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El arte de ganar

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La hemorragia del golem 

Venimos siguiendo con detenimiento los pasos del libertarianismo sobre las ruinas del sistema político. En este contexto, debemos observar una transición en el golem libertario. Si bien a lo largo de su mandato ha avanzado con menos resistencias de las esperadas, Milei ha dejado de ser  la figura de la disrupción y, con su motosierra ya demasiado gastada, ha elegido el traje del garante de un nuevo pero precario orden “sin inflación y sin piquetes”. 

El envión inicial tras la victoria de Milei estabilizó transitoriamente la economía con un alto costo social. Los mercados eligieron creer, reflejando su euforia inversora en un breve boom de bonos y en una caída del riesgo país a niveles no vistos en años recientes. Sin embargo, esta frágil estabilidad se logró mediante recortes drásticos en el gasto estatal, la liberación abrupta del cepo cambiario y una dolarización implícita que golpeó duramente salarios y empleo.

La estrategia discursiva libertaria basada en el rechazo a la política tradicional podría estar llegando a su techo electoral. La paradoja es clara: a medida que Milei se institucionaliza (o se castifica), el discurso anti-casta pierde credibilidad frente a los sectores que inicialmente sedujo. Esta contradicción intrínseca podría debilitar su heterogénea base electoral original.

Es que la parte de la sociedad argentina que votó mayoritariamente por un volantazo, por el fin de una forma de hacer (o de no hacer) las cosas, no ha entregado un cheque en blanco.  La tregua es tensa y está cronometrada. En este sentido, podemos afirmar que las últimas movilizaciones fueron, literalmente, alambradas. Se las erosionó cercenando a los manifestantes con cordones, amenazas públicas y logística exuberante. Así se evitó que lucieran masivas y se las arrinconó gracias al control férreo, desproporcionado, de la Ministra Bullrich.

En algunos rincones donde ya no da el sol libertario la bronca social crece como la lava de un volcán que no puede ser cartografiado. Crece sin -todavía- canales organizados .  Ningún actor opositor logra captar esos bancos de ira  porque, en parte, se dirigen también hacia ellos. La clave de la gobernabiliad de la nueva era. Por eso Milei todavía se sostiene, aunque la desaprobación social aumente. Sucede que, como hemos señalado, la base que todavía elige creer en Milei es una sábana cada vez más corta que ve perder sangre al león.

En una hemorragia que comienza con Libra y continúa con los apagones, haciendo una trágica excursión por Bahía Blanca, para morder cordón en el rechazo del senado a los pliegos de Lijo y Mansilla . Bahia Blanca, un punto de ruptura. Una comunidad desilusionada que funciona como muestra representativa de lo que podría sobrevenir a nivel nacional.

Para Milei parece haberse terminado el tiempo del discurso anticasta y de la motosierra. Para la oposición, también todo concluye al fin. Sobre todo porque ya no hay margen para la actitud de acompañamiento terapéutico de la crisis. Ese deporte debiera quedar reservado para los productos post pandémicos tales como el streaming. Allí si esta bien que prevalezca la mirada del espectador. Allí las internas son entre buenos vs malos, como en un Western de Clint Eastwood. Después de todo, se trata de un símbolo de época, como lo fueron las canchas de paddle que simbolizaron el menemismo. Pero el formato  se convirtió en la pieza ortopédica de una política renga, sin cosas nuevas para proponer pero con muchas cosas por comentar. Ese tiempo es el que  se ha agotado.

La primera de las batallas

Este año electoral,  si bien se trata de elecciones que no determinan el futuro ni del oficialismo ni de la oposición en términos definitivos, es relevante por múltiples razones. En principio porque habitamos un contexto donde crujen todos los espacios, y donde los alambrados que marcaron la silueta política nacional comienzan a diluirse. ¿Será el fin de 17 años de hegemonía del PRO en la Ciudad de Buenos Aires? ¿Está Milei en condiciones de doblegar al partido amarillo? Y sobre todo, ¿Qué impacto tendría este resultado para las elecciones nacionales de octubre?. Las de la Ciudad-Puerto siempre fueron elecciones de baja intensidad, pero por primera vez tendrán cobertura nacional.

