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El 7 de septiembre de 2025, con una participación superior al 63% del padrón , el resultado fue un triunfo amplio del peronismo unido bajo la alianza Fuerza Patria sobre el oficialismo nacional de La Libertad Avanza por una diferencia de 14 puntos . Este margen superó las expectativas y confirmó lo que sugeríamos: al peronismo no le iría tan mal como merece, ni a Milei tan bien como esperaba.
Las causas de la derrota oficialista
El gobierno libertario sobredimensionó la importancia de esta elección local –que originalmente se presentaba como un canto a la irrelevancia fuera del círculo político– y la planteó casi como un plebiscito, con la esperanza de un golpe de efecto en territorio peronista. Horas antes, voceros de LLA habían hablado de “empate técnico” para moderar expectativas, reconociendo internamente números de caída por, según trascendía en esos momentos, 5-7 puntos . Las urnas les devolvieron un resultado bastante más adverso.
Milei salió a admitir la “clara derrota”, haciendo un inusual mea culpa. “Sin duda, hoy tuvimos una clara derrota… hay que aceptar los resultados, que no han sido positivos”, reconoció el Presidente en la noche electoral . En su análisis, Milei atribuyó el traspié al poderío territorial peronista, esto es, a los intendentes, que junto a los desencantados y ausentes del oficialísimo (su “voto blando”) fueron verdaderos artífices del resultado: “ellos han puesto en esta elección todo el aparato peronista que manejan hace 40 años, de manera muy eficiente”. Una novedad solo para Milei.
Cuando sosteníamos que el oficialismo se alimentaba de ser la única “novedad” y que eso lo habilitaba a pedir un sacrificio tras otro —porque la necesidad de creer pesaba más que la de indignarse—, marcábamos un límite temporal: la fe flaquea sin macro tangible, esa que se puede oler, ver y tocar. Las urnas lo tradujeron.
La derrota no fue un rayo en cielo sereno. Hubo acumulación de costos (ingresos golpeados, tarifas y alimentos), traiciones internas, desacoples de gestión y una coalición oficialista frágil que nunca dejó de ser “bunker”. El mileísmo gobernó como minoría intensa en tierra de mayorías cansadas. Lo que aparece es la anatomía de derrota voluminosa: enfriamiento del entusiasmo, errores de implementación y un movimiento que se quedó sin lengua para hablarle a los que no son propios, y sin herramientas para fidelizar a los que lo eran.
A esa lectura se suma la expectativa oficial previa de “superar el 40% en octubre”, enunciada como horizonte de mínima por voceros del gobierno. El contraste con la realidad bonaerense —y con secciones donde perdió con claridad— exhibe un desfasaje peligroso entre ambición y piso real.
En la general, Fuerza Patria se impuso en 6 de las 8 secciones electorales bonaerenses dándole, nada más pero nada menos, un respiro estratégico al peronismo de cara a las legislativas nacionales de octubre.
La admisión pública de la derrota del gobierno nacional y el diagnóstico sobre el ‘aparato’ abren otro problema más incómodo: quién debe corregir el rumbo y con qué equipos.
La casta marginal
Con todo, Milei intentó mostrarse resiliente de cara a las legislativas nacionales de octubre, asegurando que el 33% obtenido en PBA es “un piso con el que vamos a empezar a trabajar” para remontar en la campaña nacional . No obstante, la derrota bonaerense presiona al Gobierno a repensar su estrategia de gestión en la segunda mitad del mandato. Tarea difícil para un poder ejecutivo donde tanto la mesa política como los anillos decisionales carecen de dirigentes serios y racionales; preparados. Es la “casta marginal”, los que quedaron afuera de todos los castings políticos y hoy engrosan las filas de un gobierno que era, ya de entrada, una armada brancaleone sin cuadros dirigenciales ni de gestión.
Esa casta marginal es la que deberá atender las incertidumbres que se abren, desde la economía (sigue la tensión cambiaria y tasas altas ) hasta los escándalos recientes que minaron la imagen oficialista en plena campaña. Es que el resultado en PBA golpeó al mileísmo y evidenció que renegar de la política y jactarse de ello no es sostenible cuando toca gobernar: el experimento libertario recibió un aviso de sus límites en el principal distrito del país.
¿Nuevas canciones?
A pocas horas del resultado electoral el gobernador de Bs As fue depositario de análisis y calificaciones diversas. Tanto de elogios desmesurados producto de que el éxito no abunda en el peronismo, como de chicanas de sus primos ricoteros del tipo “mientras más alto trepa el monito…”, como queriendo camisetearlo.
