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Es innegable el carácter masivo y el componente afectivo que acompañó la movilización en apoyo a CFK. Como señalábamos antes, en 2027 lo que se va a disputar es el centro de gravedad emocional, narrativo y simbólico del país. Cristina y Milei se eligen mutuamente como antagonistas. Organizan la temperatura de época con sus presencias o con sus fantasmas. Por eso, CFK no necesita ser candidata para estar en la boleta. Ya lo está.
Sin embargo, todo este repertorio afectivo e indentitario no parece extrapolable a lo que ocurre en términos más amplios en la estructura y el clima de opinión social argentino. Ese gran afuera de la política del que hablamos en mayo, que mira de frente pero con aborrecimiento y/o desinterés al mundo politizado. Y sin que este último parezca tomar nota.
Y es que, aún con las variaciones de la dinámica coyuntural, hay constantes en esta sociedad argentina. Una de ellas es que el mundo politizado sigue transcurriendo en una ventana hipersegmentada y estrecha: un círculo de mejores amigos que organiza ex funcionarios y funcionarios, pasilleros ministeriales, influencers, periodistas y consultores reciclados que definen los parámetros de lo decible. Son tiempos de nieve tóxica para gran parte de la dirigencia política, que no se anima a salir afuera de sí misma, y encuentra -en el mejor de los casos- en la consultoría y el streaming un combo que le sirve de muleta ortopédica para su rengo caminar y su desierto de ideas.
Claro, es difícil que la militancia – principalmente la digital- no se vea tentada a aventurar que, al activarse la voluntad de movilización de más personas que ellos mismos, es el principio del fin del cuento libertario. Del mismo diagnóstico parten dirigentes cuya velocidad hormonal parece estar sincronizada con la de las redes sociales más que con la sensatez. Y si bien los indicadores de desempleo y la pérdida del poder adquisitivo son variables que van formando una lenta pero continua capa tectónica del modelo Mileista, los tiempos electorales y los tiempos políticos no siempre coinciden. Al peronismo no parecen darle ahora, pero a Milei es probable que no le den en 2027. El que viva lo verá.
En este sentido sostenemos que la escena del 18 de junio fue simbólicamente potente, pero -todavía- políticamente estrecha. De no mediar una profundización del deterioro macroeconómico (y aun estando este factor consumado), las condiciones políticas de la vida nacional no son una fábrica de nuevas oportunidades ni baños gratuitos en la fuente de la juventud para la oposición. Porque la corriente social sobre la que Milei se para es mucho más estable que el propio presidente.
La matriz cultural argentina acumula regularidades pero también cambios que llegaron para quedarse. Un reset al que solo sirve adaptarse, o terminar como la inexpugnable mamá del protagonista de “¡Good Bye Lenin!”.
La comprensión de texto de quienes la aman y quienes la odian en la misma medida no suele ser una conducta habitual. Y el texto que la propia CFK dio como consigna es “organización y cercanía con la gente”, previendo una película larga más que una foto. Claro, las sociedades no cambian tan rápido, ni para un lado, ni para el otro.
En ese marco, más que una estrategia de reconquista, lo que parece estar en curso es una maniobra de preservación en el peronismo. La consigna que mejor aplica probablemente no es “volver”, sino «sostener»: dejar el boliche abierto y la ambulancia encendida para un escenario de demolición lenta de un modelo económico que ataco de frente el problema de la inflación, pero por la espalda al salario, a la producción y al empleo. En el diagnóstico de CFK el peronismo debe mantener las tropas activas y no desmoralizarlas. Evitar que la anomia haga metástasis en las bases más importantes del peronismo: las que no transitan las avenidas del instagrameo ni el Patria. La “gente común” para la que hay que volver a gobernar.
