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Alguien contra quien perder

Tiempo de lectura 12 minutos

@zoncerasabiertas

El gobierno acelera. Juntando pedazos rotos, los hermanos Milei definen castificar su armado en PBA, aumentar alimentos para bajar retenciones, vetar a jubilados y festejar a su ministro de Economía cual héroe de Marvel. Todo marcha de acuerdo al plan. 

Sin embargo, hay algo que se dice en voz baja. Se cuida el endeble equilibrio emocional del presidente. El plan económico es tan elástico que incluye no sólo los anuncios de las autoridades sino también la convalidación de resultados exactamente opuestos a los informados previamente.

El dólar es la espada de Damocles que pesa sobre las espaldas del mesadinerista más poderoso del país. Caputo paga tasas altísimas para mantener la ficción.

Con tasas de interés del 65%, que probablemente suban en los próximos vencimientos, y un dólar ya ubicado en la banda alta de la cotización acordada con el FMI —rondando los 1.450 pesos—, el Banco Central habilita una intervención quirúrgica: no para corregir desequilibrios productivos ni proteger reservas, sino para sostener una ficción útil a los jugadores financieros. En ese esquema, cada punto de tasa opera como una palanca de anabólicos: el que tiene dólares caros los vende, los convierte en pesos, “hace tasa”, y multiplica el capital con una rentabilidad que ninguna actividad económica real puede ofrecer.

Es el festival de los rendimientos extraordinarios sin riesgo. El mismo que Milei prometía combatir en nombre de la libertad y el mercado. El lado b es que, en off, Caputo y Bausili reconocen que la nueva cotización corrige, apenas, el atraso cambiario que hasta hace semanas ellos mismos se negaban a admitir. Hoy los números les dan la razón a los “mandriles” que, de todos modos, no están en condiciones políticas de capitalizar sus aciertos.  

La paradoja es que lo que favorece a los especuladores no siempre coincide con lo que necesita Milei para sobrevivir políticamente. El presidente necesita inflación a la baja y un dólar contenido rumbo a las legislativas. Pero sus ministros pueden estar jugando otra lógica. No es que uno piense en conspiraciones ni «vea Mandelas» por todos lados, pero odría estar en marcha, una vez más, un cierre ordenado para los que ya ganaron: un último beneficio antes de soltar la cuerda, o ante la eventualidad de un nuevo “cansancio moral” como el que Caputo protagonizó durante la gestión Macri.

Y en ese mientras tanto, el modelo marcha. Un poco a los tumbos, otro poco por inercia, pero sobre todo sostenido por una arquitectura de poder que necesita que el humo financiero siga subiendo para que no se vea el incendio estructural que hay debajo. La economía, principal bandera libertaria, es de tela inflamable.

En este juego Milei, multiasistido por el crossover Caputo-Baussilli en economía, y terapéuticamente por Alejandro Fantino, agitó su joystick con entusiasmo y con su habitual verborragia en el streaming de neura. Sin embargo, aunque el presidente está convencido de estar jugando, “los mercados” huelen que los cables cuelgan sueltos en el piso. Lo miran, lo dejan gritar, lo aplauden cuando conviene y lo reubican cuando estorba. 

¿Todo marcha de acuerdo al diagnóstico de CFK?

Es que la ex presidenta advirtió —como conocedora del ecosistema que la atacó y la sostuvo—: “Cuando no les sirvas más te van a tirar al basurero de la historia.” No es una frase para el archivo. En la historia argentina, las construcciones mediático-judiciales no se disuelven, sino que más bien se reciclan. Y cuando empiece a brotar sangre de la endeble armadura libertaria, no faltarán cuchillos ni portadas para rematarlo en horario central.

En este sentido, ¿la tobillera de Cristina es, como señala Jorge Asís, una advertencia a Milei?. ¿El caso Libra puede signficar lo que el caso vialidad?. Las vibras de Mauricio Macri, fuera del tablero electoral pero no del poder real, sobrevuelan. 

En simultáneo asistimos a la apuesta de un gobierno liberal sin dólares por la vuelta a la casita de los viejos: bajar retenciones. Javier Milei decidió resignar recaudación fiscal –más de 500 millones de dólares solo por soja– para asegurarse una ovación en la Rural, blindarse frente al fuego amigo y consolidar un electorado que, dentro del mapa mental de la dirigencia libertaria, no le pide hospitales sino «más libertad». 

Mientras tanto, puertas adentro, la escena es de ilusionismo. Adorni balbucea estadísticas para explicar que hay más desempleo porque “hay más gente buscando trabajo”. Un malabar semántico para maquillar una motosierra que atacó de frente al dato nominal de la inflación, pero por la espalda a la economía real: salario, producción y empleo.

