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Neoliberalismo, fe, y política

Tiempo de lectura 20 minutos

“Señor presidente, señoras y señores diputados, pido a todos los diputados que sancionen la reforma auspiciada por el pueblo: para que en la Argentina se consagren la igualdad de cultos y para que nuestra iglesia tradicional se enorgullezca de mantenerse por sí y de perdurar incólume. Multitud de jóvenes argentinas venideras rendirán a esta reforma el más fervoroso de los tributos de agradecimiento.” – Delia Parodi (primer diputada mujer y peronista) – 18 de mayo de 1955

Partimos de una noticia reciente. Según dejó trascender el diario Clarín, la Conferencia Episcopal Argentina inició los trámites para renunciar a los aportes estatales que subsidian a los 100 obispos argentinos, con el aval de Francisco que llegó desde el propio Vaticano. No obstante este crucial dato, nos interesa ahondar en el reverso de la trama: el modo en el que se plantea debate mismo.

En un debate bien planteado, podría comprenderse que el reclamo por separar la esfera política de la esfera religiosa obedece a la necesidad social de que las leyes no coincidan con la doctrina de una religión particular, para que, de este modo, las instituciones democráticas puedan proteger los derechos de todos, sean cuales sean sus creencias o no-creencias. Sin embargo, con la grietología como ciencia rectora del debate público, no es esto lo que sucede en nuestra ruidosa cotideaneidad, encorsetada en la agenda setting.

A riesgo de aburrir con este argumento, consideramos que la dictadura de la novedad que atraviesa el debate público, requiere de una buena dosis de politización fast food: rápida, superficial, efectista, pero sin sustancia. Uno siempre cree que a esa prodigiosa imaginación divisionista con la que se presentan los temas de agenda en los medios, le aguarda un sentido ulterior que le dará profundidad, pero los días pasan y uno se da cuenta que no. Todos los temas quedan triturados en la intensidad de la inmediatez líquida, en la frase comodín, pero sin ningún sentido argumental. En este problema, como hemos sostenido en reiteradas oportunidades en este blog, influye perniciosamente el hecho de que quienes mayormente administran el debate sean los (malos) periodistas, oficio que por razones comerciales considera a la profundidad como a un pecado capital.

Entonces, así como lo hicimos con el debate sobre la Interrupción voluntaria del embarazo, consideramos que el efervescente marco en el que ingresa la discusión sobre la apostasía, la laicidad, y la relación de la sociedad con la fé es, por lo menos, necesario de ser explicitado.

La experiencia de Lucía

Hace unos días, Lucía, una seguidora del blog (de quien por cuestiones obvias de privacidad no brindaremos más datos) me escribe por privado para contarme una experiencia que fue la base de este escrito. Paso a compartirla con ustedes, con el entrecomillado correspondiente:

“Somos un grupo de docentes de la Universidad Nacional de las Artes, y junto a algunos alumnos.. Ahora estamos en 8 barrios, en clubes, centros de jubilados, unidades básicas, parroquias, etc. Cualquier lugar que nos abra las puertas. Soy atea, apostaté en 2006, y trabajo actualmente en 6 iglesias. Todos en el grupo somos ateos.Y descubrimos que en las parroquias, se puede laburar muy bien, el 99% de la gente que se acerca a una parroquia tiene muy buenas intenciones, etc. y son lugares muy lindos, limpitos y confortables.

El tema es que me cuesta mucho llevar a otros compañeros de la facu a laburar o a pintar un mural a una iglesia, justamente por esta mentalidad de la que vos hablabas hoy. Es un gran problema. Y no se dan cuenta de que hay curas muy copados con los que está buenísimo laburar… (… ) Y tendrían un lugar para desarrollarse, vinculados a la comunidad, acercándose a lo popular REAL y no lo popular inventado en una Universidad. Claro, lo que pasa es que no estudiaron el tema. Acá en Argentina, desde Roca para acá, no existe más un aparato eclesiástico poderoso. La iglesia que conocemos es la que trajeron los inmigrantes y construyeron en cada barrio.

