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Abaratados

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@zoncerasabiertas

Lo que Perón llamaba “cultura política” no era otra cosa que la capacidad de procesar diferencias sin dinamitar los puentes. Pero no hablaba de los “puentes” que se construyen hoy.  Efímeros y superficiales como los de la digitalidad, van de un estudio de streaming en Palermo a otro que queda a unas cuadras de diferencia. De Tenenbaum y O’Donnel a Gelatina. De seminarios sobre rosca política impartidos por contrabandistas de rumores a politización fast food. 

Hechos irrelevantes se convierten en sagas sobre giradas. Toda la industria del comentario es un espejo de la grandilocuencia absurda del gobierno: “triángulo de hierro”, “magos del Kremlin”. Con una veintena de personas que hablan, con sutiles variaciones de estilo, de las mismas cosas en los mismos veinte lugares, y trazan el perímetro de lo decible. 

Aquel diagnóstico de Perón sigue respirando. Lo que se agotó no es la politización —sigue ahí, intensa pero superficial— sino la cultura política que permite metabolizarla y darle dirección. El vacío que deja se llena con comentarismo, con palabras cuya eficacia simbólica es igual a cero. Palabras que ya no dicen nada. La política convertida en consumo cultural, en producto de burbuja. Un repertorio acotado de personas y relatos redundantes, empalagoso, que ensancha cada vez más la distancia con el afuera social.

En ese proceso, los propios dirigentes se convirtieron en comentaristas de su impotencia. Ante una realidad cada vez más difícil de transformar, encontraron refugio en el mismo ecosistema de paneles, streamings y auditorios digitales. Una muleta ortopédica en su desierto de ideas. Así se produjo una simetría artificial: los que alguna vez decidieron se sientan a opinar al lado de quienes jamás tuvieron que decidir nada. 

La política queda reducida a un intercambio horizontal que borra jerarquías de experiencia y responsabilidad, como si la práctica concreta de gobernar y el ejercicio de comentar sobre ella fueran equivalentes. Cada aparición en el zoológico del streaming abarata la figura del dirigente: un invento de Tinelli con formato de Pergolini, simbiosis de época donde el político se convierte en parte del entretenimiento que lo ridiculiza. Ellos inventaron dos modos de consumo irónico de lo político, no tan distintas como los protagonistas quisieran. Hoy su lógica se recicla en el streaming, donde la política se abarata en show de audiencias.

Los flujos de la vida se confunden con los flujos digitales: los likes con votos, las audiencias de marketing con cartografías electorales. El problema es que la dirigencia tomó nota de este fenómeno, pero no para revertirlo: lo consolidó, contratando consultores que enseñan a copiar la fórmula. No hay discurso para los jóvenes, pero sí TikTok. No hay gestión, pero sí reels con muchas visualizaciones. Una dirigencia dependiente de la consultoría y de la performance digital, enamorada de sí misma y cada vez más separada de la sociedad que debería aspirar gobernar.

La burbuja politizada funciona como loop de expectativas: que el mundo vuelva a girar en torno a sus inquietudes, que alguien los mire, los valide; los perdone. En esa lógica, dirigentes y comentaristas se confunden y se celebran entre sí: audiencias percibidas como bolsón de electores, métricas de redes que validan el criadero de narcisistas que consumen la que venden. En realidad no hay nada para decir, solo la necesidad compartida de prolongar la ilusión de centralidad. La venganza del espectador sigue su curso en el tiempo. Este tiempo.

Ese es el divorcio de época: comentarismo intenso hacia adentro, indiferencia absoluta hacia afuera. Lo que queda es un simulacro de discusión política, reducido a clanes que intercambian validación y “audiencias” en circuitos cerrados, mientras la sociedad real se mantiene ajena a esa dramaturgia de la autoexpresividad. El desafío, como ayer, no es solo repolitizar, sino reconstruir una cultura política que permita transformar la energía social en conducción real. Sin eso, la política seguirá respondiendo a exigencias banales, más pendiente de producir clips que de producir futuro. Algo demasiado predecible para ser fuente de novedades. 

Decíamos en abril de 2024 que había que atravesar el desierto.  Los tiempos se aceleran para el golem. Pero también para la oposición. Las heridas del oficialismo no han sido una fuente de oportunidades para la oposición. Pero ese devaluado equilibrio se está rompiendo de un modo tan acelerado que obliga a adelantar la oferta de alternativas. En ese sentido, la transversalidad de Néstor Kirchner fue lo inesperado: un aire político que rompió el pesimismo y descolocó a la irreverencia canchera de CQC, epifenómeno de una crisis de representantes. Su irrupción fue la punta de lanza para sacar a la política del banquillo de los acusados, devolviéndole centralidad en una sociedad que había naturalizado la ridiculización y el descreimiento.Pero la enseñanza sigue en pie: lo nuevo, lo inesperado, lo que no “estemos pidiendo” es lo único que cabe esperar como apertura, como aire fresco de mediano plazo.

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