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«A este estado de anomia deben atribuirse, como luego mostraremos, los conflictos que renacen sin cesar y los desórdenes de todas clases cuyo triste espectáculo nos da el mundo económico. Pues como nada contiene a las fuerzas en presencia y no se les asignan límites que estén obligados a respetar, tienden a desenvolverse sin limitación y vienen a chocar unas con otras para rechazarse y reducirse mutuamente.
(…) Las treguas impuestas por la violencia siempre son provisorias y no pacifican a los espíritus. Las pasiones humanas no se contienen sino ante un poder moral que respeten. Si falta toda autoridad de este género, la ley del más fuerte es la que reina y, latente o agudo, el estado de guerra se hace necesariamente crónico. Que una tal anarquía constituye un fenómeno morboso es de toda evidencia, puesto que va contra el fin mismo de toda sociedad, que es el de suprimir, o cuando menos moderar, la guerra entre los hombres, subordinando la ley física del más fuerte a una ley más elevada. En vano, para justificar este estado de irreglamentación, se hace valer que favorece la expansión de la libertad individual. Nada más falso que este antagonismo que con mucha frecuencia se ha querido establecer entre la autoridad de la regla y la libertad del individuo. Por el contrario, LA LIBERTAD (nos referimos a la libertad justa, a la que tiene la sociedad el deber de hacer respetar) ES ELLA MISMA PRODUCTO DE UNA REGLAMENTACIÓN. Mi libertad llega sólo al límite pasado el cual puede otro aprovechar la superioridad física, económica o de otra clase, de que dispone para someter mi libertad, y únicamente a la regla social es posible poner un obstáculo a estos abusos de poder. Ahora es cuando sabemos qué complicada reglamentación es necesaria para asegurar a los individuos la independencia económica, sin la cual su libertad no es más que nominal.»
Emile Durkheim
La efeméride señala que hacia marzo del ’89 y bajo la creciente corrida cambiaria, el candidato radical, Eduardo Angeloz, apremiado por las encuestas que pronosticaban un resultado desfavorable en la citada elección, presionó al Dr. Alfonsín para que diera un golpe de timón que le permitiera mejorar sus chances. Es así como Sourroulie, ante el descalabro del Plan Austral, es reemplazado por Puglisese, recordado más como aforista que como funcionario por su frase “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo». Claro, le hablaba al empresariado, ese actor espectral que nunca actúa con arreglo a valores en términos weberianos (ni como «burguesía nacional» en una posible expresión de deseo del genial Abelardo Ramos) , sino con arreglo a fines, decidiendo en función de las enormes expectativas devaluatorias del contexto. En efecto, no se le puede pedir a un individuo al que se le pone enfrente un aro de básquet, que no agarre la pelota de fútbol con la mano. Lo cierto es que Argentina fue declarada “mercado emergente”, y en este caso tampoco se les puede pedir a los actores económicos que no agarren la pelota con la mano.
La significancia de este hecho puede traducirse de dos maneras: con cosmetología economicista (abundante en paneles de TV) o con datos de la realidad concreta. En este blog elegimos la segunda vertiente explicativa, y por eso sostenemos que, gobierno de Macri mediante, poseer la etiqueta de emergente significa, sintéticamente, hacer cómplices y rehenes a las empresas de este mal experimento económico.
La calificación viene en concepto de “premio” por liberalizar la economía a través de dos medidas concretas:
a) Eliminar los controles de capitales (se dice «cepo» si lo hace un/a peronista) y,
b)Fomentar la «venta en corto» (shortear, en jerga financiera).
Con este cocktail, el adulado capital extranjero que ingresará al país podrá, vía desregulación financiera total, entrar y salir especulativamente cuando quiera y hasta apostar contra el país. A cambio, vienen los ADR (American Depositary Receipt) de empresas argentinas cuyas acciones cotizan en el exterior.
Técnicamente, los ADR representan acciones de una corporación extranjera (Argentina en este caso) custodiadas por un banco (de Nueva York en este caso), y da derecho a los accionistas a todos los dividendos y ganancias sobre el capital. Cuando aumenta la demanda de los ADR y de sus contrapartidas locales, se empuja al alza el precio de las acciones. Esto es: durante el lapso en el que se mantiene anclado el dólar, baja el costo de financiación para la empresa en el exterior, que va emitiendo acciones en dólares. Esto “trae” esos dólares, que se pueden vender en el mercado cambiario, frenando la presión alcista del dólar local, igual que cuando el Tesoro toma deuda en dólares. Ahora bien, cuando el flujo se revierte, el dólar sube y los precios de las acciones bajan, es decir, pasa lo mismo que al Tesoro con la deuda en dólares: financiarse es cada vez más caro. Por eso las empresas se vuelven “cómplices” aceptando la venta en corto y la desregulación a cambio de financiamiento barato.
Es por eso que el cambio de calificación significa que ciertos fondos que no podían invertir en empresas argentinas que cotizan en el exterior podrían hacerlo a partir del cambio de clasificación (de mercado de frontera a emergente). A cambio, el MSCI impone al país despojarse de todo instrumento de control.
Es en este sentido en el que decimos que el gobierno puso un tablero de básquet, y así incrementó el nivel de anomia social y económica, donde nadie podrá ser sancionado por agarrar la pelota de fútbol con la mano. Según Télam, las ADR con mayor potencial de flujo son Grupo Financiero Galicia, Banco Macro, Telecom y Pampa Energía.
No es novedad que “los mejores” de los últimos 50 años recaudan como liberales y gastan como keynesianos, de ahí la inconsistencia macroeconómica general. Hasta aquí no hubo modelo, hubo experimento. Ensayo- error, o error- ensayo para honrar a la verdad. La política económica del «ver qué pasa» no vendría siendo un pilar de gobernabilidad, y tal vez el acuerdo con el FMI represente el pasaje de un mal experimento oligárquico a un modelo neoliberal literal, esto es: el pasaje de la mala praxis autóctona del macrismo a la conducción económica directa del poder financiero internacional.
La paradoja del “bombero pirómano” a la cual Cambiemos ha sometido al cuerpo social, sólo ha incrementado la anomia que, combinada con la hemorragia política del oficialismo (iniciada en el último diciembre post reforma previsional), amerita un humilde deseo de este escriba: que el gobierno sepa administrar su derrota, cuidando la institucionalidad.
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