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Se ha dicho en este blog que la lógica adaptativa del campo nacional ha sido el motivo de la longevidad del peronismo, es decir, su principal virtud. La vocación de minoría de algunos de sus componentes, un camino hacia la derrota.
En función de lo anterior, traigo a los lectores un resumen que hice de la intervención de Iñigo Errejon en el foro para la construcción de una mayoría popular, realizado hace unas semanas en nuestro país. En ella, rescata un eje conceptual central que muchos escribas e intelectuales consideran «arcaicas» por estas latitudes, en tanto caracteriza el momento actual como «restauración oligárquica», y desliza algunas ideas que guardan afinidad con las volcadas aquí en torno a la caracterización del macrismo como fenómeno.
Si bien la plataforma ideológica desde la que razona Errejon no es con la que me identifico, considero su lectura una lúcida interpretación para la coyuntura actual sobre desde dónde empezar a pensar esos acuerdos que el campo nacional debe trazar de cara al futuro, en el marco de una confluencia frentista que amalgame la diversidad y nos evite más sectarismo endogámico.
Más abajo, la transcripción que motivó este post.
«Hay en la oleada reaccionaria un marcado signo de concepción patrimonialista del Estado.
Las minorías que se desgarran las vestiduras por el “desastre económico” que generó el kirchnerismo, hoy gobiernan sabiendo que no era una cuestión económica la que les ofendía, es una cuestión de carácter principalmente político. Es una especie de agravio moral al que enfrentan, por el cual durante un tiempo una irrupción plebeya les ha arrebatado lo que tenía que ser suyo por derecho de nacimiento.
Han hecho políticas absolutamente desastrosas para el conjunto de las mayorías sociales. Bien, pues tienen siete millones de votos. No son siete millones de intereses oligárquicos, y tampoco basta decir que son siete millones que están engañados porque las televisiones están a su servicio: (…) Que ellos tenían la inmensa mayoría de los medios de comunicación, de los poderes fácticos etc. No podemos contentarnos con una especie de receta moral que nos tranquiliza (…) Hay siempre -y soy consciente de que es una tesis polémica-, una parte de verdad en el adversario, que yo quiero combatir (…) no existe algo así como la falsa conciencia. Existen proyectos, horizontes, objetivos o identidades que son capaces de fundar mayorías que giran el rumbo de los países en un sentido o en otro.
Y por tanto, que hay una batalla política que no nos va a solucionar ningún empeoramiento de las condiciones. Nosotros llevamos una larga década de empeoramiento de las condiciones de vida, y una larga década de acumulación de infamias, desvergüenzas y canalladas protagonizadas por las élites que han secuestrado las instituciones de nuestro país.
(…) Las elecciones a veces se pierden y a veces se ganan. Que se pierdan elecciones no es un signo de crisis de los proyectos. Claro que hay alternancia, pero lo fundamental es cuánto de alto se pone el suelo mínimo de derechos, de inclusión, de democracia, de redistribución de la riqueza a partir del cual los que después llegan al poder tienen que seguir construyendo. Y eso tiene que ver con la necesaria conciliación de dos principios irrenunciables que hay que poner a dialogar: la voluntad de emancipación social con la voluntad irrenunciable al pluralismo político. Eso significa que siempre hay momentos de alternancia en el poder, y por tanto momentos en los que el adversario gana. El problema no es que el adversario gane, el problema es en qué condiciones hereda el país y en qué condiciones nos lo deja cuando nosotros recuperemos el poder político para gobernar en favor de las mayorías sociales. Eso no tiene que ver solo con los resultados de las urnas. Tiene que ver con un conjunto de transformaciones sociales, culturales y jurídicas que son las que en realidad dirimen el poder real en los Estados.
(…) No que ganaran las elecciones, sino que incluso cuando ganaba el adversario, tenía que gobernar de manera muy similar a como habían gobernado ellos antes. Y lo tuvo que hacer por una serie de transformaciones en el imaginario de los pueblos, en el sentido común de lo que se creía posible o imposible, justo o injusto.
La segunda apreciación tiene que ver con que las derechas que han regresado han aprendido esto -por cierto, me molesta particularmente que aquí hablen de cambio y de ‘sí se puede’ quienes vienen a restaurar los poderes de las minorías-. Pero son derechas que sí que han registrado la experiencia de los gobiernos progresistas. No es verdad que la restauración sea simplemente una restauración de tabula rasa y vengan conformar el país como si no hubieran sucedido doce años de gobierno nacional-popular. Ellos desearían eso, pero no es ese el programa político inmediato. El programa político inmediato se hace cargo de algunas de las transformaciones de época, y aunque no les gusta las incorporan como si fueran suyas para construir un proyecto de estabilidad política.
