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En los años posteriores a 1972, el Padre Carlos Mugica intentaba contener dentro del Movimiento Nacional a la tendencia, que hacia 1974 clamaba un vanguardismo congénito que la hacía distanciarse cada vez más de la estructura sentimental del pueblo humilde. El punto de debate fue el Plan de vivienda para erradicar la villa de Retiro hacia un barrio obrero en Ciudadela.
La tendencia, en su enfrentamiento con Perón, esgrime el argumento de erradicación como “avasallamiento.” Y entonces, Mugica reflexiona:
“Hay dos maneras de encarar esta agitación prefabricada en torno al traslado. La primera, elemental, es saber cómo ha reaccionado el villero ante la iniciativa oficial. Puesto que él es el destinatario de un programa semejante, su opinión es entonces la que debe importarnos. Hablando con la gente, nos damos cuenta de que está contenta, porque se le brindan cosas dignas, hermosas. Este plan del gobierno popular no se parece en nada a los planes que surgieron durante la dictadura. Al respecto, yo pienso que el plan puede tolerar correcciones, puede ser mejorado, lo cual no significa cuestionar el plan en su totalidad ni ignorar sus muchos méritos. No es ideal. Es bueno, simplemente, lo que no es poco decir.
Por lo tanto, nosotros estamos a favor de este plan, porque nosotros queremos erradicar las villas y no eternizarlas. Pero ¡ojo!, erradicar las villas no quiere decir destruir los valores del villero. (…) Erradicar la villa significa sustraer a sus pobladores, a las numerosas familias que la habitan, de condiciones ofensivas para su dignidad, para la salud moral y física de niños de adolescentes. De ahí que apoyemos la erección de barrios y viviendas higiénicas, ventiladas, dotadas de los imprescindibles servicios sanitarios, luz, gas. Porque el villero no quiere seguir siendo villero, no quiere seguir viviendo como un condenado. (…) Quien comprenda realmente al villero tiene que comprender sus legítimas ansias de liberarse de una situación que lo transforma en paria.
Es, precisamente, lo que no comprende el socialismo dogmático, con su empeño ciego de impedir que el mundo agrio, duro del villero se transforme realmente.» Y continúa: «Aunque invoque al villero, en realidad no se ha asomado a sus problemas. (…) Nuestro pueblo es cristiano, es justicialista, no acepta las formulaciones falsamente revolucionarias de quienes, en definitiva, no son sino una expresión del liberalismo europeo. (…) Los que claman por la revolución son casi siempre gente de afuera, activistas que no viven ni han vivido en el lugar. Desde luego, hay villeros con ellos, pero éstos responden a una política que les dictan desde afuera.
Hay una muestra típica de este irrealismo político, de este prejuicio de superioridad presuntamente revolucionaria, que se comprueba en las reuniones o asambleas promovidas por la ultraizquierda. Apenas un compañero de la villa cuestiona un argumento, discrepa con una iniciativa, manifiesta sus diferencias con algún dirigente, enseguida se le imputa que carece de conciencia política y se lo excluye. De este modo, muchas organizaciones o grupos han perdido representatividad, la gente los abandona, abandona a quienes no entienden sus reales necesidades y la subestiman políticamente.»
Esta posición le valió ser incluido en la sección «La Cárcel del Pueblo» de la revista Militancia. En marzo de 1974, el Padre escribirá:
«Los hombres más afectados por la vida son los trabajadores, los pobres.(…) Los que forman lo que hoy llamamos la juventud, pertenecen en general a la clase media y están más distanciados de las reales aperturas. Y pueden entonces más fácilmente ideologizar, especular, soñar. En estos días hubo dos manifestaciones públicas. Una en el estadio de Atlanta.
Muchos jóvenes. Pocos obreros. Allí prevaleció la ideología sobre la realidad.
Otra en Plaza de Mayo. La pude ver con mis propios ojos. Esos trabajadores , auténticos cabecitas, no especulaban cuando gritaban «Zorila y Perón, un solo corazón». Estaban reclamando condiciones dignas de trabajo y carne barata para el pueblo. La encrucijada de la juventud es dramática. Y nos envuelve a todos.»
Fuente consultada: Carlos Mugica Y El Retorno De Perón. Ediciones Fabro
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