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Lo mismo que a usted

Tiempo de lectura 7 minutos

✍️@zoncerasabiertas

Comenzamos advirtiendo a los lectores no habituales que en este espacio intentamos alejarnos deliberadamente de la fascinación . O por los «ingenieros del caos» o por los «magos del Kremlin» del gobierno. Fascinación que abunda en el mainstream del comentario político profesional. Un mainstream que, además de edificarse sobre dudosas financiaciones, sobredimensiona “la novedad” que expresa Milei con su catarata de podcasts, streamers y “columnistas especializados en nuevas derechas”. Es que la obsesión por las novedades nubla la percepción de constantes.

En enero de 2024 escribimos “Revolución precoz”. Alli decíamos que:

La visión panorámica que Milei tiene de la Argentina es la de un lugar, no la de un país. El materialismo congénito que habita las cabezas liberales los hace tener una perspectiva tan sesgada como la que le atribuyen a sus adversarios. Un marco teórico donde no hay lugar para lo trascendente, sino sólo para lo inmanente y para aquello que genere “valor”. Incluso esto último resulta imposible sin un andamiaje macroeconómico que sustente ese objetivo; andamiaje que está ausente en la cosmovisión libertaria. Para colmo de males, esa vacancia fue ocupada por un mesadinerista como Luis “Toto” Caputo. Es que el arco narrativo del país es tan desopilante que un día el mismo personaje que endeuda a tres generaciones, hoy es mensajero del “recibimos la peor herencia de la historia”.

Este Milei ya no es el candidato anti sistema, sino el presidente del sistema que contiene no un “lugar”, sino un país que tiene componentes que exceden sus condiciones sociodemográficas o su historia económica. Contiene a una sociedad con una tradición, una cultura efervescente pero auténtica, y una idiosincrasia que Milei se jacta demasiado temprano de conocer. Una sociedad a la que se puede convencer en una elección con argumentos que no sirven para gobernarla. Ya lo dijo un ex funcionario del gobierno de Cambiemos cuando estaba en retirada, allá por 2019: le ganamos al peronismo, pero nos encontramos con la Argentina.”

En 2023, la sociedad argentina estaba agotada de parches y dispuesta a cambiar sin anestesia, comprando lo que vendía Milei: dolarizar, achicar el Estado, bajar impuestos. El mercado aparecía como un gran equilibrador universal. Pero tras el desgaste de la épica del castigo y la necesidad de sostener su base política, el gobierno prefirió echar mano a agendas importadas y profundamente ideologistas. Durante meses puso a toda la política argentina a jugar en su cancha, en la polarización empedernida, todos contra todos.

El problema es que esa estrategia tiene un límite. Fatiga a una sociedad ya demasiado fatigada que necesita “creer en algo”. Y en la medida en que esa fe ortopédica se erosiona, comienza a notar los costos de la recesión y la imposibilidad cotidiana de sostenerse. 

Mientras la industria nacional recibe el doble impacto de la recesión y la apertura indiscriminada a importaciones, el desempleo vuelve a ser el principal disciplinador social. Caputo, ministro perpetuo, administra un modelo atado con alambre que danza en el Titanic de una estabilidad cambiaria ficticia, sostenida únicamente por la licuación de ingresos. ¿Otra revolución que terminará en devaluación?…

¿Cuándo, pero cuándo? Si siempre estoy llegando…

“Al regreso de Alfonsín, un personaje inesperado se sumó a estos acontecimientos: Michel Camdessus, jefe del Club de París y miembro de la tesorería del gobierno de Francia. […] Oh, sorpresa: eran los mismos diez puntos con los que el FMI venía machacando hacía meses, ahora envueltos en retórica grandiosa. (…) Grinspun (ministro de Economía) preguntó qué le había parecido a Canitrot (asesor económico y especialista en políticas públicas), que respondió: ‘Nos la pusieron con vaselina’.” (Juan Carlos Torre, Diario de una temporada en el quinto piso).


Los ex jóvenes sabemos que la relación más tóxica de nuestra historia es la relación con el FMI, ahora remasterizada. Macri lo trajo de vuelta en 2018 con un préstamo récord que terminó devorándolo. Milei cree, conmovedoramente, que su destino es distinto.

«¿Te das cuenta, Benjamín?»… El FMI puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín, no puede cambiar de operadores financieros: Caputo y Sturzenegger. La licencia literaria que tomamos sirve para clarificar que hay constantes en la Argentina. En hechos y en nombres. Por eso los antiguos funcionarios económicos de De La Rúa y Macri, hoy lo son de Milei. Son los verdaderos burócratas de sotana laica, guardianes de un dogma que confunde política con ecuaciones. Previsibles trucos que desembocan en el deporte constante de arrodillar al país.