El piso y el techo de la banda cambiaria marca el ritmo de un gobierno que maquilla y patea hacia adelante una crisis económica de consecuencias imprevisibles. Una que busca futuros administradores en un desierto político fenomenal. 

El opositor que está solo y espera

En la oposición es lento el paso de una edad geológica a otra. El estado de cosas se mantiene previsiblemente inmovil, excepto por la apuesta de importantes gobernadores con su “grito federal”, al que nos referiremos más adelante. 

El peronismo atraviesa una ruidosa fase de recomposición que gira en una pregunta: ¿Renovación o Albertismo sin Alberto?. En el marco de una interna feroz, el gobernador Kicillof quemó cartuchos para controlar una provincia que no ha conseguido liderar. Intendentes con ganas de hacer cordobesismo in situ: replegarse sobre sí y desentenderse del contexto general. 

CFK, desde su prisión domiciliaria, conduce a su núcleo. La política profesional del peronismo se orilla sobre la especulación electoral sabiendo que hay que pasar el invierno. Lo decíamos a principios de junio:

“El peronismo bonaerense realmente existente está compuesto por tres figuras: Axel, Cristina y Massa, orbitando con distintos grados de estabilidad y con el «factor Grabois» merodeando los acuerdos tácticos.(…)Sumemos, para organizar el modelo de análisis, un tercer componente. Guillermo Moreno, si bien poco representativo en términos cuantitativos es relevante en términos cualitativos para entender ciertas temperaturas internas en el peronismo.”

Hablando en términos más generales, se sabe que no solo en la política, sino que en la propia discusión pública se consolida una disociación cada vez más marcada entre superficie e intensidad.

Por arriba, hechos irrelevantes se convierten en sagas sobre narradas y sobre interpretadas. Toda la industria del comentario es un espejo de la grandilocuencia absurda del gobierno: “triángulo de hierro”, “magos del Kremlin”. Con una veintena de personas que hablan, con sutiles variaciones de estilo, de las mismas cosas en los mismos veinte lugares, y trazan el perímetro de lo decible. 

Por abajo, políticos que dependen emocionalmente de consultores y deambulan por canales de TV y programas de streaming buscando aprobación social o likes, lo cual muchas veces asumen  como la misma cosa. Acompañantes terapéuticos de la crisis, han ingresado en una espiral congénita que reemplaza el cara a cara por un focus, una encuesta o una métrica de redes. 

Lo anterior convive con un peronismo que, intelectualmente pasivo y con recursos políticos agotados, se percibe como un mero amontonamiento de intereses corporativos y de “orgas”. Sobreadaptado a un esquema partidocrático y cómodo en el inquilinato opositor. Llegando al lujo de serlo de sus propios gobiernos. Incorregibles.

En un marco donde los espacios políticos son un infierno de lo igual, la innovación sigue siendo todavía -y probablemente por no mucho más tiempo- la libertaria. Una novedad política que ha habilitado  al gobierno a pedir un sacrificio tras otro porque  siendo lo suficientemente predominante la necesidad de “creer en algo” por sobre la de indignarse.

Estos síntomas espantan no sólo a inevitables adversarios, sino también a sus propias bases. Es que en los anillos de miltiantes y adherentes se rechaza a Milei, si, pero también a ese mar de representantes, mediadores, “rosqueros” y funcionarios vitalicios atraídos más por las formas institucionales del peronismo de Estado que por sus jugos doctrinarios. Por la vocación de aparecer que de ser.

La herida al interior de lo que supo ser el mayor movimiento político del país habilitó las patadas al mentón de ese sector (importante dentro el peronismo actual) del progresismo revisionista. Aprovechando el halo de orfandad que rodea parte de las bases, Juan Grabois utiliza el recurso retórico de denunciar hacia adentro la presencia de una burocracia política profesional y vetusta. 

Es que los peronistas han dejado crecer demasiado el pasto en su casa. Y Grabois, el inquilino revoltoso, se ofrece como jardinero ad honorem y reclama encabezar. Lo hace amenazando con romper la filiación bastante reciente de su espacio (Patria Grande) a un movimiento longevo, diezmado, pero generoso en términos de inclusión de distintas expresiones, aunque no inteligente para integrarlas tras líneas de acción comunes.

Lo cierto es que en la Provincia de Buenos Aires, lo fértil reside en intendentes presentables que, como decía García Márquez, apuestan a salvar la ropa, aunque se pierdan algunos muebles. En un clima de apatía, la representatividad de los líderes municipales es el último bastión relativamente sano del vínculo entre ciudadanía y política, de modo que no sería extraño que de allí surjan protagonistas de lo que viene de cara a 2027.

