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Orden y Progresismo Parte III: Las Banderas Regaladas

Tiempo de lectura 11 minutos

El lector encontrará aquí cosas ya dichas y quizá demasiado repetidas en este espacio en los últimos 4 años,sin embargo apelamos a la compresión lectora de asumir que es mejor ser reiterativo que insustancial.

Dicho esto, reiteramos: el problema que tenemos los politizados no pasa por la falta de comentarios, sino por el exceso. Aún de comentarios inteligentes, que hay muchos, pero no distinguen entre sociología, literatura y posibilidades electorales. La sobreabundancia del comentario político al galope del Trending Topic influye en que la política como actividad, se analice mucho más a la luz de lo que la dirigencia política dice, que a la luz de lo que hace. Y no es un tema menor.

Dicho esto, reiteramos: el problema que tenemos los politizados no pasa por la falta de comentarios, sino por el exceso. Aún de comentarios inteligentes, que hay muchos, pero no distinguen entre sociología, literatura y posibilidades electorales.

Desde 2018 venimos señalando la importancia de notar el cansancio social con ciertos modos de ver el mundo y, por ende, de gobernar. En 2021, sosteníamos que:

“Las actuales circunstancias han generado, en una buena parte de la población, una temperatura social de ira y de frustración. Existe un cansancio social y psicológico más o menos pronunciado, no sólo con la herencia macrista o con la fatiga multidimensional que produjo la pandemia, sino con el imaginario del progresismo , principal terminal ideológica de las acciones del actual gobierno, y de la última parte del gobierno Kirchnerista. Y ese cocktail ha devenido en un rechazo más o menos violento hacia la política como actividad. 

 Al carecer las acciones de gobierno de orientación doctrinaria, el vacío es ocupado por la ideología progresista, que presenta enormes dificultades a la hora de vincularse con valores claves como el orden, la seguridad, la movilidad social ascendente con dinámica de méritos deseables para la realización de la comunidad (trabajo, esfuerzo, dedicación) y demás cuestiones que hacen a la representación de mayorías sociales. A todo esto, se suman la romantización de la pobreza y el vouyerismo político de funcionarios que comentan problemas en medios y redes sociales en lugar de resolverlos. Naturalmente, este conjunto de factores impactan en un deterioro fenomenal de la percepción social sobre calidad de la gestión pública, y en la merma de la confianza de la sociedad en el sistema institucional de representación.

 En un escrito anterior, sostuve que sería ingenuo no ver que las franjas dirigenciales más organizadas del campo nacional están paradas sobre paradigmas que no se corresponden con las demandas sociales. Por eso hay lugares que no están organizados, demandas que no están representadas y estallan por los márgenes. Aquí la ideología progresista encuentra su principal problema: entender lo que denomina «derechas». Es un problema casi epistemológico. Es decir, las explica por el resultado de sus acciones, pero tiene una ceguera fenomenal para comprender sus causas. Sus bases y componentes sociales. Los profundos problemas colectivos y sentires que le dan sustento a determinados grupos políticos. Desde Macri a Vox. Desde Trump a Bolsonaro. Desde las colectas de Santi Maratea a la prédica libertaria de Milei, sobre la que hemos hablado aquí, señalando el crecimiento del libertiarianismo, del que nos ocuparemos sobre el final.

El crecimiento de la antipolítica se explica por varios factores. Para mencionar solo algunos, apuntamos los últimos 4 años de deterioro de la economía (con altibajos y una pandemia mundial mediante), la  falta de profundidad y sentido nacional en los debates, y un constante griterío de moralina de periodistas y comunicadores que vibran siempre en la frecuencia del esquema grietológico. Todo esto ha consolidado la espectacularización de la política, es decir, a la política como circo, y al ciudadano como espectador indignado.”

En este marco, es poco probable que quienes hablan de «los más pobres» o de las «mayorías» estén en condiciones de comprender que esos «más pobres» o esas «mayorías» no tengan los mismos intereses que los representantes, sino que tengan intereses segmentados, y hasta contrapuestos. Esas mayorías divididas en trabajadores en blanco, cuentapropistas y desocupados están mal, pero como bien señalaba Max Weber, eso no las une automáticamente, ni estimula la solidaridad entre ellas. Cómo escribe el amigo Abel Fernández:

«Es una fantasía idiota suponer que el 95% de la población tiene intereses comunes, enfrentados a los intereses del 5% más rico. Ese 95% (bah, cualquier porcentaje) tiene intereses segmentados, y, en lo inmediato, que es lo que importa a la mayoría, enfrentados entre sí. Y los bienintencionados que quieren para nuestro país una distribución menos desequilibrada de ingresos y beneficios, como la que existía medio siglo atrás -y que hace una sociedad más productiva y dinámica- deben asumir el problema de los «representates de artistas». Que pueden ser buenos representantes, pero generalmente no son artistas.”

