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¿Por qué Massa?

Tiempo de lectura 17 minutos

Después de mucho tiempo, el peronismo competirá con una fórmula presidencial sin ningún kirchnerista puro al frente. De la fórmula Massa-Rossi nos preguntaremos, a lo largo de este escrito, no tanto el “quién”, sino el “por qué”. Y para entenderlo destacamos inicialmente algunos factores de la coyuntura:

  1. El kirchnerismo puro no logró ordenar la interna como había pretendido, y se evidenció la falta de liderazgo hegemónico en un peronismo en ebullición, cuyos principales referentes querían unidad, pero detrás del proyecto propio de cada uno. 
  2. Al poco tiempo que la fórmula Wado-Manzur comenzó a caminar, muchos sectores del movimiento la diagnosticaron renga. Y por eso “se le animaron” varios, siendo Scioli el caso más emblemático, como también fué emblemática la manera en la que el propio Alberto Fernandez “le hizo el vacío” en la recta final.
  3. Se percibía que estaba diseñada para tributar completamente a la estrategia conurbanizada y conurbanizante de repliegue kirchnerista en la Provincia de Buenos Aires, que consistía retener el núcleo duro ante un previo y lúgubre diagnóstico de elección perdida antes de empezar. 
  4. La fórmula Wado-Manzur, no tenía condiciones para apelar al voto moderado, decisivo en la zona central del país, donde la Unión por la Patria (UP) se arriesga a sufrir un desastre electoral.

¿Dónde va el progresismo cuando llueve?

El ánimo de la base kirchnerista es lúgubre: pasó de ilusionarse con Wado a imaginarse en los cuartos oscuros frente una boleta todavía menos amigable que la de 2019. No parece alcanzar con que uno de los principales referentes del sector (Máximo) haya trazado una alianza sólida con el candidato Massa. Tampoco con que la propia Cristina le haya delegado los destinos económicos en el peor momento del gobierno, quizás por afinidad de arquitecturas intelectuales: ambos comparten la impronta de dirigentes políticos clásicos, a diferencia de Alberto, que tiene una arquitectura intelectual preparada para operar -y con probada efectividad – en los pasillos. Mucho menos alcanza con que Cristina, al entronizar “su parte” en la fórmula, que es Sergio Massa, muestre el realismo pragmático que la ha caracterizado. En definitiva,  no alcanza, porque si en política «los agravios preescriben a los 6 meses», eso parece más válido para la dirigencia, no para las militancias.

Entonces, ¿cómo retener votos progresistas?, ¿Grabois va a la interna para retener votos o para conservar una pureza de la que se alimenta el progresismo desde hace décadas?, ¿Pueden los sectores del peronismo aglutinados en Unión por la Patria trazar la suficiente imaginación política para abrir los brazos cuando no sobra nada?. Aquí el lector no encontrará soluciones mágicas ni respuestas fáciles, pero si una hoja de ruta posible para comenzar a construirlas.

La incógnita que tenemos desde hace tiempo en este espacio permanece, ¿podrá Massa revertir la imagen que buena parte del kirchnerismo ilustrado tiene de él?; ¿podrá demostrar que, como parecieron reclamarle -y ahora no hay duda- los tiros por elevación de CFK en sus últimas intervenciones, puede plantarse como titular y capitán de un programa de gobierno con autonomía relativa del establishment?. A este problema, y con su candidatura presidencial hecha realidad, se suma una incógnita que puede transformarse en un problema político de la campaña: ¿podrá el progresismo más moralista despenalizar la “ambición” de Massa y no repetir la actitud de 2015 para con Scioli?. Para quienes tienen un interés más estético que programático por la política, es decir para los cantapostas que en general habitan en medios y redes para quienes la política en general y el peronismo en particular les resulta un mero consumo cultural, es bueno tener la humildad de comprender el contexto.

