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¿Caceroleo contra gobierno de cacerolos?

Tiempo de lectura 5 minutos

«Esa opinión pública, que nació en las conversaciones de cafetín de unos pocos burgueses librepensadores, terminó transformándose -gracias a la tecnología- en una especie de ser vivo que licuó el poder de todas las autoridades en todos los niveles. Invadió todas las esferas de la sociedad, borró las fronteras entre lo público y lo privado politizó la cotidianeidad.

(…) La red aumentó exponencialmente la autonomía de la gente y eso está en la base de la crisis de la democracia representativa. Antiguamente los ciudadanos sentían la necesidad de que los representaran estructuras políticas, eclesceasticas, sindicales y de otros órdenes. Ahora se conectan con el mundo cuando quieren, obtienen información, pueden transmitirla casi sin límites, no sienten la necesidad de que otros hablen por ellos y no quieren ser representados.”

Jaime Durán Barba y Santiago Nieto – “La política en el siglo XXI: arte mito o ciencia”

Algunos autores suponen que existe una vocación indomable de los ciudadanos por consumir y autogobernarse de espaldas a cualquier autoridad, ley o racionalidad económica, empeñada en cumplir la imagen que la sociedad argentina tiene de sí misma. En este sentido se dice que el liberalismo adopta un carácter salvaje cuando, por un lado, expresa la identidad nunca asumida de los reflejos individualistas, y por el otro expresa el síntoma colectivo de una ingobernabilidad endémica. Me parece más acertada la afirmación de un gran amigo que dice (también por redes) que “El Pueblo a veces se equivoca en lo que quiere. Pero jamás en lo que NO quiere.” Quizás esta reflexión puesta en este apartado del texto, sea una buena introducción a un desarrollo sobre la cuestión de la representatividad y la acción política, de la que de manera fragmentaria, fuimos trabajando en este blog.

Hay maneras caducas de ver los sistemas de representación política en la actualidad. Suele atribuirse cierta ética «marketinera» a quienes sostienen que el cambio de época deriva en un cambio en las comunicaciones, y que eso implica un cambio en los esquemas de representatividad.

Para empezar, diremos que cierta mirada despectiva (aunque no masiva, pues sólo recorre la fauna militante) sobre el cacerolazo como método asociado a una identidad pretendidamente “gorila”, reviste una caducidad propia de ideas y paradigmas con demasiado polvillo encima, que no han incorporado en sus análisis las, por lo menos, últimas dos décadas de los cambios en las dinámicas sociales. Dicho esto, afirmamos que el método de protesta no determina la identidad política, ni viceversa. Hay nuevas formas de representación. Hay nuevos parámetros que traccionan las identidades, no sólo los partidos. Esto no anula a la representación tradicional (sindical-política-religiosa), sino que se agrega a estos esquemas preexistentes.

La efervescencia social (en términos de Durkheim) ha encontrado nuevos vectores para canalizarse, lo que sigue intacto es la voluntad de la expresión colectiva. Sin ánimos de darle demasiado espacio al análisis del método de protesta, es bueno señalar que estamos hablando de una herramienta que quizás también esté demostrándole a los sultanes de los algoritmos, los focus groups y la big data, que no siempre las redes usan a ese enjabonado y resbaloso espectro social nominado “la gente”, sino que es la gente la que usa las redes, y puede escapársele tanto al kirchnerismo, como al actual aparato de poder (mediático-judicial-económico), el mas concentrado del que se tenga memoria.

 

A pesar de la película que la INMENSA MAYORÍA de los medios de comunicación proyectaron (y siguen proyectando) para millones de argentinos, de “revoltosos” vs “garantes (armados) de las instituciones”, a pesar de ese patetismo sin igual que sólo busca confundir y envilecer al conjunto social y a las propias instituciones nacionales, gran parte de esos «espectadores» se rebelaron contra su carácter de tales, y salieron a manifestarse en una convocatoria que fue fundamentalmente fomentada por redes sociales. En este sentido, vale recordar que el propio macrismo supo aprovechar, hace un buen tiempo, algunas de estas «oleadas de efervescencia», que tuvieron como vaso comunicante un descontento social canalizado también por redes, descontento generado por causas de naturaleza distinta a las de hoy.

Un análisis mucho más minucioso de las consignas que el vertido aquí, podrá notar que la presencia de un vivificante ¡Unidad de los trabajadores!, que fue transversal, conviviendo con otros cánticos más difusos. Esto podría estar indicando que cierto lenguaje político, asociado a banderas de justicia social, está más instalado de los que muchos quisieran en buena parte de la conciencia colectiva, pero claro, es una hipótesis.

De manera general, la cacerola es un eficaz método para protestar sin «banderas» que, es cierto, también puede servir para edificar en silencio la famosa estrategia de la avestruz: «¿yo no lo vote, que me miras a mi?». Pero esto último no tiene que ver con el análisis político, sino al viejo y peludo análisis de conciencia del elector, tan difundido y tan ineficaz a los fines de un buen diagnóstico.

Desde el punto de vista político, creo que los medios adictos y los carneros parlamentarios han generado una crisis de representatividad, divorciándose de una importante capa social que no responde necesariamente al kirchnerismo como identidad política.

Repito algo que desarrollé en el artículo que publiqué justo antes de este: el macrismo no podrá parar su sinuoso camino de retirada, iniciado aquel día. No podrá detener la hemorragia política que su propia bestialidad ha desatado. Más allá de la voluntad de propios y ajenos, esta cadena de episodios expresa una efervescencia que vista desde las últimas semanas sólo expresa una foto, pero vista desde el 10/12/2015, quizás esté expresando una película con previsible desenlace final. E

sto, sostengo, debilitará gravemente al gobierno macrista, que por supuesto no recibirá un K.O definitivo, pero ha iniciado una agonía sin remedio, en tanto no puede cubrir la falta de respaldo político con la coacción económica y la militarización de los recintos por mucho tiempo más. No obstante, será una oportunidad perdida si no se tiene en cuenta el eje principal que el modelo de oposición (al que nos referimos aquí y aquí) debe usar como brújula lo que el pulso de “la calle” ya demuestra, la unidad de carne y hueso, pero también que se trata de mayorías circunstanciales en términos políticos.

 

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