La dirigencia argentina, con honrosas pero insuficientes excepciones, ha tenido o bien el marcado interés de favorecer sórdidos intereses foráneos o bien serias dificultades y poca imaginación política para salir de este abismo cíclico. La historia económica argentina se divide en dos grandes etapas: una Argentina peronista desde 1945 hasta mediados de los ’70, industrialista y orientada al mercado interno, con crecimientos similares a países como Australia o Nueva Zelanda, y otra Argentina pos-peronista desde entonces.

Desde Martínez de Hoz hasta Milei, pasando por Menem y Macri, vivimos alternando proyectos neoliberales, aperturistas, anti-industrialistas y financierizados. Todos diferentes, sí, pero con la misma aversión al Estado regulador y una hostilidad sistemática a cualquier política industrial activa. El deambular por los extremos de estatismo y anti estatismo indican no solo condiciones históricas cambiantes, sino también la pérdida del sentido doctrinario en la concepción de lo político.

Los intentos políticos más recientes por salir de este esquema fueron parciales: Alfonsín recuperó libertades políticas, pero cayó en la hiperinflación; los Kirchner mejoraron condiciones sociales y generaron un periodo de estabilidad y crecimiento más que aceptable, pero no lograron consolidar un modelo económico sustentable. Lo que ahora intenta Milei, como la realidad ira demostrando de modo cada vez mas cruel no es nuevo: es neoliberalismo tardío, profundamente ideologista, colgado de su propio cráneo moribundo.

El presidente, convencido de que todavía es un héroe de Marvel , está a punto de descubrir que la única novedad de su gestión es la torpeza de sus formas.

Me siento solo, lo mismo que usted

“Necesitamos innumerables reformas de fondo; el único camino para reconstruir la Argentina es el del reformismo permanente”, dice Milei en 2025. Lo concreto es, como hemos señalado, que Mauricio Macri decía exactamente lo mismo en octubre de 2017, marcando el inicio de su indetenible hemorragia política. No es coincidencia: se trata de la obstinada presencia en nuestro país de un neoliberalismo reciclado y bizarro.

Recordemos: los primeros liberales, como decía Karl Polanyi, construyeron el mercado; los neoliberales destruyeron la economía. Los libertarios actuales, en esta extraña mutación, más que bomberos son pirómanos ideológicos, incendiarios de un modelo viejo y ya agotado.

En definitiva, Macri y Milei son similares en lo profundo, aunque distintos en el método. Uno apelaba a un reformismo “moderado”, otro usa la motosierra. Pero ambos repiten errores históricos: creen que los problemas políticos son matemáticos. Que no nombrarlos los elimina. Que la economía se resuelve con fórmulas Excel.

La política “profesional” que gobernó entre 2015 y 2019 tuvo ideas y valores de gente que “se metía” en política para purificarla, haciéndole un favor al país “condenado al sucio populismo peronista”. A esto le siguió el “síganme no los voy a conducir” de Alberto Fernández y toda su cosmetología socialdemócrata. Ambas gestiones gobernaron simulando, estetizando y generando un vacío de legitimidad que solo podía llenar un Milei. La política argentina se merecía el castigo de Milei. El país no.

La pregunta planteada en nuestro último escrito persiste sin respuesta: ¿qué alternativa estructural es posible en una sociedad deshecha, precarizada y descreída, si la política se limita a gestionar ruinas?. El modelo libertario avanza hacia un choque inevitable. Antiflamas no faltarán, pero sin un mínimo de imaginación política, serán pocos —o pocas— quienes logren calzárselos a tiempo.

El presidente se mira en el espejo roto de su frágil autoestima: un economista devorado por la economía, atrapado en una casta global que lo utiliza de bufón. El sabe mejor que nadie que se puede ser líder sin ser presidente, pero no se puede ser presidente sin ser líder. Y mientras su torbellino decisionista parecía novedoso en 2024, empieza a tornarse peligroso. Ya que tomar decisiones no es una cualidad en sí misma. Hay que tomar decisiones adecuadas. Volver al FMI no parece ser una de ellas.

A Milei, en definitiva, le pasa lo mismo que a Macri. Y, lamentablemente, nos pasa lo mismo a nosotros, porque como ya sabemos demasiado bien, Argentina, con excepción del período kirchnerista, es eso que ocurre mientras el FMI manda sus auditores.

 

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