Los repertorios agotados, el hartazgo político y  la motosierra económica empujan a muchos argentinos hacia ese tercer tercio errante. Un segmento no tan minoritario que oscila entre el aborrecimiento contra el pasado y la resignación con el presente. Que prefiere optar por salirse de la lógica de “los partidos del no” (Abel Fernandez dixit): no a Milei, no a Cristina. Polariza con la polarización, absteniéndose.

El acto electoral como un banquete en el que ya, parafraseando a Macedonio Fernandez, hubo tantos  ausentes que, si faltara otro más, no tendría sitio.

En este balance no hay que olvidar las líneas maestras del plan ideado por la (ex) mesa chica del presidente para convertir a LLA en una minoría hegemónica: confrontar con la dirigencia tradicional y, al mismo tiempo, atomizarla. Así, el dúo Milei insiste con intoxicar el ambiente para hegemonizarlo. Ganar siendo la minoría más intensa de las minorías parece ser el único horizonte del nihilismo libertario. 

La avenida del medio: luche y vuelve

En ese contexto aparece una oportunidad de recomposición del mapa federal habitado por gobernadores con base electoral periférica a la política conurbanizada, pero  que no ha encontrado, hasta ahora,  traducción nacional. La apuesta de los gobernadores que conforman “un grito del interior” es, por lo menos, interesante en este sentido.

Así las cosas, todo indica que las terceras vías competirán con la abstención. La unificación del Cordobesismo (Schiaretti-Llaryora) con el radicalismo de Santa Fe (Pullaro) y Jujuy (Sadir-Morales), sumada al macrismo residual de Chubut (Torres) y al independentismo de Santa Cruz (Vidal), aparece como el único acontecimiento político potencial que perfora la polarización entre el libertarismo —que abdujo a un importante sector del  PRO— y el peronismo. Veremos si se trata de un mero ejercicio electoralista o de algo más profundo, es decir, político y de mediano plazo. 

El llamado “Grito Federal” no luce como un movimiento milagroso, pero empieza a reunir condiciones objetivas de las que carecían experimentos anteriores de terceras vías a nivel nacional. En este caso se trata de cctores que gobiernan, con votos propios, reconocimiento territorial y gestión palpable.

Por otra parte, sus provincias —que juntas suman casi un cuarto del padrón nacional— ya funcionan como laboratorios de un modelo que intenta combinar equilibrio fiscal con cierta lógica de desarrollo, infraestructura y contención. No prometen revolución, pero tampoco devastación.

Lo cierto es que aunque el modelo libertario muestra una erosión importante, su sostenibilidad abreva más en lo que tiene enfrente. Esta oposición fragmentada que por ahora solo comparte una misma carencia: la falta de una idiosincrasia renovada del poder. Algo que vuelva a conectar a la oposición con otra sociedad, otra política, otro mundo, otras expectativas. Las de hoy.

En este sentido, hay un desafío enorme para las nuevas generaciones dirigenciales, que consta de conseguir niveles altos de adhesión y cohesión política acordes al estado de fragmentación y precariedad de la economía realmente existente.

Hoy el antimileísmo es de mero tono estético porque aunque el experimento libertario empieza a mostrar fisuras, sus propias bases heridas todavía no tienen refugio alternativo. Esa trama de sostenimiento social del mileísmo es más amplia y contradictoria de lo que parece. Desde los timberos de la city y los importadores seriales, hasta los turistas de ocasión. Desde los jugadores de Steam, hasta los trabajadores y clases populares de los que el peronismo creía tener el monopolio electoral. Es un ecosistema que cruzó clases y generaciones, anclado más en la expectativa que en la ideología.

Sin embargo, La Libertad Avanza no logra —ni parece buscar seriamente— construir tejido social transversal que sí supo articular el menemismo. La sociología de clase media y media alta que orbitó alrededor del modelo de convertibilidad, aquella que combinaba consumo, movilidad social y una fantasía de orden con perfume a shopping, hoy no encuentra su lugar en un espacio que vibra más como cruzada que como proyecto.

Para contenerla, Milei necesita algo más que motosierra y catarsis: necesita al PRO. No como aliado, sino como prótesis. No a sus dirigentes, sino a sus bases. La simbiosis que requiere es casi biológica: necesita absorberlo al punto de anular su voz, su identidad. Hacerla propia. Y para eso no alcanza con un acuerdo electoral.

Las condiciones políticas han dado un giro inesperado que perjudica al gobierno, pero aún así, los tiempos políticos parecen no coincidir con los electorales y Milei puede conseguir una cantidad suficiente de legisladores para sortear su gran techo operativo: el Congreso. 

Hoy, la mayor debilidad del mileísmo es también su mayor fortaleza: nadie parece querer hacerse cargo del vacío que dejará. Quizás por eso, todavía, Milei no tenga con quién perder.

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