCA MILEI?
En este marco, la opción libertaria parece disputarle -con éxito- tanto a la izquierda trotskista y al kirchnerismo una franja de la juventud -con un incipiente éxito- como al macrismo su núcleo más visceral -los desencantados con la “moderación” larretista-. Ahora bien, de ahí a que el espacio que representa el libertarianismo pueda constituirse como opción con posibilidades electorales de conducir los destinos nacionales, hay un trecho.
La figura rockstar antisistema que trabaja Javier Milei gana lugar entre franjas juveniles urbanas porque no les vende que es necesario el sacrificio por el otro. Se puede emprender y “joder la casta política» sin ensuciarse. La estudiantina antisistema de traje y corbata puede ser más atractiva que la de la hoz y el martillo.
Pero no solo la juventud es imantada. Hay que señalar también que en el arca de Noe libertaria habitan biografías marchitas, mentes rotas por la urgente necesidad de reconocimiento, lógicas plebeyas de clases medias bajas que no encuentran abrigo ante su siempre eventual desclasamiento. “Buscas” de la economía informal con redes sociales. Los copitos cómo alter ego de toda una forma de informar(se) y politizar(se). Las nuevas modas de la rebeldía decadente polinizaron su ideología por derecha (lo que no significa que sus posibles electores sean «de derecha”) en tiempos de incertidumbre y frustración, y donde el progresismo, que tiende a romantizar lo plebeyo, no ha podido ver esto con claridad, y ha explicado estos fenómenos por sus efectos, y no por las causas y profundos pesares colectivos que le dan sustento.
Retomando la caracterización del emergente libertario, vale señalar que la base ideológica autopercibida por este espacio es el “verdadero liberalismo”, lo cual le da una suerte de carácter de fracción vanguardista e iluminada, que exige “volver al liberalismo real” (el de hace un siglo) para “volver a ser potencia mundial”. El liberalómetro se abre paso. Una mirada museológica, pero con pretensiones de futuro, que no sólo afecta el pensamiento de estos sectores, sino de muchos otros. Ahora bien, pasemos a definir esta base teórica en líneas generales, y observemos brevemente qué es el liberalismo en materia de ideas. En lugar de ser una teoría política, el liberalismo es una teoría crítica de la política. Vincula lo político con lo ético, para subordinarlo a lo económico. No podría decirse entonces que hay política liberal en sí, sino crítica liberal e hiper individualista de lo político, que es una crítica a la limitación de la libertad individual.
Como vemos la doctrina no varía. El chivo expiatorio preferencial es el Estado –la esfera pública, del “nosotros”– administrado por una “casta” política que vive a espaldas de la “gente corriente” , lo cual genera una identificación por oposición, es decir, la “libertad avanza” con “todos aquellos que no son/somos casta política”. La espada es el discurso de mercado: la esfera privada, del “yo”, que se vende como “la libertad”. Buena jugada. Cuando el individuo es la medida de todas las cosas, el resultado es siempre la guerra de guerrillas individual contra la comunidad. La fórmula utilizada es conocida: conducir es indignar. Dicho en otros términos, la técnica es ampliamente conocida en la política nacional: la moralina usada contra la moral nacional.
Pero en definitiva, ¿el libertarianismo es un emergente que debe preocupar al sistema democrático?. Es evidente que las actuales circunstancias han generado en una parte de la población una temperatura social de ira y de frustración. He repetido quizás hasta el hartazgo del amable lector que existe un cansancio social más o menos pronunciado con el imaginario del progresismo culposo a la hora de vincularse con valores como el orden, la seguridad, la movilidad social ascendente con dinámica de méritos deseables para la realización de la comunidad (trabajo, esfuerzo, dedicación) y demás cuestiones que hacen a la representación de mayorías sociales.
Naturalmente, este conjunto de factores impactan en un deterioro fenomenal de la percepción social sobre calidad de la gestión pública, y en la merma de la confianza de la sociedad en el sistema institucional de representación. Ese es un terreno fértil para la pedagogía antipolítica, de la cual el envase más fresco viene en forma de libertarios, pero el mayoritario tiene forma de macrismo. Claro, en política no existen espacios vacíos. Alguien los ocupa. Y el macrismo se sintió muy cómodo aportando soluciones facilistas a problemas complejos.
