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El extraño caso de Javier Milei

Tiempo de lectura 11 minutos

@zoncerasabiertas

El extraño caso

La idea de que el gobierno de Milei “nació viejo” circula como percepción extendida en capas del trabajo y del capital ideológicamente disímiles pero influyentes.

En menos de dos años, el oficialismo quemó las etapas de infancia y adolescencia que el kirchnerismo agotó en una década. El plan declamado era cortar el pastizal pero rompió todo el jardín.  Enfrenta al “poder mediático”, arroja al desempleo a miles y hasta tiene su propio “fake-7-8”.

Demasiados frentes abiertos, demasiada intensidad discursiva, demasiados heridos -aunque todavía moribundos- para tan poco recorrido institucional. Demasiados soldados mercenarios para una guerra a la que el propio gobierno le sube el precio cada día. Un gobierno que , al finalizar , deberá rendir más cuentas judiciales que las que hoy exige al resto de la fauna política.

El deterioro acelerado del «mejor gobierno de la historia», que cuenta con el «mejor ministro de economía de la historia» se evidencia en datos. Según la última encuesta de AtlasIntel/Bloomberg la gestión de Milei ya es evaluada negativamente por el 41,4% de la población, mientras que apenas un 37,6% mantiene una opinión positiva. El índice de confianza del consumidor continúa hundido en terreno negativo (-54,2), y el 74% considera que el mercado laboral está mal o muy mal. Es decir, bajo el supuesto “orden” de la macro, no emerge un clima de confianza, sino una sensación de desgaste temprano.

 

La crisis oficialista no es una fuente de nuevas oportunidades para una oposición zombieficada. Sin embargo, a diferencia del personaje de Brad Pitt en la película, este proceso de aceleracionismo libertario no promete -por ahora – ningún renacer. Y, de no mediar golpes de timón drásticos, ni siquiera un resultado electoral favorable al oficialismo en las elecciones de medio término podría detener esta -todavía lenta- hemorragia.

Lo que hay

Sin embargo, aunque se acumulan indicadores de desgaste en el modelo Milei, los tiempos políticos y los electorales no siempre coinciden. El peronismo no parece estar listo para gobernar ahora, pero tampoco está garantizado que Milei lo esté en 2027. 

La foto de CFK como figura más vigorosa de un movimiento macho se explica más por orfandad que por cálculo. Así las cosas, hay un  peronismo que queda encerrado en un departamento de Constitución y espera instrucciones. Un peronismo de empleados que de vez en cuando finge rebeldía pero donde casi nadie, excepto Sergio Massa, quiere ser “su propio jefe”.

No es que el justicialismo esté destruido, más bien parece anestesiado en su zona de confort tras años de choferes, yerba orgánica, casas con pileta y debates estratégicos al calor del #vinito. Muchos de sus militantes, cuadros y comunicadores operan en cámaras de eco que ya no perforan a nada más que a sí mismas. Una treintena de personas diciendo las mismas cosas en los mismos lugares, pasándose barniz entre sí. 

Por eso decimos que las movilizaciones de todo tipo ocurridas hasta la fecha tienen volumen, pero no densidad transversal. El gran ausente es el “tipo común”, que ya no rechaza a un nombre, sino a una escena: a los funcionarios, los ex funcionarios, los mismo músicos y artistas nostálgicos, los “hagoveros”, los ex jóvenes de adidas originals y los restaurantes temáticos de Palermo.   

Sucede que el abandono progresivo de la construcción política alrededor de grandes relatos colectivos, terminó reduciéndola a un acto de identificación narcisista. “Pásame las métricas”; “hoy voy a un streaming, decime qué digo”; “¿cómo anduvo ese reel?”; “¿cuál es el problema?…bueno, haceme un focus”. Las piernas ortopédicas de una política renga. Que ensimismada en un teatro de streaming y asesoría circular mira por la ranura de la puerta, con temor y estupor, ese afuera que no conoce. Porque no puede o, en el peor de los casos, no quiere conocer. El lugar seguro son esas burbujas digitales, devenidas en criaderos de adolescentes tardíos y narcisistas que consumen la que venden.