El 21 de mayo, ante la confirmación de la no candidatura de CFK, nos preguntabamos aquí qué harían esos dos sectores principales que componen la base cristinista: los humildes que recuerdan tiempos felices durante su gobierno, y los sectores progresistas de izquierda y centro izquierda que se sumaron al kirchnerismo en 2007, pero que aborrecen «lo rancio» del peronismo tradicional. Decíamos que conservar esas bases unidas y solidarias con la campaña oficialista es tan importante como pensar que son escandalosamente insuficientes para que el peronismo haga una elección competitiva. También decíamos, textualmente, que: 

“la clave de la primera etapa de la campaña es fomentar la «pluralidad» de candidatos, de modo que el oficialismo suba el piso de intención de votos. El problema es si vuelve a pecar de endogamia posicionando a dedo a algún «hijo de la generación diezmada» sin comprender que debe pescar fuera de la pecera.”

En línea con lo anterior, citaremos parte de nuestro último artículo, historizando brevemente para poder comprender mejor cómo el factor progresista podría integrarse a una campaña presidencial a la que no le sobrará nadie. 

Como bien observa el libro “¿Qué hacemos con Menem?”, el progresismo de los años 90´ respondía a distintas vertientes que habían reconvertido la idea clásica de la revolución de izquierda a una versión light y digerible en la época, pero no tenía política hasta la aparición del FREPASO (y la ALIANZA como su continuidad). Antes de eso se refugiaba en la cultura y políticamente se proyectaba a una socialdemocracia genérica en una narrativa unánime contra el “robo menemista” y  “los punteros del PJ”. Combinaba el honestismo de Chacho Álvarez con un discurso que condenaba la brecha social pero dejaba de apelar al pueblo para apelar a la “ciudadanía” o a “la gente” sin perder su proyección cultural en tradiciones de izquierda. Condenaba a los punteros del PJ pero sin orientar dardos directos contra el neoliberalismo o la convertibilidad. 

El kirchnerismo anudó a la base social peronista que en los 90 votó a Menem, con otros dos sectores más: la clase media ilustrada y progresista que votaba FREPASO y fué atrás de la impronta radical del delarruismo que colapsó con la ALIANZA, y la base social trabajadora (y precarizada durante el gobierno de Menem). En su arca de Noé también hubo espacio para algunas viejas izquierdas pero también para los que buscaban estética y liviandad en el Palermo Kirchnerista cool con sus bares temáticos sobre peronismo. Así descolocó a la irreverencia canchera y antipolítica de CQC, porque la ideología volvió a ser más relevante en conformación de la identidad que la mera queja contra un estado de cosas. 

La transversalidad nestoriana fue, así, su respuesta política a un buen diagnóstico: no se puede conducir lo inorgánico. Con el objetivo de reorganizar el país realizó una minuciosa construcción de poder y gobernabilidad, basando su forma de hacer política en una lógica inicial de acuerdos políticos con todos los sectores posibles, incluso con quienes serían futuros enemigos del kirchnerismo, una potente recaudación, y también una sensata construcción territorial con dirigentes representativos.

El legado de Néstor Kirchner, un agudo lector e intérprete de su época puede ser un buen espejo en el cual mirarse. Kirchner fue un conductor para la Argentina atomizada, donde ya había deuda, multiplicidad de centrales obreras, movimientos sociales, clases medias desencantadas, organizaciones políticas en distinto estado de maduración, informalidad laboral, inorganicidad indignada, pero no había tantos trabajadores pobres. Kirchner comprendió que no existía un discurso único con el cual persuadir a una sociedad que se había fragmentado, y por eso trazo un peronismo para la Argentina de su tiempo, no una Argentina para el peronismo. Y en ese tiempo histórico del peronismo de Nestor,el progresismo herido de la alianza fue incorporado al armado movimientista, pero no conducía.

Update para el peronismo 

¿Puede el gigante invertebrado, volver a ser gigante y vertebrarse? Sólo formular la pregunta puede resultar incómodo a quienes ven en la lógica “circular” de la Argentina algo a lo que hay que adaptarse. 