Nosotros enseñamos técnicas, teoría del color, anatomía, y le damos mucha bola a la disciplina y a la calidad de los trabajos. Siempre apuntamos a encarar trabajos colectivos, y nadie se lleva lo que hace. Ni lo firmamos, ni nos lo llevamos. Enseñamos eso. Y también a apropiarnos de un lugar que nos prestan (ya sea una parroquia o un club de barrio.), que lo tenemos que cuidar y valorar, pero más que nada lo tenemos que llenar con nuestra presencia. Y es una excusa para encontrarnos todas las semanas a la misma hora, y reencontrarnos con gente que le guste lo mismo que a nosotros, que es del mismo barrio, etc. Y cuando escucho a intelectuales, artistas, que la solución del país es prender fuego a las iglesias, me quiero morir… Tengo fotos para mostrar que se puede construir un camino intermedio entre lo que NECESITA un cura y lo que QUEREMOS nosotros. Y eso es política.”

La de Lucía y sus compañeros es una de las tantas experiencias de organizaciones libres del pueblo que trabajan junto a la Iglesia, y nos invita a realizar preguntas:

¿Es la Iglesia Católica, con todos sus claroscuros, un monstruo enemigo de las mayorías sociales en la actualidad del país?, ¿es una entidad ahistórica, estática, fuera de la cultura y la política?, ¿Francisco y los anteriores líderes católicos «son lo mismo»?, ¿da igual hablar de laicidad que de laicismo?, ¿qué lugar ocupan los seudoevangelismos en el tejido social argentino?, ¿el anticlericalismo significa lo mismo que adherir a la idea del Estado laico?.
Liberalismo y anticlericalismo en contexto

«El liberalismo, en su soberbia positivista, desprecia la Teología, y no porque no sea teológico a su manera, sino porque aunque lo es, lo ignora. Todavía no ha llegado a comprender el estrecho vínculo que une entre sí, las cosas divinas y las humanas, la correlación que tienen las cuestiones políticas con las religiosas, y la dependencia en que están todos los problemas constitutivos atinentes al Estado, de los que se refieren a Dios.» Arturo Sampay

Como bien señaló Aleksandr Dugin en sus conferencias en la CGT, fué Max Weber en «La ética protestante y el espíritu del capitalismo» quien demostró que el capitalismo (como sistema económico y cultural) tiene sus raíces en la secularización que fomentaron las ideas protestantes, con la liberación de la Iglesia católica que representaba, por entonces, la identidad colectiva de la Europa tradicional. El cristiano en tanto individuo se definía por pertenencia a esa religión que, en el sentido estricto de la palabra, se define como esa identidad aglutinante que re-liga los fragmentos dispersos en un todo. El protestantismo fragmenta esto reclamando que el cristiano se define por su fé individual en Cristo y no por el hecho de pertenecer a la identidad colectiva Iglesia. Por esta razón, según Dugin, el liberalismo comienza históricamente con el anticatolicismo como bandera central, y por esto es, en esencia, anticlerical. Tras ello, deviene la liberación de la identidad colectiva de los Estados tradicionales del Imperio europeo, con la atomización de estos en naciones que a su vez debían ahora liberarse de sí mismas, y proyectarse, según Dugin, en entidades supranacionales globalistas, como la Unión Europea.

En todos los aspectos, el liberalismo quebraba las identidades colectivas («liberaba» al individuo). La propia lucha contra el comunismo sería una lucha contra la identidad colectiva de la clase, para el asentamiento definitivo del liberalismo como sistema operativo hegemónico en occidente desde1991, con la caída del muro (el «fin de la historia» esbozado por Fukuyama). La victoria total del liberalismo se erigía así no solo sobre los restos de la identidad colectiva de la nación, sino sobre la identidad colectiva de la clase.

Es en este sentido en el que la presencia de las masas inorgánicas ha sido deseada, ayer por el liberalismo, y hoy por el neoliberalismo, porque la balcanización ha sido siempre el instrumento más efectivo para impedir la formación de una unidad social consciente de sus derechos y de sus destinos, lo que politológicamente denominamos Pueblo. Es así como los avatares de sociedades como la nuestra ante las injusticias del sistema neoliberal de los`90 pasan a traducirse como éxitos o fracasos individuales, problemas parcelados, desconectados unos de otros. Los individuos viven tan «libres» como atomizados, y el sistema prepara el escenario donde los conflictos deberán ahora enfrentarse de manera aislada, obturando así toda vocación de representación colectiva de demandas. El esquema de representaciones fragmentarias es el objetivo del neoliberalismo.