(…) Significa, por tanto, que se ha construido un suelo mínimo que hay proteger y expandir, pero que ha transformado el país con independencia incluso de los que vengan después. Esto no es una receta para sentarse a dormir en los laureles. Van a revertir todo lo que puedan, no hay un programa gradualista sino un intento de probar hasta dónde hay resistencia. Si hay poca, hasta la cocina. Si hay mucha, lo poco que puedan. Las derechas regresan haciéndose cargo de esa experiencia, con un lenguaje, un programa de políticas públicas y una forma de presentarse en sociedad que registran los cambios que han sucedido. En un cierto sentido, la construcción de nuevas mayorías de signo nacional-popular y democrático tiene que hacer lo mismo. No pueden ser mayorías que se limiten exclusivamente a un ejercicio de nostalgia que aspire a recuperar el tiempo pasado. Tiene que ser una articulación de mayorías que se haga cargo del Macrismo. Que se haga cargo de qué expresa eso sobre los deseos, las expectativas, los miedos o los anhelos de la sociedad argentina.
(…) La derecha no termina con el conflicto, lo mete debajo de la alfombra y nos obliga a librarlo como seres aislados, miedosos, sin recursos y sin comunidad a la que pertenecer. Esta retórica de anestesiar las diferencias en la sociedad, es una retórica que en muchos momentos consigue aglutinar una mayoría. Y tenemos que hacernos cargo de por qué sucede y cómo lo revertimos. Y ahí hay que notar una importante brecha entre cómo vivimos la política entre quienes le entregamos la vida a la militancia y cómo la viven nuestros pueblos. En todos los procesos históricos de cambio son fundamentales minorías activas que empujen el horizonte de lo posible más allá; con la capacidad de galvanizar las esperanzas, las energías y las ilusiones de un pueblo. Pero las minorías tienen que recordar que son minorías. No pueden perder nunca la temperatura, el sentir social de sus países. (…) No para dejar de avanzar sino para planificar un horizonte de largo recorrido que entienda que los procesos de transformación son procesos que viven una dinámica de flujo y reflujo. No viven siempre en auge. (…) Es muy fácil ser militante político revolucionario cuando la ola viene de subida. ¿Y cuáles son las tareas cuando la ola viene de bajada? ¿Es solo enfadarnos y convocarnos a la nostalgia? No. Es haber preparado antes y después las conquistas sociales y culturales que nos van a permitir resguardarnos y decir: ‘Es verdad, nos hemos ido pero no del todo. Nos quedamos hasta aquí’. Aprendamos de qué construyeron las derechas en todos nuestros países para que incluso cuando perdían el poder perdían solo una parte. Porque había toda una red en la sociedad civil, de intereses económicos, de fundaciones, de lugares donde refugiarse y preparar un cierto regreso y normalizar una visión alternativa de lo que sucede.
El último apunte es que la economía no va a resolver ninguna tarea que no hagamos exclusivamente con la política. Me perdonáis, pero yo no creo que la gente vote con el bolsillo, vota con el corazón y con las entrañas. Claro que influye el bolsillo, pero por sí solo no significa nada. En Europa durante mucho tiempo la hegemonía de una ideología profundamente conservadora ha convertido a los pobres en perdedores. De tal manera que la culpa de la pobreza era que uno no se había esforzado suficiente. Las condiciones sociales y económicas en términos políticos no tienen ningún significado intrínseco que nosotros vayamos a desvelar. Es un significado que tenemos que construir. Así puede pasar que haya un gobierno que pese a los ajustes, los tarifazos y la represión se pueda presentar como el abanderado de la ilusión, del ascenso o del futuro. Y no basta con decir que eso sea mentira, porque en política no existe algo así como la mentira. Es real en la medida en que una mayoría de los argentinos se lo cree. Y por tanto tenemos que combatir con una construcción real, en el terreno de las palabras y de las ilusiones. No se puede permitir que nosotros quedemos como ‘pepitos grillos’, mensajeros de las malas noticias, mientras se le deja al adversario construir un relato ilusionante que responde a unos ciertos anhelos, siquiera sea en forma distorsionada, de la sociedad. Cuando el adversario nos gana siempre hay una parte de razón que nos tenemos que obligar a entender. No para aplaudirla, sino para derrotarla. Hay siempre unos anhelos y esperanzas que el adversario ha sido capaz de vehicular: la esperanza del ascenso social individual, de la meritocracia -de tipos que nunca han trabajado y lo heredaron todo-, la normalidad y el fin del conflicto, el deseo de la seguridad ciudadana…Son deseos que se expresan y movilizan un voto concreto. No hay condiciones sociales o económicas que vayan a precipitar el cambio político. La disputa es fundamentalmente una disputa por el sentido, por la explicación de lo que nos pasa y por la articulación de las ilusiones y expectativas que frente a la promesa de que a uno le puede ir mejor en la ley de la selva nosotros restablezcamos que nos va mejor cuando nos cuidamos y restauramos lazos de solidaridad.
