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«Si todos nos empeñamos de la misma manera y tratamos, de empeñar a los demás, se podrá lograr el mayor triunfo peronista de todos los tiempos: ‘El triunfo sobre nosotros mismos’. Yo creo que el peor enemigo que ha tenido el Peronismo en los últimos tiempos ha sido ese divisionismo suicida y estúpido que estimulado por la propaganda enemiga en todos sus órganos publicitarios, debió habernos hecho comprender la necesidad de evitarla. (…) Visto ahora, con mayor perspectiva y la experiencia lograda, resalta con gran claridad, que se ha tratado de un juego en el que han estado metidos nuestros enemigos y algunos amigos que de buena o de mala fe han cooperado en lo mismo.»
Juan Domingo Perón – 22 de marzo de 1965
Hace poco, se ha dicho en este blog que Juan Perón señaló en su manual de conducción, que la política, a pesar de que en ella hay algunos intransigentes, es un juego de transigencias. Se deber ser intransigente sólo en los grandes principios. Hay que ser transigente, comprensivo, y conformarse con que se haga el 50% de lo que se quiere, dejando el otro 50% a los demás, pero hay que tener la inteligencia necesaria para que el 50% que le toque a uno sea el más importante.
También se ha dicho que en momentos donde seguir señalando al de al lado nos impide mirar hacia el frente y comprender la naturaleza del adversario político votado por la sociedad, es fundamental recordar que la dinámica de una inteligente transigencia, es lo que ha mantenido viva la capacidad del movimiento para representar mayorías, es decir, para ampliar su base electoral en el marco de un continuo de transformaciones en el tejido social del país, que modificaron identidades, formas de interpelación, y también la relación que mantiene el electorado con las representaciones tradicionales.
La lógica adaptativa del peronismo es su principal virtud, lo cual constituye uno de los factores del rendimiento de Unidad Ciudadana respecto de las otras dos fuerzas del peronismo bonaerense. Los magros resultados obtenidos tanto por Cumplir como por 1Pais, pueden explicarse no tanto por la falta de carisma de sus líderes como por el grado de colonización mediática de su agenda. Esto pareciera indicar que ningún peronista con vocación de poder puede sobrevivir a los efectos políticos de una grieta cuya eliminación (dicen esos peronistas), constituye el futuro de una “Argentina armoniosa”.
Si esto es así, las alternativas pasado el 22 de octubre son:
A) Tejer lazos basados en una inteligente transigencia que trascienda el laberinto de minorías intensas (algunas no tan minoritarias) , recuperando la lógica que Néstor Kirchner legó en su discurso de asunción: integrar nuestras verdades relativas con la de los demás, en tanto nadie porta individualmente una verdad absoluta.
B) Ser intransigentes a la medida de una vocación de minoría asqueante, conformándonos con la politiquita corta de lo que Abel Fernández denomina «los partidos del No» (No a Macri, No a Cristina), guiados por la infantil obstinación de querer ser parte sólo, o de la cofradía de «los mejores», o de los honestistas fabricados por el método fordista de la industria mediática.
Después de todo, Perón sigue siendo más moderno (en el buen sentido) que muchos intelectuales y escribas contemporáneos. Ese militar que (según el mismo) nada entendía de política, sino de conducción, afirmó que la falta de cultura política del país semicolonial, no permitía ningún esquema de unidad que no tuviera en sus base una lógica movimientista. Esto es: un espacio que se fortalece incluyendo, y que funciona políticamente representando intereses nacionales, no partidarios. La «lógica de Anticuerpos» donde los extremos son neutralizados por las autodefensas del «organismo vivo» (el movimiento), hoy parece más necesaria que nunca.
Se ha dicho aquí también que uno de los grandes desafíos que tiene por delante el peronismo es el de no dejarse reducir sólo a una identidad cultural, en tanto el proyecto oligárquico consiste en mutilarle su identidad política, mediante la cual tiene la obligación de representar. En este sentido, la revalorización de la pluralidad dentro del peronismo, es un acierto del espacio de Unidad Ciudadana, un instrumento electoral diseñado para aggiornar al movimiento en su histórico deber de representar mayorías.
La discusión de si la ex presidenta «se fué del peronismo» por no fetichizar su histórico instrumento electoral (PJ), parece cada vez más anacrónica, en tanto los que siguen sosteniendo ese argumento parecen apostar por condenar al movimiento a ser una confederación de partidos locales que sólo compartan su tradicional liturgia, lo que en términos prácticos se cristaliza en lo ya señalado aquí: reducir el movimiento sólo a una identidad cultural sin traducción electoral.
Elecciones de medio término, requieren tamb ien análisis de medio término. Ahora bien: ningún candidato o candidata que se haya «ido del peronismo» puede –feroz persecución judicial y mediática mediante– producir un acto de campaña como el de hoy en Racing, ni obtener 35 puntos en una elección, que si bien no alcanzan para ganar, invitan a no comprar féretros por adelantado.
Es cierto que la unidad de los dirigentes no implica la unidad de los votantes, pero es una máxima probada en la historia (lo fundacional del 17 de octubre del ’45 es un buen ejemplo) que la unidad de los votantes empuja hacia la unidad dirigencial (no de todos, pero si de los suficientes) , en tanto ningún dirigente es heredero de Perón, pero sí el pueblo, que cuando quiere incomodar al poder, vota peronismo (también Bercovich).
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