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Bolsonaro, Los Infalibles y La Unidad

Tiempo de lectura 6 minutos

El título quizás resulte engañoso, pero entendemos que para capturar la atención sobre la única política (la internacional), la referencia adecuada es sobre las repercusiones que pueden tener los episodios sobre nuestro suelo. Falta una segunda vuelta en el país carioca, y las posibilidades del electorado representado por Haddad/Ciro está lejos todavía. Diremos, sí, que es hora de que buena parte de la dirigencia opositora pase de la vocación de ser protagonistas vía indignación por redes sociales («duele Brasil») a la difícil y urgente tarea de trabajar en superar el vedettismo y las mezquindades. Esa es la responsabilidad histórica de la dirigencia opositora, y no hacer crítica literaria de los hechos políticos. Diremos también que Bolsonaro no es Trump, solo porta todos sus defectos (xenofobia, misoginia, racismo, etc) y carece de sus pocas virtudes (nacionalismo económico, por ej). La pregunta es ¿cómo representar a los pueblos que tenemos y no a los que quisiéramos tener?.

En lo que a la coyuntura local respecta, seguimos considerando que el problema de los politizados (y de algunos referentes parlamentarios de la oposición de vasta presencia en redes) no pasa por la falta de comentarios, sino por el exceso. Aún de comentarios inteligentes, que hay muchos, pero no distinguen entre sociología, literatura, y posibilidades electorales.

Si la sociedad se hubiese derechizado, lo que la UCR debe hacer es prepararse para PERDER elecciones» decía el bueno de Raúl Alfonsín. Probablemente Don Raúl, cuyo gobierno terminó con una hiperinflación traumática que fué pulverizando el salario durante años y años hasta terminar en un colapso económico, no se imaginaba los inmensos corsettes que -todavía hoy- el campo opositor al Macrismo intenta (o debiera intentar) quitarse:

a- por un lado, el simulacro de oposición, racional, friendly, que audite el ajuste perpeteuo con algo más de “sensibilidad social” que el macrismo, un neoliberalismo «pero bien»;

b- una oposición basada en la lógica testimonial de los partidos del NO: no a Macri, no a Cristina.

c- por el otro lado, un corsette cuasi purista cuya vocación frentista se reduce a incluir sólo a «los mejores».

Lo dijimos en este blog el año pasado:

Lejos de ser un Western de Clint Easttwood, la abrumadora y cruel simpleza de la política se da en el peronismo como lógica de acuerdos, transigencias, conducción de conflictos, negociaciones y demases. Esto poco tiene que ver con las películas de buenos vs malos, cuya sobredosis de consumo puede derivar en ver esos roles en todas partes, y entregarse a la pulsión de combatir al “mal” radicalizando diferencias, en tiempos que piden fomentar la construcción sobre las coincidencias, saliendo de la endogamia. En un marco donde la ambigüedad es deglutida por la propia grieta que denuncia (le pasó al massismo stolbizeriano), donde el manifiesto edípico de Randazzo demostró que no puede funcionar como plataforma y oferta política, y donde Unidad Ciudadana tiene muchos votos pero no puede expresar suficientemente al movimiento nacional, los partidos del no (No a Macri, No a Cristina) comienzan su diáspora a la extinción. La única manera de superar la “cultura del no”, es construir acuerdos sobre el “si”. En este clima, la oposición se definirá:

A) como teatralización sumisa de perfume noventista, sumisa al poder concentrado (más concentrado que nunca).

B) como oposición a Macri (no a Cristina).

Hemos señalado también que el sector intersindical y de movimientos y organizaciones que constituyen el 21F/Frente Sindical, es la prueba territorial de que el modelo de oposición no puede definirse por fuera de la oposición al macrismo-. La política debe ser útil para representar un estado de cosas, de lo contrario, termina por degradarse en un ritualismo morisquetero vacío, y condenarse a ser una confederación de partidos locales que sólo compartan su tradicional liturgia, lo que en términos prácticos se cristaliza en lo ya señalado aquí: reducir el movimiento nacional sólo a una identidad cultural adapatada al esquema de representaciones fragmentarias que necesita el neoliberalismo, pero sin traducción electoral.

