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¿Es demasiado tarde para discutir las caracterizaciones?. Derecha democrática, Neoliberalismo, Oligarquía, nueva hegemonía, son las conceptualizaciones que han surgido en los últimas semanas desde el campo nacional para responder a la pregunta sobre la esquiva caracterización del Colectivo Cambiemos.
La complejidad de la caracterización radica, fundamentalmente, en que el análisis de corto plazo sobre el comportamiento electoral y sobre la forma en la que el ejecutivo se comunica con la sociedad, obtura la correcta comprensión de la naturaleza del gobierno de Mauricio Macri Blanco Villegas, y también en la forma en la que el campo nacional se comunica con la sociedad (se ha dicho algo aquí sobre este tema).
Gobernar es crear promesas
Cuando se dice que Cambiemos es un partido/coalición de derecha, neoliberal, o conservador –más allá de que sea o no cierto- se están usando denominaciones universales y abstractas, que para nada dan en el centro de la cuestión. El escollo está dado porque casi todas las etiquetas y diagnósticos que surgen para entender al gobierno actual son “modernas”, y la cultura Cambiemos (y la de buena parte de la sociedad) opera comunicacionalmente ya en registros más bien “Post-Modernos”, aspiracionales. El punto es no confundir su política con su comunicación a la hora de caracterizarlo.
La invitación al placer inmediato pero siempre en forma de eterna promesa por parte del macrismo (“va a estar bueno”, “estamos haciendo una ciudad mejor”) es lo que define la eficacia del hedonismo postmoderno cambiemita. Lo legitima como uno de los dispositivos restauradores del liberalismo más salvaje, cuyo individualismo antropológico (el individuo es la medida de todas las cosas) se combina con progresismo (el mundo va hacia el mejor futuro, el pasado es siempre peor que el presente), y la democracia pasa a ser el dominio de las minorías (que se defienden contra la mayoría que es siempre propensa a degenerar en totalitarismo, en “populismo de un puñado de votos”).
Toda esta promesa hedonista supone un destino social de final abierto, en el que “dependerá de cada uno” alcanzar la meta de la sagrada libertad, porque no se la asegura a priori (y menos desde el Estado, que ya no es un obstáculo ni un aguantadero). Todo dependerá del esfuerzo personal de usted, que ya es libre hoy, pero no tanto como mañana.
Este es el esencialmente el guión comunicacional de este capitalismo “descontracturado” -o “poco serio” al decir de CFK-, comandado por Directores de Empresas (que son técnicos y no capitalistas), habitado por inocentes “tenedores de acciones”(que ignoran quienes, dónde y cómo trabajan su dinero) cristalizado en una operatoria federación, una junta de negocios al interior del gobierno (a decir de Kicillof).
En este sentido, la lectura sobre la «estafa electoral» se asocia con otra: «el grado de conciencia» que toman esos votantes respecto de su presente en materia de bienestar, y de cómo se compone ese bienestar.Sucede que esa lectura economicista es renga para explicar las representaciones sociales y frívola a la hora de analizar el comportamiento electoral, ya que mutila al sujeto sólo considerando útil o explicativa su dimensión racional-económica. Reduce la racionalidad del voto al termómetro de la economía, y esto no parece válido para este corto plazo, donde las inconsistencias internas del modelo económico no aparecen manifiestas en toda su intensidad.
Todavía «heladera no mata tv», porque quizás el mensaje aspiracional sobre el futuro revestido de una perversa «sinceridad» en el presente y de una demonización absoluta sobre el pasado, haya calado tan hondo como para oficiar de margen de tolerancia ante estas medidas “duras pero necesarias” para buena parte de la comunidad, y además, como sostiene Burdman “el estilo Cambiemos promete al votante algo indeterminado, pero positivo»; el método de gobierno de la prosperidad en forma de eterna promesa descansa sobre este lineamiento.
Si partimos de la base de que Durán Barba no diseña la política económica macrista, y que a lo sumo recomienda el uso terminológico de “cambio cultural” para comunicar un ajuste, estaremos de acuerdo en una realidad concreta en materia de economía para no economistas: si algunos están mejor y otros mucho peor, con la misma torta para repartir, lo que hay es una distribución regresiva del ingreso. Esto es, las minorías concentran mayor riqueza que las mayoríaas. Si crece la cantidad de bienes y servicios que ofrece el país y crece la economía, pero no hay equidad en la distribución, hay injusticia social, y la historia argentina demuestra que un modelo puede lograr estabilidad política con injusticia social.
Sin embargo, el grado de inconsistencia interna del modelo cambiemita, dada por la presencia de «déficits gemelos» (fiscal y en la balanza de pagos: no recauda lo suficiente y se endeuda) hace que las caracterizaciones más generosas sobre el futuro del gobierno sean, de mínima, extremadamente apresuradas.
