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«Empero, las armas con que un príncipe defiende su Estado pueden ser tropas propias, o mercenarias, o auxiliares, o mixtas, y me ocuparé por separado de cada una de ellas. Las mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas. Si un príncipe apoya su Estado en tropas mercenarias, no se hallará seguro nunca, por cuanto esas tropas, carentes de unidad, ambiciosas, indisciplinadas, infieles, fanfarronas en presencia de los amigos y cobardes frente a los enemigos, no tienen temor de Dios, ni buena fe con los hombres. Si un príncipe, con semejantes tropas, no queda vencido, es únicamente cuando no hay todavía ataque. En tiempo de paz, despojan al príncipe, y, en el de guerra, dejan que le despojen sus enemigos. (…)Se acomodan a ser soldados suyos, mientras no hacen la guerra. Pero si ésta sobreviene, huyen y quieren retirarse.»
Nicolas Maquiavelo
Asistimos al tenebroso circo de las poderosas minorías sociales parasitarias, cuyo nivel de putrefacción moral es exactamente proporcional al nivel de corrosión de las instituciones que dominan: poder judicial, sistema financiero, grandes grupos de la comunicación.
La Operación Lava Jato (Lavadero de Autos ) combinó tres instrumentos jurídicos de coerción sobre los presuntos imputados: la prisión preventiva, la delación a cambio de beneficios procesales y la posibilidad de ir preso en segunda instancia. Con este cocktail de “anarquía procesal on the rocks”, la resonancia del caso creció al calor de las operaciones mediáticas en el hermano país, cuya comunicación está tan concentrada como colonizado su poder judicial. Con este mapa, no puede resultar extraño que la operación fuese declarada judicialmente como (tan) «excepcional que no debía seguir las leyes del país».
En este marco, fue el juez Sergio Moro, junto a los medios privados, quienes ejecutaron la condena mediática sentenciando ante la opinión pública a Lula como el principal responsable de la trama de corrupción que investigaba. Una de las “pruebas” que este juez tomó para condenarlo a nueve años de prisión, fue el certificado de compra – venta de un departamento; toda una prueba de soborno. El detalle: el comprobante no llevaba la firma de Lula.
Hoy, un juez municipal es quien decide por el futuro procesal de Lula. Un juez que, junto a unos fiscales y policías federales asesorados por Washington, parece formar parte de un poder superior, exógeno al escrutinio público y por encima de la propia carta magna de la república brasileña.
La prisión contra Lula desnuda la intención política de los poderes fácticos que lo persiguen, y que sobrevuela dos posibilidades ya poco descabelladas: o bien evitar por vía disciplinaria la transferencia de su capital político a un eventual delfín, o bien generar una reacción popular que le permita al virrey Temer desempolvar la vieja carta de la intervención militar. Es que además de lo dicho por Lula sobre lo que las élites «no le perdonan», Washington no perdona a la coalición de políticos brasileños, apoyados en el PT, que pretendieron consolidar al empresariado autóctono como grupo de competidores globales, y osaron, BRICS mediante, de codearse con Rusia y China sin la intermediación tutelar divina del bloque norteamericano.
La densidad nacional brasileña parece no augurar un 17 de octubre. La censura y el cercenamiento de Lula como opción en el sistema democrático (hoy cáscara vacía) tiene como fin oficiar como piedra de toque del destino procesal de Cristina Fernández de Kirchner. Ese es el el objetivo visible del nuevo Plan Cóndor. Todo lo demás es ingenuidad analítica o malicia.
Refugiarse en una embajada amiga parecía ser una vía para Lula, claro que no para Brasil, que parece no poder salir (ni) por arriba de semejante laberinto. No obstante, el propio Lula es quien ha dejado un mensaje claro para todo el arco latinoamericano: «Me dicen que vaya a la embajada de Bolivia en Uruguay. No tengo edad para eso. Los voy a enfrentar mirándolos a los ojos. Cuantos más días me tengan preso, más Lulas van a nacer en este país. Ya no soy una persona, soy una idea.»
Entre el consumo de series que angelan un enternecedor romanticismo combativo en la ridiculez de tomar la casa de la moneda en un mundo que ya funciona en lenguaje de criptomonedas y fraude informático, entre países que condenan el caso Ciccone y bolsos en un convento pero no saqueos vía cuentas offshore, entre Caputtos y papelitos, una de las crudas enseñanzas que la coyuntura vomita hacia la conciencia de los movimientos nacionales en cada país de Latinoamérica, es que no alcanza sólo con ser la o el político más valorado si detrás no hay un esquema de poder, esto es: un esquema con capacidad para blindar a esos líderes de los tentáculos revanchistas de las históricas minorías cipayas, que siguen siendo apéndices locales predilectos de intereses foráneos. Esos poderes confluyen aceitadamente y con precisión quirúrgica para la acción política neocolonial que, como enseña Weber, es siempre una acción racional con arreglo a fines, y no tanto a valores.
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