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Hay que pasar el invierno

Tiempo de lectura 8 minutos

@zoncerasaiertas

La condena a Cristina no solo apunta al peronismo. Es una advertencia para toda la política. La Corte no está juzgando a una ex presidenta cualquiera, sino a una figura con décadas de poder institucional y un fuerte arraigo en un sector de la sociedad que recuerda tiempos felices. El mensaje es claro: nadie está a salvo. Como en las viejas obras de Brecht, donde los reyes sabían que ver rodar una cabeza coronada —incluso la de un enemigo— era un mal presagio para todos. La política argentina está frente a su propio espejo isabelino. Pero démosle al análisis algo que suele negársele: contexto. 

Decíamos que en  el país de las viejas canciones, sería un error estratégico de proporciones mitológicas que el gobierno anti-casta intente encarcelar a Cristina Fernández de Kirchner con la ayuda de la casta judicial más desprestigiada de la Argentina. Que sería regalarle al peronismo una lanza simbólica con la que, aún sin épica ni doctrina fresca, puede alinearse de modo instintivo y defensivo en torno a su figura. Decisiones sobregiradas. Exageraciones de una época exagerada. ¿Boomerang?.

Nuestra hipótesis es que en un movimiento que hoy funciona más como fantasma que como fuerza organizada, la prisión de CFK no desarmaría nada: al contrario, reactivaría reflejos, lealtades, aparatos y narrativas que parecían oxidadas. Y esa lanza simbólica, una vez en manos del peronismo, iría directo a la línea de flotación del proyecto libertario. Un proyecto que, más allá de sobreestimaciones y subestimaciones, no cierra sin dolor. 

La hipótesis no es delirante. Cuando mamá está en peligro, la familia disfuncional se vuelve a juntar. Militante, exsenadora, expresidenta, vice disconforme y tantas cosas más vuelve a intentar algo difícil: despertar alrededor  de su centralidad a un movimiento conurbanizado, cuyos recursos políticos parecen dormidos, más no agotados. Que a su vez arrastra con una gestión que desmiente su ADN. Sin embargo, los interrogantes latentes son: ¿qué capacidad de traslado de votos tiene CFK en caso de no poder competir?, ¿cómo influye el tsunami de apatía electoral en este contexto?. Quedarán para otro escrito.

El peronismo bonaerense realmente existente está compuesto por tres figuras: Axel, Cristina y Massa, orbitando con distintos grados de estabilidad y con el «factor Grabois» merodeando los acuerdos tácticos. Los cordobeses siguen su curso en su limbo territorial, construido sobre una estrategia propia y eficiente de la que pocos toman nota, cuando deberían. Sumemos, para organizar el modelo de análisis, un tercer componente. Guillermo Moreno, si bien poco representativo en términos cuantitativos es relevante en términos cualitativos para entender ciertas temperaturas internas en el peronismo. El ex Secretario de Comercio es más personaje cultural y educador que jugador político, pero su potencial vuelta a “la casita de los viejos” preanuncia la de  muchos dirigente (con votos) que irán ordenándose en fila india.

Tanto quienes la aman sin medida como quienes la odian sin piedad le prestan atención, pero no siempre escuchan lo que dice la hoy presidenta del PJ. Recordemos que en aquella enésima reiteración de sus razones para no ser candidata a presidenta en 2023 siguió encontrando ecos callejeos de «Cristina presidenta». En aquella oportunidad, como de costumbre, sus detractores se limitaron a descalificarla sin jamás discutir con ella, pese a que si algo hace –a veces mejor que otras, como todo el mundo– es justamente argumentar. Hoy dice: organización y cercanía con la gente. ¿Habrá comprensión de texto esta vez?

Es en este tablero en el que CFK apareció dispuesta a deskirchnerizar el relato de campaña para peronizarlo desde abajo. Desde la provincia. No como renuncia, sino como reconfiguración. La escena bonaerense le permite a Cristina, cara principal de la campaña, reducir el ruido de la hegemonía libertaria a nivel nacional y reenfocar la mística sobre un territorio fértil. La consigna no es «volver», sino sostener. Dejar el boliche abierto  y la ambulancia preparada para un escenario del que poco puede preveerse , excepto que se mire la historia argentina, práctica poco habitual en la inmediatez cotidiana del comentario político. 

El peronismo representado por Cristina constituye ese ávatar conurbano organizado en red. Uno que puede todavía convertirse en base de operaciones para una guerra táctica de defensa. Es que no hay aún condiciones para disputar a nivel federal (porque el propio peronismo, hoy balcanizado, no ha logrado un consenso a ese nivel), ni sería inteligente subirle el precio a una elección de medio término: primero hay que pasar el invierno.

Mientras tanto, Milei performa la política argentina. Posee la iniciativa nacional, domina el tablero mediático, e instala agenda. Un golem decidido a pisar a fondo el pedal del antagonismo puro enfrentado al Club del “esto es demasiado horrible”, compuesto por ese progresismo que arquea las cejas ante la nueva barbarie, y reacciona con huida o negación a todo lo que no puede comprender. Incluso, después de dos años, a la propia existencia de Milei.

