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El problema argentino y los desafíos del peronismo
«Acaba de ganar alguien en EEUU, alguien que hace bandera del proteccionismo. Que nadie se confunda. No ganó un candidato republicano sino alguien que representa la crisis que hay en la representación política producto de la aplicación de políticas neoliberales desde el Consenso de Washington. ¿Cómo van a hablar de voto racista en EEUU cuando un afroamericano fue reelegido?… Lo que el pueblo de EEUU está buscando es a alguien que rompa con el establishment que ha generado pobreza, que causó pérdida de trabajos, casas. Que quien encarne eso tenga determinadas características personales no nos engañe. QUE EL ÁRBOL NO NOS TAPE EL BOSQUE, POR FAVOR».
Cristina Fernandez de Kirchner en Florencio Varela, con motivo del triunfo de Donald Trump en EEUU – 2016
Antes de comenzar, una aclaración lateral: Bolsonaro no es Trump, solo porta todos sus defectos (xenofobia, misoginia, racismo, etc.) y carece de sus pocas virtudes (nacionalismo económico, por ej.). Ahora, yendo a lo sustantivo dicho hace ya 5 años por la vicepresidenta, diremos que las crisis de representación, los quiebres que implican en el comportamiento electoral, son la fuente de los emergentes de tipo bolsonarista. Y que este tipo de emergentes, para estar en condiciones de ser un fenómeno a considerar en términos electorales, deben combinarse con una crisis multidimensional: económica, social, cultural, de representación política, etc. Vamos al punto: ¿hay un horizonte de crisis de representación en Argentina?
Las elecciones intermedias son esquivas en resultados cuando el campo nacional es gobierno. Es un dato de la realidad, pero que poco explica la realidad. Hay mapas, impactos visuales que marcan todo en amarillo. Pero lo más preocupante que surge de la gran “encuesta nacional” de las PASO y no aparece en ningún mapa online es la emergencia (quizás fugaz) de una suerte de tercera fuerza de «no representados». Un segmento no tan minoritario que prefiere optar por salirse de la lógica de “los partidos del no”: no a Macri, no a Cristina. El hartazgo con la grietología cotidiana por donde circula la discusión pública y publicada se expresó -también- en ausentismo.
Comencemos a ensayar una interpretación -otra más- de los resultados. Para eso, primero debemos pensar “en argentino”, algo que las anteojeras rara vez permiten, dada su tendencia a simplificar y encorsetar la realidad en falsas dicotomías y moralinas bien pensantes. La zona de confort de este tipo de análisis parte suponer que la realidad es estática, lo cual tiene innegables «ventajas»: ahorra el esfuerzo de revisar juicios, de cambiar posiciones y contentarnos con una especie de receta moral que tranquiliza. «Voto castigo», «antipolítica», «derechización», son todas formas elegantes de no hacer una lectura intelectualmente honesta para revisar las propias posiciones.
Claro, los marcos teóricos -acertados o errados-, las ideologías -vigentes u obsoletas- no tienen calorías. El macrismo fue profundamente ideologista, y apostó por abusar de la estetización y la simulación como modo de gobierno. Su capacidad electoral se vio afectada por el ejercicio de conciencia del electorado. Un electorado que sabe bien que el macrismo le intercambió bienes simbólicos (“mayor transparencia”, “lucha contra el narcotráfico”, “pobreza cero”, etc.), por bienes patrimoniales (destrozo del salario real, desinversión educativa, etc.). El FdT debería, justamente, orientarse a lo contrario: ofrecer soluciones materiales concretas, dejando en segundo lugar el plano simbólico o estético.
Dicho esto, hagámonos algunas preguntas incómodas: ¿El peronismo -que compone junto a otras fuerzas el FdT- ha perdido una parte importante del poder de representación de mayorías que lo caracteriza? ¿Conoce cuáles son las demandas de esas mayorías? ¿O es el propio peronismo -como conjunto de valores e ideas- el que no estaba suficientemente representado en el esquema de gobierno? Demasiadas preguntas, pero también algunas certezas. Por ejemplo, la certeza de que el problema a resolver no es «multicausal». Es económico – social. Y como decía alguien que sabía algo del tema, «nadie puede solucionar un problema social, si antes no soluciona un problema económico; y nadie soluciona un problema económico, sin antes solucionar un problema político«.
