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El sacudón bonaerense funcionó como electroshock interno, y tras meses de derrotismo, el peronismo volvió a verse y sentirse vivo. El triunfo de Fuerza Patria en la provincia no solo interrumpió la mala racha, sino que desarmó el libreto resignado con que muchos dirigentes venían masticando la derrota. Intendentes, militantes y estructuras sintieron que todavía pueden jugar. Ahora, lo que está en disputa no es solo el resultado de octubre, sino el tipo de peronismo que sobrevivirá al ciclo libertario.
Como dijimos en nuestro último artículo, lo que tocó un límite no fue un gobierno en sentido estricto sino su crédito emocional. Se produjo una evaporación de confianza en la promesa de que el sacrificio del presente se traduciria en bienestar a futuro. Sus votantes desilusionados todavía no tienen a donde ir, mientras el gobierno sigue sosteniendo un plan económico que es tan elástico que incluye no sólo los anuncios de las autoridades sino también la convalidación de resultados opuestos a los informados previamente.
En febrero publicamos “El golem acelera”, y decíamos que “Milei tiene el capital personal de ser y resultar genuino para la mayoría argentina. Es lo que le otorga cierta estabilidad y, también, lo que puede detonar este experimento por el aire. Hoy el presidente parece estar pasando ininterrumpidamente de la fase maníaca a la depresiva. Su agresividad ha sido reemplazada por una suerte de veganismo verbal de alguien confundido. Mientras esto ocurre todas las fisuras, como en una casa sin cortinas, se manifiestan en todo su esplendor. Desde las inconsistencias de su programa político, hasta las limitaciones intelectuales de “magos del Kremlin” y estrategas comunicacionales demasiado inflados, que solo juegan al truco con buenas cartas pero que carecen del talento para sostener el arte del engaño cuando la frescura de ser la novedad se apaga.
En ese vacío, cualquier chispa acelera la erosión y deja expuesta una línea que ya trazamos: el umbral de tolerancia condicional a sacrificios sin “parte buena” se achica semana a semana. Sin embargo, para el peronismo conviene no confundir espanto con amor.
El axelismo en borrador
En este interregno empezó a oírse un ruido. No es una canción nueva; es una melodía conocida, ahora interpretada por un miembro póstumo de la familia peronista: el axelismo en formación. Mezcla de militantes de base con recorrido y misión emancipadora, empleados municipales, heridos del camporismo, periodistas y comunicadores con vocación de “línea fundadora” y dependencia del alineamiento de la tribu que manda en el territorio —los intendentes—, el axelismo hoy reúne anillos antes que estructura cerrada. No por falta de vocación sino más bien porque la proliferación de tribus, y su correspondiente fragmentación, es el fenómeno que ha caracterizado la estepa política bonaerense en los últimos 30 años.
Desde su llegada a la gobernación, Kicillof carecía —para muchos intendentes que pedían conducción — de la pimienta del que aspira a ser jefe. El mantra que se consolidaba era: “síganme, no los voy a conducir”. En ese marco, el lanzamiento del Movimiento Derecho al Futuro montó otro escenario, escenario del cual, vale recordar, muchos jefes municipales inicialmente se borraron.
Para la minoría intensa de politizados que compone cualquier espacio más o menos relevante -en este caso el Movimiento Derecho al Futuro- Kicillof puede ser EL líder. Pero como sostuvimos en febrero, para liderar al resto —la mayoría que recién se interesará en 2026— hace falta algo más: el óleo de Samuel.
Su eventual liderazgo se vuelve carne cuando encuentra músculo en los intendentes. La pregunta es si los intendentes sienten tan propio al gobernador como el gobernador necesita. O dicho de modo más práctico, si van a movilizar en octubre del mismo modo que lo hicieron en septiembre.
El triunfo bonaerense volvió a poner sobre la mesa un viejo problema irresuelto: cuánto del peronismo sigue siendo una confederación de liturgias provinciales orbitando alrededor del conurbano, y cuánto puede aún aspirar a ser un proyecto nacional coherente.
Hoy, con Kicillof como figura emergente de la matriz política y cultural kirchnerista y la provincia en modo operativo, la pregunta se reactiva: ¿puede el orden bonaerense traducirse en contagio federal real, o volverá a encallar en la dificultad de proyectar fuera del AMBA? Algunas luces se prenden tierra adentro —Salta, Entre Ríos, La Pampa—, pero el salto de irradiación a conducción todavía está en veremos.
En el búnker de la gobernación, rige la máxima: “equipo que gana no se toca”. Kicillof, con meritoria parsimonia, sigue recorriendo con Taiana y los candidatos nacionales, y los intendentes prometen volver a militar para la elección general. La pregunta que ya circula es más contable: ¿quién financia la campaña?. Con más de 100 municipios en celeste, la obligación es sostener en octubre el resultado que lo posicionó para 2027, más aún después de las críticas del cristinismo al desdoblamiento.
En suma, un liderazgo que pretenda conducir se prueba contra todo y contra todos. Dicho más claro: Axel, del Clio hasta acá, ha atravesado con relativo éxito el puente chino de un peronismo más reactivo con los propios que propositivo con el resto de la sociedad. Si es líder, ordenará y conducirá hacia adentro; quien no lo acepte, quedará afuera por voluntad propia. Todos estos escenarios dependen, claro está, de que octubre confirme que la hemorragia del golem es real e imparable. Y en la Argentina la única constante es la variabilidad.
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