El delicado arte de escupir para arriba

Vivimos el tiempo de la instalación de un nuevo ethos.  Un ethos, cuyo modo de vida extendido está basado en el crecimiento de los fenómenos de parcelación social, donde lo común es cada vez menos tenida en cuenta como un espacio necesario para construir acuerdos básicos de convivencia. La política tiene su mérito en el rechazo social a lo común. De todas formas, no podemos dejar de destacar el lugar del neoliberalismo en este contexto donde las representaciones fragmentarias erosionaron la representación política.  Y decimos “la” política como conjunto -indistintamente del color ideológico- porque hasta quienes copilotean esta fiebre antipolítica para ganar adherentes deberán lidiar con este fenómeno en caso de que tengan responsabilidades de gobierno.

En concreto, lo que decimos es que quienes cabalgan la afiebrada senda de la radicalización escupen para arriba, porque no escapan a la densidad de un clima que los sobrepasará: el agotamiento colectivo  marcado por el cúmulo permanente de frustraciones producto de la injusticia social. Es exactamente en esa intersección donde se profundizó la anomia creciente, que se combinó con factores tales como el empobrecimiento sostenido de los sectores medios, el aumento del descarte social y la percepción social de un aumento  de la corrupción (con “la justicia” como institución más desprestigiada de la actualidad).

Asistimos a crecientes repliegues identitarios, donde el motor de la identificación, es decir, de la propia identidad, no surge de adherencias en sentido positivo, sino más bien del rechazo de “lo otro”. Negar lo otro se vuelve más potente que afirmar lo propio, o mejor dicho, el rechazo del otro es lo único que parece constituir esta precaria definición de “lo propio”.La aceleración de este proceso se debe a las no respuestas de la política en gran parte., También al auge de las redes sociales, donde la velocidad de circulación de la información, las posturas emocionales y el aglutinamiento identitario por medio de consignas extremas intensifica la polarización y asfalta el terreno para el crecimiento de figuras extravagantes. La radicalización -por derecha o izquierda- crea un clima público tal, que puede traducirse, o no, en caudal electoral para esos extremos.

De esos extremos surgen emergentes “antisistema” que conforman grupos de naturaleza centrípeta, como mencionara el Papa Francisco en su reciente entrevista. ¿Qué significa esto?, que las “nuevas” identidades políticas se integran sólo hacia adentro, en clanes siempre iguales a sí mismos, con la naturaleza secesionista como bandera de resentimiento, y con la compulsión permanente a chocar con quienes no forman parte de esas identidades cerradas. La lucha visceral es por la primacía del lo  propio.

Milei: un macrismo aceleracionista

Este es el caso del emergente libertario que corre por derecha al macrismo, y al que caracterizábamos en esta nota de 2021 debido su buena performance en las elecciones como un “epifenómeno visceral de una cultura política matriz: el antiperonismo . Lugar que encontró en la ideología macrista un bazar de ideas pobres pero que electoralmente funciona bastante mejor que las demás para expresar la líbido de cualquier antiperonista del siglo XXI. Lo que sostenemos aquí es que, no es que el peronismo sea tan creativo, sino que la imaginación política opositora todavía parece demasiado estrecha como para generar un ´populismo antipolítica´ encabezado por la fracción libertaria. Si pudo generarla fue a través del PRO.”

 

Milei es un epifenómeno visceral de una cultura política matriz: el antiperonismo . Lugar que encontró en la ideología macrista un bazar de ideas pobres pero que electoralmente funciona bastante mejor que las demás para expresar la líbido de cualquier antiperonista del siglo XXI. Lo que sostenemos aquí es que, no es que el peronismo sea tan creativo, sino que la imaginación política opositora todavía parece demasiado estrecha como para generar un ´populismo antipolítica´ encabezado por la fracción libertaria. Si pudo generarla fue a través del PRO.

