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«El problema fundamental de la filosofía política sigue siendo el que Spinoza supo plantear (y que Reich redescubrió): «¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación?» Cómo es posible que se llegue a gritar: ¡queremos más impuestos! ¡menos pan! Como dice Reich, lo sorprendente no es que la gente robe, o que haga huelgas; lo sorprendente es que los hambrientos no roben siempre y que los explotados no estén siempre en huelga. ¿Por qué soportan los hombres desde siglos la explotación, la humillación, la esclavitud, hasta el punto de quererlas no sólo para los demás, sino también para sí mismos? Nunca Reich fue mejor pensador que cuando se niega a invocar un desconocimiento o una ilusión de las masas para explicar el fascismo, y cuando pide una explicación a partir del deseo, en términos de deseo: no, las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esta perversión del deseo gregario.»
Gilles Deleuze & Félix Guattari, «El Anti-Edipo»
«Estamos saliendo del infierno» decía N.Kirchner allá por 2004.
Este 24 de marzo es un buen día para hacer un breve repaso con memoria, porque la dictadura no fue solo el golpe de Estado que inició ese infierno, sino que fue la instalación violenta (con notable persistencia en la actualidad) de una forma de ver el mundo -la neoliberal- y el intento de cancelación de muchas. La justicialista , fundamentalmente, fue el blanco predilecto.
Esto se evidencia tanto en el adulteramiento calculado de la figura de Isabel Peron, como en todo el arco de negacionismo tradicional de los sectores funcionales al poder concentrado y a las capas geológicas de la oligarquía que en él habitan. Por desgracia, muchas de sus herencias siguen latentes: las mismas consecuencias de las mismas recetas economicas, la industria (conducida por intereses foráneos) de la división nacional, el cipayismo y la prensa canalla, entre otras.
El baño de sangre, los 30.000 desaparecidos, torturados; las 490 personas que nacieron en cautiverio, son los hechos macabros que están a flor de piel. Sin embargo, los fines de la “reorganización” fueron mas allá; en años, y en hechos, ya que los civiles y militares que la llevaron a cabo, respondían a un proyecto regional de largo plazo que el imperialismo internacional había masticado durante años.
La dictadura arrasó el tejido social, fragmentando la sociedad en sus capas medias y bajas, y fortaleciendo a las minorías de la cúpula. A través del miedo sistemático, en materia de interacción cotidiana, reemplazo todo tipo de sentimiento de solidaridad colectiva por conductas tales como la desconfizanza, la indiferencia , el cortoplacismo, la especulación, el individualismo, la competencia voraz, y el alejamiento de la sociedad de cualquier tipo de actividad política con vocación colectiva (“no te metas”).
Profundizo el proceso de colonización cultural y extranjerizacion de la economía: la deuda externa se multiplicó por 6. La inflación acumulada durante el 1976 a 1983 fue de 517.000 %.
Destruyó la matriz económica-productivo industrial del país, acoplando la economía a la voracidad del capitalismo financiero. A pedir de los grupos económicos nacionales y extranjeros, instaló con sangre las reformas estructurales que significaron una transferencia masiva de ingresos desde las mayorías trabajadoras a las minorías especuladoras y empresarios cómplices, que hoy siguen operando: Grupo Clarín, Ledesma, Ford, Acindar, Techint, Mercedes Benz, etc.m.) En lugar de «achicar el Estado, lo agrandó para, desde allí, resetear el país. Se cerraron 20.000 fábricas y se abrieron 340 centros clandestinos de detención, un dato que habla a las claras del “modelo”.
Inicio el proceso de autodestrucción del Estado como organizador social, para darle paso a la gran finanza internacional como tal, pulverizando cualquier resabio de conciencia nacional a través de la perdida vertiginosa de soberanía en todos los ámbitos. En términos culturales, esto significó, por ejemplo, un aumento vertiginoso del mecanismo de autodenigracion que hoy se sostiene, principalmente, en ciertos conglomerados de clase media, donde se preferiría ser ciudadano norteamericano, o londinense: “países serios”.
Este proceso de degradación planificada de las instituciones de la Patria y de su violento y deliberado divorcio del pueblo , no detuvo su avance ante un poder estatal asfixiado por el peso de la deuda y diezmado en su margen de maniobra, y un país con su autoestima lesionado por las consecuencias de la derrota en Malvinas. Así fue la temperatura de la época que tuvo lugar durante la presidencia de Raúl Alfonsin, con quién retorno la democracia pero de la mano de un proyecto económico fracasado, con una democracia restringida que sostuvo los fantasmas contra el peronismo, y donde la justicia social estuvo vedada. A la propia impericia económica que caracterizó al gobierno de Alfonsín, se le sumó un proceso constante y acelerado de disminución de la autoridad estatal, hasta desembocar en el desastre organizado que fue la hiperinflacion.
Con el terreno económico y sociocultural ya preparado, el proyecto neoliberal fue profundizado a través de las instituciones estatales por un gobierno democrático, el de Menem, quien fue el símbolo local de la claudicación ante el Consenso de Washington. Finalmente la Alianza (un experimento progresista adaptado al esquema socialdemócrata light que requiere el neoliberalismo), con una combinación perfecta de cobardía e ineptitud, tomo el timón. Por supuesto ,sin cambiar un ápice el rumbo al que la élite dirigente (banqueros, financistas, empresarios, etc.) querían llevar al país, desembocando aceleradamente en el estallido de 2001, y con una política que dejaría su prestigio en boxes.
En este contexto, la objetividad de los monopolios mediáticos era incuestionable, y por ende la culpa de la crisis la tenia “la política”. Mucho menos cuestionado era el origen de su poder, y su complicidad con la dictadura. Los operadores mediáticos y económicos gozaban de total impunidad, corroyendo el autoestima nacional con “la verguenza internacional” que significaba ser argentino en 2001 («tramposo», «corrupto», «inútil», y otros dardos envenenados hacia la subjetividad nacional salían de los dueños de la opinión publicada).
Principalmente, los operadores trabajaron sobre el indice de “riesgo país”, es decir, convirtieron al ciudadano común en un defensor indirecto de los intereses de los vampiros que nos chupaban la sangre día a día. La herencia tangible del proceso es que casi toda la cultura política actual vive sumida en la idea de que “ser honesto” significa, en realidad, ser un dirigente o candidato que nunca enfrentó al poder real. Un disciplinamiento horizontal que, salvo honrosas excepciones, persiste.
Venimos del infierno del olvido, de eso no hay duda. Pero algo habremos hecho para empezar a salir de él. Por eso, la memoria es un ejercicio permanente y obligatorio.