Seguidamente a este proceso de individuación extrema y ruptura de lazos de solidaridad social que iba a costar mucho tiempo reconstruir, la forma operativa y totalizante en la que se materializa esa penetración neoliberal en la idiosincrasia de nuestro país, también se expresa en la relación de los argentinos con la fé. Es que toda experiencia histórica compartida, dado su carácter colectivo, arroja sedimentos constitutivos de los modos de imaginación política, de la institución de los campos de posibilidad y de las formas de identificación. Se acentúan dos tendencias: por un lado, los seudoevangelismos, y por el otro, el anticlericalismo cool. Un vector conservador y otro progresista. Ambos vectores, matices mediante, tienen un mismo punto de confluencia contra el que arremeten: no contra «La Iglesia» (que además no es una entidad políticamente homogénea) , sino contra el catolicismo como amalgama cultural.
Los seudoevangelismos: un actor político invisibilizado

«Amigo Velazco (…)necesito aclararle previamente que, bajo el nombre de Creso, me propongo describir al representante del Tercer Estado social, o al homo economicus; al “burgués”,en suma, tal como lo define cualquier diccionario de la lengua. (…) lo que define a Creso no es una desmedida posesión de la riqueza corpórea, sino una “mentalidad” sui generis que le hace apetecer y buscar dicha riqueza. En tal sentido, hay millonarios que no son Cresos y hay Cresos que no tienen un centavo. Le diré más aún: el mundo presente, obra de la tiranía secular a que lo sometió Creso, está uniformado ahora por esa “mentalidad” que le imprimió el Hombrecito Económico en tren de universalizar su reinado.(…) la Razón del Hombrecito Económico es un arrabal o suburbio de la misma, una facultad “minimizada” que solo actúa en el orden práctico de la materia o en la región subliminar de la mente con lo corpóreo: la “racionalidad” de Creso no puede ir más allá del bon sens que se universalizó después como atributo de la mentalidad burguesa. Por consiguiente, y ante lo divino y sobrenatural, Creso tiene la sola vía de una Fe a oscuras bien que suficiente (…) vive in sensibus y se abandona enteramente a la ilusión de lo que se toca, se mide y se pesa;(…) que asiste a los ritos de su iglesia como a una obligación de carácter social, o como a una Junta Directiva en que vagamente se gestiona el para él no menos vago “negocio del alma”.

Leopoldo Marechal – “La autopsia de Creso” – Fragmentos

Es notable la poca atención que ha recibido el avance afiebrado de los seudoevangelismos televisados. Esos entramados filantrópicos hiper materialistas, cuya prosa discursiva ha sido absorbida instrumentalmente por el aparato comunicacional macrista para transmitir – casi con la misma efectividad persuasiva- un engaño colectivo. Se trata de un poco estudiado pero inmenso poder, provisto de una extensa batería de métodos de manipulación de CONCIENCIAS. Esto se realiza a través de pastores que subsumen todo el mensaje religioso al progreso exclusivamente económico, y exclusivamente individual. «Usar la fé» para progresar económicamente. Esto que podríamos denominar fé instrumental, guarda profunda relación con el ethos del hombrecito económico. La “mística de lo material” tiende hacia la inmanencia (antítesis de la trascendencia), a convertir lo corpóreo en un dios (el dios dinero/progreso económico), y a usufructuar ese dios en el propio y excluyente beneficio del individuo que le rinde culto.

Fueron organizaciones de esta índole las que aportaron una enorme capacidad logística y de movilización en la masiva marcha «pro-vida». Una puesta en escena que dejó en evidencia su presencia en el «territorio». A su vez, el crecimiento de estos seudoevangelismos es la contracara del relajamiento del tejido de contención de la Igelsia Católica, que durante décadas fue una Iglesia a espaldas de los excluidos. Esa Iglesia encontró, no ya un adversario ideológico en las evangelistas, sino, como se dijo antes, un rival que le disputa fieles en lo territorial.

La casi nula referencia y la subestimación analítica a estas iglesias evangélicas como actor político, portadoras de un enorme aparato de propaganda y cooptación, y cuya convocatoria viene creciendo a pasos agigantados, parece ser una constante en los análisis corrientes. Esta subestimación, diremos, tuvo como contrapartida la sobreestimación del papel que jugó la Iglesia Católica en la movilización contra la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, cuando el actor central de esa masiva puesta en escena fueron las iglesias evangelistas, adversarias culturales por excelencia de la Iglesia Católica.

