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En el peronismo, se sabe que se llega a la presidencia de un país sumando más votantes que dirigentes, porque la unidad dirigencial es esencial pero no garantiza la del electorado. En este camino, el candidato/a que represente al peronismo deberá brindarle a su base de sustentación electoral, a desencantadas y desencantados, y también a indecisos e indecisas, más motivos para sufragar por su fórmula que el temor a la vuelta del macrismo. Claro, que la política recuerde que “la rueda es redonda” -como sugiere Iván Schargrodsky al referirse a Néstor Kirchner en su columna en Futurock– no es tarea fácil. El contexto tiene similitudes y diferencias con aquel que dió inicio -previa Gestión Duhalde/Remes Lenicov- aquel 25 de mayo de 2003.
Update para el peronismo
En este blog, se conjeturó hace unos cuantos meses que este peronismo puede dejar de ser electoralmente competitivo -también- porque la morfología de las clases medias y populares y su relación con “lo público” (que engloba política, Estado y representación democrática) se modificó de un modo en el que el gigante invertebrado no pudo interpretar del todo. El kirchnerismo, como su actualización doctrinaria más reciente, enhebró un mensaje convocante para buena parte de la sociedad argentina que fue eficaz durante mucho tiempo.
El Jenga construido y sostenido desde hace casi dos décadas puede derrumbarse si prima la rigidez conceptual de la dirigencia para entender los cambios del contexto. Hay una reacción a la representación social de un Estado entendido como mímica. Lo observábamos en “¿La sociedad se corrió a la derecha o el peronismo se corrió de la sociedad?”:
“Lo político experimentó el descenso permanente de hacia los particularismos, en detrimento de las agendas de mayorías, lo que ha generado un deterioro fenomenal en el enfoque de las políticas públicas, que le han quitado prioridad al abordaje de los macro conflictos para orientarse a los micro conflictos. (…) La sobreactuación y las puestas en escena de la cosmetología política progresista colisiona de frente contra ese argentino que está solo y espera, preguntándose “¿y a mí cuando me tiran un centro «. La orientación de muchas políticas priorizó el sostenimiento de ciertos vínculos identitarios pero en un antagonismo directo con el territorio común, que es el que verdaderamente está agobiado por problemas estructurales de una Argentina que más que resolverlos, los arrastra hacia adelante.”
Un Estado que tiene una calculadora a la que se le escapa el 50% (o más) de la economía informal, que no puede reformular un esquema impositivo (y por ende recaudatorio) vetusto, y que no ha logrado una integración inteligente con el mundo privado ni cuando en el mandato anterior sus gerentes tuvieron la posibilidad de conducir. Un mercado que va por el ascensor en la implementación de nuevas tecnologías, mientras el Estado va por la escalera.
En este marco el de CFK es, hasta hoy, el último liderazgo nacional de un esquema político conurbanizado donde los mariscales son más escasos que los bastones. Por supuesto, la racional defensa que las dos veces presidenta realiza principalmente de -principalmente- sus gobiernos hace pie en una narrativa de un pasado reciente feliz (o más feliz que el presente) que sirve como base para construir algo que en política es central: un relato con el que seducir, un significante. Pero la sociedad de hoy no es la de hace 10 años, y quizá ya no encuentre el mismo significado en ese relato.
Hay un sector importante de argentinos que, en su ideología y su biografía social, está mucho más cerca del peronismo que, digamos, del PRO, pero que ya hace más de 10 años no confía en que el Estado ni la política resuelvan sus problemas. Un sector que desde hace una década empezó a dejar de votar a lo que entonces se llamaba Frente para la Victoria. A ese sector, el amigo Abel Fernández lo caracterizó en un tipo sociológico concreto: el “pibe gol”. Se trata de ese cuentapropista que hace más de 10 años atrás había conseguido comprar su primer auto un Gol Volkswagen, pero que, desde 2013 ya no votaba al Frente de la Victoria, sino que en su actitud electoral encabezaba el primer desprendimiento de lo que hoy conocemos como “tercer tercio”, que antes votaba a Massa, pero que estos años estuvo suficientemente enojado para engrosar la intención de voto (que NO es el voto) de Milei.
Además de todas las particularidades de la época vinculadas a temas tan diversos como una clase política que se habla y se narra a si misma, clases medias desencantadas e inorgánicas, influencers e individuación extrema, vale remarcar dos datos de color: hoy el 60% del padrón tiene menos de 40 años, y muchos de quienes trabajan son pobres. Trabajar siendo pobre y joven no es algo de todas las épocas. Buena parte de la sociedad no se siente interpelada ni por la narrativa defensiva de trabajadores vs empresarios (“los 4 vivos”) ,ni por el romanticismo de la épica setentista, ni se emocionan con «El Necio» de Silvio Rodríguez. Con una movilidad social ascendente que brilla por su ausencia, y con la preeminencia de la digitalización de la vida, gran parte de los jóvenes le dan más valor a la libertad individual que al proyecto colectivo de la democracia.