En un escrito de 2021, sostuve que sería ingenuo no ver que las franjas dirigenciales más organizadas del campo nacional están paradas sobre paradigmas que no se corresponden con las demandas sociales. Por eso hay lugares que no están organizados, demandas que no están representadas y estallan por los márgenes. Aquí la ideología progresista encuentra su principal problema: entender lo que denomina «derechas». Es un problema casi epistemológico. Es decir, las explica por el resultado de sus acciones, pero tiene una ceguera fenomenal para comprender sus causas. Sus bases y componentes sociales. Los profundos problemas colectivos y sentires que le dan sustento a determinados grupos políticos. Desde Macri a Vox. Desde Trump a Bolsonaro. Desde las colectas de Santi Maratea a la prédica libertaria.
El crecimiento de la antipolítica se explica por varios factores. Para mencionar solo algunos, apuntamos los últimos 4 años de deterioro de la economía (con altibajos y una pandemia mundial mediante), la falta de profundidad y sentido nacional en los debates, y un constante griterío de moralina de periodistas y comunicadores que vibran siempre en la frecuencia del esquema grietológico. Todo esto ha consolidado la espectacularización de la política, es decir, a la política como circo, y al ciudadano como espectador indignado.
MILEI: UN MACRISMO ACELERACIONISTA
Es este el contexto en el que Miilei aparece como epifenómeno visceral de una cultura política matriz: el antiperonismo. Lugar que encontró en la ideología macrista un bazar de ideas pobres pero que electoralmente funciona bastante mejor que las demás para expresar la líbido de cualquier antiperonista del siglo XXI. Lo que sostenemos aquí es que, no es que el peronismo sea tan creativo, sino que la imaginación política opositora todavía parece demasiado estrecha como para generar un ´populismo antipolítica´ encabezado por la fracción libertaria. Si pudo generarla fue a través del PRO.
Reforze esta idea sobre Milei en 2022, y a riesgo de equivocarme feo sugerí que, lejos de tener una posibilidad real de conducir una herejía de mercado, Milei se autopercibe Menem, pero ocupa la función de Neudstadt: sembrar el camino de la emocionalidad necesaria, para que alguien con más representación electoral y menos desorden emocional pueda ejecutarla. En términos electorales, el libertarianismo puede ser el gran aporte que requiera Patricia Bullrich en un Ballotage. Y este es el verdadero dato político.
¿Qué quiero decir con esto? que hay espacio para emergentes nuevos. que en el caso particular de Milei puede recoger un gran volumen de votos de sectores de clase baja y media baja. Pero quienes compran féretros anticipados para las 2 fuerzas con mayor capacidad de movilización del país, se equivocan. Los tejidos nerviosos de las dos principales posiciones ideológicas han sido durante más de 70 años el peronismo y el antiperonismo. Sus versiones actuales más vigorosas han sido el kirchnerismo y el macrismo. Hasta ahora, ambas fuerzas han impreso de modo preponderante su imaginación política a las coaliciones que han integrado. Pero Argentina es el país de las particularidades, de ahí su intensidad.
La precaria sustancia política de Milei parece más una descarga contra el actual estado de cosas que un destino de horizontes claros sostenible en el mediano-largo plazo. De haber un nuevo emergente, es más probable que surja de las identidades históricas. Más probable sin dudas que de algo conducido por la indignación libertaria, cuya instalación política de largo plazo es incierta teniendo en cuenta su muy probable licuación en el dueño del circo: el macrismo, una cultura política ya instalada con demostrada capacidad de integrar fuerzas heterogéneas. Una suerte de “movimientismo” neoliberal que, aunque cueste reconocerlo, muchas veces muestra más flexibilidad ideológica para la construcción que su alter ego peronista/kirchnerista.
Quizá sea demasiado decir que la nueva generación antiperonista apareció antes que la nueva generación peronista. Esa nueva generación educada en el credo liberal del individualismo, el mérito y el management demostró una potencia callejera importante contra las medidas de confinamiento y cierre de escuelas. El antiperonismo revitalizado es una realidad, aún después de su fracaso en el gobierno, porque para una buena parte de la sociedad el “antipersonalismo” que vende la oposición sigue siendo un valor -entre otros- considerablemente positivo y deseable, aunque todo eso forme parte de una gran cortina de humo detrás de la cual vienen políticas para empeorar aún más la situación.
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