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Temperaturas
La reciente definición de candidaturas ocurrió en un clima inusualmente apático. Fuera de la fauna dirigencial, consultoras y opinólogos, pocas elecciones despertaron tan poco interés. mLas propias bases de los principales contendientes muestran una mezcla de aborrecimiento y apatía. La pirotecnia verbal contrasta con esa realidad de un electorado desencantado, y resalta la brecha entre la superficie y la intensidad real de los sentimientos políticos. Una inflación de expectativas en sentidos extremos cuyo choque con la realidad es siempre desesperanzador. En realidad, el escenario de mediano plazo está más abierto de lo que parece.
En este lento proceso de recomposición política, las grandes silobolsas del comentario digital han señalado este cierre de listas como si fuera la claudicación definitiva de la causa peronista o la victoria deteterminante de LLA sobre el resto de sus aliados. Interpretaciones cuya por lo menos exageradas, producto del tremendismo verbalista que domina la escena.
Mientras tanto, el potencial ecosistema parlamentario -con probable cambio de presidente en la Cámara de Diputados- está quedando dibujado como una estructura de conglomerados provisionales y frágiles. El cierre de listas no consolidó bloques firmes, sino una considerable fila de “heridos” por negociaciones mal cocidas y alianzas al límite de lo funcional.
Desde la Casa Rosada se respira cautela optimista: aspiran a superar el 40 % de los votos en octubre, una meta alcanzable sumando triunfos en distritos claves como Mendoza, Ciudad, Provincia de Buenos Aires y Entre Ríos. Pero mientras tanto, el armado en el Cámara pinta como un rompecabezas de piezas heterogéneas, con alianzas diseñadas más para sobrevivir la contienda que para construir consenso político de largo plazo.
Peronismo: todos disconformes y todos adentro
El cierre de listas del peronismo —lejos de “sorpresa” o “decepción”— es el reflejo lógico de su estado actual. Una dirigencia pasiva, en posición defensiva y agotada en recursos políticos. Tras haber gobernado 16 de los últimos 25 años, el peronismo se siente cómodo incubando sus disputas en un inquilinato opositor que ya ni sorprende. Esta autoindulgencia explica por qué sus listas se arman más para equilibrar adentro que para reconquistar electores desencantados. Hay que pasar el invierno.
La definición privilegió pactos de facción antes que renovación. Resistir con los mismos jugadores hasta que “explote la macro” y reagruparse con un plan listo. Ejemplo: Buenos Aires. La designación de Jorge Taiana como cabeza de lista al Senado fue menos estrategia de conquista de votos hacia afuera que entronización del menos cuestionable hacia adentro. Una concesión al gobernador en la cima que Massa y Máximo Kirchner metabolizaron rápido para minar listas hacia abajo.
Algo parecido en la Ciudad-Puerto: el lugar prominente a Itai Hagman, dirigente cercano a Grabois, formó parte del acuerdo para evitar ruptura. Las candidaturas porteñas vienen mostrando la resignación de encabezar con prestados: de Santoro a Hagman.
El factor Grabois
La metáfora ya la usamos en nuestro artículo anterior. Durante años, los caciques peronistas dejaron crecer demasiado el yuyal en su propio terreno. En vez de nutrir nuevos liderazgos y actualizar su discurso, toleraron -cuando no fomentaron- la proliferación de “rosqueros” de dudosa eficiencia, funcionarios eternizados, «líderes» cuya legitimidad consiste en portar información privilegiada y reenviar mensajes por whatsapp y figuras con intereses reducidos a tener chofer, casa con pileta y mesa ratona en el despacho.
Ahora, cuando ven su base erosionada, algunos claman que el movimiento fue “copado por la centroizquierda progresista” u otras excusas similares –como si los yuyos hubieran crecido solos-. Lo cierto es que cuando no se hace jardinería política, el baldío lo ocupan otros. Ante la orfandad que se percibe en parte de las bases peronistas, emergen figuras como Juan Grabois tratando de encabezar la renovación a fuerza de discursos estridentes contra la “burocracia vetusta” del propio espacio.
Es probable que mucha de su gestualidad resulte impostada. Que posea una vehemencia conceptual que sacraliza demasiado. Pero no hay razones para pensar que su irrupción no forma parte del decurso natural de las cosas, que, de todos modos, nunca es detfinitivo. Equilibrios tensionales que se patean hacia adelante.
PH: Revista Anfibia
Lo cierto es que Grabois, el “inquilino revoltoso”, se ofreció como jardinero ad honorem, amenazando con romper. Esta rebelión interna indica cuán descuidada quedó la propuesta peronista tradicional, al punto que su novedad más ruidosa ni siquiera surge de sus propios anticuerpos.
Ahí es donde la figura de Grabois se vuelve funcional: su discurso estridente contra la burocracia interna aparece como único intento de interpelar esa base desde un lenguaje de renovación, aunque sea parcial o testimonial. Y aunque sus números no lo vuelvan central electoralmente, su condición de factor de disrupción interna le asegura un lugar en la mesa. Termina ganando porque, a fuerza de construcción política, obliga al resto a pagarle con visibilidad y candidaturas lo que en otro contexto no valdría un centavo. Logra instalarse como actor incómodo pero inevitable, capitalizando una orfandad de las tantas que habitan al gigante invertebrado.