Hace unos meses, decíamos   que el peronismo podía dejar de ser electoralmente competitivo si no comprendía que la morfología de las clases medias y populares y su relación con “lo público” (que engloba política, Estado y representación democrática) se modificó.

Decíamos también que estamos viviendo una época en la que Estado tiene una calculadora a la que se le escapa el 50% (o más) de la economía informal, que no puede reformular un esquema impositivo (y por ende recaudatorio) vetusto, y que no ha logrado una integración inteligente con el mundo privado ni cuando en el mandato anterior sus gerentes tuvieron la posibilidad de conducir. Un mercado que va por el ascensor en la implementación de nuevas tecnologías, mientras el Estado va por la escalera.

Hay un sector importante de argentinos que, en su ideología y su biografía social, está mucho más cerca del peronismo que, digamos, del PRO, pero que ya hace más de 10 años no confía en que el Estado ni la política resuelvan sus problemas. Un sector que desde hace una década empezó a dejar de votar a lo que entonces se llamaba Frente para la Victoria. A ese sector, el amigo Abel Fernández lo caracterizó en un tipo sociológico concreto: el “pibe gol”. Se trata de ese cuentapropista que hace más de 10 años atrás había conseguido comprar su primer auto un Gol Volkswagen,  pero que, desde 2013 ya no votaba al Frente de la Victoria, sino que en su actitud electoral encabezaba el primer desprendimiento de lo que hoy conocemos como “tercer tercio”, que antes votaba a Massa, pero que estos años estuvo suficientemente enojado para engrosar la intención de voto (que NO es el voto) de Milei. 

Cómo bien señalan Rodríguez y Touzon en su lúcido trabajo sobre el menemismo ya citado, en 1989, construir molinos de viento fuela consigna de un peronismo que mutó para no morir y que a la vez mató inevitablemente algo de sí mismo al hacerlo.  La resiliencia movimientista para adaptarse al tiempo histórico es el principal activo del peronismo como corriente nacional. Así, resistió tanto al partido militar en su larguísimo round histórico de tres décadas como al alfonsinismo arrasador del tercer movimiento históricooñ

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Hoy también requieren nuevos contornos políticos en sentido amplio, no simplemente electorales. Esto se pudo hacer en los últimos años desde un frentismo que sirvió para ganar, pero estuvo minado de una arquitectura de acuerdos endebles cuando no inexistentes. Así el Frente de Todos se fue transformando -el también- en lo que parecía haber enterrado, aquello que denominamos «Partidos del No», y que desarrollamos largamente en nuestro artículo anterior. El frente gobernante descendió al: «No al Macrismo», siendo el único acuerdo que se sostuvo entre sus integrantes. Pero las razones que impulsaron a formar esta coalición en 2019 siguen vigentes. Lo que debe transformarse es la oferta de motivos por la cual votantes peronistas, progresistas, y desencantados optarían de vuelta por un candidato/a del peronismo. 

Como señalamos en nuestro último artículo, creemos que, contra el entendible realismo pesimista, la ingenuidad o mala fe de quienes hablan del peronismo como obstáculo al desarrollo, debe sostenerse que en la capacidad de modernización del peronismo se cifra la clave y la posibilidad empírica de la modernización capitalista de la Argentina. Esto no se logra solo ganando elecciones, sino construyendo gobernabilidad tanto económica como social, generando consensos democráticos sólidos y recuperando la legitimidad y la confianza en el sistema político institucional argentino. Claro, para eso se requiere de una hegemonía que no se construye ni en 6 meses, ni en un año, y que requiere de -entre otras cosas- de recomponer el proceso de movilidad social ascendente. 