Es probable que un sector de la dirigencia haya estado, durante demasiado tiempo, pensando en el pueblo que le gustaría tener, y no el que tiene. Un pueblo que encuentra su estabilidad amenazada por un torrente de incertidumbre y una redefinición de su relación con el mundo del trabajo, al igual que sucedió en el 2001 con las clases medias. Un pueblo que hoy ve repetir esa situación en los sectores populares, que son quienes más experimentan este proceso de reconfiguración de su vida cotidiana, su relación con el trabajo que en definitiva es lo que permite organizar la vida económica y las expectativas a futuro.
Para que surjan nuevos liderazgos es necesario que el peronismo realice un trasvasamiento generacional que se nutra a nivel federal de las y los mejores cuadros políticos disponibles, para recuperar la capacidad de debate y la rebeldía desde lo esencial de la doctrina, que es lo único permanente. Es necesario que el peronismo recupere y reconstruya su imaginación política, de la que ha carecido en buena parte de los últimos años, y es por esto que en muchísimos temas ha ido detrás de la imaginación política progresista. Algo similar le sucedió al radicalismo, que tras el estallido de 2001 quedó sin rumbo y tuvo que pararse en fila india tras la imaginación política macrista.
Cómo bien señalan Rodríguez y Touzon en su lúcido trabajo sobre el menemismo, en 1989, construir molinos de viento fue la consigna de un peronismo que multó para no morir y que a la vez mató inevitablemente algo de sí mismo al hacerlo. La resiliencia movimientista para adaptarse al tiempo histórico es el principal activo del peronismo como corriente nacional. Así, resistió tanto al partido militar en su larguísimo round histórico de tres décadas como al alfonsinismo arrasador del tercer movimiento histórico.
El legado de Néstor Kirchner, un agudo lector e intérprete de su época puede ser un buen espejo en el cual mirarse. Kirchner fue un conductor para la Argentina atomizada, donde ya había deuda, multiplicidad de centrales obreras, movimientos sociales, clases medias desencantadas, organizaciones políticas en distinto estado de maduración, informalidad laboral, inorganicidad indignada, pero no había tantos trabajadores pobres. Kirchner comprendió que no existía un discurso único con el cual persuadir a una sociedad que se había fragmentado.
Es cierto que hay una épica necesaria para cohesionar al núcleo duro, fundamental para en la primera parte de la campaña. Sin embargo se requieren nuevos contornos políticos en sentido amplio, no simplemente electorales. Esto se pudo hacer en los últimos años desde un frentismo que sirvió para ganar, pero estuvo minado de una arquitectura de acuerdos endebles cuando no inexistentes. Así el Frente de Todos se fue transformando -el también- en lo que parecía haber enterrado, aquello que denominamos «Partidos del No», y que desarrollamos largamente en nuestro artículo anterior. El frente gobernante descendió al: «No al Macrismo», siendo el único acuerdo que se sostuvo entre sus integrantes. Pero las razones que impulsaron a formar esta coalición en 2019 siguen vigentes, lo que debe transformarse es la oferta de motivos por la cual votantes peronistas, progresistas, y desencantados optarían de vuelta por un candidato/a del peronismo.
¿Qué hacemos con el progresismo?
Como bien observa el libro de los autores citados antes “¿Qué hacemos con Menem?”, el subtítulo alude metafóricamente a las observaciones que en el libro se hacen sobre aquel progresismo de los 90. Se señala allí que esta corriente respondía a distintas vertientes que habían reconvertido la idea clásica de la revolución de izquierda a una versión light y digerible en la época, pero no tenía política hasta la aparición del FREPASO (y la ALIANZA como su continuidad). Antes de eso se refugiaba en la cultura y políticamente se proyectaba a una socialdemocracia genérica en una narrativa unánime contra el “robo menemista” y “los punteros del PJ”.
Combinaba el honestismo de Chacho Álvarez con un discurso que condenaba la brecha social pero dejaba de apelar al pueblo para apelar a la “ciudadanía” o a “la gente” sin perder su proyección cultural en tradiciones de izquierda. Condenaba a los punteros del PJ pero sin orientar dardos directos contra el neoliberalismo o la convertibilidad.
El kirchnerismo anudó a la base social peronista que en los 90 votó a Menem, con otros dos sectores más: la clase media ilustrada y progresista que votaba FREPASO y fué atrás de la impronta radical del delarruismo que colapsó con la ALIANZA, y la base social trabajadora (y precarizada durante el gobierno de Menem). En su arca de Noé también hubo espacio para algunas viejas izquierdas pero también para los que buscaban estética y liviandad en el Palermo Kirchnerista cool con sus bares temáticos sobre peronismo. Así descolocó a la irreverencia canchera y antipolítica de CQC, porque la ideología volvió a ser más relevante en la identidad que la mera queja socarrona contra un estado de cosas. Algo similar le sucedió al ex progresista Jorge Lanata.