Cristina reapareció con su liturgia habitual, rodeada por la vieja arquitectura de una Plaza de Mayo colmada, y sin participación sindical orgánica. Lo que dejó esa jornada depende del marco interpretativo. ¿Fue una demostración de que se reactivó un músculo dormido? Si. ¿Está reacción es producto de la exageración de una casta judicial que está tan sobregirada como el gobierno?. También. Pero en simultáneo puede interpretarse, haciendo fríos cálculos políticos, como la imagen de un movimiento encerrado -también- en un departamento de Constitución. Sin nuevas canciones. Sin nuevos cantantes, los peronistas de todos los clivajes son absolutamente dependientes del centro orbital de la presidenta del PJ, única figura que encarna lo más parecido a algo llamado liderazgo político.
Es que la centralidad simbólica de Cristina funciona hoy como la estación terminal de una renovación que no llega. Su drama personal, lo que sus opositores declaman respecto de su condición de «presa VIP», su “relato judicial”, todo eso también opera como una especie de habitación sellada donde el resto del peronismo se ha obligado a esperar. Por falta de imaginación política, más que por cálculo, maquiavelismo o egoísmo de las dos veces presidenta. Ese peronismo en posición defensiva que siente, aún a regañadientes, que no hay 2027 posible más allá del Instituto Patria. Es que gran parte de la superestructura peronista se ha acostumbrado a hacer política con cuerpo ajeno, para acto seguido, lamentarse. «Animémonos y vayan», decía Don Arturo Jauretche.
En este sentido, en noviembre de 2024, decíamos que pareciera que el peronismo fuese algo que ocurre dentro de la política, pero fuera de la sociedad. Un no tan gigante, y menos vertebrado movimiento que hoy es más intenso que extenso. Y mientras tanto, como si la historia esperara, los nuevos liderazgos no parecen tocar timbre en ese edificio que hoy no tiene ni siquiera portero.
Un fantasma recorre el peronismo. Hay algo más preocupante que la persecución a su principal referencia, o las consecuencias esperables de un proyecto libertario que no cierra sin dolor: el autoengaño. El cajón de Herminio por otros medios.
Mientras en redes se ensayan efemérides y analogías forzadas, lo que no se ve es lo que falta: un sujeto social amplio. Una narrativa que no tenga olor a pasado. Que no esté sostenida sólo por ex jóvenes con adidas originals. No hay mística que alcance si el repertorio de acción es el mismo. Hoy el espacio fundado por Juan Perón sigue sin sujeto, y para colmo se autopercibe poseedor de metáforas maestras que cada vez menos entienden. Un amontotonamiento no tan táctico de sellos, orgas, y dirigentes que padece del mismo mal que las clases medias -y mas que medias- e ilustradas que lo digitan: la inautenticidad.
No es que el longevo justicialismo esté destruido como «sustantivo colectivo eficaz», como diría Semán. Es que muchos de sus militantes y adherentes operan y habitan una cámara de eco que ya no perfora a la sociedad. Es por eso que decimos que la movilización tuvo volumen, pero no densidad social transversal.
El cansancio con el peronismo no viene de ahora. Lleva más de una década, acumulando decepción en sectores que antes eran su núcleo. Por eso la consigna 2023 no fue «que se vayan todos», sino más bien «váyanse ustedes». Es en estas coordenadas donde, mientras el peronismo —hoy reducido a consumo cultural— ofrece editoriales sesudas desde los castillos de lucidez del streaming y El Eternauta, ni los pasionales comunicadores ni Ricardo Darín tienen por qué suturar las heridas que la dirigencia profesional no sabe —o no quiere— cerrar. En ese interregno, y en un movimiento donde abundan los bastones pero escasean los mariscales, donde la conurbanización y/o provincialización conspiran contra su federalismo, CFK (aún privada de su libertad) sigue siendo el verdadero parteaguas político contra el oficialismo gobernante.