En términos generales, con más de 30 elecciones locales en 2025, ningún candidato figurará en más de una boleta, síntoma de una fragmentación política donde las lógicas nacionales ya no definen los votos locales. Las viejas coaliciones se desmoronan pero su colapso no es asumido.  Siguen armando estrategias sin entender que la sociedad ya votó para dinamitar esas formas. 

Este año electoral pone a prueba la imaginación de las campañas pero también la claridad para ver en qué escenario se da la contienda. Reconstruir una polarización clásica (anti-mileísmo vs. mileísmo) puede servir como estrategia de posicionamiento. Pero, de no mediar desajustes económicos de relevancia, también puede reforzar la narrativa libertaria de una “casta” que tiene la ñata contra el vidrio. 

En términos específicos, los comicios en la Ciudad de Buenos Aires han trascendido lo local, convirtiéndose en un reflejo de la gestión nacional. Esta dinámica transforma la elección en un plebiscito sobre la figura de Javier Milei, polarizando el escenario político entre quienes apoyan o rechazan su liderazgo.

La disolución de identidades dentro del PRO y sus aliados tradicionales se ve marcada por la salida de figuras como Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, junto con el alejamiento de sectores radicales y de la Coalición Cívica. El ángel exterminador parece no tener ya a nadie a quien exterminar. Mal negocio de un hombre de negocios.

Así las cosas, Mauricio Macri reaparece como un resistido consejero en las sombras del experimento libertario. Opera para bloquear el pliego de Lijo ientras sus correligionarios de Juntos por el Cambio se debaten entre apoyar a Milei pero desgarrados, o transformarse en una pieza de museo de la partidocracia liberal argentina. 

Por su parte la rara avis del peronismo porteño va dividido, con Abal Medina queriendo expresar -quizás- los ecos del extraordinario libro de su padre, Kim, respaldado por Guillermo Moreno, ese anticuerpo esencial sin volumen electoral, y el armado «oficial». En todos los casos, el peronismo enfrenta, en la ciudad-puerto, el mismo desafío que en lo nacional: superar el lastre de la última gestión albertista.

La apuesta con mayor cantidad de recursos de campaña y posibilidades electorales la hace con «Ahora Buenos Aires», presentando un candidato joven, radical de origen y que busque captar votos moderadamente antimileístas, sin ser plenamente kirchnerista. Pero que también es alcanzado, dada su cercanía con el ex presidente, por la mancha venenosa de haber estado muy cerca de aquel ex amigo fanático de Lito Nebbia. 

El armado que lleva al alfonsinista, apalancado por los sectores más poderosos del peronismo porteño, busca evitar tanto la polarización extrema como las evocaciones nostálgicas que podrían alejar a los sectores medios desencantados. Es una apuesta pragmática que seduce pragmáticos. Sobre todo a los que miran encuestas. Por eso Santoro tuvo por parte Sergio Massa, como era de esperar, la primer palmada en la espalda. 

Aunque derrotado electoralmente, el ex candidato del peronismo deja traslucir su intención de ser un articulador en 2025. Pero sólo para volver a intentar “ser su propio jefe” en 2027.  Su sector interpreta que, aunque Milei logre estabilizar la economía mínimamente hasta las elecciones y contenga momentáneamente su inestabilidad gracias al triunfo electoral, eso no implica consolidar un poder real.

El ex ministro visualiza que Milei confunde control económico coyuntural con solidez política estructural. Algo que podría costarle caro cuando las contradicciones de su proyecto económico emerjan nuevamente. El tigrense entiende el riesgo de construir una mayoría que solo se defina como anti-Milei: apenas el adversario se debilite, esa coalición corre peligro de desintegrarse.

¿Y si ganamos, después qué hacemos?

