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Sin lugar para la pavada

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La pregunta en el peronismo actual es por “el margen que queda para”: para las reservas del central, para el ministro-candidato, para la parte más intensa de la base electoral que todavía cree que quedan licencias para hacer política desde lo estético, para ser más cristinista que Cristina, o lo que es lo mismo, para darse el lujo de correr el riesgo de no tener el candidato más votado en la PASO.

Del otro lado, un Larreta demasiado acostumbrado a administrar la abundancia porteña en el país de la escasez  y a control remoto de la consultoría; una Bullrich que se habla  encima enamorada de su narrativa de Ministra de Seguridad subida a las corrientes de opinión de la moda del manodurismo; un Milei que es extremadamente real para buena parte de los desilusionados -y enojados-, ya que es un epifenómeno de la crisis y expresa mejor que nadie un lema poco mencionado: votar es -también- castigar. Por esto último, el libertario es más un objeto de la política con el que todo el mundo amenaza (la oposición al plantear aliarse, el oficialismo al plantear contrariarse, el mismo al plantear dinamitar todo, y el propio electorado al plantear votarlo), que un sujeto de la política. 

Es en este marco en el que algunos profesionales del comentario político repiten monolíticamente un jingle pegadizo: existe, para todos ellos, una “derechización de la oferta política”. Claro, esta muletilla es más elegante que hablar de derechización de la sociedad.  Sobre el tema hablamos largamente en este espacio, y concluímos en que plantear que la sociedad se derechiza es querer tapar el sol con el dedo: es la dirigencia -principalmente la peronista- la que perdió el termómetro de la calle para representar, abandonando las agendas de mayorías, y se habló a sí misma durante demasiado tiempo. Pero ese no es el tema, o por lo menos no el principal, de este escrito.

En este blog, se conjeturó hace unos cuantos meses que este peronismo podía dejar de ser electoralmente competitivo -también- porque la morfología de las clases medias y populares y su relación con “lo público” (que engloba política, Estado y representación democrática) se modificó de un modo en el que el gigante invertebrado no pudo interpretar del todo. El kirchnerismo, como su actualización doctrinaria más reciente, enhebró un mensaje convocante para buena parte de la sociedad argentina que fue eficaz durante mucho tiempo, pero en los últimos años se dedicó a aferrarse a un relato autocomplaciente, y todavía no logra procesar que ninguno de los dos contrincantes en la interna, Grabois y Massa, sean históricamente orgánicos del núcleo kirchnerista, sino que más bien hayan habitado lugares críticos. En este marco, que se le cuenten más las costillas a Massa que a Grabois,tiene que ver con que, como decía meses atrás, es el único que quiere “ser su propio jefe”.

La incógnita que tenemos desde hace tiempo en este espacio permanece. Hacia adentro del peronismo, ¿podrá Massa revertir la imagen que buena parte del kirchnerismo ilustrado tiene de él?; ¿podrá demostrar que puede plantarse como titular y capitán de un programa de gobierno con autonomía relativa, tanto del establishment como del escáner kirchnerista?. A este problema, y con su candidatura presidencial hecha realidad, se suma una incógnita que puede transformarse en un problema político post PASO: ¿podrá el progresismo más moralista despenalizar la “ambición” de Massa y no repetir la actitud de 2015 para con Scioli?.  

«Massa estaba acompañado por un grupo de poder que tenía intereses propios e incluso contradictorios. En las charlas con sus amigos se afirmaba que no quería ser ‘empleado’ de ninguna corporación y que pretendía ser ‘dueño’. Brito decía que esa era la única similitud que Massa tenía con Kirchner. Era visto como alguien ‘difícil de conducir, él quiere tomar sus decisiones, no ser empleado de ninguna corporación ,escucha pero decide’. Más allá de la sobreactuación y de las alianzas que el Santacruceño ha sellado con distintos grupos de poder, petroleras, grupos de medios, constructoras amigas, bancos, automotrices, mineras, conservó siempre la capacidad de sacudir el mantel y hacer volar por los aires cualquier alianza ante lo que consideraba incorrecto. Eso es lo que más se decía que buscaría reservarse como potestad.

(…) Carlos Pagni había anticipado algo de eso unos meses después del triunfo arrollador del Frente Renovador en PBA: ‘creo que hay miedo a Massa, lo ven como una especie de Néstor joven que se comió de un bocado a CFK y Scioli, y ahora dice ¿que para comer hoy?… los gobernadores peronistas y los empresarios no quieren eso(…) Scioli entrega ministerios, le dio la llave del Banco Provincia a Eurnekian, Massa va a negociar con Eurnekian… Me parece que Massa tiene mayor aprecio por la autonomía política que Scioli y tiene un coraje y una vocación por intervenir en las cosas, por armar una estructura de poder(…) por eso me parece más interesante que Scioli que  dice ‘la corriente es más eficiente que yo’…».

Diego Genoud – “Sergio Massa: el arribista del poder”

Según cuenta Diego Genoud en el libro citado al actual Ministro de Economía “le gustaba pronunciar en privado, ante su gente, durante su paso por el gobierno kirchnerista: ´Yo, con una idea prestada y dos palitos, voy para adelante´.” Es una frase que explica la vocación de poder de un político profesional, pero también la desconfianza que proyecta sobre él el entorno kirchnerista. Mientras lo miran -desde siempre – como un delegado del establishment, lo respaldan por haber evitado algunas de las 7 plagas de Egipto con su llegada al ojo del huracán: la economía argentina. Pero la sociedad no vota por lo que le evitan, sino por lo que le resuelven. 