En esa clave, la emergencia del Factor Grabois debería funcionar como anticuerpo: un recordatorio de que el peronismo necesita volver a generar, desde adentro, liderazgos capaces de disputar con convicción y de articular un programa integral de gobierno. De lo contrario, los chispazos individuales seguirán ocupando el lugar de una regeneración que el movimiento ya no produce de manera orgánica.
La vieja novedad libertaria y sus límites
Frente a un peronismo autista y ensimismado en sus roscas internas, la única novedad que parecía movilizar esperanzas (o temores) fue, hasta hace poco, la irrupción libertaria. La figura antisistema de Javier Milei logró canalizar la bronca de muchos ciudadanos hartos de la “casta” política, presentándose como lo nuevo frente al infierno de lo igual . Esa novedad libertaria, sin embargo, comienza a dar muestras de desgaste.
Tras casi dos años de gobierno de Milei, su impacto político pareciera haber tocado un techo: sigue dominando el escenario, pero ya no sorprende ni ilusiona como al principio. La fe libertartia, de dudosa religiosidad, comienza a diluirse. Incluso en su hábitat natural –las redes sociales– la voz de Milei perdió tracción; mediciones recientes muestran una caída abrupta en sus menciones y engagement digitales respecto al pico de hace un año. Se diría que el fenómeno se estabilizó en una base intensa, sí, pero insuficiente para ampliar la mayoría.
Aun así, las encuestas indican que los desencantados con el proyecto libertario no están volviendo al redil peronista. La crisis libertaria no es una fuente de nuevas oportunidades para la oposición. Antes bien, muchos se repliegan a la apatía: pasan a engrosar las filas de los “partidos del no”, de los que polarizan con la polarización, absteniéndose. Y no se trata de perfiles “anti política” solamente, sino de argentinos y argentinas que han tenido algún grado de participación política tangible.
Un estudio reciente de la consultora RDT reveló que, si bien el oficialismo libertario perdió unos 4.6 puntos de intención de voto en lo que va del año, el peronismo apenas subió 0.4% en ese mismo período . Es decir, la decepción con Milei no se traduce en ganancia para la oposición tradicional, sino en un aumento del desencanto general. Estamos ante un creciente tercer tercio errante de la ciudadanía: aquellos que oscilan entre el aborrecimiento del pasado y la resignación con el presente.
En cuanto al cierre de listas libertario, se vivió sin grandes sorpresas. Al ser Milei prácticamente el único garante de votos real de su espacio, la confección de sus listas se redujo a sumarle algunas figuras aliadas o decorativas pero ninguna de peso propio.
La oferta final de La Libertad Avanza combinó nombres ya instalados (por ejemplo, la exministra Patricia Bullrich o el economista liberal José Luis Espert), algunos profesionales afines e incluso fichajes estéticos (como una exconductora de TV), pero pocos con volumen político genuino. No se trató de un descuido sino de una decisión deliberada: los Milei buscan legisladores leales y eficaces antes que figuras con vuelo propio.
Solo basta observar como la candidatura de Bullrich se vende como premio, pero esconde el castigo del veto a sus candidatos por parte de Karina Milei, y la elegante expropiación que hizo de las carteras de Seguridad y Defensa, ex territorio bullrichista. Es que con un oficialismo hiper personalista, es natural que tras un eventual triunfo electoral de esta armada Brancaleone los hermanos Milei requieran una tropa disciplinada.
Es cierto, hoy los hermanos Milei no tienen con quien perder. Pero, parafraseando a Pablo Semán, ni a la oposición le irá tan mal como merece, ni al gobierno tan bien como espera. El gobierno puede ganar elecciones porque sus rivales están fragmentados o enajenados en peleas internas, pero luego deberá gobernar sobre las incertidumbres acumuladas de la gente común, a la que se jacta de encarnar demasiado temprano. Después de todo, esta “macro ordenada” es una bandera agotada, como de este lado lo es el fetiche de “la unidad”. Una macro ordenada tiene que implicar también una “macro tangible”. Que se pueda oler, ver y tocar.
La libertad avanza llega a estos comicios de medio término al límite en varios planos –económico, político y de agenda pública– y confiando en una victoria más por las falencias ajenas que por méritos propios . Si la logra, tendrá que reinterpretar rápido su mandato para no decepcionar definitivamente a esos votantes volátiles que ya empiezan a mirar para otro lado, pero que hoy no tienen a donde ir.
En este escenario, los análisis políticos más sensatos deberán escapar del inmediatismo y la impostación de las redes sociales. Ni el peronismo está muerto para siempre por presentar listas deslucidas, ni Milei tiene garantizada una luna de miel eterna con el electorado. Las tendencias profundas –el hartazgo, el desempleo, la pulverización salarial, el anhelo de un futuro menos incierto– siguen ahí, como la lava de un volcán, operando por debajo de cada contienda electoral.
Quedan dos años para que la oposición geste una idiosincrasia renovada del poder. Algo que la vuelva a conectar con otra sociedad, otra política, otro mundo, otras expectativas. Las de hoy. Lo nuevo, lo inesperado, lo que no “estemos pidiendo” es lo único que cabe esperar como apertura, como aire fresco de mediano plazo . Todo ocurriendo en el seno de un pueblo impredecible, que no se puede cartografiar con escuadra y compás, y en el que es conveniente seguir teniendo fe.
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