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Lapicera o muerte

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@zoncerasabiertas

«(Frondizi) dejaba para mañana los problemas más acuciantes. Pero claro está, los problemas seguían existiendo, acumulándose en grandes pilas en las puertas del despacho presidencial. Una mañana salió con el paso de costumbre: tropezó su pie con un expediente y la pila se vino abajo hasta aplastarlo bajo su peso. Cayó víctima de sus contradicciones; de su ‘posibilismo’, que algunos llaman ‘maquiavelismo’.

El error mayor de Frondizi fue el de no tirar el gato en la primera noche del viaje de bodas, de sus nupcias con la presidencia. Después resultó tarde y cuando finalmente se decidió a hacerlo los factores de poder lo tiraron a él. A mí siempre me pareció una suerte de domador de leones hambrientos, capaz de asegurar el éxito del espectáculo con el sacrificio gradual y paulatino del equipo de sus colaboradores. Una vez, les entregaba como carnada un ministro; otra vez, un vicepresidente; en alguna oportunidad, un asesor técnico, o un amigo íntimo.

Cuando se le acabaron las víctimas de su lista el mismo pasó a ser pasto de los leones.

Juan Peron

«Yo, Perón» – Enrique Pavón Pereyra

Una política para el Gobierno Argentino  

No era un secreto para nadie que el equilibrio tensional histérico del Frente era una agonía insostenible. El blanqueo de las relaciones de poder al interior del gobierno debía manifestarse del algún modo. Y en política casi toda manifestación de poder es tan violenta como ingrata.

En marzo decíamos que: «por fuera de la unidad en términos de armado electoral, parece no existir un eje suficientemente ordenador para una gestión gubernamental que no comparte un diagnóstico común sobre los principales problemas que debe resolver. Las permanentes contradicciones, idas y venidas y la ausencia de un discurso político unificador afecta no sólo a sectores de la militancia (cuyas fracciones más emocionales peligrosamente satelitan las ideas del FIT, olvidando que ya no son oposición), sino también a funcionarios/as de gobierno. Por supuesto, esto potencia la incertidumbre y el desconcierto de  las bases de sustentación política del gobierno, que están solas, y esperan. 

Se dice bajito, pero se dice: la falta de conducción política unificada permea en todos los rincones de gestión. La debilita. La transforma en un ir y venir desorientador. La hace deambular por un posibilismo moribundo. La vacía de discurso concreto y la expone como un permanente «vamos viendo», una cosmetología de la carencia.»

Leí por ahí que en política se puede ser líder y no llegar a presidente como lo fueron Balbín, Cafiero, Chacho Álvarez o Elisa Carrió, pero lo que no se puede es ser presidente sin ser líder. El presidente no conduce, entre otros factores, porque como dice su amigo Leandro Santoro, Alberto «no disfruta el poder». Tal es así que hasta hace unas semanas Argentina podía definirse -por lo menos en la práctica- como un país más vicepresidencialista que presidencialista, donde Cristina Fernández de Kirchner ocupaba el centro de la escena, y arrastraba la marca. Ahora, la llegada del Primer Ministro Sergio Tomas Massa, parece ser tanto una oportunidad de re centralización del poder de decisión política en el FdT como la muerte del nunca nacido Albertismo. «Matar al padre» de lo que nunca terminó de nacer. 

Sucede que el estilo de conducción presidencial que representa Alberto es más afín al de un funcionario (al estilo burócrata weberiano) que al de un dirigente político clásico. De allí sus naturales discrepancias con la Vice que es, principalmente, una dirigente política, al igual que Sergio Massa. Esta discrepancia de «estilos» y arquitecturas intelecuales se evidenció en la falta de coordinación operativa entre las distintas capas de una gestión gubernamental sobrehabitada de funcionarios/as, y carente de dirigentes. Desde secretarios/as y subsecretarios/as de Estado hasta Directores/as Nacionales, con la lógica responsabilidad jerárquica de unos para con otros. Una remera que diga «usar la lapicera somos todos» sería una autocrítica válida. Porque el poder político en el Estado se ejerce con reglamentaciones y expedientes, por lo cual,  quien no conoce las reglamentaciones y no sabe o «no se anima» a empujar los expedientes, se convierte en un (o una) infeliz con chofer y conferencias de prensa.