Siempre traigo la idea que leí por ahí, aquello de que en política se puede ser líder y no llegar a presidente como lo fueron Balbín, Cafiero, Chacho Álvarez o Elisa Carrió, pero lo que no se puede es ser presidente sin ser líder. El presidente del actual gobierno no conduce, entre otros factores, porque como dice su amigo Leandro Santoro, Alberto «no disfruta el poder». Ahora, el Primer Ministro Sergio Tomas Massa, convertido en candidato de unidad, parece expresar tanto un repliegue táctico del kirchnerismo cultural,  como la muerte del nunca nacido Albertismo. «Matar al padre» de lo que nunca terminó de nacer. 

Para gran parte de la dirigencia oficialista salir del “síndrome Héctor Cámpora” será trabajoso. ¿Habrá algún/a dirigente que quiera -como NK- ser “su propio jefe” y construir su camino?. Desarrollar autonomía es difícil pero fascinante. La reconstrucción de la autoridad presidencial depende, entre otras cosas, de recuperar esa sana rebeldía. Este puede ser un proceso largo, pero debe iniciarse una destrucción creativa para hacer que la ingobernabilidad endémica de la Argentina por fin sea domada, por lo menos por un tiempo considerable

Massa es pragmático, una cualidad bilardista que en política sólo sirve si se gana. ¿Qué vende Massa? No vende audacia, sino equilibrio. Aún quienes lo señalan como un “sobrecumplidor” de las metas de ajuste del FMI, saben perfectamente que el ajuste no siempre es una elección. Sucede que el kirchnerismo cultural, implacable con aquello que denomina pretenciosa y erráticamente como “de derecha”, educó a la base propia con la narrativa de que el ajuste siempre es una elección, en lugar de pensar si el progresismo no pasa, cuando el ahorro resulta inevitable, por fijar prioridades para recortar y por distribuir las cargas con la mayor equidad posible. Pero esto es, seguramente, “de derecha”. 

Lo importante de esto es que en nuestro país, la consolidación del Frente de Todos implicó la diáspora de los “partidos del No”: No a Macri, No a Cristina, No al peronismo, No al pasado. Y ninguno de esos espacios pudo ganar por sí mismo. Dependió de los candidatos, porque la política es personal. 2023 no será la excepción, y las elecciones celebradas hasta la fecha parecen evidenciar que los votantes eligen a personas, y no a aparatos, consignas o proyectos. Por eso el peronismo debe ofrecer un “Si” que supere el argumento monolítico de evitar la vuelta de los verdugos.

La situación actual no da margen para meterle épica a la pavada en ninguno de los extremos. Dicho de modo más elegante: en una sociedad que no quiere que el tema central de su vida sea la política, es mucho más probable que la próxima presidencia se defina en el centro del arco electoral, y no en los extremos. Para esa batalla venidera en una pecera plagada de indecisos,indiferentes, y apáticos, Massa y Larreta aparecen como los más aptos. Y realmente no me parece que enfrentar al ex funcionario de De la Rúa sea un escenario tan adverso para el tigrense, ya que la memoria de la gestión macrista se combina, como nunca, con la del 2001. Y los electores, por más desilusionados que puedan estar, no comen vidrio, aunque el iluminismo progresista diga que “votan contra sí mismos” cuando el resultado les es esquivo. 

Sigo sosteniendo que hay un sector importante de argentinos que, en su ideología y su biografía social, está mucho más cerca del peronismo que, digamos, del PRO, pero que ya hace más de 10 años no confía en que el Estado ni la política resuelvan sus problemas. Un sector que desde hace una década empezó a dejar de votar a lo que entonces se llamaba Frente para la Victoria. A ese sector, el amigo Abel Fernández lo caracterizó en un tipo sociológico concreto: el “pibe gol”. Se trata de ese cuentapropista que hace más de 10 años atrás había conseguido comprar su primer auto un Gol Volkswagen,  pero que, desde 2013 ya no votaba al Frente de la Victoria, sino que en su actitud electoral encabezaba el primer desprendimiento de lo que hoy conocemos como “tercer tercio”, que antes votaba a Massa, pero que estos años estuvo suficientemente enojado para engrosar la intención de voto (que NO es el voto) de Milei. 

También que contra el entendible realismo pesimista, la ingenuidad o mala fe de quienes hablan del peronismo como obstáculo al desarrollo, debe sostenerse que en la capacidad de modernización del peronismo se cifra la clave y la posibilidad empírica de la modernización capitalista de la Argentina.

Concluyo señalando que ni la progresía ni la derecha de cartón definirán esta elección. Ambos extremos se pasaron 10 pueblos. La progresía se excedió en su dictadura de corrección política, creando «rebeldes e irreverentes» por derecha, de los que ahora se espantan. Y la derecha de cartón jugando a la incorrección política facilista la tendrá difícil ya que le cuesta moderar su lenguaje para buscar votos en el centro, eventualmente, en octubre-noviembre, y resultar creíble.

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