El riesgo de ser (sólo) los mejores

La consolidación de un pankirchnerismo orgullosamente «de izquierda», compuesto por «los mejores» del podio posmoderno hegemónico, esto es, los mejores de identidades «viejas» ya superadas (radicalismo y peronismo), galletital, con vocación de cofradía progresista, constituye, hacia abajo un dilema: ¿es mejor ser pocos pero «mejores»?, y hacia arriba, otro dilema, ¿no es, acaso, un error garrafal reducir a CFK, figura opositora de mayor densidad y volumen, a mera líder juvenil progresista?.

La oposición con verdadera vocación de instalar un modelo diferente al actual debe evitar llegar a ese escenario de derrota consumada, donde el rol opositor sea administrarla de manera más o menos permanente, donde los referentes parlamentarios pasena por los programas de TV o producen intervenciones en redes caracterizando lo ya caracterizado en hiperabundantes diagnósticos sobre lo evidente. No debemos llegar al paisaje depurado donde una cofradía progresista pasa mates entre «los mejores del radicalismo» y «los mejores del peronismo», quizás en «plazas del (mejor) pueblo empoderado», ahí al solcito, en Parque Centenario, diciendo que la sociedad argentina no toma conciencia del “proyecto” y criticando al trotskismo por «vanguardismo elitista». El obstáculo a superar es (también) ese sentido común del militante/escriba arrogante, infalible, que vomita su desprecio sobre todas las demás fuerzas políticas y/o dirigentes, que son por definición las que se equivocan, las que tienen falencias, las que están condenadas, etc.

Parece que viene resultando difícil asumir que por fuera de nuestra fauna de «orgas» y especies varias e intensas, existe un pueblo que consume 15 minutos diarios de tv (con argumentos teledirigidos y envenenantes) e información completamente desjerarquizada y agobiante. Somos falibles, y muchas veces la vocación de tener razón individualmente prima sobre la vocación de ganar colectivamente. Pero tenemos un dato: hay kilométricas evidencias científicas de que para hacer política, descalificar a quien se intenta se intenta sumar y/o persuadir es un grave error.

Lo mejor que le puede pasar al campo nacional, cuya identidad cultural abarca al peronismo, y también al progresismo, es dejar de arrojarse piedras entre sí, para poder interpelar sectores del tercer tercio en disputa. Esto aplica a este entretenido pelotero virtual de ecos y algoritmos, donde la indignación a control remoto no suma absolutamente nada. No suma. Nada. Solo alucinar que se está «activo» cuando se está más paralizado que nunca en el pesimismo charlatán y el regodeo en la crónica negra del día.

La cultura política peronista carga con el estigma de que nadie quiere ser Duhalde, todos pretenden ser Néstor Kirchner. Pero la lógica de ocupar espacios es antagónica a la que corresponde, que es la de generar procesos. Procesos que permitan otros 12 años, por ejemplo.

Hay (debiera haber) transigencias, acuerdos, pluralidad. Sin acuerdos que trasciendan el propio espacio, no hay salida al laberinto del “todavía faltan los votos de La Matanza”, ni siquiera por arriba. Pero ni siquiera la unidad dirigencial garantiza la del electorado. Por trillado que suene, lo que si depende de las bases en este momento es tratar de acercar posiciones, y no radicalizar diferencias. Como sostuvimos en otro artículo, el laberinto de las fuerzas políticas radica en, o bien reforzar las posturas facciosas y divisionistas a través del negacionismo de los intereses de sectores sociales que conforman la comunidad nacional, o bien brindar los vectores necesarios para evitar la balcanización del heterogéneo campo nacional – popular, ampliar derechos y construir unidad para la justicia social. Esto significa, en términos de acción política, el dilema es o expulsar para debilitar, o incorporar para fortalecer.

 

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