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“La hora de los depredadores, en el fondo, no es más que una vuelta a la normalidad. La anomalía ha sido más bien el corto periodo durante el que se creyó embridar la sangrienta búsqueda del poder mediante un sistema de reglas.”
Sociólogo y ensayista ítalo-suizo, el autor del “Mago del Kremlin” y de “Los ingenieros del caos” Giuliano da Émpoli construye en su nuevo libro «La era de los depredadores» un mapa del presente desde los restos del siglo XX, uniendo la política, la tecnología y la psicología.
El libro abre con una escena que parece un mito fundacional la sumisión del arco político a los Señores Tecnofeudales. Dice:
“En el transcurso de las tres últimas décadas, los responsables políticos de las democracias occidentales se han comportado, ante los conquistadores tecno-lógicos, exactamente igual que los aztecas del siglo XVI. Enfrentados al rayo y al trueno de internet, de las redes sociales y de la IA, se han sometido, con la esperanza de que los salpicara un poco de polvo mágico.
No sabría decir el número de veces en que he tenido que asistir a esos rituales de degradación. En cualquier capital, siempre se repite la misma escena.
El oligarca aterriza en su jet privado, con un humor de perros por el hecho de verse obligado a malgastar su tiempo con un jefe de tribu obsoleto, en vez de emplearlo más útilmente en un nuevo logro posthu-mano. Después de recibirlo a bombo y platillo en un marco dorado, el político invierte buena parte de su breve entrevista privada en suplicarle la concesión de un centro de investigación o de un laboratorio de IA, y acaba por contentarse con un selfi deprisa y corriendo.”
No exagera. Lo hemos visto mil veces…dirigentes fascinados por CEOs, presidentes mendigando “hubs de innovación”, funcionarios rogando un selfie.
La escena es la radiografía de una clase dirigente que renunció a la política para volverse su community manager. Como ya señalábamos en Abaratados, la crisis contemporánea no es solo económica o institucional; es de imaginación. La política —esa práctica lenta y artesanal— fue colonizada por el presentismo de las métricas, una ansiosa y obstinada “gestión de interfaz”.
El autor escribe sobre Keir Starmer, primer ministro británico, y lo retrata con cierta ternura weberiana:
“Después de las extravagancias de Boris Johnson, he ahí a este abogado entrecano, educado, sonriente, que recuerda la frase sobre Luis Felipe: ‘camina por la calle y lleva un paraguas’. No ha tenido un fácil comienzo. El hecho es que, digan lo que digan los populistas, la política es una profesión, y entre las más difíciles. Una actividad que expone permanentemente al riesgo de quedar en ridículo, sobre todo cuando uno no lo es.”
La frase podría haber sido escrita por Weber, que definía la política como “una tarea que exige pasión, sentido de responsabilidad y mesura”, virtudes hoy en extinción.
Empoli cita también a Tony Blair, quien divide la carrera política en tres fases. La escucha, la hybris y la madurez. En la primera, el político aprende; en la segunda, cree saberlo todo; en la tercera, descubre que su experiencia no es la suma del conocimiento. Pocos llegan, dice, a esta última.
Ese tránsito entre el aprendizaje, la soberbia y el desengaño resume el drama de toda vocación política moderna. La política se volvió un laboratorio de ansiedad colectiva, un teatro donde los aplausos son más importantes que la obra. Es en ese paisaje donde La era de los depredadores encuentra su territorio. Un territorio donde, según el autor, las innovaciones primero se testean en las periferias, para después ejecutarse en los países centrales.
Ya nadie lee en estos días
Haciendo referencia al presidente de cabello naranja, escribe con cierta crueldad:
“Ni libros, buenos para los museos, ni periódicos, que deben seguir el mismo destino. Al internauta más ingenuo jamás se le ocurriría imaginar a Trump sentado con un libro en la mano, en vez de con una pantalla o una hamburguesa. Lo que realmente preocupa a sus consejeros es que ni siquiera lee las notas de una página que le pasan para preparar entrevistas. Trump ni mira esas notas. Él solo funciona verbalmente.”
Esa oralidad hueca es lo que “La era de los depredadores” nomina como nueva forma de gobierno. Ya no se gobierna con leyes, sino con enunciados. La economía de las emociones es la materia prima de la consultoría vitalicia, sobre cuyas faldas descansan políticos faltos de imaginación ante una realidad que se volvió más fácil narrar que transformar.
Los discursos se agotan antes de ser pronunciados; la política se disuelve en una cadena de tuits que solo existen para ser reemplazados por el siguiente. En un ecosistema donde todo está diseñado para ser “scrolleado” detenerse a pensar equivale, para el autor, a retirarse del campo de batalla.
¿Es usted un borgiano?
Da Empoli usa una categoría luminosa, los borgianos, en referencia a los Borgia del Renacimiento. En esa familia —la de César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, estratega cruel, político precoz y asesino refinado— Maquiavelo creyó ver encarnada la forma más pura del poder moderno,la del hombre que sabe que la moral es apenas un decorado. Una tara al pragmatismo requerido por el contexto.
Sobre esto, el autor del libre dice:
“Los borgianos de esta época son organismos adaptados a las fases de turbulencia, en las cuales un sistema político se ve confrontado con su propia finitud y solo la rapidez y la fuerza pueden responder a la incertidumbre. La hora de los depredadores no es más que una vuelta a la normalidad.”
