image

El tiro del final

Tiempo de lectura 12 minutos

PH: Infobae

Por Marcos Domínguez

Hace unos cuantos meses, más precisamente en agosto de 2022 y ante su reciente nombramiento, decíamos aquí que 

 “La apuesta de Massa es  la apuesta de un dirigente político con volumen que deberá tomar decisiones políticas que resuelvan problemas económicos y sociales. El tigrense, más que un súper Ministerio, tendrá a su cargo resortes que a nivel organigrama ya existieron bajo la órbita de Economía. Sucede que algunos presidentes argentinos, arrastrados por los celos con sus super ministros de economía, prefirieron descentralizar funciones para recortarles poder, y así protagonismo político. 

El árbol se conocerá por sus frutos. Agarrar el timón en este momento es apostarlo todo. Gloria o Devoto.”

“Gloria o Devoto” sigue siendo la metáfora exacta para dar cuenta del poco margen que existe, pero no sólo para Massa, o para el oficialismo en particular, sino para la política como actividad. Todos los espacios conviven con un mar de fondo: la apatía colectiva. Es por eso que el rechazo contra la política se distingue cada vez menos entre las distintas fuerzas partidarias, de modo que aún si las fuerzas opositoras volvieran al gobierno, deberían lidiar con este fenómeno. Incluso los propios libertarios (de los que hablamos hace tiempo aquí), que más que una corriente política en sí, representan una corriente crítica de la política, es decir, un epifenómeno de una eminente crisis de representación. En suma, no hay margen para el fracaso de la política, más allá del espacio desde el cual se la haga. 

Sociológicamente hablando, se sabe que la combinación de factores tales como el empobrecimiento sostenido de los sectores medios, el clima de anomia institucional y la percepción social de un aumento  de la corrupción derivan en la emergencia de movimientos de ultraderecha, cómo viene sucediendo en todo el planeta. La aceleración de este proceso se debe, en gran parte, al auge de las redes sociales, donde el aglutinamiento identitario por medio de consignas extremas intensifica la polarización al extremo y asfalta el terreno para el crecimiento de figuras peligrosamente extravagantes. Quedó demostrado que este caldo de cultivo «online» tuvo su contrapartida en acciones directas «offline» en la toma del Capitolio, en micro emprendimientos  de golpes de estado, o hasta en el intento de asesinato de una vicepresidenta. Todo por el mismo precio: naturalizar lo anormal, y venderlo como rebeldía. Así es el capitalismo de la catarsis champagne. Pero de esto hemos hablado mucho aquí. Volvamos al escenario argentino. 

En este contexto general, los deadlines de Massa están previstos para abril, mes en el que hará su “cierre de listas” de cara a los resultados económicos que: o lo llevarán a competir por la gloria, o lo obligarán a salir del juego político por un buen tiempo. En este artículo analizaremos su andar en esta etapa, la situación general del peronismo, y el panorama opositor en el año que será escenario de la madre de todas las batallas. 

En estos meses, Massa, además de contener las catástrofes permanentes anunciadas por dirigentes y medios las 24hs del día,  demostró tener una ventaja comparativa importante sobre sus pares del gobierno para gestionar las simpatías de buena parte del establishment,  que no es otra cosa que la cara densa del capitalismo pesado. Sin embargo, conquistar simpatías no parece haber sido un gran desafío para un Massa que, como señalan las juveniles editoriales de la izquierda diario, representa exactamente eso: el establishment. Gestionar esas simpatías significó, entonces, pescar dentro de la pecera. 

Massa “está”, pero para “ser” deberá:

  • En lo económico: domar la inflación, generar medidas expansivas del consumo interno para construir la épica imprescindible en cualquier campaña electoral. 
  • En lo político: lograr la bendición de Cristina, pero representar más allá del espectro propio (del cual forma parte el propio establishment) reuniendo a la mayor cantidad de expresiones que rechazan las políticas ejecutadas por el gobierno de Juntos por el cambio.
  • En lo electoral: utilizar el tiempo disponible -que no es poco- para conquistar las simpatías de una sociedad a la que, para volver a hablarle de modo directo, debe primero mostrarle resultados. Solo esto le permitirá recuperar la credibilidad de su palabra, esmerilada por los frecuentes cambios de audiencia a las que la dirigió en los últimos años.  

¿Qué vende Massa? No vende audacia, sino equilibrio. En tiempos tan revueltos, con un cansancio social post pandémico que ha generado una apatía colectiva de gran densidad, la estabilidad y la previsibilidad como conceptos principales de la narrativa de campaña pueden cobrar un valor igual o mayor al de la prosperidad. Claro, todo esto cobrará un valor en la medida en que el SuperMinistro pueda domar el SuperProblema: la inflación.

