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Leila Guerriero y La llamada: la reconstrucción de una sobreviviente

Tiempo de lectura 6 minutos

Por Sebastián Reinaga

En tiempos de pandemia, la periodista y escritora emprendió un recorrido que duró más de dos años, y abarcó más de cien entrevistas, para armar el rompecabezas de la vida de Silvia Labayru, una ex integrante de Montoneros, proveniente de una familia de militares, que pasó un año y medio cautiva en la ESMA

“A veces me lo reprocho: ¿por qué me hice esto? Pero ¿cómo iba a saber yo, siendo una niña, lo que implica una vida dedicada a la escritura? Y, de haberlo sabido, ¿hubiera podido, hubiera querido renunciar? No es una mala vida, pero a veces es una vida muy mala. Que, por supuesto, no es lo mismo” (Leila Guerriero  en Santiago en 100 palabras )

En “Crítica y ficción”, uno de sus libros célebres, Ricardo Piglia sostuvo que una de las peores amenazas a la hora de escribir es “la posibilidad de no entrar, de escribir mecánicamente”. En ese sentido, el inolvidable Emilio Renzi (su reconocido alter ego) sentenció: “Siempre se pueden redactar cinco páginas por día, el problema no es ése, el problema es que un texto tenga vida”.

En referencia a esta premisa, lo primero que hay que dejarle en claro al lector es que fue superada con creces por Leila Guerriero en La llamada. Un retrato (Anagrama 2024). Si hay algo que arma el libro a lo largo de sus páginas es el rompecabezas de una vida. Una vida atravesada por la muerte, la traición, el nacimiento, la infidelidad, la violencia y la lealtad, y que al fin de cuentas se trata, ni más ni menos, de la vida de una sobreviviente. Una de las cronistas más destacadas de la actualidad; autora de Los malos, Zona de obras, Teoría de la gravedad, Plano americano, La otra guerra; entre otros, emprendió allá por el 2021, en tiempos de pandemia, el camino de la reconstrucción de la historia de Silvia Labayru, una ex integrante de Montoneros, proveniente de una familia de militares, secuestrada cuando transitaba el quinto mes de embarazo y que pasó un año y medio cautiva en la ESMA, el centro clandestino más grande de la última dictadura cívico militar argentina. Allí fue torturada, violada, obligada a realizar trabajo esclavo y forzada a representar el papel de hermana de Alfredo Astiz, un miembro de la Armada que se había infiltrado en la organización Madres de Plaza de Mayo, un operativo que culminó con tres Madres y dos monjas francesas desaparecidas. La liberaron en junio de 1978, pero el infierno no había terminado. Los argentinos en el exilio la repudiaron, acusándola de traidora a raíz de la desaparición de las Madres.

“Todo comenzó con el periodista Dani Yako, quien me dijo: ‘¿Ya leíste esto de mi amiga Silvia?’ Pensé que era una historia terrible y no le dije nada más, Dani me respondió: ‘¿Quieres que la llame y le pregunte si quiere hablar con vos?’ Creo que si yo le hubiera llamado directamente no me hubiera atendido, porque ella había tenido malas experiencias con el periodismo y creo que no tenía ni idea de quién era yo”, señala la escritora sobre la génesis de este libro que según afirma “no cuenta con un registro de piedad, ni intenciones de reparación”.

Para construir un relato desprovisto de juicios de valor, y sin golpes bajos ni estridencias propias del marketing, el recorrido riguroso de la cronista abarcó más de cien entrevistas que fueron trabajadas a lo largo de cuatrocientas páginas con una precisión obsesiva enfocada en cada detalle de todo lo que conforma el universo de la protagonista. De ese modo, la idea primigenia de escribir un artículo periodístico fue transformándose con el correr de las semanas y los meses en el retrato de una mujer que sobrevivió al horror, a través de una narración que se funda en una atmósfera intimista entre la biógrafa y Labayru.

 

Foto de Hernán Zenteno – La Nación

 

“Que el dolor del otro no atraviese tu membrana”, fue uno de los propósitos que persiguió la autora a la hora de desandar esta nueva aventura. Guerriero revela y deja en evidencia una vez más su método infalible (no propio de esta época de grandes egos en el oficio): ponerse al costado de la historia, preguntar poco y sencillo, no interrumpir y observar todo. Desde ese lugar, en un trabajo minucioso que duró más de dos años, se contactó con el entorno de la protagonista para terminar de recrear su universo. Habló con sus amigos, sus exparejas, su pareja actual, sus hijos y sus compañeros de cautiverio y de militancia. Entre los que figuran Hugo Dovskin, Cuqui Carazo (imposible no mencionar y recomendar el libro de Liliana Heker “El fin de la historia” cuando se hace alusión a este nombre) y Martín Caparrós, por nombrar a algunos pocos entre tantos otros.

Una narradora que no es indubitable, que se hace preguntas, y avanza en el registro y la escritura. Yo veía que tenía una gran historia, me enfoqué en eso y traté de encontrar hasta los últimos detalles para poder contarla. No estoy pendiente de qué me pasa a mí con la historia, porque a nadie le importa lo que me pasa a mí en términos sentimentales. Silvia es una mujer súper plantada y tiene muchos años de trabajo psicoanalítico y de procesar toda esta situación que le pasó, pero a veces, cuando intentaba ponerse en situación de lo que le había pasado, me decía que la sensación era tan horrible, tan demencial, que tenía que salir de ahí rápidamente”, relata la cronista en una entrevista con Milenio.

Pero La llamada no es sólo un retrato. Es la construcción de una época enlazada a la historia de una mujer que luego de padecer la crueldad en su máxima expresión pudo reconstruirse, amar, viajar, vivir y multiplicarse. La representación de esta individualidad que elabora Guerriero está al servicio de algo más grande, que la trasciende y que a su vez la explica en su complejidad. Silvia Labayru no es solo Silvia Labayru. Es una figura que abre un sin fin de intertextualidades. Es ella y muchas más: las mujeres secuestradas, es ella y las personas torturadas, es ella y todos los sueños y todas las ideas y todas las contradicciones. Es ella y un tiempo, un tiempo oscuro repleto de contradicciones que aquí son contadas de forma directa e indirecta.

“Me interesa narrar de una manera muy visual”, suele decir Leila Guerriero, y no defrauda, nunca lo hace, es una gran creadora de imágenes a través de las palabras. “Al terminar e irme, me pregunto cómo queda ella cuando el ruido de la conversación se acaba. Siempre me respondo lo mismo: “Está con el gato, pronto llegará Hugo”. Cada vez que vuelvo a encontrarla no parece desolada sino repleta de determinación: ‘Voy a hacer esto, y lo voy a hacer contigo’. Jamás le pregunto por qué”.  Por todo lo expuesto, este escriba, humildemente, le sugiere: pase y lea.

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