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Cinco millones de compatriotas fueron protagonistas de un evento sin precedentes. Más allá de las idas y vueltas, se festejó en paz. Pero habiendo bajado un poco la espuma y la euforia, hagamos una breve descripción de cómo la política vió pasar la caravana de todo un país que se mostró ajeno a su narrativa.
Sucede que toda la política nacional, oficialistas y opositores, debe tomar nota de una realidad concreta: los campeones le escaparon a “la política” como a la peste. Es, quizás, un rasgo de época.
El desacople del peronismo con la mayor movilización de la historia debe anoticiarlo de que es hora de abandonar completamente la cultura autorreferencial y el triste espectáculo de egos e internismos, espectáculo en el que la oposición también -obstinadamente- participa.
Los saltos ornamentales en la pileta del error parecen tener siempre su puntapié inicial en la demora inentendible de ciertas decisiones. Un decreto de feriado tardío y mal implementado son sólo un eslabón más de una larga cadena de desvaríos y del andar errante de un presidente que no logra reaccionar en tiempo y forma a estímulos esperables.
Buena parte del periodismo engrietado se dedicó, sin éxito, a tratar de instalar la idea de un potencial caos callejero. Párrafo aparte para los habitantes de Narnia supuestamente oficialistas, que vía medios de comunicación, instalaban el discurso de “jugadores desclasados” y procedían a hacer consideraciones de pasillo universitario, a contramano de la realidad. En concreto, nadie interpretó lo que sucedía.
En suma, es completamente lógico que los campeones hayan querido evitar los manoseos políticos . Estaban en su derecho, y con el diario del lunes, ese derecho es aún más legítimo. Después de todo, fueron ellos los responsables de regalarle esta emoción colectiva a un país venenosamente dividido como el nuestro, y también fueron los hacedores principales para que los 20 de diciembre en Argentina tengan otro sentido, más alegre y menos lúgubre.
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