El contraste con el nunca nacido albertismo en la dimensión comunicacional es positivamente notable. Mientras el Albertismo, donde los asesores, en lugar de dedicarse a asesorar, hablan en público (sin estudiar, sin prepararse) de temas insólitos en tiempos preelectorales, Massa concentra las energías en hablar de las propias políticas de gobierno, con una comunicación más profesional, ordenada y planificada. La vara está tan baja en este punto que, sólo evitando la improvisación, ya se marca un salto cualitativo.

En el momento actual,  se sabe que la política oficia de chivo expiatorio de frustraciones sociales de todo tipo (y no es que no haya hecho méritos para ubicarse ahí). El foco en la gestión es, por lo menos hasta abril,  la mejor manera de hacer política para cualquier actor que pretenda alimentar una pretensión presidencial. «Es la economía, candidatos…» murmura un Massa que tiene el apoyo voluntario -y no tan voluntario-  de casi todos los dirigentes (que no garantiza el de los votantes) del frente gobernante, que lo respaldan porque saben que ante un eventual fracaso o salida del Súper Ministro las consecuencias podrían ser devastadoras para todos. Solo en ese hipotético contexto de devastación, con un peronismo herido de muerte, el único que realmente estaría literalmente “obligado” a ser candidato sería Alberto Fernández. Y sólo así puede entenderse como algo relativamente útil que todavía no decline sus pretensiones, tan cuestionadas por un kirchnerismo que dedica gran parte de sus energías a diferenciarse de un gobierno del que forma parte y a cuyo destino, quiera o no, está atado. Pero la candidatura de Alberto es otra historia que por ahora no parece importarle mucho a nadie, aún cuando siendo presidente -y de no haber mediado una gestión pobre- su candidatura sería lo «natural». Pero el peronismo es cruel, afortunadamente. 

 

¿Qué vende Massa? No vende audacia, sino equilibrio. En tiempos tan revueltos, con un cansancio social post pandémico que ha generado una apatía colectiva de gran densidad, la estabilidad y la previsibilidad como conceptos principales de la narrativa de campaña pueden cobrar un valor igual o mayor al de la prosperidad. Claro, todo esto cobrará un valor en la medida en que el SuperMinistro pueda domar el SuperProblema: la inflación.

Digamos que cumplido ya un semestre de gestión económica el ex presidente de la Cámara de Diputados de la Nación aparece como el más posible candidato (¿de consenso?) de un peronismo demasiado fanático de las autolesiones, con chances electorales inciertas, y hasta nulas a nivel nacional para los más pesimistas, que ponen todas las fichas en la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, aún con la cancha inclinada, con la inflación crónica clavada como una espada de Damócles sobre las espaldas del pueblo argentino, al peronismo se le abre una muy tenue luz de esperanza ante una oposición que no se queda atrás en el festival de internas a cielo abierto, y hasta ahora no muestra la unidad indispensable que debiera mantener para ser realmente competitiva.

El foco en la gestión es, por lo menos hasta abril,  la mejor manera de hacer política para cualquier actor que pretenda alimentar una pretensión presidencial. «Es la economía, candidatos…» murmura un Massa que tiene el apoyo voluntario -y no tan voluntario-  de casi todos los actores del frente gobernante, que lo respaldan porque saben que ante un eventual fracaso o salida del Súper Ministro las consecuencias podrían ser devastadoras para todos.

La oposición: rosqueando por un sueño

Hay un consenso más o menos total de la clase dirigente de que  se producirá un eventual y drástico cambio en la matriz productiva nacional gracias al superávit de dólares que generaría Vaca Muerta en 2026. Gobernabilidad construida a base de suficiencia de dólares propios, quién pudiera.  

Locos de pensar que la eterna restricción externa –de divisas– podría empezar  a quedar en el pasado en los próximos dos años,  la interna opositora muestra toda su virulencia, y todos quieren ser. El cuello de botella provocado por la falta de dólares, o lo que Diamand denominó estructura económica  desequilibrada, podría equilibrarse. Esto tendría efectos económicos inmediatos, pero también un previsible efecto político: que los ciclos cortos de alternancia de los gobiernos inaugurado por Macri y más que probablemente seguido por Alberto, podría ser continuado por un período de gobierno más largo producto de mayor cantidad de dólares disponibles. Esto no garantiza que, ante la hipótesis de un futuro gobierno de la oposición, la compulsión macrista por tomar deuda por deporte no se imponga de todas formas. Se sabe que las pasiones son más potentes que la razón.

