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Victoria: una reseña de “La generala”

Tiempo de lectura 12 minutos

@zoncerasabiertas


«Como dicen mis queridos amigos de Vox en España: si amás a tu país y te animás a decirlo, sos facho. Si te quejás de cómo te ahorcan con los impuestos, no sos solidario y sos facho. Si no estás de acuerdo con el feminismo hembrista y con la ideología de género que discrimina entre los hombres y las mujeres y privilegia a unos sobre otros, sos machista y por supuesto sos facho. Si defendés tu casa o tu tierra y exigís al gobierno que no te la usurpen los delincuentes o los mapuches sos racista y por supuesto sos facho. Los progres nos impusieron la dictadura de lo políticamente correcto y nos miran desde su dudoso pedestal de superioridad moral mientras nos callan», 

Victoria Eugenia Villarruel, en la campaña de 2021 que la llevó al Congreso.

Abogada, activista de “la memoria, verdad y justicia completa”, no es solo la vicepresidenta de un presidente imprevisible. Es la pieza de un tablero mucho más antiguo y meticuloso, pensado antes de que Javier Milei existiera como fenómeno político. Victoria Villarruel se mueve con una mezcla de herencia militar, disciplina católica ortodoxa y cálculo frío que la distingue —y la separa— del resto del mileísmo.

Entre aliados incómodos, padrinos que no se nombran y una historia personal construida sobre memorias y olvidos de los años setenta, su figura creció hasta convertirse en una de las voces más sólidas y relativamente autónomas de la derecha argentina. Y a la vez, en la enemiga interna oficial de los hermanos Milei, que fueron su vehículo principal para llegar al poder político.

Emilia Delfino, en “La generala”, desnuda esa trama: de la cama elástica a la mesa de poder, del apellido heredado al duelo abierto con los Milei. Una biografía política donde nada está librado al azar, donde la lealtad y la traición a veces se parecen mucho, y donde la pregunta real es quién terminará sobreviviendo a quién.

Esta es nuestra reseña «ampliada» de un libro que represtigia un género difícil: el periodismo de investigación.

 

Linaje

Hija del militar Eduardo Villarruel y nieta del contraalmirante Laurio Hedelvio Destéfani —historiador naval de alto rango, condecorado durante dictaduras y autor de obras centrales de historia marítima—, Victoria Villarruel creció en un hogar donde la historia militar y la memoria de las víctimas de las organizaciones armadas no eran temas a debatir, sino certezas heredadas.

#“Mi familia fue víctima del terrorismo… esa situación llevó a un cambio en nuestra dinámica familiar y a que yo fuera muy consciente de lo que es la problemática del terrorismo desde mi más temprana niñez”, contó en un juicio por crímenes de lesa humanidad.

La influencia del “Abuelo Quico” fue central, no solo por su carrera en la Armada y sus publicaciones, sino como elemento de autoridad y remanso intelectual que Villarruel reivindica. Delfino apunta en su libro que en julio de 2020, durante el juicio por el Operativo Independencia en Tucumán, un abogado querellante le preguntó:

—¿Hizo algún curso de archivista, archivo, manejo de archivo?”

“—Recuerde que soy nieta de un historiador que fue miembro de la Academia Nacional de Historia. Si bien desde lo universitario no es una carrera que he cursado, es una forma de vida que he mamado desde mi más temprana niñez. Me he movido en la Academia Nacional de Historia”, respondió.

El abogado retrucó: “—A manera de hobby”.

Villarruel cerró el intercambio: “—Ningún hobby, me he dedicado a reconstruir una parte de la historia olvidada”.

En lo religioso, frecuentó ámbitos poco comunes para una dirigente en actividad: misas lefebvristas en latín, de espaldas al público, en iglesias de Pilar y La Reja.

“Son (los lefebvristas) nacionalistas… de otra galaxia… no quieren que sus hijos usen tablets… no ven televisión”, describió un allegado. Un círculo ideológico y social que reforzaba la sincronía entre su identidad privada y su proyección pública.

Atravesada por una memoria de guerra que de algún modo considera aún vigente, para Victoria Villarruel, el afecto principal es hacia la institución militar que la formó. En los noventa militó en la Asociación Unidad Argentina, cuestionando la política de reconciliación de Menem, y con Kirchner en la Casa Rosada se volcó a defender a los que llamaba “prisioneros políticos”. En 2006 pedía “amnistía para la pacificación” y definía los setenta como una guerra a secas: militares contra terroristas.

Con intuición política para captar climas de época, hacia el final de ese año dejó atrás la defensa pública de represores y giró hacia las “otras víctimas”: los muertos por la guerrilla, invisibles en la memoria oficial. Esa causa podía interpelar a un público más amplio, la mayoría silenciosa que no apoyó ni al terrorismo de Estado ni a las revoluciones frustradas. El registro cambió: de la sangre al humanitarismo.