Aquí vuelve la pregunta política más elemental de todos los tiempos: ¿qué es esto? Podríamos cometer el improperio de decir que el dispositivo gobernante esta compuesto por un grupo social espiritualmente subdesarrollado, que aún está mirando a la Argentina con los ojos asombrados del conquistador; no como una patria, sino como una inmensa, infinita posibilidad de enriquecimiento, como un medio silvestre donde operar. Por eso los problemas sociales no se le presentan como tales sino como dificultades, como obstáculos en su libertad. Tiene del obrero argentino la misma imagen que antes tuvo del indio y del gaucho: no son identidades humanas, son ‘dificultad’ y su reacción es la de eliminar dificultades, no la de solucionar problemas. Claro, mayor sería el improperio de no advertir al lector que esta es la definición textual de Oligarquía que nos brinda Salvador Ferla, pero ya sabemos que el pecado original para los ideólogos lo constituye el “aferrarse a conceptos duros que atrasan”.
La pregunta es si el lector (no el ideológo) creerá perimida la definición. Ahora bien, si nos remontamos a lecturas coyunturales más contemporáneas, podríamos tomar en cuenta que para el ex secretario de comercio Guillermo Moreno:
“Este es un gobierno oligárquico, no es un gobierno Neo-Liberal. Los que lo caracterizan como Neo-Liberal, en realidad le quieren poner una etiqueta sin entender en profundidad lo que eso significa. Este es un gobierno oligárquico que confronta contra el aparato productivo, por eso lo primero que hizo fue aumentar brutalmente la comida y hambrear al pueblo. Y cuando se aumenta la comida se generan las condiciones para que no haya mercado interno, por esto no es Neoliberal. El Neoliberalismo es la discusión sobre el excedente generado y no la discusión sobre un excedente no generado (…) nosotros los peronistas, caracterizamos a esto como un modelo oligárquico que inhibe la generación de excedente en el conjunto del aparato productivo. A Europa no le sirve que la comida esté cara, al criminal Magneto tampoco, a los únicos que les sirve que la comida esté cara es a los oligarcas. Los modelos neoliberales no consiguen la consistencia económica con la comida cara, pero sí los modelos oligárquicos.»
Pero, si como bien señala CFK, la potencial unidad debe organizarse por representar los intereses agredidos y no tanto por las ideas, ¿por qué machacar permanentemente con el debate sobre qué es lo que tenemos enfrente? Porque un mal diagnóstico vicia también la práctica y la prédica politica.
Se sabe que para algunas de las más ilustradas y becadas mentes de nuestro suelo, «oligarquía» es un concepto «viejo y anacrónico» que «atrasa» el análisis, y que excepto en un asado con amigos, no puede circular como insumo teórico real.
Este discurso bienintencionado pero escamoteador proviene del campo de los ideólogos, a los que, como siempre, J.J Hernández Arregui, caracterizaba con crueles, precisas y quirúrgicas descripciones, y escribía en las páginas de «Imperialismo y Cultura» que los intelectuales de clase media, ideólogos a sueldo de la organizacion invisible de la economia mundial,no ven que los limites del liberalismo estan dados por su conservatismo. Y asi, detras de sus parrafadas progresistas, caen en la zona dorada del embrutecimiento historico.»
Dicho esto, se acuerde o no con la caracterización del macrismo como «modelo oligárquico», se hace necesario advertir que en los casos en los que se presenta al macrismo como posible “nueva hegemonía”, se parte de un doble error de cálculo: por un lado, de la subestimación de los tiempos sociales que no terminan expresando el “clamor popular” esperado por reemplazar al macrismo, y por el otro, de la sobreestimación de los resultados de una PASO legislativa.
Es cierto que que un modelo económico injusto puede tener cierta estabilidad política, dependiendo del grado de consistencia interna que presente en el largo plazo. Ahora bien: se debe tener en cuenta que el macrismo (matices incluídos) puede derivar en la experiencia de la Alianza. Con esto quiero decir que si bien es muy interesante el análisis autocrítico sobre nosotros mismos y el llamado a ponernos los anteojos 3D para percibir parte de la naturaleza macrista que se nos escapa, no es demasiado sensato que en un mismo salto de audacia, se le compre el féretro al peronismo.
Después de todo, ya J.J. Hernández Arregui nos advertía que «la inteligencia de la oligarquía es trina. Puede probar cualquier cosa, que lo blanco es negro, que el unitarismo es federalismo, y que Mitre era federal. Por eso sus abogados son capaces de fundir a Dios, la Constitución de 1853, y las vacas en una sola persona divina.»
Una oligarquía renaciente disfrazada de amarillo, podría explicar la pregunta retórica de Martín Rodríguez. ¿Cuántas veces se dijo que el peronismo murió? Todas las veces que hizo falta que renaciera.
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