El contundente triunfo bonaerense de Fuerza Patria redefine el escenario del peronismo. Cuando decíamos que Kicillof podía quedar “atrapado como un algodón entre dos cristales” , señalábamos su delicada posición entre la sombra de Cristina Fernández de Kirchner y la necesidad de afirmarse con perfil propio. La prueba de fuego eran estas elecciones, y la realidad validó aquel pronóstico: Kicillof rompió ese cerco, por un rato.
El gobernador bonaerense arriesgó su capital político al desdoblar la elección provincial y se puso al frente de la campaña. De allí su razonable interés por capitalizar el voto castigo al oficialismo nacional. Después de todo, el ordenador de la política es el poder, no necesariamente la verdad. Estar resuelto a disputarlo es el eje de la cuestión.
Esta vez el ex ministro de economía del kirchnerismo pudo salir, aunque sea provisoriamente, de un equilibrio imposible: cumplió con la norma ISO de la marca peronista conurbana (de la cual es fundadora CFK), y pudo mostrarse durante la ceremonia de festejos como su “propio jefe”.
Sin embargo, también señalamos entonces que, pese a su rol central, Kicillof es percibido como gerente medianamente exitoso pero no dueño de la marca kirchnerista/peronista, términos cuya diferencia semántica solo le importa a un reducido grupo de personas, y todas adherentes.
El eventual liderazgo de Kicillof sólo se vuelve carne cuando encuentra músculo en el territorio. Y en Buenos Aires el músculo se llama intendentes: los que prueban si la novedad se transforma en voto, si la marca llega casa por casa y si el experimento resiste fuera del panel. Los que, como decía García Márquez, apuestan a salvar la ropa, aunque se pierdan algunos muebles. Y es que en un clima de apatía, la representatividad de los líderes municipales es el último bastión relativamente sano del vínculo entre ciudadanía y política. Desde ese engranaje empieza a ordenarse el resto.
En 85 de los 135 municipios ganó la alianza respaldada por el intendente de turno . Los jefes comunales pusieron toda su estructura a movilizar votantes (muchos literalmente se “pusieron la campaña al hombro” al ser ellos mismos candidatos a legisladores).
Los próximos movimientos, tanto del oficialismo de Milei (ahora a la defensiva) como del peronismo (oliendo sangre y unidad), estarán definidos por lo ocurrido en territorio bonaerense.
Ese reposicionamiento opositor convive con un oficialismo que pierde crédito. La derrota libertaria todavía no es un baño en la fuente de la juventud para la oposición. Pero existe, sin duda, un corrimiento del umbral de tolerancia.
Tu no has ganado nada
El gobierno de Milei esta revestido por una fe de dudosa religiosidad. Y en estas elecciones llegó a su techo emocional: se deterioró la esperanza de un futuro mejor. Se «elige creer» en que «se hizo lo que había que hacer», pero ya no tanto en que con eso se puede llenar la heladera. El gobierno se mimetizó demasiado con aquello que supuestamente venía a combatir, y ahora padece de la misma endogamia y habita el mismo repliegue del mundo político sobre sí mismo, que amplía aceleradamente los rangos de distancia con “el afuera”.
En ese vacío, cualquier chispa acelera la erosión —audiogate y afines— y vuelve nítida la distinción que venimos mencionando: macro ordenada sin macro tangible no cotiza. De aquí a octubre, el umbral de tolerancia condicional a sacrificios sin “parte buena” se achica semana a semana.
Sin embargo, para el peronismo conviene no confundir espanto con amor: fue, sobre todo, voto defensivo, no reconciliación ni amnistía . Fue, como dijimos, un evento de castigo al oficialismo más que un premio a la oposición.
A esto se suma la música de fondo del sistema. Como en los años 90, donde a Menem no se le objetaba la depresión salarial ni la estafa de la convertibilidad, sino la “prolijidad institucional”; fuegos artificiales que derivaban siempre en corrupción, amplificados por el progresismo irreverente y cool de CQC, Página/12 o Día D.
En julio, en “El extraño caso de Javier Milei”, escribimos que nada garantiza que el peronismo u otra fuerza estén listos para recoger los pedazos de un eventual fracaso libertario: la sobrevida dependerá de reconstruir puentes con la Argentina del tercer tercio y de aggiornarse doctrinaria y organizacionalmente. Sino, se repetirá la secuencia post-Alianza: “aprobamos economía con Menem, ahora avanzamos hacia la prolijidad institucional”, como sentenciaba Mariano Grondona.
El peronismo deberá volverse útil otra vez en la vida concreta de los argentinos, no solo en la de los dirigentes; y le quedan menos de dos años para llegar a 2027 siendo mejor de lo que es.
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