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«Cuando te quejás de la CGT no podés reconocer que, nos guste o no, son ellos los que hoy representan a los trabajadores. También caés en el reduccionismo político de equiparar a la CGT con Barrionuevo. Sería como equiparar a los empresarios con Martínez de Hoz. (…) Ser intelectual no significa mostrarse diferente, tal como ser valiente no implica mirar a los demás desde la cima de la montaña (…) creo que vos y yo no pensamos tan diferente, sino que tenés miedo. Miedo de que te confundan, porque creés que la individualidad te va a preservar. Pero no te olvides que pertenecemos a una generación que siempre creyó en las construcciones colectivas. La individualidad te pondrá en el firmamento pero sólo la construcción colectiva nos reivindicará frente a la historia. Al fin y al cabo todos somos pasantes de la historia.»
Néstor Kirchner a José Pablo Feinmann
No es herejía decir que el tan criticado modelo sindical argentino es un ejemplo imitado pero nunca igualado en el mundo. No es herejía porque resulta consecuente con la evidencia de que el demoliberalismo político no ofrece a la comunidad nacional lo que el movimiento obrero organizado, y vicerversa. Para que el lector pierda por completo esperanzas de objetividad en este escrito, diremos que, contra cualquier pataleo bienpensante, el sindicalismo (con sus matices) es y será el mejor termómetro del estado espiritual del trabajador promedio, aún en la heterogeneidad que atraviesa al movimiento obrero.
Sucede que esos «sucios feos y malos Señores Feudales del Sindicalismo tradicional» (también los jacobinos) no representan sujetos comunicacionales, ni a electorado susceptible de ser interpelado con campañas publicitarias; representan nada más que a los trabajadores organizados, pero nada menos.
A diferencia de la política, sometida a la dictadura de la novedad contemporánea que mantiene en estado de neurosis colectiva a sus consumidores más fieles, el modus vivendi sindical no está expuesto a tan nociva radiación, y por eso conserva el oído agudo que –más tarde o más temprano– lo constituye como vector de demandas colectivas, no atomizadas, más allá de los tiempos de la dimensión política. Quizás por eso sus apesadumbrados pasos tienen una correlación más milimétrica que la de la dimensión política con el clima de «la calle», y no tanto con el clima del ecosistema 2.0.
La simetría entre la organización y el estado de ánimo del trabajador que representa, radica en el dato natural de que, simplemente, el sindicato convive con el trabajador. No «baja» al ámbito laboral, como quien baja de la universidad al territorio. En la alquimia de esa convivencia directa con los problemas con el accionar concreto (apresurado o retardatario) y sus consecuencias inmediatas, la organización sindical está menos sometida a las neuróticas necesidades de la teatralización mediatizada de la política. Quizás por eso se dice que las masas se movilizan de manera poderosa a través de la organización sindical, cuyos paros tienen la capacidad de daño de una bomba de Hiroshima en materia económica.
En su barrosa genealogía, la organización sindical venció al tiempo porque tiene algo que otros dispositivos de representación no: tiene cultura política, historia, códigos, y una particular sensibilidad para entender y traducir, sin moralinas bienpensantes, lo que esas muchedumbres que trabajan demandan, aunque esas demandas no siempre sean del gusto de nuestros ilustrados compañeros más esclarecidos.
Si esto es así, puede que entonces esa suerte de «punitivismo cultural» aplicable a muchas cosas (también para con el «tiempismo» de ciertas dirigencias sindicales), no tenga en cuenta un importante factor: una falta de clamor popular (por ahora, siendo agosto de 2017) por reemplazar al macrismo, y no esté directamente asociada con la tan fácilmente atribuida «funcionalidad» de la organización hacia el gobierno oligárquico en ejercicio. Pero es una hipótesis, claro está.
En tiempos de macrismo, más precisamente en marzo de 2017, una marea de cerca de 500mil trabajadores y trabajadoras nos nucleamos en unidad (que todavía hoy es mucho más que poco) para demandas concretas. Sin embargo ese punitivismo cultural no ahorró en intentos por reducir semejante hecho político a un incidente mediatizado por los mismos grupos que TODOS nosotros decimos combatir. Haciéndole honor a la cita inicial, una buena analogía sería la de sugerir que reducir la movilizaciónal al incidente de la urna es proporcional a reducir 12 años de kirchnerismo a los bolsos de José López, guiñándole un ojo al simpatiquísimo Santiago Del Moro.