Lo aquí expuesto, por supuesto, no tranquiliza. En este blog NO partimos jamás de la premisa de suponer que la realidad es estática, idea que tiene innegables ventajas: ahorra el esfuerzo de revisar juicios, cambiar posiciones, rasgar la entretela ontológica que muchas veces es hábito inculcado, costumbre espiritual, o pereza mental.
La fiebre teledirigida del anticlericalismo: fase superior del antifrancisquismo

Hace mucho tiempo Teodoro Roosevelt diría que «mientras los hispanoamericanos sean católicos, su absorción por EEUU será larga y difícil». Evidentemente, la Iglesia Católica tiene enemigos de lo más diversos. Podemos afirmar que en muchos casos, bien ganados, sobre todo por su complicidad institucional en atentados contra el pueblo argentinoSin embargo, es extraño que desde esta nueva usina de laicismo, jamás se plantee la separación ORT-Estado. DAIA-Estado. SRA-Estado. Los politizados, de mínima, sabemos que todas las instituciones religiosas y políticas antes mencionadas tienen muchísima más injerencia y un tejido de relaciones mucho más en consonancia con la oligarquía argentina hoy, que la Iglesia Católica.

La oligarquía argentina supo de alianzas tácticas y acuerdos cupulares con el clero por un buen tiempo. Participó activamente de cuanta medida antipopular ejecutaron las minorías más poderosas de este país, pero, a fuerza de ser sinceros, ¿no se trata hoy de una relación quebrada? y, diremos más, ¿no es acaso una relación política antagónica?. Estas preguntas surgen de nuestra intención de comprender el tiempo histórico, sobre todo el tiempo presente, de cuya dinámica las instituciones no están ajenas. Sus líderes, mucho menos.

En este sentido, apostasiar es una decisión libre e indiviual, ergo, no problematizable. Pero nuestro interés no radica en el análisis de las conductas individuales. Mucho menos en su moralización. Por el contrario, consideramos que, en un sentido estrictamente político, militar la agenda de la apostasía no obedece a un comportamiento fruto de la malignidad. En cambio diremos que, de mínima, esta conducta política representa un infantilismo irrealista para cualquiera que se proponga participar en la construcción -o reconstrucción- de una mayoría social con arraigo en el pueblo al que pertenece, y no en aquel al que le gustaría pertenecer. El peligro de este seudoiluminismo es el de romper los puentes con la idiosincrasia de buena parte de nuestra sociedad (esa que no siempre transita las calles de la ciudad-puerto). La película no empieza cuando uno se sienta a verla.
Laicismo y laicidad: asuntos separados

El laicismo es una corriente útil y potente para la sociedad si no se la confunde con anticlericalismo zonzo , pues hasta el propio Francisco sostiene la idea del Estado Laico. Hay varias notas sobre el tema, pero tomamos las declaraciones del máximo exponente de la Iglesia ,en la revista católica belga «Tertio«:

 En nuestro país [Bélgica] estamos viviendo un periodo en el cual la política nacional quiere separar la religión de la vida pública, por ejemplo en el currículo educacional. Es opinión que, en tiempos de secularización, la religión tiene que ser reservada a la vida privada. ¿Cómo podemos ser al mismo tiempo Iglesia misionera, saliendo hacia la sociedad, y vivir la tensión creada por esta opinión pública?
 Bueno, yo no quiero ofender a nadie pero esta postura es una postura anticuada. Esta es la herencia que nos dejó la Ilustración -¿no es cierto?- donde todo hecho religioso es una subcultura. Es la diferencia entre laicismo y laicidad. Esto lo he hablado con los franceses.
El Vaticano II nos habla de la autonomía de las cosas o de los procesos o de las instituciones. Hay una sana laicidad, por ejemplo, la laicidad del estado. En general, el estado laico es bueno. Es mejor que un estado confesional, porque los estados confesionales terminan mal.

Pero una cosa es laicidad y otra cosa es laicismo. Y el laicismo cierra las puertas a la trascendencia: a la doble trascendencia, tanto la trascendencia hacia los demás como, sobre todo, la trascendencia hacia Dios. O hacia lo que está Más Allá. Y la apertura a la trascendencia forma parte de la esencia humana. Es parte del hombre. No estoy hablando de religión, estoy hablando de apertura a la trascendencia. Entonces, una cultura o un sistema político que no respete la apertura a la trascendencia de la persona humana, poda, corta a la persona humana. O sea, no respeta a la persona humana.

Sin embargo, parte de nuestra sociedad millenial, al no tener en cuenta este tipo de información, no decide todavía qué es lo que está debatiendo: laicismo, laicidad, anticatolicismo, anticlericalismo, o quizás todo junto.

