Tiempo de lectura 8 minutos
Precuela
Como lo hacemos habitualmente, comenzamos advirtiendo a los lectores y lectoras no frecuentes de este espacio sobre una práctica habitual: citar fragmentos de artículos anteriores. Y como el tema se ha convertido en una suerte de saga inevitable, el lector habitual sabrá comprender la referencia a lo que, en retrospectiva, fue el “primer volumen” de esta historia, escrito en febrero de este año.
Allí desarrollábamos algunas hipótesis que hoy volvemos a tomar como introducción. Decíamos:
”En la política actual, el antagonismo puro paga en efectivo; ser el más opositor garantiza rentabilidad inmediata. Pero que Sierra Maestra ha visto bajar a demasiados velocistas y Kicillof enfrentababa ese dilema: jugar el partido corto para reposicionarse rápido o apostar a la resistencia metódica.
(…) El gobernador de la provincia de Buenos Aires, aún con un potencial natural por la posición que ocupa en el sistema de poder, intenta gestar una identidad propia pero indefectiblemente es percibido como gerente principal de la marca fundada por CFK.
Resulta exageradamente evidente que refundar el kirchnerismo no es compatible con las “nuevas canciones” de una playlist que el gobernador todavía no diseñó…”
El crecimiento de la figura de Cristina en la percepción social como la dirigente «más opositora» al oficialismo movió las estanterías del kicillofismo. Esa suerte de kirchnerismo por otros medios cuyo líder carecía, para muchos intendentes y apoyos políticos, de la pimienta necesaria de quien aspira a ser su propio jefe. “Síganme, no los voy a conducir” era el mantra que parecía consolidarse y aterraba a sus filas.
(…) El perfil opositor de Cristina crece sin incomodar, por ahora, a Milei, que cree estar frente a un incendio controlado cuando la titular del PJ se posiciona en el otro lado de la medianera: ese que va del centro a la izquierda. Kicillof, en cambio, necesita despegarse de esa sombra si quiere proyectarse a 2027. Pero no será facil.
Para los politizados, esa intensa minoría que vive la política en tiempo real, Kicillof puede ser el líder. Esto incluye, claro, los anillos de empleados y militantes, pero también a quienes lo miran con desconfianza, recordando sus inoportunas coincidencias con el Scioli de 2012 y sus intentos fallidos de emanciparse de la dueña de la marca. Para liderar al resto—esa mayoría que recién se interesará en 2026—hace falta más: el óleo de Samuel, que deberá probar tanto contra CFK como contra Milei. Y se sabe que la política se hace sumando adherentes, no dirigentes. Un arte que CFK ha dominado, hasta ahora, mejor que nadie.
´Nada deseo más que una batalla´, decía Napoleón. Una frase que el gobernador no se tatuaría, pero su madrina política, sí.”
El ordenador de la política es el poder, no necesariamente la verdad. Estar resuelto a disputarlo es el eje de la cuestión.
Conurbanización y después
Un tiempo antes, en octubre de 2024 decíamos que la conurbanización del peronismo fue una de las mutaciones más decisivas de la política argentina reciente. La experiencia Menem–Duhalde ilustra cómo el conurbano bonaerense pasó de ser sostén a convertirse en límite estructural del liderazgo nacional. Esta concentración de poder e intereses en Buenos Aires debilitó el componente federal del peronismo, empujando a los partidos provinciales al repliegue. Y sin articulación nacional, el peronismo se fue transformando una suerte de confederación de partidos provinciales donde de las prácticas se vaciaron de sentido y se “zombieficaron”. Un conjunto de liturgias donde la lista de oradores a veces supera a la de concurrentes.
Desde la derrota de Duhalde en 2005, ningún proyecto peronista logró disputar seriamente la hegemonía de Néstor y Cristina Kirchner. Massa lo intentó con todos los métodos: enfrentando en 2013, consensuando en 2023. No le alcanzó. Dos décadas después, el kirchnerismo sigue siendo el avatar más convocante del peronismo, especialmente en la provincia de Buenos Aires, donde gobierna quizás el producto mejor terminado de la corriente fundada por Néstor y Cristina Kirchner como cultura política: Axel Kicillof. Que gobierna pero no queda claro si lidera la provincia.
Es que los liderazgos no se sostienen sólo con estructura o legado. También necesitan interpretar el clima de época. Y en esta época, los argentinos somos leales a pocas cosas, y una de ellas es la intensidad. En un contexto de orfandad política, florecen tanto las subestimaciones como las sobrestimaciones. No hay “vara”. Y lo que no se ordena políticamente, suele filtrarse por otros lenguajes.
Lo advertíamos en La venganza del espectador: el repliegue del mundo político sobre sí mismo ha ampliado los rangos de distancia con “el afuera”. Dirigentes, comunicadores y referentes encerrados en métricas, datificación y consejos estratégicos de “magos del Kremlin”. Una curaduría que aún pretende marcar el pulso de la dirigencia que viene.