Aunque no hay chocolate por la noticia, el ataque a la estructura sindical es transversal e intenso desde el 10 de diciembre de 2015. En este sentido es válida también la hipótesis de que la expectativa/esperanza sobre un «cambio de rumbo» de parte del gobierno macrista, parece más el sueño perimido de la ingenuidad tilinga cooptada por la filosofía mediática o la excusa indiferente de meros «administradores» distanciados de la realidad, que una lectura de dirigientes con importante representación política. Pero el «tiempismo» es un arte que se aprende en la conducción de masas, y no necesariamente en las necesidades de un simple escrito como este o como otros.
Es en este sentido en el que no todo es tan lineal en el ecosistema político argento, porque el flagelo del anticegetismo -etapa superior del antisindicalismo- no sólo es consecuencia de la incomprensión o de la radiación del pornoshow periodístico, sino del propio accionar de algunos dirigentes que le dan de comer a ese diletante progresismo pequeño-burgués.
Entonces, cuando (en el mejor de los casos) se diagnostica por derecha o izquierda de que hay crisis de representatividad en el sindicalismo,habría que anoticiarse de que si bien formamos parte de una comunidad integral (y no tan integrada), cada estructura debe resolverla por sí misma. En el caso de los sindicatos, se resuelve entre dirigencia y afiliados, y sanseacabó.
Lo que no resulta para nada útil es utilizar este tipo de diagnósticos sesgados para una gerra de trincheras entre esa única clase de hombres y mujeres (las y los que trabajan) en la urgente coyuntura.
La CGT, los sindicatos en general, con su gloria y su barro son la única muestra tangible de que la organización vence al tiempo, a pesar de los errores que puedan cometer sus dirigentes, como los cometen los dirigentes políticos, y la raza humana en general. Sería un desatino que un día nosostros nos despertemos con el diario del lunes, enterándonos de que participando compulsivamente del happy Hour de la crítica al sindicalismo, estamos dándole una manito bastante grande a nuestros verdugos históricos: los dirigentes de la oligarquía.
Como es largamente evidente, los caracteres aquí volcados no tienen pretensión de ninguna objetividad ilustrada, sino apenas la inquietud relativa de un simple militante al que, como a otros, también le preocupa que estemos fanatizados con el deporte del codazo, esperando el error del compañero, pero nunca construyendo más que un charlatán diagnóstico pesimista sobre los hechos, que solo alimenta nuestros egos indignados que nos lleva a regodearnos en lo negativo, y pasamos a militar indirectamente el proyecto del enemigo, que es derrotarnos políticamente, culturalmente, y sobre todo, espiritualmente.
Hoy me hacía varias preguntas: ¿No podemos imaginar siquiera que fuera de las minorías intensas hiperpolitizadas de nuestra fauna de «orgas» y especies varias, existe un pueblo que consume 15 minutos diarios de tv e información completamente desjerarquizada y agobiante? .
¿Será que algunos se resignaron a naturalizar las construcciones mediáticas y a generar sentido común en lugar de concientizar y promover el pensamiento crítico?, ¿será que no tenemos voluntad real de salir de ese sentido común arrogante, infalible, que vomita su desprecio sobre todas las demás fuerzas políticas y organizaciones del campo popular, que son por definición las que se equivocan, las que tienen falencias, las que están condenadas, etc.?
¿Ya nos las sabemos todas, y somos especialistas en buscar culpables, incluso de «delitos» que sólo tienen sentencia firme en un medio de comunicación?. Quizás nuestro edipo con «los (y las) culpables» es un edipo nocivo. Quizás no seamos tan infalibles como pensamos, y quizás nuestras buenas intenciones y decorosos razonamientos no nos inmunicen de la radiación mediática que paraliza y confunde en un berenjenal insondable donde todo está revuelto desde hace bastante tiempo. Todos estamos sometidos a ese fenómeno, en tanto hecho social.
Si el peronismo es de arena, como observa el lúcido artista (y autor de la portada de este escrito) Daniel Santoro, entonces no se pueden trazar límites, y sería muy fecundo para el tiempo presente no forzarlos, cuando se necesita una aglomeración de todos los componentes nacionales, especialmente de los sindicatos, para enfrentar tiempos en los que, se ganen o no las elecciones, la cosas se pondrán muy difíciles.
Humildemente y en agradecimiento a quienes siguieron atentamente estas líneas, hay dos sugerencias para todos los militantes políticos y sindicales que intenten bregar la unidad por sobre cualquier diferencia secundaria; dos tentaciones que debemos evitar de cara a los tiempos que vienen:
1) confundir (y fundir) críticas a dirigentes con críticas a la organización.
2) pedirle a la estructura sindical que haga lo que no puede hacer la estructura política.
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