Para que surjan nuevos liderazgos es necesario que el peronismo realice un trasvasamiento generacional que se nutra a nivel federal de las y los mejores cuadros políticos disponibles. Es necesario que el peronismo recupere y reconstruya su imaginación política, de la que ha carecido en buena parte de los últimos años, y es por esto que en muchísimos temas ha ido detrás de la imaginación política progresista. Algo similar le sucedió al radicalismo, que tras el estallido de 2001 quedó sin rumbo y tuvo que pararse en fila india tras la imaginación política macrista. Sin esa imaginación hoy, será difícil, no ya ganar, sino hacer un papel digno en las elecciones. Sin esa imaginación, no hay prácticamente nada, excepto liturgia y alguna recomendación de cómo seguir en el chat GPT.

¿Quien para ser su propio jefe ? Massa y el síndrome Cámpora 

«Massa estaba acompañado por un grupo de poder que tenía intereses propios e incluso contradictorios. En las charlas con sus amigos se afirmaba que no quería ser ‘empleado’ de ninguna corporación y que pretendía ser ‘dueño’. Brito decía que esa era la única similitud que Massa tenía con Kirchner. Era visto como alguien ‘difícil de conducir, él quiere tomar sus decisiones, no ser empleado de ninguna corporación ,escucha pero decide’. Más allá de la sobreactuación y de las alianzas que el Santacruceño ha sellado con distintos grupos de poder, petroleras, grupos de medios, constructoras amigas, bancos, automotrices, mineras, conservó siempre la capacidad de sacudir el mantel y hacer volar por los aires cualquier alianza ante lo que consideraba incorrecto. Eso es lo que más se decía que buscaría reservarse como potestad.

(…) Carlos Pagni había anticipado algo de eso unos meses después del triunfo arrollador del Frente Renovador en PBA: ‘creo que hay miedo a Massa, lo ven como una especie de Néstor joven que se comió de un bocado a CFK y Scioli, y ahora dice ¿que para comer hoy?… los gobernadores peronistas y los empresarios no quieren eso(…) Scioli entrega ministerios, le dio la llave del Banco Provincia a Eurnekian, Massa va a negociar con Eurnekian… Me parece que Massa tiene mayor aprecio por la autonomía política que Scioli y tiene un coraje y una vocación por intervenir en las cosas, por armar una estructura de poder(…) por eso me parece más interesante que Scioli que  dice ‘la corriente es más eficiente que yo’…».

Diego Genoud – “Sergio Massa: el arribista del poder”

Leí por ahí que en política se puede ser líder y no llegar a presidente como lo fueron Balbín, Cafiero, Chacho Álvarez o Elisa Carrió, pero lo que no se puede es ser presidente sin ser líder. El presidente del actual gobierno no conduce, entre otros factores, porque como dice su amigo Leandro Santoro, Alberto «no disfruta el poder». Ahora, el Primer Ministro Sergio Tomas Massa, convertido en candidato de unidad, parece expresar tanto un repliegue táctico del kirchnerismo cultural,  como la muerte del nunca nacido Albertismo. «Matar al padre» de lo que nunca terminó de nacer. 

Hace meses venimos sosteniendo que el lema “Gloria o Devoto” sigue siendo la metáfora exacta para dar cuenta del poco margen que existe, pero no sólo para Massa, o para el oficialismo en particular, sino para la política como actividad. Es que más allá del espacio al que tributa Massa es, acaso, la última carta de esta versión de “la política” profesional en su conjunto .

Según cuenta el ya citado Genoud en su último libro, al actual Ministro de Economía “le gustaba pronunciar en privado, ante su gente, durante su paso por el gobierno kirchnerista: ´Yo, con una idea prestada y dos palitos, voy para adelante´.” Es una frase que explica la vocación de poder de un político profesional, pero también la desconfianza que proyecta sobre él el entorno kirchnerista. Mientras lo miran -desde siempre – cómo un hombre de «peligrosa» sensibilidad pro mercado y delegado del establishment, lo respaldan por haber evitado algunas de las 7 plagas de Egipto con su llegada al ojo del huracán: la economía argentina. Pero la sociedad no vota por lo que le evitan, sino por lo que le resuelven. 