 

 

Una historia electoral en la que mirarse

Allá por 2017, cuando en la provincia de Buenos Aires, la gran derrotada de las elecciones fue la ambigüedad, consolidando la polarización como el escenario de competencia del futuro. La “Stolbizerizacion” llevo al massismo a peores resultados que en las PASO. Florencio Randazzo, chocó con la realidad de que la queja edípica como remedio a la “falta de autocrítica de CFK” no funcionó como plataforma electoral, y que para los bonaerenses fue mejor Massa conocido, que Massa por conocer. Unidad Ciudadana se consolidó en ese entonces como la opción opositora con mayor volumen de representación, lo que sirvió para que sea su líder quien definiera y de las bendiciones para las candidaturas de 2019.

Si bien la oposición en Argentina padece del “complejo de elección ganada” (patología que afectó al peronismo en 2015), es importante tomar en cuenta que su capacidad de sumar votos en un escenario de polarización fue muy superior a  la del Frente de Todos. En 2019, la fórmula macrista encarnada por el ex presidente y Juan Manuel Pichetto, si bien perdió la elección, tuvo una remontada de 20 puntos entre las PASO y las generales. El frente gobernante, en ese mismo tramo, sólo pudo sumar 8 puntos. Algo similar sucedió con Lula en Brasil, que a pesar de haber ganado (recordemos que Lula fué opositor) pudo sumar una proporción mucho menor de la que sumó Bolsonaro.

Y hablando de opositores, vale recordar que en la etapa post pandemia fueron éstos quienes mejores resultados electorales cosecharon. El voto rechazo “a lo que viene”  fue sumamente importante a la hora de acumular caudal electoral para vencer. No digo que la esperanza de un futuro mejor haya desaparecido, sino que el voto rechazo viene pesando más que el voto por la positiva. Los datos lo evidencian. 

Si bien la oposición en Argengtina padece del “complejo de elección ganada” (patología que afectó al peronismo en 2015), es importante tomar en cuenta que su capacidad de sumar votos en un escenario de polarización fué muy superior a  la del Frente de Todos. En 2019, la fórmula macrista encarnada por el ex presidente y Juan Manuel Pichetto, si bien perdió la elección, tuvo una remontada de 20 puntos entre las PASO y las generales. El frente gobernante, en ese mismo tramo, sólo pudo sumar 8 puntos. Algo similar sucedió con Lula en Brasil (recordemos que Lula fué opositor), que a pesar de haber ganado pudo sumar una proporción mucho menor de la que sumó Bolsonaro.

Y hablando de opositores, vale recordar que en la etapa post pandemia fueron estos quienes mejores resultados electorales cosecharon. El voto rechazo “a lo que viene”  fue sumamente importante a la hora de acumular caudal electoral para vencer. No digo que la esperanza de un futuro mejor haya desaparecido, sino que el voto rechazo viene pesando más que el voto por la positiva. Los datos lo evidencian. 

¿Vuelta al electorado de tercios?

Todo electorado demanda un relato ilusionante, aspiracional, organizado en un discurso que lo represente. En un electorado de tercios, como el que existió en el país hasta la confirmación del Frente de Todos, existió un tercio no representado (aún) por ninguno de los discursos que ocuparon la centralidad de la agenda política. La emergencia del libertarianismo ha ocupado, por lo menos hasta ahora, ese tercer tercio. 

En nuestro país, la consolidación del electorado de tercios implicó, a su vez, la diáspora de los “partidos del No”: No a Macri, No a Cristina, No al peronismo, No al pasado. Y ninguno de esos espacios pudo ganar por sí mismo. Dependió de los candidatos, porque la política es personal. Para ver esto con más claridad, repasemos los datos concretos. 

Si bien el perfil del voto peronista no ha cambiado en lo esencial de su composición sociopolítica, su acelerada conurbanizacion ha conspirado contra su federalismo. Esto se verifica en el peso que tiene el interior del país en las estructuras orgánicas del movimiento justicialista, donde el peso del interior es más una retórica que una realidad.  Por su parte, la instalación del PRO en el ecosistema argentino sobre los vestigios de las estructuras radicales ha dotado a este partido de una amplitud que si bien de ningún modo permite calificar ese espacio como «nacional popular», por lo menos deja estéril la denominación de «partido de clase» para definirlo de modo preciso.

Para terminar, diremos que está claro que así como se llega a la presidencia de un país sumando más votantes que dirigentes, la unidad dirigencial es esencial pero no garantiza la del electorado; por eso mismo, también depende de los intentos de las bases acercar posiciones y no radicalizar diferencias. En este camino, el candidato/a que represente al peronismo deberá brindarle a su base de sustentación electoral, a desencantados y desencantadas, y también a indecisos e indecisas, más motivos para sufragar por su fórmula que el temor a la vuelta del macrismo. 

El tiro del final deberá salir para reparar el desencuentro monumental que vive el peronismo en particular, y la política en general, con un pueblo al que parece desconocer desde hace bastante.

Comments are closed.