El ex presidente de la Cámara de Diputados ingresa a la cancha en un contexto donde las capas tectónicas de los consensos argentinos (si es que existe alguno) se están moviendo. La estatalidad cómo forma de ver y gestionar el mundo argentino ha entrado en una crisis que sus soldados no parecían ver. El contexto actual es, como hace 34 años, de desgaste de valores estatistas, industrialistas, asociados al paradigma peronista. 

Es la inflación

Decir que el problema a resolver es «multicausal», es una salida elegante para no dar respuestas concretas. El problema inflacionario es económico y social. Y como decía alguien que sabía algo del tema, «nadie puede solucionar un problema social, si antes no soluciona un problema económico; y nadie soluciona un problema económico, sin antes solucionar un problema político«. En este sentido, Nestor Kirchner fué contundente al perseguir superavits gemelos (fiscal y comercial) eligiendo las batallas a dar para lograrlo. Esa fué una decisión política primero, y económica después. 

Los equipos tanto de Guzmán como  de Pesce tenían un mal diagnóstico de que la élite Argentina se maneja con estímulos económicos y que no tiene objetivos de otra naturaleza; de que sólo maximizan rentabilidad y no tienen intereses políticos. Cuando no se tiene en cuenta la variable política los problemas económicos en Argentina entran en el terreno de lo irracional. De modo que no se puedan entender ni se puedan explicar, y el coro de  economistas del prime time utiliza este enigma de “los problemas crónicos” para «patologizar» los dilemas económicos nacionales. «El dólar aumenta porque los argentinos somos un desastre» «nuestra moneda no tiene valor por los 70 años de peronismo» etc.

“Poner plata en el bolsillo de la gente” vs “Cuidar la macro”. El péndulo de una discusión que mostró hasta ahora la falta de unidad de concepción en un área donde no se pueden hacer asambleas deliberativas con café y medialunas todo el tiempo, sino que requiere decisiones rápidas y unánimes. Para eso, claro está, la receta organizacional es simple: conducción centralizada, ejecución descentralizada.

En cuanto a horizontes, a corto -hoy el único- plazo Massa no puede proponer algo demasiado distinto a sus antecesores, porque los problemas que enfrentaron están y siguen, con un escenario de recesión global.  Orden fiscal, domar la inflación, y encontrar una senda estable de crecimiento. La diferencia que el tigrense puede marcar radica en la vieja máxima: todo el arte está en la ejecución.

Deberá, ya sin margen para otra cosa, mostrar capacidad de decisión, respaldo político y también lograr el apoyo de sectores del poder económico suficientes para hacerlo. Solo así se podrán instalar pautas ordenadas de precios con salarios al alza, hacer piso y volver a recomponer los ingresos populares. Para esto, el Estado cuenta con instrumentos capaces de disciplinar cabalmente la producción y las reglas del juego económico, ajustándolas a las necesidades esenciales de la población.

La apuesta de Massa es  la apuesta de un dirigente político con volumen que deberá tomar decisiones políticas que resuelvan problemas económicos y sociales.. El tigrense, más que un súper Ministerio, tendrá a su cargo resortes que a nivel organigrama ya existieron bajo la órbita de Economía. Sucede que algunos presidentes argentinos, arrastrados por los celos con sus super ministros de economía, prefirieron descentralizar funciones para recortarles poder, y así protagonismo político. 

El árbol se conocerá por sus frutos. Agarrar el timón en este momento es apostarlo todo. Gloria o Devoto.

 

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