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Menos gigante y más invertebrado

Tiempo de lectura 9 minutos

 

 

@zoncerasabiertas

Frente de nadie

La cultura autorreferencial no es ninguna novedad en nuestro ecosistema político. Las especulaciones electorales sobre las PASO, una (mega) hipotética no candidatura de CFK, un frente gobernante en proceso de descomposición, el rechazo creciente hacia la política como actividad y una situación económica por demás compleja hacen madurar la idea de que parece imposible pescar por fuera de la pecera en un clima de fragmentación tan evidente. Es por esto que, hasta el momento, la mayoría de las figuras centrales de la fauna parecen estar dispuestas sólo a hablar consigo mismas.

Por ahora, los espacios que componen el frente gobernante han persistido en la cómoda práctica de imputarse mutuamente. Tal es así que la lógica facciosa volvió a irrumpir en el 17 de octubre, mostrando la falta de liderazgo unificado en el espacio gobernante que hoy ya parece una ex alianza en la que cada sector se comporta como clan y ya no existe el más mínimo sentido de compromiso orgánico. Queda bajo el reflector lo evidente: una administración sin programa ni mecanismos de conciliación entre sus facciones. La casa de Gran Hermano, donde a diferencia de la actividad política la gracia está en televisar internas, parece superar a la coalición oficialista en la calidad de los mecanismos para dirimirlas. La oposición no se queda atrás en este agónico espectáculo. Sin embargo, teniendo en cuenta que el macrismo fue más un proyecto de condicionamiento de los próximos gobiernos que un gobierno en si, en la actualidad quien ocupa el lugar de oposición tiene más chances de acumulación política (aún sin el poderoso recurso del Estado) que quien es oficialismo.

Siguen los saltos ornamentales en la pileta del error de un gobierno que busca reorganizarse como puede y con enorme demora. En este peronismo que ya no parece tan gigante pero permanece invertebrado, nadie parece capaz de ordenar la fila sin perder enfilados. El proceso de descomposición del Frente tiende a acelerarse con la salida del gabinete de dirigentes de peso que eligen un repliegue táctico en sus territorios, no siendo ya el gabinete una vidriera o un factor de prestigio.

La expresión más significativa en términos electorales sigue siendo Cristina, cuya futura candidatura todavía es incierta. Y la centralidad de la vice no obedece tanto a sus propias intenciones como a otros -por lo menos- dos factores fundamentales. Primero, porque la mayor parte de la base social del FdT identifica en ella un peronismo genuino, principalmente por el odio que despierta en el antiperonismo, es decir, CFK es un parteaguas que organiza los posicionamientos de todo el sistema. Segundo, por el instinto de supervivencia de la mayoría de la dirigencia y base electoral del FdT que no puede ver hoy en Alberto más que un bizarro «alfonsinismo sin Alfonsín», pero con la capacidad de daño que otorga portar la lapicera.

Massa, todavía, sigue siendo una incógnita en términos electorales, ya que su vuelo depende de morigerar los índices inflacionarios, tarea difícil para el hijo de un gobierno de padres separados. Cisnes negros entre gobernadores e intendentes no podemos preveer. Pero el problema del peronismo no se debe a la falta de candidatos, sino a la evidente falta de proyecto. Si bien el “efecto Massa” detuvo parcialmente la hemorragia política del gobierno en ese agónico desorden económico que se llevó a Guzmán y a Batakis, lo que pareció ser una oportunidad de re centralización del poder de decisión política en el FdT todavía no cobró forma producto de la inorganicidad casi total del espacio gobernante. Sucede que los problemas que enfrentaron Guzmán y Batakis son los mismos que los de Massa, pero el margen de acción de este último es mayor en términos de respaldo político, hacia adentro y hacia afuera del gobierno. Así como el ala más identificada con el kirchnerismo duro intenta marcarle la cancha al Ministro, parecen haberle comprado el féretro de manera definitiva al presidente.

Reiteramos: se puede ser líder sin ser presidente, lo que no se puede es ser presidente sin ser líder. Cuando se piensa en el concepto «Albertismo» , más que una identidad ideológica o un espacio político, lo más asociable es esa forma de habitar la gestión publica de un gran número de funcionarios y funcionarios que deambulan por los pasillos de Ministerios y dependencias en un ir y venir desorientador, cuando no en una simulación que cansó para adentro y para afuera. Ese andar errante e insulso que es producto del «síganme, no los voy a conducir» del presidente que no quiso enemigos.

Lo decíamos en agosto cuando sosteníamos que de allí provenían sus naturales discrepancias con la Vice que es, principalmente, una dirigente política, al igual que Sergio Massa. Esta discrepancia de «estilos» y arquitecturas intelectuales se evidenció en la falta de coordinación operativa entre las distintas capas de una gestión gubernamental sobrehabitada de funcionarios/as, y carente de dirigentes. Desde secretarios/as y subsecretarios/as de Estado hasta Directores/as Nacionales, con la lógica responsabilidad jerárquica de unos para con otros. Una remera que diga «usar la lapicera somos todos» sería una autocrítica válida.