Los borgianos son organismos adaptados a las fases de turbulencia, cuando el sistema político se confronta con su propia finitud y solo la rapidez y la fuerza parecen ofrecer respuesta. Son los hijos naturales del desorden. La única ideología es la de la supervivencia. Y si la modernidad intentó domesticar esa pulsión con reglas, constituciones y moral pública, la era digital la devolvió a su forma original: la de los depredadores.
Los borgianos de hoy no leen a Maquiavelo, pero actúan como si lo hubieran memorizado. Actúan como si no necesitaran ni Dios ni al pueblo.Y lo más inquietante —como Da Empoli sugiere— es que sus súbditos aplauden su crueldad como si fuera una forma de autenticidad.
Este mismo razonamiento hacíamos en Wokismo libertario, los borgianos del presente no odian el conflicto. Lo necesitan. “El wokismo es pan bendito para ellos —dice Empoli—, el combustible ideal para su máquina del caos.” Todo lo que eleve el nivel del enfrentamiento es útil, porque las propias as guerras culturales son su oxígeno.
En este sentido es en el que Milei no destruyó la lógica del wokismo, solo la invirtió. Su revolución no desmonta el paradigma cultural que dice enfrentar. Lo necesita. Porque así como el progresismo convirtió al Estado en un culto nacional y Fun lengendró pastores y burócratas con sotana laica, Milei ha convertido al antiprogresismo en una religión de Estado. Un banco de oxígeno borgiano.
Y para esta tarea no está solo sino que, aún siendo el golem de la oligarquía mundial, el presidente argentino pertenece a una red (“de depredadores”) que opera en paralelo a la política clásica, una especie de Internacional del resentimiento que combina teología de mercado, populismo digital y un antecedente fracasado de la política tradicional.
El libertarianismo argentino es, en este estado de cosas, un discurso que se proclama enemigo del progresismo pero replica su lógica de victimización, que promete dinamitar el Estado mientras construye una burocracia ideológica, y que denuncia la corrección política solo para imponer la suya.
Los borgianos contemporáneos ya no visten armaduras ni celebran en el Vaticano. Habitan en Twitter, en Silicon Valley o en los despachos donde se fabrican leyes que nadie lee. Trump, Musk, Bukele, MBS, Milei. Cada uno es una variación local de un mismo modelo adaptativo.
Es que la degeneración de las democracias liberales se observa en la calidad de sus líderes en materia de relaciones internacionales. En ese mundo, pese al ascenso de Trump, la crisis sigue en fase de eutanasia. Biden, Macron, Scholz…líderes sin estatura histórica, sin formación ni preparación para el liderazgo, la defensa de los intereses nacionales y la diplomacia. Presidentes que no podrían ni cebar mate en la mesa de Putin o Xi Jinping.
En ese concierto internacional de líderes de occidente, el «úselo y tírelo» sigue siendo el lema de la diplomacia internacional, y tiene en Zelensky su ejemplo más trágico. No es necesario mencionar que nuestro golem libertario está muy cerca de esa suerte. Por ahora su rol de animador excéntrico de toda actividad a la que es invitado recuerda a los canarios que nuestros abuelos hacían cantar cuando llegaba la gente al asado. Una verdadera mascota de los filántropos.
Los borgianos del algoritmo
“En la hora de los depredadores, los borgianos de todo el planeta ofrecen a los conquistadores digitales los territorios que gobiernan como laboratorio, para que desplieguen en ellos su visión del futuro sin que se interpongan leyes o derechos de otros tiempos.”
Esa frase podría haber sido escrita para nosotros. Mientras Arabia Saudita construye ciudades sin leyes y Bukele convierte su país en una blockchain, la Argentina se ofrece como un nodo experimental para la desregulación total. El capitalismo como videojuego y la nación como sandbox. Es que en las acotadas psiquis libertarias Argentina no es un país, sino “un lugar”. El materialismo congénito que habita las cabezas liberales los hace tener una perspectiva tan sesgada como la que le atribuyen a sus adversarios. Un marco teórico donde no hay lugar para lo trascendente, sino sólo para lo inmanente y para aquello que genere “valor”.
Como Empoli advierte, “el destino de nuestras democracias se juega cada vez más en una especie de Somalia digital, un Estado fallido a medida planetaria, dominado por los señores de la guerra digital y sus milicias”.
Para reforzar esta posición, el autor cita aDe Maistre: “Durante mucho tiempo no hemos entendido nada de la revolución de la que somos testigos; hemos creído que es un mero acontecimiento. Estábamos en un error; es una época.” Y tiene razón. No asistimos a un cambio de ciclo, sino a la consolidación de una nueva normalidad: la de los depredadores conectados, los borgianos del algoritmo.
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El aquí reseñado no es un libro recomendado para “entender a los poderosos”, sino para entendernos también a nosotros. Los que seguimos creyendo que mirar la tormenta desde la ventana nos vuelve menos parte de ella. Da Empoli admite que abandonó una novela para escribir este ensayo porque, dice, “la realidad ya ofrecía personajes y escenas de novela que iban más allá de la imaginación”.
Eligió una solución que debería ser también una advertencia: abordar la realidad como si fuera ficción. Porque la realidad contemporánea, dice, puede ser tratada como la más excitante y absurda de las ficciones.
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