En 2006 fundó el CELTYV, una ONG desde donde proyectó su voz. La hija de militar cedió paso a la abogada: una estrategia que le dio legitimidad en el discurso público y la instaló como referente de la derecha argentina.

La relación con represores posee múltiples referencias en el libro. Un dato impactante es que la emprendedora de la «memoria completa» califica al dictador Jorge Rafael Videla como un “hombre ingenuo”, según lo recabado por Delfino.

Por otra parte, la autora da cuenta de una referencia que, en sus entrevistas para el libro, le brinda ell militar retirado Pedro Mercado, esposo de Cecilia Pando, a quien Villarruel terminó reemplazando como máxima exponente de la defensa de militares condenados por delitos de lesa humanidad. Mercado recuerda la primera vez que fueron a cenar a Puerto Madero con su mujer, Villarruel y su esposo, en 2006.

La cena fue una invitación de Villarruel y su marido, con el motivo de celebrar una de las tantas «locuras» de Pando. Había interrumpido el discurso del entonces presidente Néstor Kirchner durante un acto por el Día de la Mujer. Aquel 8 de marzo, Pando no había estado sola. La había acompañado Villarruel.

Mercado se identificó con algunas características del esposo de Villarruel, en especial, con relación al nacionalismo católico que ambos

—»Él estaba un paso más a la derecha, más derechoso que yo y recuerdo que en el pensamiento católico se había ido un poco más a lo conservador que yo. Era lo mismo con Victoria y con nosotros. Me acuerdo que hablamos de libros y revistas. Yo era cerrado y sentía que él era más cerrado que yo. Él era muy de la línea de Seineldín, Victoria también. Por primera vez me sentí parado a la izquierda de mis acompañantes.”

Los padrinos

La llegada de Villarruel a la lista de Milei en 2021 fue obra del politólogo Mario “Pato” Russo, conservador nacionalista y peronista bonaerense. Fue una decisión inmediata: Villarruel le resultó “estructurada, sólida, rápida para contraargumentar y no grasa, como Milei”. Russo llegó a ella a través de un conocido en común: su padrino político, el bahiense Vicente Massot, abogado, empresario y primer periodista acusado por supuestos delitos de lesa humanidad. Massot es presentado como uno de los hombres detrás de su construcción pública y de la presidencia del Celtyv.

PH: Santiago Oroz

Pero el entramado de influencias no termina ahí. Delfino identifica a otro personaje clave: el capitán de corbeta Alberto González, alias “El Gato”, marino retirado, exintegrante del grupo de tareas de la ESMA y condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad. Considerado “el marino más inteligente” de la patota de Jorge “Tigre” Acosta, fue —según quienes la trataron— mentor político de Villarruel, presunto coautor en las sombras de su primer libro y supuesto ideólogo de su estrategia de correr el eje del debate hacia las víctimas de las guerrillas.

En Ezeiza, González tiene un ejemplar de “La llamada”, el libro de Leila Guerriero sobre Silvia Labayru, exdetenida en la ESMA. Lo leyó con especial interés. En “La Generala” se reproduce el pasaje en que Labayru, militante de Montoneros, recuerda:

¿Sabés quiénes te torturaron?

—Sí, sé perfectamente. Eran dos. Uno se llamaba Francis William Whamond, el Duque, que en esa época me parecía muy viejo pero debía tener unos 50 años. Ese fue el tipo que me aplicó la picana, la máquina. El que me pegó. Un tipo muy repugnante. Y luego estaba otro que entraba y salía. Ese no me daba máquina pero me interrogaba mal. Ese fue mi violador. Alberto González. El Gato.

—¿Sabés cuánto duró?

—La tortura neta yo calculo que fue poco más de una hora. Interrumpían un poco porque querían la mercancía.

—¿La mercancía?

—El bebé…

Dos minas macho alfa

La relación con el núcleo duro del gobierno —Milei, Karina Milei y Santiago Caputo— ha sido una sucesión de fricciones.

Una de las hipótesis del libro es que Villarruel está convencida de que lo que molesta en el triángulo que forman (o formaban) Milei, Karina y Santiago Caputo es que la gente la quiere. Que sus métricas no son las encuestas sino el clima en la calle y en las redes sociales.

Y principalmente que Karina Milei es consciente de que la subestiman.

“—Llamala a Karina —le pedía Guillermo Montenegro.

No, yo con Karina no hablo, yo hablo con Javier.

A Karina Milei, ¿quién la votó?, se pregunta , con sorna, la Generala.