Para gran parte de la dirigencia oficialista salir del “síndrome Héctor Cámpora” será trabajoso. ¿Habrá algún/a dirigente que quiera -como NK- ser “su propio jefe” y construir su camino?. Desarrollar autonomía es difícil pero fascinante. La reconstrucción de la autoridad presidencial depende, entre otras cosas, de recuperar esa sana rebeldía. Este puede ser un proceso largo, pero debe iniciarse una destrucción creativa para hacer que la ingobernabilidad endémica de la Argentina por fin sea domada, por lo menos por un tiempo considerable. Massa tiene una oportunidad en este sentido, dada la voracidad que lo caracteriza desde siempre, a la que deberá agregarle un tiempismo y una ubicuidad que no lo caracterizó tanto en su trayectoria hacia el poder.

@zoncerasabiertasdeamericalatina

Los primeros efectos de su candidatura en el circuito opositor fueron bastante claros para quien esté atento. Por ejemplo, la primera reacción de Patricia Bullrich a la candidatura de Massa fue la de abroquelarse en otro sendero narrativo, el de denunciar en el canal de Mauricio Macri, La Nación +, «La Partidocracia y el negocio fácil» que representa el tigrense. Una Patricia dentro de las mil Patricias, que parecía más la de la Alianza, denunciando «la corrupción menemista» , que la garante del orden y la no tibieza en los cambios. 

Massa es pragmático, una cualidad bilardista que en política sólo sirve si se gana.  ¿Qué vende Massa? No vende audacia, sino equilibrio. En tiempos tan revueltos, con un cansancio social post pandémico que ha generado una apatía colectiva de gran densidad contra una clase política que se auto narra,  la estabilidad y la previsibilidad como conceptos de campaña pueden cobrar un valor interesante, pero no alcanzan. Se requiere narrativa de mejora y prosperidad, pero no sólo narrativa, ya que nadie vive de buenas ideas, sino de buenas realizaciones.

El titular del Palacio de Hacienda sostuvo el apoyo voluntario -y no tan voluntario-  de casi todos los dirigentes (que no garantiza el de los votantes) del frente gobernante, que lo respaldan porque saben que ante un eventual fracaso o salida del Súper Ministro las consecuencias podrían ser devastadoras para todos. Y esa fué la carta de Massa en el tramo final para negociar. El actual Ministro tomó nota del mandato de Cristina: asegurar el piso en las PASO pero  subir el techo para disputar un eventual ballotage. ¿Y cómo podría hacerlo sin apuntar al electorado de centro, tan esquivo a los núcleos duros de uno y otro lado?. Quizás este sea el “por qué” táctico de la entronización de Massa, que cuenta con el respaldo de intendentes, gobernadores, empresarios y sindicalistas, pero que también tiene a su cargo el dilema de ser la cara de la economía, que desde su llegada al Ministerio le presenta un campo dinamitado frente a sí mismo: renegociación del acuerdo con el FMI, inflación, y eventuales corridas cambiarias. 

La moneda está en el aire para el peronismo, aún con los cierres de listas consumados. Porque si la elección se ganara, Massa podría trazar un nuevo horizonte de poder, pero si se perdiera -algo que el Kirchnerismo tiene como hipótesis principal-, ese sector al que sus detractores le vienen comprando el féretro hace tiempo, aglutinado en las listas de la Provincia de Buenos Aires, sería: o la reversion del modelo de oposición con base en la «resistencia», o el contrapeso para que un eventual presidente Massa no saque los pies del plato.

Lo importante de esto es que en nuestro país, la consolidación del Frente de Todos implicó la diáspora de los “partidos del No”: No a Macri, No a Cristina, No al peronismo, No al pasado. Y ninguno de esos espacios pudo ganar por sí mismo. Dependió de los candidatos, porque la política es personal. 2023 no será la excepción, y el peronismo debe ofrecer un “Si” que supere el argumento monolítico de evitar la vuelta de los verdugos. 

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