El poder político en el Estado se ejerce con reglamentaciones y expedientes, por lo cual, quien no conoce las reglamentaciones y no sabe o «no se anima» a empujar los expedientes, se convierte en un (o una) infeliz con chofer y conferencias de prensa.

Dado que la unidad dirigencial nunca garantiza la del electorado, es importante trazar estas realidades de poder al interior del frente. En este contexto, la función de CFK no solo es la de aportar el mayor caudal de votos, o la de mantener viva la llama mística de quienes la siguen con férrea determinación (una minoría intensa necesaria para hacer crecer una mayoría y motivarla), sino la de ejecutar y habilitarle a sus seguidores una fina táctica de amonestación permanente a los dubitativos pasos del gobierno del que forma parte. No es novedad que esta catarsis resulta más gratificante para el progresismo político -que junto a otras tribus sigue férreamente a la vicepresidenta-, que militar el equilibrio fiscal o la racionalidad económica.

Sin embargo, la lógica de la amonestación permanente no es exclusiva del FdT. El marcado de “los límites” también está presente -aunque por ahora de modo latente- del «otro lado». Claro, en Carrió. Ambas, de un lado y del otro, trazan las condiciones de posibilidad de los acuerdos presentes y futuros en sus espacios políticos. No es poco, y menos en una dinámica política donde la fragmentación de todos los espacios es lo que prima.

Aquí consideramos que el peronismo tiene chances para el 2023 teniendo en cuenta la dispersión opositora que hace que el malestar con el oficialismo no tenga un solo espacio tributario. Es lo que explica, o refleja, que Javier Milei se mantenga, desde hace meses, en los 20 puntos.

La catarsis permanente en el extravío opositor

Lejos de tener una posibilidad real de conducir una herejía de mercado, Milei se autopercibe Menem, pero ocupa la función de Neudstadt: sembrar el camino de la emocionalidad necesaria, para que alguien con más representación electoral y menos desorden emocional pueda ejecutarla. Los tejidos nerviosos de las dos principales posiciones ideológicas del país han sido durante mas de 70 años el peronismo y el antiperonismo, y quiénes mejor los representen son quienes tendrán la conducción.


Todo esto es cierto, pero no es menos cierto que en el arca de Noe libertaria habitan biografías marchitas, mentes rotas por la urgente necesidad de reconocimiento, lógicas plebeyas de clases medias bajas que no encuentran abrigo ante su siempre eventual desclasamiento. “Buscas” de la economía informal con redes sociales. Los copitos cómo alter ego de toda una forma de informar(se) y politizar(se). Las nuevas modas de la rebeldía decadente polinizaron su ideología por derecha en tiempos de incertidumbre y frustración, y donde el progresismo, que tiende a romantizar lo plebeyo, no ha podido ver esto con claridad, y ha explicado estoa fenómenos por sus efectos, y no por las causas y profundos pesares colectivos que le dan sustento.».


La dinámica libertaria y la dinámica troskista tienen, en este punto, una afinidad electiva natural: son hijas sanas del capitalismo de la catarsis. La intensidad de sus declamaciones «anti-sistema» se asocia más con hablar de todo lo que debe ser «destruido», que con aquello que pretenden construir. Una catarsis permanente.

El resultado de esta catarsis no pudo ser otro que el intento de magnicidio a la Vicepresidenta. Este tema que, por un lado, reactivó las energías de buena parte de la militancia en su defensa, y por el otro, evidenció la peligrosa naturalización, e incluso hasta la reivindicación del hecho, al galope de la “dictadura de la novedad”.

Esta acumulación vía catarsis, es la que capitalizan figuras “nuevas” como Milei que, como intenso habitante de las redes sociales le da representación a ese conjunto de emociones basadas en la ira y en la frustración post pandémica. Emociones que proliferan en el anonimato del mundo online, pero que anidan en el mundo offline. El fomento de la hostilidad es también un modelo de negocios a nivel mundial. Lo rentable es fomentar la hostilidad, la rabia entre los clanes digitales. En Argentina, esa hostilidad se canaliza mayoritariamente hacia el peronismo, y no es que el peronismo no haya hecho méritos para ganarsela.

Solo así puede entenderse cómo el odio a Cristina simboliza y acompaña el odio a los «planeros», los zurdos, los «negros»… Como bien señala Abel Fernández, lo que en Europa se expresa como xenofobia, aquí es aporofobia: odio a los pobres. Lo cierto es que la política de capitalizar el resentimiento se instrumenta en una nueva lógica de conducción de la que hemos hablado, la estrategia de politizar el malestar: conducir es indignar. Es por eso que esos seres anónimos encuentran en Cristina la forma de expresar broncas y frustraciones, y erosionan al cada vez menos gigante y cada vez más invertebrado peronismo, que tiene demasiadas plazas y balcones, pero no un proyecto común.


En suma, hoy el espacio gobernante tiene, por un lado, una fuerte crisis de identidad, y por otro, una crisis de imagen de gestión ya que no ha entregado mejores resultados que quienes fracasaron antes y hoy se ofrecen de nuevo como si no tuvieran historia. Sin embargo, la dispersión opositora todavía le acerca chances a un oficialismo cuyas bases electorales están solas y esperan que el gigante invertebrado tenga algo para ofrecer.

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