Antes este estado de cosas el gobierno refuerza su posición. Incluso ante errores evidentes. Aunque esta narrativa tiene fecha de vencimiento si las condiciones sociales no mejoran. Sucede que Milei sigue siendo la barrera contra el regreso de lo que hoy para la mayoría de la sociedad es una entidad irritante: el kirchnerismo/peronismo, cuya separación semántica todavía es tema exclusivo del prime del comentario político profesional y mainstream. El gobierno sabe que esa parte importante de la sociedad aborrece la presentación en góndola de todo lo asociado al peronismo. También lo supo el macrismo, aunque el paso del diagnóstico a la práctica no le funcionó tan bien. «Le ganamos al peronismo, pero nos encontramos con la Argentina», decía un ex funcionario cambiemita citado por Mariana Gené en su libro «La rosca política».
No es difícil imaginar al “tipo común” rechazando profundamente lo que solemos considerar «el universo político nacional y popular». No se trata solo del enojo con una figura aislada, sino de un rechazo visceral hacia un combo completo: a la primera plana dirigencial, a la pyme de ex funcionarios, funcionarios y mini funcionarios, al que toca la guitarra en el departamento de Constitución, al que canta “vamos a volver”. Aunque dentro de ese mundo haya intentos conmovedores de dirigentes por diferenciarse unos de otros, como si la separación semántica entre progresismo, kirchnerismo y peronismo fuese objetivamente posible, desde afuera todo aparece como un mismo starter pack que produce rechazo instintivo. Una casa sin cortinas para lo que en abril denominamos un peronismo zombie.
Como advertimos en abril de 2024, el deterioro del peronismo como identidad representativa de mayorías argentinas no es nuevo. Es cierto también que su adaptabilidad movimientista lo ha mantenido vivo, con matices y contrastes, pero activamente representando mayorías en las últimas tres décadas. Sin embargo sus repertorios políticos y programáticos han quedado anclados en una sociedad que ya no existe. Este no es un fenómeno local ni exclusivo del peronismo: en todo el mundo el obrero industrial dejó de ser mayoría. En Argentina, ese proceso tomó forma de “latinoamericanización” del mercado laboral, con auge del empleo informal, la ética cuentapropista y la figura del joven freelancer precario como nuevo sujeto económico.
En ese escenario, la épica se construye desde la supervivencia individual. Porque enfrentar la adversidad de manera aislada se transformó en un destino manifiesto para muchos argentinos, mucho antes de que Milei llegue al gobierno. Anoticiarse de esto ahora es válido pero, no deja de ser una señal del tipo de sensibilidad tardía que define mejor que nada la calidad de una dirigencia con mucho para aprender y poco para enseñar.
El punto entonces no es el regreso de Cristina, sino lo que ya no regresa con ella. Ni el orden simbólico, ni el pacto social, ni la credibilidad. Esas cosas, cuando se rompen, no se reparan con trending topics ni con ortopedia comunicacional. La batalla intermedia se llevará adelante con lo que hay: un peronismo que funciona como ávatar conurbano organizado en red. Uno que puede todavía convertirse en base de operaciones para una guerra táctica de defensa. cuyos recursos políticos parecen dormidos, más no agotados.
El partido camino a 2027 acaba de comenzar. Y para jugar ese partido el peronismo realmente existente sólo tiene como capital la épica del balcón. Es poco, por lo menos si hay vocación de gobernar un país que cambió a mayor velocidad que el propio peronismo. Es poco si se prometen nuevas canciones pero la banda nunca llega. Es que Kicillof sigue enfrentando el mismo dilema que marcamos en nuestro artículo anterior: la realidad urgente del peronismo lo ha obligado a ubicarse como un algodón entre dos cristales.
Si la estrategia general es resistir hasta que “explote la macro” para luego reagruparse, hará falta algo más que aguante. Hará falta innovación en todos los órdenes.
El tiempo dirá si el peronismo tiene la imaginación política suficiente para seguir siendo alternativa o si definitivamente se ha convertido en una tierra demasiado árida , donde ya no crecen cosas nuevas.



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