La transversalidad nestoriana fue, así, su respuesta política a un buen diagnóstico: no se puede conducir lo inorgánico. Con el objetivo de reorganizar el país realizó una minuciosa construcción de poder y gobernabilidad, basando su forma de hacer política en una lógica inicial de acuerdos políticos con todos los sectores posibles, incluso con quienes serían futuros enemigos del kirchnerismo, una potente recaudación, y también una sensata construcción territorial con dirigentes representativos. Esto último fue detalladamente explicado por un hombre fuerte de su armado, Julio De Vido, en el programa «El método Rebord» que se emite por Youtube.
Salvando las distancias, Juan Perón comparte con liderazgos como el de Nestor y Cristina Kirchner una trágica coincidencia. Como decíamos aquí, la relación que define tanto quienes aman sus liderazgos sin medida como quienes los odian sin piedad es que les prestan atención, pero no siempre escuchan lo que dicen estos líderes. La comprensión de texto es, entonces, un flagelo atemporal.
El general, sostenía hace muchas décadas que «hay que persuadir a los que están equivocados y toman la política como un fin y no como un medio, y hay que traerlos a nuestras agrupaciones. Si son idealistas y hombres de bien, serán bienvenidos y reforzarán nuestra propia organización. También afirma que “la conducción no es el mando (…) Aquí hay que arreglárselas para que la gente haga caso y, sobre todo, tener cuidado de no ordenar nunca nada que no se pueda hacer.”. En este marco teórico, el general señala que la política, a pesar de que en ella hay algunos intransigentes, es un juego de transigencias. Así lo sostiene en Conducción Política:
“Algunos creen que gobernar o conducir es hacer siempre lo que uno quiere. Grave error. En el gobierno, para que uno pueda hacer el cincuenta por ciento de lo que quiere, ha de permitir que los demás hagan el otro cincuenta por ciento de lo que ellos quieren. Hay que tener la habilidad para que el cincuenta por ciento que le toque a uno sea lo fundamental”
En definitiva el santacruceño, tras una larga marcha de triunfos y derrota, llegó a la presidencia y puso la imaginación política peronista y a cuadros peronistas a conducir el heterogéneo y balcanizado campo nacional, y tal vez por eso señalaba que “ni los conservadores ni la progresía deben tener la iniciativa política de conducción del movimiento nacional”, debían “estar adentro”, pero no conducir. Ese era el «50% de lo fundamental» que le reservaba al peronismo.
Para gran parte de la dirigencia oficialista salir del “síndrome Héctor Cámpora” será trabajoso. ¿Habrá algún/a dirigente que quiera -como NK- ser “su propio jefe” y construir su camino?. Desarrollar autonomía es difícil pero fascinante. La reconstrucción de la autoridad presidencial depende, entre otras cosas, de recuperar esa sana rebeldía. Este puede ser un proceso largo, pero debe iniciarse una destrucción creativa para hacer que la ingobernabilidad endémica de la Argentina por fin sea domada, por lo menos por un tiempo considerable.
Un Peronismo para la Argentina
Fue probablemente Néstor Kirchner el principal intérprete y ejecutor de una máxima mencionada en el último libro de Abal Medina, «Conocer a Perón». Néstor tuvo la suficiente imaginación política para entender que lo que lo que se necesitaba era un peronismo para la Argentina y no una Argentina para el peronismo. Sin esa imaginación hoy, será difícil, no ya ganar, sino hacer un papel digno en las elecciones. Sin esa imaginación, no hay prácticamente nada, excepto liturgia y alguna recomendación de cómo seguir en el chat GTP.
Como señalamos en nuestro último artículo, creemos que, contra el entendible realismo pesimista, la ingenuidad o mala fe de quienes hablan del peronismo como obstáculo al desarrollo, debe sostenerse que en la capacidad de modernización del peronismo se cifra la clave y la posibilidad empírica de la modernización capitalista de la Argentina. Esto no se logra solo ganando elecciones, sino construyendo gobernabilidad tanto económica como social, generando consensos democráticos sólidos y recuperando la legitimidad y la confianza en el sistema político institucional argentino. Claro, para eso se requiere de una hegemonía que no se construye ni en 6 meses, ni en un año, y que requiere de -entre otras cosas- de recomponer el proceso de movilidad social ascendente.
Debatir lo que se plantea como clausurado es la clave para que el movimiento mantenga su principal virtud: la capacidad adaptativa de representación de mayorías, pero de estas mayorías de hoy, que si en algo se parecen a las de ayer es en que también creen que la rueda está inventada, y que es redonda.
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