 


Reforzamos esta idea sobre Milei en 2022, y a riesgo de equivocarnos feo sugerimos que, lejos de tener una posibilidad real de conducir una herejía de mercado, Milei se autopercibe Menem, pero ocupa la función de Neudstadt: sembrar el camino de la emocionalidad necesaria, para que alguien con más representación electoral y menos desorden emocional pueda ejecutarla. En términos electorales, el libertarianismo puede ser el gran aporte que requiera Patricia Bullrich en un Ballotage.

¿Qué queremos decir con esto? que hay espacio para emergentes nuevos.  que en el caso particular de Milei puede recoger un gran volumen de votos de sectores de clase baja y media baja.  Pero quienes compran féretros anticipados para las 2 fuerzas con mayor capacidad de movilización del país, se equivocan. Los tejidos nerviosos de las dos principales posiciones ideológicas han sido durante más de 70 años el peronismo y el antiperonismo. Sus versiones actuales más vigorosas han sido el kirchnerismo y el macrismo. hasta ahora, ambas fuerzas han impreso de modo preponderante su imaginación política a las coaliciones que han integrado.

La precaria sustancia política de Milei parece más una descarga contra el actual estado de cosas que un destino de horizontes claros sostenible en el mediano-largo plazo. De haber un nuevo emergente, es más probable que surja de las identidades históricas. Más probable sin dudas que de algo conducido por la indignación libertaria, cuya instalación política de largo plazo es incierta teniendo en cuenta su muy probable licuación en el dueño del circo: el macrismo, una cultura política ya instalada con demostrada capacidad de integrar fuerzas heterogéneas. Una suerte de “movimientismo” neoliberal que, aunque cueste reconocerlo, muchas veces muestra más flexibilidad ideológica para la construcción que su alter ego peronista/kirchnerista.

 

La precaria sustancia política de Milei parece más una descarga contra el actual estado de cosas que un destino de horizontes claros sostenible en el mediano-largo plazo. De haber un nuevo emergente, es más probable que surja de las identidades históricas. Más probable sin dudas que de algo conducido por la indignación libertaria, cuya instalación política de largo plazo es incierta teniendo en cuenta su muy probable licuación en el dueño del circo: el macrismo, una cultura política ya instalada con demostrada capacidad de integrar fuerzas heterogéneas. Una suerte de “movimientismo” neoliberal que, aunque cueste reconocerlo, muchas veces muestra más flexibilidad ideológica para la construcción que su alter ego peronista/kirchnerista.

Quizá sea demasiado decir que la nueva generación antiperonista apareció antes que la nueva generación peronista. Esa nueva generación educada en el credo liberal del individualismo, el mérito y el management demostró una potencia callejera importante contra las medidas de confinamiento y cierre de escuelas. El antiperonismo revitalizado es una realidad, aún después de su fracaso en el gobierno, porque para una buena parte de la sociedad el “antipersonalismo” que vende la oposición sigue siendo un valor -entre otros- considerablemente positivo y deseable, aunque todo eso forme parte de una gran cortina de humo detrás de la cual vienen políticas para empeorar aún más la situación. Este es el problema.  Si el paradigma liberal (ofrecido en su versión moderada, menos moderada y ultra) parece más realista y tangible para una buena parte de la sociedad que el idealismo sobre un modelo de Estado de Bienestar que habita las mentes de buena parte de la militancia pero que no se traduce en la realidad concreta, ¿no es hora de revisar posiciones?.

El péndulo de la discusión sobre el rol del Estado va de su reducción al mínimo a la compulsión al intervencionismo automático y torpe. La falta de imaginación política es lo que ambos extremos tienen en común. ¿Alguien se está preguntando, en esos extremos, como hacer la intervención estatal más eficiente sin reducirla al mínimo o sin tener una trasnochada compulsión soviética donde “todo es Estado»?.


En suma, hoy el espacio gobernante tiene, por un lado, una fuerte crisis de identidad, y por otro, una crisis de imagen de gestión ya que no ha entregado mejores resultados que quienes fracasaron antes. Sin embargo, la dispersión opositora y la propia existencia de Milei todavía le acercan chances a un oficialismo cuyas bases electorales están solas y esperan que el gigante invertebrado tenga algo para ofrecer que no sea sólo el temor a la vuelta del Macrismo. 

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