Un peronismo onlyfans del que hablamos en enero  nacido de las ruinas de aquel “progresismo de Estado”. Edificado sobre una moral donde lo político se pensó desde arriba hacia abajo, desde el aparato del Estado hacia la sociedad. Una forma de habitar la política que gestó más soldados de la forma institucional del peronismo que de su forma vivencial. Mas enamorador de Roma que del Cristianismo. Que permeó en innumerables ámbitos orgánicos e inorgánicos y contribuyó a transformar al peronismo, o en una liturgia de consumo cultural, o en un objeto de estudio, alejando su producción de ideas de los grandes problemas nacionales y desdibujando su lógica de construcción de poder político real.

Ese es el starter pack. Y aunque no explica todo, condensa el clima: repertorios agotados, hartazgo político  y motosierra económica, juntos, empujan a muchos argentinos hacia ese tercer tercio errante. Un segmento no tan minoritario que  oscila entre el aborrecimiento contra el pasado y la resignación con el presente. Que prefiere optar por salirse de la lógica de “los partidos del no”: no a Milei, no a Cristina. Polariza con la polarización, absteniéndose. 

Hay que pasar el invierno para que el movimiento «anti Milei», decida qué quiere ser cuando crezca. Cuando el paso de una edad geológica a otra se consume. Cuando el gobierno envejezca de modo terminal y el peronismo pueda bañarse de nuevo en la fuente de la juventud. Porque si el plan es resistir hasta que “explote la macro” —y luego reagruparse con un plan de gobierno listo y un candidato creíble—, entonces tiene lógica que la prioridad del mensaje cristinista sea evitar la parálisis. Mantener las tropas activas y no desmoralizarlas.

Pero no todo lo que ocurre se explica por este “Good bye Lenin” del peronismo o por sus fracasos, sino más bien por su resultado: Milei. Y su modo de gobernar, como veremos, se parece demasiado al modo en que llegó, y sobre todo, al modo en que su mandato puede terminar.

No me dejen solo: la motosierra de la impotencia

En marzo del 2024 decíamos que la épica del castigo estaba rozando, rápidamente, un límite. En su discurso del 1ro de marzo de aquel año, ante la asamblea legislativa, Milei había apelado a la dicotomía del “poder de la política vs el poder de la convicción”. Por eso eligió la extraña alquimia entre Macabeos y Menem. Fuerzas del cielo y decisiones difíciles que el pueblo “estaba dispuesto a aceptar”.  

Frente a este escenario, más que buscar una estrategia de reconquista inmediata, CFK decidió activar una maniobra de preservación del peronismo. La consigna entonces ya no fue tanto “volver” sino “sostener”: dejar el boliche abierto y la ambulancia encendida para un eventual escenario de demolición lenta del modelo económico libertario. 

Esa coexistencia entre una oposición que aguarda en la banquina, con su principal referente presa, y un oficialismo que envejece prematuramente define buena parte del momento político actual.

 

La motosierra no es, en este sentido, una política. Es una alegoría de la impotencia. El modelo libertario atacó de frente a la inflación, pero por la espalda al salario, a la producción y al empleo. Un restaurante lujoso con una cocina mugrienta.

Una “macro ordenada” es un caramelo de madera, como de este lado lo es el fetiche de “la unidad”. Una macro ordenada tiene que implicar también una “macro tangible”. Que se pueda oler, ver y tocar.

Aunque ya es tarde para transformar un castillo de naipes en un proyecto consistente. De mínima, para evitar la colisión violenta del modelo se requiere una instancia de acuerdos. Lo que el presidente entiende como un repugnante “toma y daca”.

La explosión lenta pero sostenida del mecanismo de control político libertario es la consecuencia necesaria de este drama congénito del oficialismo.

Es la casta, estúpido

Con esta cierta vejez prematura de la que hablamos, el experimento libertario choca ahora con sus propios límites operativos. Los intentos del oficialismo por “patear” leyes y ganar tiempo, muestran una táctica defensiva ante una oposición fragmentada pero efectiva. El margen para avanzar se estrecha . Milei apuesta a lo único que realmente le salió bien hasta ahora: consolidar un núcleo e indignar al resto. Sin embargo, el arte de polarizar del gobierno tiene el reverso en su poca capacidad para construir pactos estables con cámaras y provincias

La gobernabilidad no se juega hoy en la calle ni en las redes: se juega en el Congreso, en los gobernadores, en las transacciones no televisadas. Es ahí donde el gobierno de Milei ha comenzado a toparse con su techo operativo. La épica antisistema no alcanza para hacer pasar leyes, ni para retener alianzas, ni mucho menos para gobernar desde la minoría. 