 

Según cuenta la autora del libro:

“(…) el 30 de abril, mientras Diputados debatía la Ley Bases, Victoria  Villarruel y Karina Milei almorzaron en el comedor del Senado. Lo poco que trascendió de la reunión fue la versión oficial de Vicepresidencia: Villarruel le explicó cuáles son los tiempos del Senado, que por reglamento de la Cámara Alta debe esperar una semana entre la emisión del dictamen y el debate en el recinto, y que por esas razones el trámite legislativo es más lento que en Diputados.

Hay otra versión, que sostiene que Villarruel se ofreció a ayudar en el armado nacional de La Libertad Avanza y quiso saber si Karina iba a ser candidata. «Mi misión es cuidar a mi hermano», respondió la secretaria general de Presidencia. A las sugerencias de participar en lo que estaba organizando, le cerró la puerta.”

La distancia entre los hermanos y la vice no es solo personal. Un “tema moral” agrava la grieta: la vicepresidenta no aprueba ciertos negocios que asocia al entorno presidencial. Delfino lo registra como una alerta que, para Villarruel, puede ser la perdición del gobierno: la corrupción.

“—Son dos minas macho alfa” —las define un hombre que acompañó a Milei durante la campaña presidencial.

Karina y Victoria son dos trenes que chocaban constantemente por motivos varios: desconfianza, competencia por el lugar que ocupan al lado de Javier, peleas de minas. Competían por ser la mina fuerte al lado de Milei.

También por el poder propio.

La desconfianza se extiende como un manto infinito en el Senado. «Está llena de topos», le hizo llegar un senador de la oposición. Supuestos espías de la Casa Rosada instalados en su equipo. Doble agentes, dirían los hombres de Inteligencia que la visitan.

En el fondo, las constantes críticas del mileísmo, las acusaciones de deslealtades, la hacían retroceder. Guardarse. Desdibujar cada paso que había dado. Para volver a empezar cuando la tormenta se había disipado.”

“—Es una beca ser presidente del Senado, podés aprender mucho y no es una tarea agotadora -“ reflexiona Viramonte Olmos, el abogado cordobés que ofició de nexo con la Casa Rosa.

Olmos dice que “su primera etapa es construir su imagen personal. La segunda etapa es la construcción de equipos. La tercera, la construcción territorial.”

Por el momento, sin lugar real en el oficialismo, la ex directora del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV) no encuentra -todavía- un espacio partidario en el cual posicionarse. Ni el PRO ni el peronismo la hacen sentir del todo “cómoda”.

Silencios tácticos y persistencia

“Le tengo miedo solo a dos cosas, como católica a perder el alma, y como argentina, a no estar a la altura de las circunstancias»

 V.E.V.

En 2025, eligió retirarse de la escena pública durante meses. “No quería profundizar la disputa con Milei”, pero usó el tiempo para rearmar su equipo (por enésima vez), ajustar su estrategia y esperar. “Cuando se vaya, se irá por la puerta grande… siempre poniendo la cara, así sea con huevazos”, repiten sus colaboradores.

Para Santiago Caputo, es “el mejor cuadro” del espacio, pero “siendo hija de un militar, es una picardía que sea tan indisciplinada”. En un espacio donde el poder se mide en grados de obediencia, Villarruel no encaja. Su capital político —tejido con biografía, alianzas y relaciones polémicas como la de “El Gato”— no depende de la mesa chica, aunque muere de ganas de integral.

PH: Santiago Oroz

 

_“Siendo candidata a Vicepresidenta no pude poner ni un concejal”, se quejó ante la mesa chica, cuando Kikuchi era parte de ella.

-“Yo soy candidato a presidente, y tampoco, Victoria…” le retrucó Milei.

Toda la agenda de Villarruel ha sido expropiada por los leales a los hermanos: la erosión de la consigna “Nunca Más” trasladada a la campaña bonaerense, las piezas institucionales sobre el 24 de marzo (en las que Villarruel ni siquiera aparece), y el dardo que, según cuenta Delfino, más daño le hizo: el ninguneo y el maltrato de su “amigo Javier”.

En la Argentina de hoy, esa autonomía es tanto una ventaja como un problema para quienes preferirían verla en un papel decorativo.

Delfino no lo formula de forma explícita, pero el hilo conductor de La generala permite intuirlo: en el gobierno de los hermanos Milei, dominado por la euforia de lo precoz y la manía de dar por saldados debates antes de tiempo, la figura que podría sobrevivirlos es, justamente, la que nunca terminaron de digerir. Villarruel está acostumbrada a la soledad, como una maratonista de retórica venenosa y persistente en discusiones que otros dan por cerradas.

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