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Por Marcos Domínguez
La narrativa presidencial intentó, durante 2020, un complejo equilibrio para ser lo suficientemente moderada para los intensos, y lo suficientemente intensa para los moderados. La política oficial penduló entre la extrema mesura administrativa en el aparato estatal y la estrategia económica de “halcones y palomas” para salir de la crisis sin defaultear.
Si bien los problemas económicos están lejos de mermar,el balance muestra que el frente gobernante ha evitado la anomia de los diciembres argentinos (megadevaluación, hiperinflación, estallido social y un conjunto de calamidades que la pandemia pudo haber activado de no tomarse medidas). A su vez, logró evitar la dispersión de su base de sustentación, y lo que es más relevante desde el punto de vista del poder: evitó la consolidación de un frente opositor unificado.
Si bien el FdT mantiene – no sin dificultades – su unidad intrínseca, las tensiones con la oposición están lejos de mermar. Por el contrario, podrían incrementarse en el primer semestre de 2021, debido a la incertidumbre que todavía implica el resultado incierto sobre la carrera entre campaña de vacunación y rebrote.
La decisión de gestión de pandemia para 2021 parece seguir una línea unívoca: involucrar a los responsables políticos que administran la cosa pública en cada distrito (oficialistas y opositores). Esto, a la vez, grafica la situación de poder en el escenario nacional. Concretamente, expone las condiciones de ejercicio de poder y negociación política en nuestro país en este contexto particular. Se negocia con un sector de la oposición, pero existe otro con tendencia a la intransigencia visceral.
En este marco, las decisiones políticas del gobierno deben asumir que plantear la unidad nacional posible es, justamente, plantear la imposibilidad de la unidad total, en tanto la vocación de unidad habita un ecosistema de poder que no hegemoniza. La intransigencia visceral de un sector de la oposición no es compatible con el diálogo democrático. Es decir, la idea misma de comunidad coexiste con poderosos intereses rupturistas que son la verdadera espada de Damocles sobre las espaldas argentinas.
Entramos en un año electoral y, naturalmente, la estrategia de tejer inteligentes transigencias también implicará ser intransigente en los grandes principios. Y es en medio de esta dinámica de disputas donde el juego de equilibrios del gobierno se complejiza. El nodo de la cuestión radica en que si bien no se puede omitir que el peor gobierno de la historia se retiró con una intención de voto del 40%. tanto la historia como la actualidad demuestran que no es posible dialogar con quien reclama que uno se arrodille.
Para 2021, las decisiones de gobierno encuentran un acotado margen de opciones, esto es, no existe otro camino que la economía: instalar pautas ordenadas de precios con salarios al alza para hacer piso y volver a recomponer los ingresos populares. Nada nuevo. Nada fácil. Todo necesario. Para esto resulta clave reconstruir capacidad estatal y dotar a todos sus órganos de una racionalidad estratégica que permita sostener políticas públicas, reelaborando un entramado organizacional que fue estigmatizado, diezmado y despotenciado en sus capacidades de acción. Es fundamental darle una dirección concreta a las políticas públicas que fueron votadas, porque con o sin macrismo en terceras líneas, la política debe imponerse a la administración. Esto tiene sus riesgos, pero como decía un sabio, en política cuando se quiere conducir con éxito hay que exponerse.
El pasado reciente indica que en nuestro país, la consolidación del electorado de tercios implicó, a su vez, la diáspora de los “partidos del No”: No a Macri, No a Cristina, No al peronismo, No “al pasado”. Y ninguno de esos espacios pudo ganar por sí mismo. Dependió de los candidatos, porque la política es personal, y el país presidencialista. El FdT es el resultado político de la salida de la inconducente endogamia de tribus que hablaban para sus “convencidos”. El macrismo hoy, dada la radicalización de su núcleo duro, parece enfrentar un problema similar.
Cambiemos gobernó quitando bienes patrimoniales a la sociedad, y los negoció por bienes simbólicos: sindicalistas presos, dirigentes kirchneristas procesados,” mayor transparencia.” Este modo de hacer política desde la simulación y estetización permanente funcionó para el macrismo como modo reconfirmar posturas de los ya convencidos cuando fueron gobierno, y funciona hoy para mantener un modo de oposición “a la venezolana”: intransigente, visceral, copiloteando la fiebre que alimenta en redes sociales. Es así como JxC consolidó en su base electoral una pedagogía que confunde –voluntariamente– libertad con individuación extrema, es decir, con hiperindividualismo. Cabalgando sobre esa pedagogía, habitó el Estado para producir conflicto. Aquí radica la clave desde donde el FdT debe construir la narrativa en 2021: ya no se trata de producir conflicto, sino de procesarlo para conducir a la comunidad hacia un orden con justicia social, con una dosis de conflictividad natural, pero bien elegida.
Un buen punto de partida para el gobierno y para su base electoral, puede ser el de poner más energías en hablar de nuestras políticas sin caer en la constante tentación de dar explicaciones a operadores opositores que entienden el diálogo político como aniquilación del peronismo en general, y del kirchnerismo en particular. No se puede relegar de modo permanente la construcción de una narrativa propia para estancarnos discutiendo con corrientes políticas que no expresan movimientos sociales, sino posturas intelectuales, sobretelevizadas o empujadas desde la dinámica de los algoritmos. «Salir de la crisis» como épica quizás no convenza a quienes todavía no han regulado sus intensas expectativas, pero parece ser lo bastante robusta para el resto de la sociedad, es decir, la inmensa mayoría.