A diferencia de otros oficialismos que contaban con minorías intensas de presión territorial o sindical, el mileísmo es una estructura gaseosa, sin partido fuerte, y con una tropa más digital que física. Todo se tramita desde la figura presidencial; una figura que, sin delegación real, acumula desgaste acelerado. Sucede que el gobierno toma decisiones más por lo que deja de hacer (no intervenir, no negociar, no asistir) que por lo que ejecuta activamente. Hay un vaciamiento del Estado por omisión, no por reforma. Dejar morir más que matar. 

Los dos vértices operativos del gobierno (Karina Milei y Santiago Caputo) están bajo presión, y distanciados. Caputo no es funcionario, pero toma decisiones. Karina concentra el poder informal, pero su mala imagen pública es una mancha venenosa de la que su hermano no logrará escapar.

El episodio Fantino, donde un ministro filtra un apocalipsis para frenar al Congreso y luego lo niega al aire como si nada, expone las fisuras de un barco al que, desde Libra en adelante, continúa entrando agua. Si el gobierno solo sabe operar por omisión —no asistir, no acordar, no intervenir—, lo que queda es un simulacro de reforma. El veto como otro síntoma de la impotencia. 

Los gobernadores volvieron al centro de la escena como pivotes de una institucionalidad que Milei no solo no controla sino que detesta. No se trata de fondos ni de ATN: se trata de poder. Milei los agrede, les instala candidatos, los caricaturiza.

No obstante, la “casta”, que Milei promete arrasar, es la que define  si se vota o no se vota, si hay ley o no hay ley. La solución contra la casta está en la casta. Desgarrador dilema para el purismo esotérico de los Milei. El presidente debe procesar frustraciones múltiples: traiciones, deslealtades, y una propia: el autoengaño. Es que el especialista en economía que pretendía mirarse en el espejo de Menem, se parece mucho más a un avatar hecho a imagen y semejanza de la crisis. Es la crisis. A diferencia de Menem, que condujo su época, el actual presidente parece ser conducido por la época.

 

El verdadero valor de las cosas no es económico, es político” le dice Carlos Menem a Domingo Cavallo en un pasaje de esa conjunción de fábula, comedia, imitaciones porteñas grotescas y entretnimiento que es la nueva serie de Amazon sobre el ex presidente. Gran frase para que el primer mandatario liberal tome como referencia.

Para finalizar, diremos que si los indicadores económicos se leen bien —con lente político— es posible conjeturar lo que viene para el gobierno: turbulencias. Rumores de crisis financiera y salida de capitales. ¿Cómo reacciona a la frustración un presidente sin herramientas emocionales para transitarla? ¿Cómo se sostiene el frágil “Toto”, con más ganas de irse que de seguir siendo funcionario de la revolución imaginaria? El único andamio de gobernabilidad es la calidad opositora. Por ahora, como indicamos, de lenta maduración.

En suma, nada garantiza automáticamente que el peronismo u otra fuerza estén listos para recoger los pedazos en 2027. Su sobrevida política dependerá de si logra reconstruir puentes con esa Argentina del tercer tercio que hoy le da la espalda. Para ello deberá aggiornarse doctrinariamente, abrirse a nuevos actores, mejorar la calidad de los funcionarios que ejecutan su programa de gobierno y modernizar su narrativa hacia lo que las nuevas generaciones esperan (más resultados, menos épica vacía). De lo contrario asistiremos a una suerte de repetición de lo que ocurrió con la Alianza, cuando Mariano Grondona les decía: “aprobamos la materia economía (con Menem), ahora avanzaremos hacia la prolijidad institucional”.

El peronismo tendrá que demostrarse útil en la vida concreta de la gente nuevamente, y no solo en la de los dirigentes. Y le quedan menos de dos años para llegar a 2027 siendo mejor de lo que es.

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