Kicillof sigue enfrentando el mismo dilema, y la realidad urgente del peronismo lo ha obligado a ubicarse como un algodón entre dos cristales. Así, su mejor opción es pararse en una resistencia metódica que lo proyecte como alternativa estructural en 2027. Su problema es que prometió “nuevas canciones” en un país de viejas canciones, e  intentó gestar una identidad propia desde la sucursal de una marca registrada de la cual es dueña CFK.

Massa, por su parte, nunca dejó de jugar. Perdió, pero no se retiró. Si termina encabezando la Primera, CFK la Tercera y Axel el Ejecutivo provincial, el mapa se tensiona de inmediato, inevitablemente. Una coalición táctica sin Alberto Fernandez podría despejar la ingrata experiencia organizativa del Frente de Todos. Podría demostrar que es posible darle conducción estratégica clara a una suma de partes,  pero también confirmar la máxima de Perón: no se pude conducir lo inorgánico. 

Este movimiento «anti Milei», que aún no encuentra nuevas canciones ni nuevos intérpretes, deberá decidir qué quiere ser cuando crezca. Cuando el paso de una edad geológica a otra se consume. Porque si el plan es resistir hasta que “explote la macro” —y luego reagruparse con un plan de gobierno listo y un candidato creíble—, entonces tiene lógica que la prioridad es evitar la parálisis. En el diagnóstico de CFK el peronismo debe mantener las tropas activas y no desmoralizarlas. Evitar que la anomia haga metástasis en las bases más importantes del peronismo: las que no transitan las avenidas del instagrameo ni el Patria. La “gente común” para la que hay que volver a gobernar. 

Pero mientras tanto debe preparar un plan de gobierno. Porque, seamos honestos,  si al peronismo le tocase gobernar mañana no sabría qué hacer. Su identidad, sus retóricas, sus liturgias son piezas museológicas de un fenómeno que hoy ocurre dentro de la política, pero fuera de la sociedad.

En el último artículo publicado decíamos que  la conurbanización del peronismo fue una de las mutaciones más profundas de la política argentina reciente. Lo que comenzó como base de sustentación territorial terminó convirtiéndose en límite estructural del liderazgo nacional. Hoy, sin una articulación federal real, el movimiento funciona como una confederación de sellos provinciales donde la liturgia suele ser más importante que el contenido, y la lista de oradores más extensa que la de asistentes. En ese contexto, liderazgos como el de Kicillof —producto cultural acabado del kirchnerismo— gobiernan pero no necesariamente conducen. Porque para liderar no alcanza con estructura ni con legado: hay que leer el clima de época. 

En ese contexto tamizado por urgencias y convulsiones, donde el poder judicial actúa como una adulterada Norma ISO, la reaparición de CFK parece confirmar esa necesidad defensiva. No como candidatura nacional, sino como foco táctico en su bastión, la Tercera. Donde el peronismo todavía ofrece organización, activos territoriales y memoria de tiempos mejores. Cristina, principal cabeza política del territorio bonaerense, lo sabe: ganar esa sección no es simplemente mantener un bastión. Es evitar la derrota total.

En este punto, hay que volver a lo que ya dijimos: la derrota ya no puede ser una estación de servicio ni un hotel de paso para inquilinos del drama. Tiene que agitar las napas. Despertar músculo. Ordenar instinto. Renovar cuadros. Soñar con doctrina sin caer en la autoayuda política. Porque si como decía el viejo líder “todo lo harán los enemigos”, el peronismo al menos debería prepararse para no improvisar más. Porque para gobernar mal, es mejor no volverY para eso hace falta algo más que «aguante». Hace falta método. Hace falta no sólo leer el mapa social sino ayudar a construirlo. La nueva cartografía para una nueva política. Hace falta un plan de gobierno. Una brújula calibrada.

CFK ha advertido en sus últimas intervenciones que los tiempos electorales no siempre coinciden con los tiempos de la política real. Ha planteado la necesidad de abandonar el formato del “Estado Presente” como idea cuasi soviética y construir una nueva estatalidad, más eficaz y menos ceremonial. Ha instado a pensar en una reforma educativa y laboral. Pero en ciertos sectores del peronismo advierten que su entorno cercano no parece estar a la altura del desafío. Un entorno al que identifican como una especie de “consejo de fútbol” riquelmeano al que se le asigna todo lo malo, pero sin capacidad para gestionar lo nuevo. Sin embargo, la inminencia de su eventual condena ha contribuido a despejar la x y a diluir discusiones que, por lo menos en el ahora, resultan secundarias. Discusiones que, sin embargo, deberán reactivarse porque los desacuerdos no pueden metabolizarse sofocándolos. El gobierno del Frente de Todos dió cuenta de esta fatalidad. 

Lo único que sabemos es que, en 2027, más allá de quién encabece las boletas, lo que se va a disputar es el centro de gravedad emocional, narrativo y simbólico del país. Cristina y Milei se eligen mutuamente como antagonistas. Organizan la temperatura de época con sus presencias o con sus fantasmas. Por eso, CFK no necesita ser candidata para estar en la boleta. Ya lo está. 

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