Es en estas coordenadas donde, mientras el peronismo —hoy reducido a consumo cultural— ofrece editoriales sesudas desde los castillos de lucidez del streaming y El Eternauta, ni los pasionales comunicadores ni Ricardo Darín tienen por qué suturar las heridas que la dirigencia profesional no sabe —o no quiere— cerrar. En ese interregno, y en un movimiento donde abundan los bastones pero escasean los mariscales, CFK vuelve.
Quiero ganar la tercera (o no perderla)
El mensaje fue claro en su último en su última aparición : más que «Quiero ganar la Tercera”, se leía entre líneas algo más defensivo: “No perdamos la tercera”. Allí habita una determinación que anuncia no solo la defensa de su bastión histórico, sino la admisión tácita de que, en esta coyuntura, nada será fácil y todo estará cuesta arriba.
¿Es una -otra- estrategia “magistral”, un mal plan, o un destino?. ¿Es Axel Kicillof víctima de una estrategia que lo rodea, buscando contenerlo como si fuera el último vestigio un “Albertismo sin Alberto»?. Como dice mi amigo Abel Fernandez, ell que viva lo verá.
Y en ese mismo tablero, la maniobra de ubicar a Cristina en la tercera sección (¿y a Massa en la primera?) no parece ser inocente ni circunstancial. La potencial irrupción de Sergio Massa añade más incertidumbre al panorama interno del peronismo, pero puede ser un activo para atraer votos de sectores medios aún permeables al pragmatismo centrista. Esto sin contar el «factor Grabois», que quedará para otro análisis.
Esta alianza entre Cristina y Massa es mucho más estratégica de lo que aparenta: responde menos a las urgencias tácticas del presente electoral y más a una visión de largo plazo orientada a 2027.
El gobernador podría quedar atrapado como un algodón entre dos cristales, por lo que se iría sofocando cualquier intento de consolidar su perfil presidencial y lo obligaría a seguir habitando un equilibrio imposible: cumplir con la norma ISO de la marca peronista conurbana (de la cual es dueña CFK), o ser su “propio jefe”. No hay trasvasamiento ni nuevas canciones, lo que dificulta saber de quién es la culpa.
Es el peronismo bonaerense, ese ya no tan gigante y más invertebrado que la sabe lunga, jugando una partida interna en la que no se busca precisamente la unidad, sino una especie de amontonamiento táctico para enfrentar una derrota posible. El horizonte parece claro: existir, aunque sea de manera digna, cuando todo inevitablemente colapse. Dejar” el boliche del peronismo abierto”, ese en el que hay más patovicas ideológicos que gente.
Clarividencia
Los tiempos electorales no siempre sincronizan con los tiempos políticos. Los “militantes electorales” no son necesariamente lo mismo que los militantes políticos. La idea cuasi soviética del Estado Presente no funciona, de modo que hay que buscar una “nueva estatalidad”. Estas son las definiciones más relevantes de las últimas apariciones públicas de CFK. Las declaraciones de la presidenta del PJ acerca de renovar el acervo de ideas y metodologías genera consenso dentro del peronismo. Sin embargo, sobre lo que también parece haber acuerdo es en que quienes componen su entorno más cercano carecen de la capacidad para revisar esas metodologías y por ende, llevar a cabo las propuestas. Una teoría del cerco que funciona mejor como metáfora riquelmeana. Esa en la que consejo de futbol es el responsable de todos los males.
Su jugada tiene aún más inferencias. Ganar la populosa tercera sección y erigirse como la única triunfante en un escenario de derrota del peronismo bonaerense podría posicionarla al frente de un barco al que, si bien le entra agua, sigue su curso a 2027.
En este sentido la jugada de Cristina no es meramente simbólica. Es el reconocimiento de una realidad que Pagni describe con precisión en su artículo en La Nación: la fragmentación política bonaerense es una consecuencia de un largo proceso en el que las clases medias, cansadas de ser interpeladas en nombre de una identidad peronista vaciada de contenido, comenzaron a buscar alternativas emocionales más que políticas. No hay márgenes para el error estratégico en una provincia donde cada segmento electoral demanda mensajes específicos.
La oposición en general y el peronismo en particular enfrentan hoy un desafío crucial: representar algo más que sus propios intereses sectoriales y sobrevivir políticamente, aunque sea con respirador artificial. En tiempos donde la sociedad está saturada no solo de los mensajes, sino especialmente de los mensajeros de siempre, ya no alcanza con afinar discursos. Urge, además, redefinir quién los emite y cómo.
En cualquier caso, ‘hay que pasar el invierno’. Lo que emerja en 2027 no dependerá tanto de los candidatos formales como del verdadero parteaguas ideológico que atraviesa al país: Cristina o Milei. Son figuras que no necesitan boleta para disputar el centro de gravedad del ciclo político que viene. Se eligen mutuamente como rivales y organizan —con sus presencias o sus fantasmas— la temperatura de época.
Add a Comment