(…) Hay una parte de esta pelea que tiene que ver con asumir esa dinámica de flujo y reflujo, que nos permita construir las posiciones mínimas a partir de las cuales retomar un proyecto de transformación histórica que no se agota porque se pierdan unas elecciones. (…) En primer lugar, como los países no pueden vivir permanentemente en la excepcionalidad y la hiperpolitización, es importante que le disputemos al adversario la idea del orden y la institucionalidad. Fundalmentalmente porque tenemos un adversario que tiene el extremo cinismo de plantearse como el adalid del orden y la institucionalidad, cuando son tipos que acaban de desaparecer a un señor que no aparece. ¿Cómo se pueden presentar como partidarios del orden cuando se dedican a desorganizar la vida a la gente? Que se dedican a instaurar la ley del sálvese quien pueda que no es solo injusta sino que nunca ha funcionado. Ellos a menudo nos regalan con una cierta condescendencia que nosotros somos más compasivos pero que ellos son los que hacen funcionar los países. Hay que discutirles de manera radical que ellos puedan representar el orden.
(…) Hay que disputar la idea del orden no solo para los nuestros sino fundamentalmente para aquella gente que no nos acompaña. La transformación más radical no se va a dar cuando esa gente nos vote, sino cuando esa gente reconozca y disfrute de una buena parte de las conquistas alcanzadas también para ellos. No podemos esperar que nos las agradezcan, pero las van a disfrutar, igual que sus hijos y sus hijas.
(…) Esa pelea para construir la fuerza cultural y la capacidad de imprimir un rumbo de nuestro país que incluso nuestros adversarios tengan que acompañar aún a regañadientes, es una pelea de carácter marcadamente cultural que tiene que ver con la capacidad de hacerse cargo de aquellos que hoy no simpatizan o que no van a simpatizar con nosotros. La capacidad de hacerse cargo de un proyecto nacional que incluya al adversario. No solo por pluralismo, no es una especie de alarde de democratismo. Es porque son más sólidas las conquistas cuando somos capaces de dibujar un orden en el que el adversario tiene un hueco, no en el puesto de mando, pero tiene un hueco.
El adversario ha sabido leer algunos componentes del sentido común de época y movilizarlos en un sentido conservador y oligárquico. Quedan, sin duda, núcleos de buen sentido que pueden ser aprovechados y movilizados en un sentido progresista y alternativo. Elijamos bien las batallas. No libremos las batallas donde nos cita siempre el adversario, elijamos nosotros en qué terreno las damos. Marquemos nosotros qué batalla les queremos librar, cuáles son las fundamentales y cuáles son las que libremos cuando hayamos hecho más acumulación de fuerza. Cuáles son las que queremos librar hoy, ya y mañana para infringirle derrotas y cuáles cuando tengamos más poder. Diagnostiquemos bien qué gente beneficiada por la expansión de los derechos haya podido darnos la espalda. No regañemos. No hay nada peor que las fuerzas progresistas que regañan a sus pueblos. Entendamos; tendamos la mano, construyamos para revitalizar mayorías que sean capaces de poner en marcha un proceso que no se ha detenido sino que se ha puesto en paréntesis. Extraigamos lecciones de lo bien hecho y de lo que se podría haber hecho mejor para asegurar que para la siguiente vez que tengamos la posibilidad de que el Estado sirva a los intereses de las mayorías y no de las minorías tengamos más capacidad de decirle a todo el mundo que somos la fuerza garante del futuro, del orden, de la justicia y la libertad. No tengo la menor duda de que vosotros lo vais a conquistar aquí más temprano que tarde.»
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