Después de aquel largo domingo de las PASO, que se extendió con una interna sobretelevisada, los cambios recientes en el gabinete indican otra impronta: mayor territorialidad, “sacar al Estado” de las oficinas, hiperactividad del jefe de gabinete, e impronta más justicialista para el oficialismo. Sin embargo, resulta necesario que este reordenamiento no se limite a oxigenar la superficie del problema, sino que marque el inicio de políticas concretas que reparen el tejido social, y sean la base de una gobernabilidad más sólida de cara a 2023. Esa gobernabilidad requerirá de una acción estatal firme y sin titubeos para combatir la inflación, la gran espada de Damocles sobre las espaldas del país. Solo así se podrán instalar pautas ordenadas de precios con salarios al alza, hacer piso y volver a recomponer los ingresos populares. Para esto, el Estado cuenta con instrumentos capaces de disciplinar cabalmente la producción y las reglas del juego económico, ajustándolas a las necesidades esenciales de la población.
Si esto es así, la cuestión no pasa por un cambio de nombres, sino por un cambio de orientación de la política económica y social. Y este cambio de orientación política debe obedecer, no tanto al resultado electoral, sino a que tenga sentido hablar de “dos modelos”. El del macrismo es muy claro, pero el que habitamos de este lado requiere de más sustancia para hacerlo inteligible a la población. Lo sostuvimos de este modo antes de las PASO, cuando señalamos que el oficialismo debía “brindarle a su base de sustentación electoral, a desencantados y desencantadas, y también a indecisos e indecisas, más motivos para sufragar por el Frente de Todos que el temor a la vuelta del macrismo».
Es mejor ser reiterativo que insustancial, y por eso vuelvo a señalar que existe un cansancio social pronunciado, no solo con las adversidades de la pandemia, sino con la cosmovisión porteña e iluminista que monopolizó la mayoría de los diagnósticos y erráticos manejos del gobierno hasta las PASO. Lo hemos dicho, quizás demasiado: todo electorado vota un imaginario de “orden”, algo que el peronismo está en condiciones de ofrecer porque tiene una doctrina que así lo establece. No es una consideración ideológica impracticable, sino una orientación de gobierno con raíces y realizaciones históricas concretas. Esa es la idea de comunidad organizada: organizada en torno al trabajo, la seguridad, la educación, la salud, y la movilidad social ascendente con una lógica de méritos deseables (esfuerzo, dedicación, dignidad basada en el principio ordenador del trabajo).
Si la política no sirve para representar demandas reales, si la política no se impone a la mera administración, entonces queda reducida a mera liturgia de biencomidos y bienpensantes que abusan de la consigna cliché y de mensajes dirigidos a audiencias algorítmicas y/o artificiales. De sostener ese rumbo, la representación política estará tan viciada y corroída como para que, finalmente, se produzca -en 2023- un escarmiento electoral «ordenador» de mayorías desencantadas con todo el “establishment”.
Un modelo peronista de gestión puede evitar la crisis de representación
Es más fácil decirlo desde la tribuna que realmente “poner guita” en el bolsillo de la comunidad para vivir con dignidad. Cuando se vive con dignidad se puede estudiar. Cuando se puede estudiar se vive más seguro. Cuando se vive más seguro se vive mejor. Cuando eso no sucede aparecen las crisis de representación, y de ellas puede surgir cualquier calamidad. Y evitar ese riesgo vale cualquier riesgo.
La matriz cultural del país ha sufrido profundas modificaciones, desde el quiebre que implicó la dictadura cívico- militar a la fecha. En este sentido, no es posible pensar en resolver absolutamente nada sin organizar a la comunidad. Y no es posible pensar en una comunidad organizada con semejantes niveles de desigualdad. Tampoco es posible plantear la pregunta por el sujeto histórico del peronismo (o del campo nacional, como se prefiera) sin ver las transformaciones ocurridas al interior de la comunidad, y al interior de los grupos sociales que fueron su base histórica de sustento cultural, económico y político.
Hay un problema de diagnóstico en quienes sostienen el debate en la tensión entre progresismo vs anti progresismo. Básicamente porque este modo de razonar no obedece a una interpretación nacional de nuestro problema político, sino a una falsa dicotomía artificialmente creada para impedir que el campo nacional, con todas sus variantes, se encolumne detrás de un proyecto de país. El “corrimiento a la derecha” del pueblo es un diagnóstico prestado de un manual académico sin anclaje en la realidad concreta. La propia doctrina peronista es el faro que nos saca de esas falsas dicotomías y del uso de categorías poco situadas.