Es que el sistema nos acerca una oferta cultural de adaptación difícil de rechazar: la pose de la transgresión módica ahorra, como dijimos, el esfuerzo de revisar nuestros juicios, cambiar posiciones, e invita de manera disimulada vivir a través de la consigna cliché, de la reivindicación altiva y chillona que es mucho más «rentable» en la cultura fast food que cualquier pensamiento más o menos complejo.

Probablemente el lector se deislusione al encontrar más preguntas que respuestas en el texto, pero: ¿no existe también un rol geopolítico de la Iglesia en el mundo convulsionado de hoy?, ¿no existe una apuesta en lo local de esta Iglesia contra la cultura del descarte impulsada por el actual gobierno de Macri y todo el globalismo financiero?. Si no se está en condiciones de responder estar preguntas, es poco probable que se perciba, tan siquiera ,el papel que ha jugado y juega la Iglesia Católica en la amalgama cultural del país, con todos sus claroscuros. Entonces, es allí cuando el camino al anticlericalismo de salón se convierte en el destino manifiesto.

Apuntes para equilibristas

Las estructuras tradicionales de nuestra sociedad se ven desbordadas por la multiplicidad de debates y demandas a las que parecieran no tener otra respuesta que la negación. Sin embargo, para poder sostener su función social, deben brindar vectores institucionales que canalicen las nuevas problemáticas. Es esta y no otra la única manera de combatir los esquemas de representación fragmentaria que fomenta el neoliberalismo, y darle organicidad y cohesión a las luchas.

Así como se pueden apoyar las políticas que amplían derechos hacia las mujeres sin caer en un cosmopolitismo urbano, civilizatorio, extremadamente elitista y peligroso, se puede apoyar una nueva ley de culto sin caer en el anticlericalismo zonzo. Es poco probable que, por ejemplo, se avance en el camino hacia la implementación de la educación sexual integral (ESI) en todas las escuelas del país ni en la aprobación de la Interrupción Voluntaria del Embarazo con campañas anticatólicas o críticas a los dichos de Monseñor Aguer, por el simple hecho de que el responsable de implementar la política educativa es el Estado. Es el Estado el que debe acompañar esta decisión soberana corroborando a través de todas las herramientas de control de las que dispone, que la ESI esté incluida de manera transversal en los planes de estudio; que se enseñen todos los métodos anticonceptivos; que invierta una parte del presupuesto educativo en formar a los docentes en esta temática. En otras palabras, la demanda por un Estado laico tiene que tener como receptor al Estado y a la esfera política, no a Aguer.

Quizás, con una necesaria actualización doctrinaria, sea nuevamente desde esa siempre útil tercera posición desde donde pueda interpretarse mejor el sentir popular que atraviesa a los polos opuestos representados por los pañuelos, como así también a aquellos y aquellas no representadas en ninguno. Después de todo, es necesario abandonar ese perpetuo vagabundeo por el extenso pero inconducente campo que enmarcan las ideologías teledirigidas. En este sentido, la tarea de evitar la crisis de representación radica en habitar ese vacío que los extremos no pueden -ni quieren- ocupar, pero habitarlo NO ubicándose en la «ancha avenida del medio», sino en una especie de trascendencia de los opuestos, esto es, incluyéndolos en un espacio más amplio que los abarque.

Para finalizar este extenso (pero esperamos que llevadero) artículo, si bien abundan las consideraciones electorales en términos del «impacto» que estos temas puedan tener de cara a 2019, diremos simplemente que quizás esta vez «heladera mate tv». Como ya hemos señalado en otros artículos, no creemos en el “arte de dividir” como producto de las estrategias maquiavélicas de una persona. Tampoco consideramos que el margen de maniobra comunicacional del gobierno sea tan amplio como para sostenerse en Balcarce 50 solo apelando a la agenda divisionista de la oposición.

A nuestro modo de ver, en este estado de cosas, será todo un desafío para el mejor equipo de los últimos 50 años, incluso, terminar el mandato. En este sentido sostenemos que es especialmente importante resistir la tentación de tercearizar el análisis político en lo que podríamos denominar el «factor Durán Barba», en tanto nubla la comprensión de lo que señalamos en un artículo anterior: el rédito político del macrismo no depende del evento que utiliza para dividir al campo opositor, sino de la capacidad o incapacidad del campo opositor para no dejarse dividir. De esos anticuerpos depende, en gran parte, el destino del país.

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