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No nos ocuparemos de las estrategias napoleónicas ni de roscas de mesa de café en este breve escrito. Hay sobreabundancia de comentario político en este sentido. Por el contrario, partiremos de lo ya expuesto en este artículo de hace más de un mes , pero enfocándonos brevemente en la acertada comunicación, no del Frente de Todos – que tiene varios comunicadores y plataformas-, sino la del candidato a presidente por ese espacio, es decir, la de su comunicador principal.
Alberto Fernández, ha ido demostrando -de menor a mayor- que pudo salir del corsette en el que el aparato comunicacional macrista lo quiso empantanar: un espejo del Haddad derrotado en Brasil, mascando todas las carnadas del anzuelo. El ex jefe de gabinete y hoy candidato del Frente de Todos se alejó de semejante trampa enfocándose en una agenda realista, necesaria, orientada a un tercer tercio de sujetos de carne y hueso, y no meramente a construcciones comunicacionales de las redes sociales. Para empezar, no es un dato menor. Pero para ser más esquemáticos, diremos que hay, por lo menos, 3 aspectos destacables en los que el mensaje del candidato a presidente es superador, más allá de su traducción electoral todavía incierta.
El primer aspecto tiene que ver con que, a través de ideas claras aunque no rimbombantes, Alberto ha logrado poner de manifiesto -o por lo menos con más claridad que antes- en su mensaje la principal estafa de la comunicación macrista, esto es, la lógica por medio de la cual Cambiemos le quitó y le sigue quitando bienes patrimoniales a la clase media, y «se los negocia» por bienes simbólicos: sindicalistas presos, dirigentes kirchneristas procesados, «mayor transparencia…”, sin que esto redunde en una mejora de la calidad de vida, la economía doméstica o la ampliación del acceso al consumo.
El segundo aspecto problemático que se logró sortear tiene que ver con lo señalado en varios artículos de este blog. Las hiperabundantes caracterizaciones de algunos referentes opositores acerca del evidente colapso autoinfligido por el gobierno actual, con mayores o menores gradientes poéticos, no constituían propuestas políticas, sino (también) bienes simbólicos bajo la forma de ideas que tenían por función reconfirmar posturas de los ya convencidos. Y claro, todo electorado demanda un relato ilusionante, aspiracional, organizado en un discurso que lo represente, que no oponga orden a progreso, sino que construya una agenda donde ambos vectores de representación puedan confluir. La sustancia de los mensajes del frente de todos tales como «ordenar el caos» y «volver a crecer» van en este sentido, y apuntan a ese tercer tercio tan caracterizado pero tan poco comprendido.
Vale la pena reconocer que por mucho tiempo la tecnología comunicacional macrista logró que el arco opositor quedara reducido al rol de “mensajero de las malas noticias”, mientras el oficialismo se reservó el de construir un relato ilusionante que, aunque completamente ficticio y cínico, todavía moviliza anhelos de buena parte de la sociedad, solo que ahora compite con otro. Como dice otro lúcido Fernandez (Abel), “La de Juntos para el Cambio, es una máquina de propaganda bien organizada y eficiente, pero que debe vender un producto muy malo, y ya conocido. Su trabajo, y su única posibilidad, es estimular el rechazo y el temor al Otro. ¿Tiene alguna chance? Y sí. El amor puede ser más fuerte que el odio, en el plano filosófico y en el teológico, pero en la política práctica…”
El tercer factor tiene que ver con lo que señalábamos hace unos meses aquí en las Zonceras, cuando la necesidad urgente que tenía el campo opositor (incluso antes de las alquimias electorales) de asumir la necesidad de abandonar la cosmovisión del progresismo culposo a la hora de vincularse con valores como el orden, la seguridad, la movilidad social ascendente con dinámica de méritos deseables para la realización de la comunidad (trabajo, esfuerzo, dedicación) y demás cuestiones que hacen a la representación de mayorías sociales. Acertadamente, el candidato optó por tener un discurso propositivo en este sentido, que tiene claro que la estrategia de campaña no podía oponer, por ejemplo, inclusión a seguridad, cuando una propuesta política consistente y con vocación de gobernar debe tener en cuenta ambas agendas. El campo opositor fue comprendiendo, aún a los ponchazos, que no debe comprar falsas dicotomías pensadas para encorsetarlo y dividirlo.
En suma, hasta ahora el discurso del candidato de Todos parece vibrar en una frecuencia adecuada para captar votos que no se tienen, aún en evidente desventaja con el oficialismo en materia de recursos y aparato. Políticamente, podríamos resumir -con mucha arbitrariedad claro- que el mensaje de A. Fernandez ha sido el de ofrecer al electorado (el sector que lo pide y también el que «lo acepta») un estilo de gobierno “no grietológico”, basado en un modelo de Estado que promete procesar esos innegables conflictos, para administrarlos, pero también para ocuparse de “lo importante”: ordenar el siempre incipiente estado de anomia que produce el neoliberalismo en el gobierno. Este entramado de disputa electoral, con sus correspondientes tácticas de interpelación, será puesto a prueba por primera vez este 11 de agosto. La campaña que comienza a partir del 12 tendrá su propia naturaleza, y requerirá de fortalecer la opción electoral .
El que milite lo verá.
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