La comprensión de la situación política actual se dificulta ante el vagabundeo de los diagnósticos tuiteros que ubican el problema situándolo por los extremos de derecha, izquierda, o centro, según el caso. La historia muestra cómo consideraciones de este tipo “se estrellan contra la constante que es el pueblo”, como bien sugiere Rodolfo Kusch. La única posibilidad de salir de estos falsos laberintos es a través de un rescate de lo esencial del pensamiento doctrinario del justicialismo: una política de trascendencia de los opuestos, que los incluya, los represente y diluya esos extremos en una lógica de comunidad posible.
En este punto, las miradas sobreideologizadas, en general, o bien no terminan de velar una sociedad que ya no existe cayendo en un enfoque de museo, o bien guían sus diagnósticos por el pueblo que quisieran tener, y no por el que tienen. La transversalidad nestoriana fue resultado de un buen diagnóstico acerca del país que le tocaba conducir. Argentina es un país de empresarios ricos, pero con empresas pobres. Un país con sindicatos fuertes -en comparación al resto del mundo-, pero que tiene también a una enorme mayoría de trabajadores precarizados y/o fuera del sistema. La política actual no puede ser un vidrio roto de una sociedad que ya no existe.
Desde el peronismo debemos discutir, no con “la izquierda” o con “la derecha”, sino con el adversario histórico, el liberalismo antiperonista. El mundo del trabajo ha cambiado significativamente y se avecinan cambios y asechanzas que el peronismo debe estar en condiciones de discernir y resolver, o el liberalismo las resolverá a su modo. Hay discusiones urgentes en nuestras narices. Por ejemplo, es necesario discutir la idea de que personas libres «aprovechan su tiempo libre» para hacer este tipo de trabajos “libres”. La eliminación de intermediarios, el esfuerzo individual y el parcelamiento social son los ejes del único paradigma posible del modelo liberal.
El torrente de la economía de plataforma del presente y el futuro, tan evangelizada por los testigos de Steve Jobs requiere, así, eliminar indemnizaciones, abrir salvajemente importaciones y desintegrar las caducas tradiciones organizativas de la sociedad argentina, enferma de populismo. No existe, en este modelo “del futuro”, flexibilización, precarización, evasión impositiva global, o pérdida de injerencia estatal en la regulación de la economía. Al consumidor se le vende la ilusión de estar arribando al siglo XXI. Al trabajador la ética de que son «emprendedores que todavía no llegaron al éxito individual». En esa Argentina, de la que ya hubo un ensayo durante el macrismo, el mejor sindicato es el que no existe.
La pregunta es, siendo el principal eje ordenador de la sociedad, ¿cómo se genera y se organiza el trabajo en este contexto?; ¿cómo se pasa de un modelo asistencialista a un modelo de producción y trabajo, aún con las tremendas limitaciones que impone la realidad local? La insistencia de Néstor Kirchner por planificar tenía que ver con el principal objetivo de un modo peronista de gestionar: lograr superávits gemelos (fiscal y comercial). Administración del comercio exterior, pero también un tipo de cambio competitivo. Inversión pública, pero también mayor recaudación. Allí siempre late una pista de “para dónde encarar”, aún con la herencia de un país devastado. Pero hay mejores plumas que la mía para hablar de economía.
Al margen de la oportuna figura de “jefe” que exuda Juan Manzur, o de la impronta de “experiencia” que imprimen los cambios en el gabinete, el gobierno necesita instalar, a través de todas sus herramientas, una batería de políticas públicas netamente peronistas, esto es, orientadas por la doctrina peronista, pero situada, sin “bajarla” de un pedestal petulante. El desafío del peronismo no es «volver a Perón», sino habitar e intervenir el tiempo presente para reorganizar a la comunidad. Un punto de llegada, más que uno de partida. No se trata de restaurar, sino de traducir los grandes principios en este tiempo, adaptarlos a las nuevas demandas. Esto es fundamental, porque si el diagnóstico de los problemas a resolver no parte de observar las demandas de la sociedad del presente, será muy difícil articular un proyecto de comunidad organizada para el presente, y para el futuro.