El peronismo , aún diezmado, emerge nuevamente como la fuerza política capaz de articular un frente opositor porque conserva algo de coherencia organizativa y territorial. Aun con sus tensiones, vive el paso de un edad geológica a otra. Con la natural nostalgia y dependencia del pasado de quien añora una «normalidad» perdida. Síntomas de una interna bonaerense de la que hablamos hace un mes. Una interna que muchos ven como una exhibición de irracionalidad inigualable, pero que es menos grave que inevitable. Hay demasiado fatalismo en quienes, como hijos de padres separados, piden paz en el hogar. Lejos de ser un signo de crisis terminal quizás se trate de una saludable competencia interna que permita renovar liderazgos auténticos. Incluso los existentes. 

Sin embargo, a pesar de sus fisuras, el peronismo todavía mantiene capacidad de atraer a amplios sectores sociales, pero necesita adaptarse a las nuevas realidades económicas y laborales. Y no solo con marketing digital en tiempos de campaña, sino fundamentalmente con propuestas y programas que combinen la distribución de la riqueza con formas claras y sustentables de generarla. Defender el rol del Estado, sí, pero abandonando esa obstinada vocación soviética —ajena al peronismo— de creer que el Estado es la respuesta a todo. Y es aquí donde vale rescatar la ironía histórica de Perón, que sintetiza la paradoja de todos estos párrafos.

El 24 de enero de 1944, durante una discusión en el GOU sobre la ruptura de relaciones internacionales, un mayor del ejército planteó la absurda idea de declarar la guerra simultáneamente a Rusia, Inglaterra y Estados Unidos. A lo que Perón, con su habitual ironía, respondió:
—¡Ah, sí! ¿Y si les ganamos, después qué hacemos?

Esta ironía histórica ilustra que poco importan las actuales alquimias tácticas y los alambrados parques de distribución de influencias. Lo que importa es definir de manera clara y progresiva qué se haría en el gobierno cuando más de la mitad de los argentinos caminen en las ruinas que dejará este experimento. Un Duhalde para vivir.  

La realidad combina constantes y novedades, mientras el peronismo sigue recorriendo las mismas esquinas. Buscando, o a la sociedad en sepia que alguna vez condujo, o al pueblo progresista que nunca existió, porque no termina de aceptar o entender el que tiene.

Estas y otras razones pueden explicar por qué la figura de Cristina Fernández de Kirchner prevalece como centro gravitacional (quien no comprenda esto, estará vistiendo santos de madera), poniéndole un espejo al “complejo de Edipo” de un post-kirchnerismo que no termina de nacer. Porque no quiere o porque no puede. Y más allá del cotillón para redes sociales de la supuesta insubordinación kicillofista, que permanece estoico en la actitud de «siganme, no los voy a conducir», no parece haber ninguna idea nueva haciendo cola para nacer. Como si el campo político donde han crecido las ideas más útiles a los intereses nacionales hubiese sido arrasado por transgénicos. Como si la conurbanización del peronismo fuese un destino.

La derrota ya no puede ser una estación de boxes ni un hotel de inquilinos del drama. Más bien debería agitar las napas, gestar nuevos cuadros que recuperen principios doctrinarios, sin caer en la victimización ni en la negación paralizante ante la realidad libertaria. Aquella máxima de Perón acerca de que para que el justicialismo vuelva a gobernar “todo lo harían sus enemigos” viene cumpliéndose a rajatabla. Pero con un desgaste evidente en el acervo de ideas y metodologías a las que el gigante invertebrado echa mano cuando retoma el ejercicio formal del poder.  

Los grupos de la oposición en general y el peronismo en particular enfrentan los dos desafíos mas importantes de los últimos años. El primero, representar a algo más que sí mismos. Y el segundo, prestar mucha atención a lo que el viejo líder justicialista indicaba: «nosotros solo volvemos para gobernar bien. Para gobernar mal es mejor que no volvamos nunca.

 

@zoncerasabiertas

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